Paisajes que piensan
Todos sabemos que el clima influye en nuestro ¨¢nimo, que la lluvia nos hace m¨¢s propensos a la tristeza que un sol rutilante, que un aire limpio y fresco nos da fuerzas, que el calor h¨²medo nos las quita, etc¨¦tera, pero ?sabemos hasta qu¨¦ punto el clima determina la historia de un pueblo, su cultura y su forma de ser? Pensar en esos t¨¦rminos puede que resulte demasiado simple para la racionalidad occidental necesitada de anclajes inamovibles. El clima es algo cambiante, y s¨®lo a una mente asi¨¢tica se le pod¨ªa ocurrir pensar a partir de all¨ª. Es, desde luego, refrescante encontrarse con un fil¨®sofo que, rehuyendo de las abstracciones, nos devuelve la conciencia de nuestra condici¨®n natural para hacernos entender que el ser humano no es s¨®lo portador de un pasado sino que acarrea en su cuerpo un pasado determinado por el clima y el paisaje.
ANTROPOLOG?A DEL PAISAJE. CLIMAS, CULTURAS Y RELIGIONES
Tetsuro Watsuji
Traducci¨®n de Juan Maci¨¢
y Anselmo Mataix
S¨ªgueme. Salamanca, 2007
254 p¨¢ginas. 18 euros
Tetsuro Watsuji (1889-1960) ha sido uno de los pensadores m¨¢s influyentes de Jap¨®n en el siglo XX. Sus obras reunidas forman un impresionante conjunto de vol¨²menes y sus trabajos sobre ¨¦tica siguen siendo de obligada referencia en Jap¨®n. Profesor en la Universidad Imperial de Tokio, af¨ªn a la escuela de Kioto aunque no perteneciese a ella, fue, junto con Kitaro Nishida, Hajime Tanabe y Keiji Nishitani, uno de los fil¨®sofos que se ocuparon de construir puentes entre el pensamiento de Jap¨®n y el de Occidente. Era ¨¦ste un esfuerzo importante y necesario para una naci¨®n que desde la restauraci¨®n imperial, en 1854, hab¨ªa apostado por la modernizaci¨®n del pa¨ªs. Poner de acuerdo las dos tendencias, la defensa de la cultura tradicional y la adopci¨®n de las costumbres occidentales, no era cosa f¨¢cil y necesitaba algo m¨¢s que el pragmatismo angloamericano al que en un primer momento se acogieron los intelectuales nipones. As¨ª que los intelectuales volvieron los ojos hacia Alemania.
A Tetsuro Watsuji lo que le import¨® sobre todo fue resaltar la naturaleza social y comunitaria del ser humano. Cuando lleg¨® a Alemania en 1927, tom¨® contacto con la obra de Heidegger; la comprensi¨®n del individuo como temporalidad le interes¨® sobremanera, pero, ?acaso la existencia no era tanto espacial como temporal? Si Heidegger no tuvo en cuenta la espacialidad, se deb¨ªa, seg¨²n Watsuji, a que, para ¨¦l, la existencia humana siempre fue individual, y esto es una mera abstracci¨®n. El ser humano es, por el contrario, algo bien concreto, por lo que su historicidad es inseparable del medio ambiente en que se desarrolla.
?ste fue el punto de arranque
de su trabajo sobre la relaci¨®n entre clima y cultura. Un viaje de catorce meses por Europa le suministr¨® el material de campo. Un muestrario quiz¨¢s en muchos casos exiguo para las generalizaciones que Watsuji efect¨²a, pero suficiente para poner en pie una teor¨ªa que ya nadie dudar¨ªa en asumir. El clima es una realidad sentida que no s¨®lo condiciona nuestra manera de vestir y nuestros actos, sino tambi¨¦n nuestra forma de pensar. Watsuji describe tres tipos de clima: el monz¨®nico, el del desierto y el de la dehesa. Les corresponden tres maneras de ser y, en raz¨®n de ello, tres tipos de manifestaciones culturales, art¨ªsticas y religiosas. El calor y la humedad del monz¨®n predisponen a la resignaci¨®n y a la receptividad. Los dioses de estas regiones son divinizaciones de la naturaleza, una naturaleza profusa cuya perpetua renovaci¨®n da a entender la participaci¨®n de todos los seres en una totalidad. A esos dioses no se les invoca por fidelidad y obediencia, como los pueblos del desierto hacen con el suyo, sino para pedirles favores y rendirles homenaje. La aridez del desierto, en cambio, induce al car¨¢cter dominante y guerrero. Se requiere la sumisi¨®n absoluta a la unidad de la tribu para poder sobrevivir; su dios es la conciencia supraindividual del hombre que se opone a la naturaleza. El tercer clima, el de la dehesa, tiene como caracter¨ªstica la docilidad de la naturaleza. Esto le habr¨ªa infundido al griego un talante contemplativo que le permiti¨® hallar en ella reglas racionales. M¨¢s tarde, cuando la tribu de Israel fue capaz de hacerles creer a los europeos que su historia era la de toda la humanidad, "la agon¨ªa de la bruma" centroeuropea sintoniz¨® con "el temor del desierto".
Son ¨¦stas unas pinceladas demasiado reductoras para un enfoque que merece considerarse despacio. Las teor¨ªas fuertes suelen ser muy simples en sus l¨ªneas generales, y ¨¦sta lo es. Bien pudiera ser que una etnolog¨ªa clim¨¢tica nos hiciera comprender muchas cosas.
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