Nada como el pecado
Su ni?ez estuvo dividida entre dos lealtades. Su padre era director del colegio de Berkhamsted, ubicado en un viejo edificio que se comunicaba con la casa natal del peque?o Graham por una puerta tapizada de bayeta verde.
Greene jug¨® a la ruleta rusa cuatro veces con una Smith & Wesson, calibre 32, cuyo tambor era de seis balas
Esa puerta daba tambi¨¦n a dos lados de su propio cerebro. En una parte herv¨ªa la brutalidad escolar del patio donde sus compa?eros le exig¨ªan compartir los ritos feroces contra los maestros; en otra estaban su padre y los hermanos dentro del orden apacible del hogar. En el recreo su timidez m¨®rbida se hallaba a merced de las humillaciones que le inflig¨ªa el m¨¢s duro e inteligente de la banda, un tal Carter, para que tomara partido contra el director, y esta tortura le produjo una esquizofrenia de la que nunca se repuso. Graham Greene ha confesado que se hizo escritor s¨®lo para vengarse de aquel tipo. Derrotar a Carter, enmascarado despu¨¦s en varios perdedores de sus novelas, se convirti¨® en un destino.
Esa neurosis tuvo un primer tributo. A los 16 a?os fue sorprendido acariciando la culata del rev¨®lver de su hermano mayor, un Smith & Wesson, calibre 32. Graham Greene jug¨® a la ruleta rusa cuatro veces con aquel arma, cuyo tambor era de seis balas. Durante el rodaje de Nuestro hombre en La Habana se lo cont¨® a Fidel Castro. Y ¨¦ste le dijo: "Si el tambor era de seis balas y se dispar¨® en la sien en cuatro ocasiones, usted est¨¢ matem¨¢ticamente muerto". Graham Greene contest¨®: "Yo no creo en las matem¨¢ticas". Despu¨¦s de todo, el azar de su vida fue un largo suicidio, unas veces feliz y otras atormentado, que dur¨® 86 a?os.
A ra¨ªz de aquel lance sus padres lo dejaron en Londres en manos de un psicoanalista. Tumbado en el div¨¢n, el chico un d¨ªa explic¨® su sue?o er¨®tico m¨¢s recurrente. "Su mujer entra en mi habitaci¨®n con los pechos desnudos y yo se los beso". El psicoanalista, sin pesta?ear, le pregunt¨®: "?Qu¨¦ asocia en primer lugar con los senos de mi mujer?". El chico contest¨®: "Dos vagones del metro". O¨ªdo lo cual, el psicoanalista, para quit¨¢rselo de encima, lo dio por curado y Graham, embargado por un gran sentimiento de libertad, entr¨® en Oxford como un caballo desbocado, se hizo periodista, redactor del Times, cr¨ªtico literario y cinematogr¨¢fico y a los 23 a?os se convirti¨® al catolicismo para poder casarse con la cat¨®lica Vivien Dayrell Browning, pero s¨®lo empez¨® a creer en el Dios de los cat¨®licos cuando conoci¨® en M¨¦xico a un cura lujurioso y alcoholizado, perseguido por los revolucionarios, que estando ya a salvo fuera de la frontera vuelve a cruzarla hacia este lado para darle el sacramento a un agonizante y muere fusilado en pecado mortal. Este desecho humano, que luego ser¨ªa el protagonista de su mejor novela, El poder y la gloria, le hizo degustar la sabrosura del pecado, y en medio de sus combates de la existencia Graham Greene supo que ese sabor era el ¨²nico que le hab¨ªa dado sentido a su vida, como escritor, esp¨ªa, esposo infiel, amante apasionado y viajero por los lugares m¨¢s turbios del planeta.
A finales de 1946, con Europa todav¨ªa humeando, Graham Greene, ya famoso, conoci¨® a Catherine Walston, una norteamericana de 30 a?os, casada con el multimillonario terrateniente laborista jud¨ªo ingl¨¦s Harry Walston. Ella era una especie de Lauren Bacall, madre de cinco hijos, fr¨ªvola, atractiva, que sol¨ªa ir descalza con el whisky en la mano por los salones de su mansi¨®n. Nuestro hombre qued¨® abducido por esta mujer con una pasi¨®n que dur¨® 13 a?os, en cuya carne conjug¨® la emoci¨®n del adulterio con el placer del remordimiento, un privilegio espiritual que consist¨ªa en alcanzar el cielo a trav¨¦s del camino de perdici¨®n. Aquella millonaria turbulenta y caprichosa le llevaba todos los d¨ªas al ¨¦xtasis de tener que pegarse un tiro en la cabeza para salvarse. Se separaron en 1960 porque ella se hab¨ªa enamorado de otro y lo dej¨® tirado.
Cuando Graham Greene ya era un viejo sonrosado, de ojos azules acuosos y sonrisa bondadosa, sentado en un sill¨®n de mimbre junto a una botella terciada de JB en la terraza de su peque?o apartamento, que daba al puerto de Antibes, en la Costa Azul, a¨²n iba a misa todos los domingos muy planchado, con las piernas largas, ligeramente encorvado, del brazo de su amante Yvonne Cloetta, con la que convivi¨® los ¨²ltimos treinta a?os de su vida. Segu¨ªa siendo cat¨®lico, aunque no cre¨ªa en el infierno, sino en el purgatorio, por ser ¨¦ste un castigo no tan duro pero mucho m¨¢s refinado. Pocos vecinos pod¨ªan imaginar que este hombre, rehogado en alcohol, hab¨ªa llevado dentro un alma siempre al borde del abismo.
A Graham Greene nunca le abandon¨® la aureola de haber sido esp¨ªa al servicio de la Corona durante la II Guerra Mundial. Este oficio llen¨® de fascinaci¨®n la imagen del escritor, aunque se trata de un trabajo la mayor¨ªa de las veces burocr¨¢tico, aburrido, rutinario e incluso cutre. Pese a que ¨¦l proced¨ªa de Oxford, fue captado para el servicio secreto por Kim Philby, un tipo simp¨¢tico que dirig¨ªa el grupo de esp¨ªas esnobs, turbios y sofisticados de Cambridge. Graham Greene fue destinado a Sierra Leona y de esa misi¨®n extrajo, como siempre, una novela, El rev¨¦s de la trama. Cuando Kim Philby, agente doble, al ser descubierto, se pas¨® al bando de los sovi¨¦ticos su amigo Graham Greene lo convirti¨® en el personaje de El factor humano.
Siempre el doble juego, entre la vida y la muerte, la pol¨ªtica y la religi¨®n, el amor y el odio, el sufrimiento y la compasi¨®n, la inocencia y la presencia del mal desarrollados en ambientes cargados de calor h¨²medo y de lujuria pegajosa que llevan al protagonista hacia un destino tr¨¢gico de tener que apurar el c¨¢liz del perdedor. Graham Greene, como buen cat¨®lico, se excitaba en los prost¨ªbulos m¨¢s espesos. A uno de ellos, en Par¨ªs, llev¨® a su nueva amante Yvonne. La dej¨® en la barra frente a una copa y ¨¦l se adentr¨® en el laberinto abrazado a una prostituta. Su amante era una mujer casada a la que hab¨ªa rescatado de un marido ejecutivo en la selva del Camer¨²n, una francesa ordenada, con cada pasi¨®n en su sitio, pero despu¨¦s de aquella aventura comenz¨® a pensar que el alma de Graham era m¨¢s oscura de lo que aparentaba su dise?o de apacible burgu¨¦s. Se enamor¨® de aquel hombre hasta el fondo donde nadan los peces negros que nunca ven la luz.
La mayor parte de sus novelas fueron llevadas al cine, pero s¨®lo dos, El tercer hombre y El americano impasible, pertenecen a la imaginaci¨®n colectiva. Los s¨®tanos de Viena dividida en la posguerra mundial y el Vietnam a punto de ser abandonado por los colonialistas franceses est¨¢n ya unidos para siempre al poder¨ªo de Graham Greene de contar historias duras, sin adjetivos, aparentemente ligeras, pero llenas de misteriosos laberintos que son los del alma humana.
Muri¨® en Vevey, un pueblo de Suiza, adonde se hab¨ªa retirado para estar cerca de una de sus hijas. El funeral fue la ¨²ltima secuencia de cualquiera de sus novelas. En un lado de la iglesia estaba Vivien, su primera mujer, de 86 a?os, de la que no se hab¨ªa divorciado. En el otro estaba Yvonne, de 60 a?os, su ¨²ltima amante, que tampoco se hab¨ªa separado de su marido. En medio estaba Graham dentro del f¨¦retro, ante la puerta que daba a la vez al cielo y al infierno.
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