'Souvenirs' y turistas
Los m¨¢s ubicuos objetos del consumo tur¨ªstico, los souvenirs, esconden una poderosa carga simb¨®lica tras su aparente banalidad. Estos artefactos que pululan en todos los paisajes y escenarios tur¨ªsticos, de muy distinta naturaleza en materiales y una enorme variedad de contenidos y estilos, han ocupado sin embargo un lugar marginal en las agendas de los estudiosos del turismo. Por lo general, su inter¨¦s se ha reducido a se?alar su importancia en tanto indicador del comercio tur¨ªstico. Pero los souvenirs son, si cabe, m¨¢s interesantes como materializaci¨®n de la naturaleza y subjetividad del turista. Por un lado, constituyen metonimias de pasados y lugares distantes y, por otro, met¨¢foras de narrativas personales y colectivas de viaje y apropiaci¨®n cultural. Se incrustan de pleno en los procesos de formaci¨®n de las identidades sociales y culturales, involucrados en nuestras memorias de lugares, gentes y cosas, y adquiriendo diferentes "reg¨ªmenes de valor" en funci¨®n de sus poseedores. Pero, en el fondo, la materialidad de los souvenirs remite, ineludiblemente, a la imposibilidad para el turista de escapar a la permanente oscilaci¨®n entre la seducci¨®n de lo ex¨®tico y las pulsiones de posesi¨®n y apropiaci¨®n del Otro y, en el otro extremo, a la nostalgia por su muerte y desaparici¨®n.
En las bolas de nieve se eterniza un ambiente, cerr¨¢ndolo a la posibilidad de la experiencia vivida
A pesar de su omnipresencia, nadie repara, o quiere reparar, en ¨¦l. Quiz¨¢ porque el souvenir es la encarnaci¨®n del "gasto improductivo", del gasto in¨²til, del despilfarro. Seguimos sin atender la penetrante observaci¨®n de Bataille de que el "gasto improductivo" es la raz¨®n principal de la econom¨ªa, siendo incapaces de asumir la contumaz presencia de la "parte maldita". En la parafernalia del consumo tur¨ªstico, en ese reino de lo kitsch y la baratija, las artesan¨ªas parecen encarnar vestigios de tiempos pasados que se resisten a la degradaci¨®n impuesta por la industria tur¨ªstica. Pero la tradici¨®n olvida que pende del turismo, y el turismo olvida que su fascinaci¨®n por la tradici¨®n tiene su origen en una apropiaci¨®n. En esa amnesia, la artesan¨ªa convertida en souvenir y el patrimonio cultural en recurso tur¨ªstico, crean un pasado que nunca fue presente, una realidad ilusoria que cobra una parad¨®jica existencia en la materialidad del souvenir. Pero como en todo acto de recordar siempre hay una adecuaci¨®n del pasado al presente, los modernos creemos que hubo una ¨¦poca con tradiciones genuinas y artesan¨ªas aut¨¦nticas que, perdidas, las buscamos hoy en otros lugares y en objetos que no poseemos.
Pero tradiciones genuinas y artesan¨ªas aut¨¦nticas no son sino ox¨ªmoros y, desde luego, no son anteriores al consumo tur¨ªstico. La tradici¨®n no representa el pasado y el turismo el presente; no responden a una sucesi¨®n cronol¨®gica en la historia. Una y otro son, antes y ahora, constitutivos del conglomerado cultural del capitalismo. No hay tradici¨®n sin modernidad, ni artesan¨ªa sin turismo. Y esta inmanencia es la que est¨¢ contenida en el souvenir, dentro mismo de su provocadora futilidad.
El souvenir es, sin duda, el principal resorte econ¨®mico y simb¨®lico del turismo, pero eso no puede camuflar su insidiosa condici¨®n de objeto banal. Por eso, ocuparse del souvenir no ha de consistir en su elevaci¨®n, por encima de la banalidad, hasta convertirlo en algo "serio", sino aceptar que la banalidad es una condici¨®n de nuestra actual existencia, lo que s¨ª que es una cosa muy seria. Que los turistas del "alto capital cultural", en un alarde de cinismo cultural, compren una hortera torre eiffel fosforescente no convierte a la baratija en algo serio, pero s¨ª nos obliga a tomar en serio estas nuevas formas de consumo.
El souvenir, que para Walter
Benjamin es lo que la modernidad hace de la mercanc¨ªa, es emblem¨¢tico del extra?amiento o alienaci¨®n del mundo y del deseo de aut¨¦ntica presencia que caracteriza al sujeto moderno. Cercano al fetiche y al regalo en sus camuflajes de las relaciones sociales y econ¨®micas, el souvenir es la forma de mercanc¨ªa que m¨¢s efectivamente niega su estatus como tal mercanc¨ªa; es un objeto que proclama su car¨¢cter ¨²nico y exclusivo -incluso si es producido en masa- a trav¨¦s de narrativas de una producci¨®n aut¨¦ntica y de las historias personales de su adquisici¨®n. El souvenir, un insignificante vestigio de algo o de alg¨²n lugar, es insustancial -un recuerdo, una memoria- al tiempo que material -muestra de algo que recuerda a una persona, lugar o evento-. Hace presente algo que est¨¢ ausente, efect¨²a la sistem¨¢tica transformaci¨®n del objeto en su propia imposibilidad.
Susan Stewart, en una de las m¨¢s agudas interpretaciones del souvenir, revel¨® algo b¨¢sico del consumo tur¨ªstico, en el que el trabajo se torna en abstracci¨®n, la naturaleza en arte, y la historia en naturaleza muerta. Las bolas de nieve, los m¨¢s populares de los souvenirs, condensan este sutil mecanismo. En ellas se eterniza un ambiente, cerr¨¢ndolo a la posibilidad de la experiencia vivida. En su ingenua presencia niegan el momento de la muerte imponiendo la estasis de una muerte eterna.
El turista, que no quiere saber nada de los impactos del turismo, anhela disfrutar de los lugares, las gentes y las cosas tal y como eran antes de la llegada del turismo. Para lograrlo, para que la nostalgia sea satisfecha, todo tiene que ser reducido a la ficci¨®n. De ah¨ª la tendencia a la miniaturizaci¨®n en el "arte tur¨ªstico". En la miniatura -un mundo encerrado dentro de otro mundo- desaparecen m¨¢gicamente el trabajo y el sufrimiento humanos; cualquier cosa se convierte en un juguete, en un objeto infantil. Y, adem¨¢s, ocupa poco sitio en la maleta.
En cualquier caso, parece innegable que los souvenirs hacen tangibles las experiencias intangibles del viaje. La materialidad del souvenir contribuye a definir y localizar en un tiempo y espacio ordinarios -al regresar a casa y al trabajo- una experiencia ef¨ªmera vivida en un tiempo extraordinario. As¨ª, en el consumo tur¨ªstico el turista no s¨®lo se limita a adquirir souvenirs, sino tambi¨¦n es agente antes y despu¨¦s de la compra, influyendo en su dise?o y asign¨¢ndole significado. Por esta raz¨®n, el souvenir nos dice m¨¢s del turista que del lugar al que supuestamente representa. No estamos ante turistas que se llevan consigo distintos tipos de souvenirs; tenemos souvenirs que encapsulan las subjetividades, los sentimientos, las emociones de diferentes tipos de turistas. Comprando el souvenir el turista satisface su demanda, no de la cultura local, sino de la cultura local tal y como ¨¦l la percibe. As¨ª, una colecci¨®n de souvenirs no constituir¨ªa nunca una colecci¨®n de objetos de otros lugares y culturas, sino justamente una colecci¨®n de turistas.
Ciertamente, todo parece indicar que el turista es uno de los principales actores de la sociedad contempor¨¢nea y que el souvenir es su correlato material m¨¢s prominente. Pero quiz¨¢ sea al rev¨¦s, quiz¨¢ sea el souvenir -como uno de los principales actores del consumo tur¨ªstico- el que constituya al turista que lo compra y lo consume.
Fernando Est¨¦vez Gonz¨¢lez es profesor de prehistoria, antropolog¨ªa e historia en la Universidad de La Laguna.
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