Dean estornud¨®, pero no asust¨® a los turistas
La buena organizaci¨®n de autoridades y hoteles hizo llevadero el paso del hurac¨¢n
Un horizonte negro, un fondo pintado de gris y un mar agitado. As¨ª se intu¨ªa la llegada del hurac¨¢n Dean a las costas de la pen¨ªnsula de Yucat¨¢n. Hac¨ªa aire, que contrarrestaba un bochorno asfixiante. Los turistas mostraban cara de temor, m¨¢s cuando el fen¨®meno estornudaba en forma de truenos espectaculares.
El hall del gran hotel de estructura cuadrada, rodeado de columnas y con un gran obelisco en su zona central, estaba siendo desmontado por los operarios y miembros de seguridad del recinto. Ven¨ªa la bestia. Se esperaba un hurac¨¢n de much¨ªsima violencia, que incluso llegaban a comparar con Wilma, el hermano mayor de Dean.
Pero todo lo que era tensi¨®n, miedo y, hasta en algunos momentos, p¨¢nico, se fue desmoronando en el coraz¨®n de los desgraciados turistas. Todos ven¨ªan en busca de sol, paz y tranquilidad, dejando a un lado el estr¨¦s acumulado durante el a?o laboral, y nada m¨¢s pisar suelo mexicano les comenzaron a hablar de la tormenta tropical y de las desgracias que pod¨ªa traer. Pero a lo que ¨ªbamos. De golpe y porrazo, desde el horizonte m¨¢s oscuro que nadie antes hab¨ªa visto, se abri¨® una peque?a brecha de esperanza: Dean golpear¨ªa m¨¢s al sur y dejar¨ªa las rachas de 300 kil¨®metros por hora para zonas descampadas o del interior.
No se fue la luz, ni el agua, ni el tel¨¦fono. Todo funcion¨® perfectamente
Hubo un momento de euforia, de alegr¨ªa e incluso de celebraci¨®n conjunta. Italianos, franceses y espa?oles festejaban la buena nueva. Y los que horas antes estaban en las piscinas tomaron posiciones en las barras de los bares y remojaron sus penas con tequila, cubalibres y alg¨²n que otro c¨®ctel de la zona. Eso s¨ª, el toque de queda segu¨ªa vigente. A las nueve de la noche, todos en sus habitaciones. Los gerentes de seguridad del hotel coordinaban con los walkie-talkies a sus valientes cuadrillas. Treinta hombres velar¨ªan por la seguridad de los turistas que quedaron en el hotel. Ordenadamente se fueron repartiendo bolsas de alimentos (compuestas por cuatro bocadillos, una cajita de cereales, fruta, zumos y una botella de litro y medio de agua). V¨ªveres con los que los turistas deb¨ªan pasar la noche y decir adi¨®s al hurac¨¢n Dean.
Como dec¨ªamos, estornud¨® y tosi¨®. Lo hizo con r¨¢fagas de aire muy fuertes, que golpeaban las persianas anticicl¨®nicas con las que est¨¢n protegidas las habitaciones. No se fue la luz, ni el agua, ni el tel¨¦fono. Todo funcion¨® perfectamente. Eso era el s¨ªntoma de que el hurac¨¢n se apiadaba de los visitantes europeos, que pese al momento complicado nunca perdieron la sonrisa.
Era de admirar la dedicaci¨®n y la entrega de los operarios, no s¨®lo por restablecer el orden en el servicio, sino por la forma en la que intentaban ayudar a sus familias. Muchos trajeron a sus seres queridos al recinto, pero no todos pudieron lograrlo. La preocupaci¨®n por saber c¨®mo estar¨ªan sus hijos o sus padres era patente. De ah¨ª que al terminar su turno, todos viajaran hasta las poblaciones m¨¢s afectadas para ofrecer dos manos y dos piernas para retirar los escombros provocados por los vientos huracanados.
Dean golpe¨® con fuerza, pero menos de la prevista. El dolor de Wilma hizo que las autoridades tomaran precauciones. Todo sali¨® como estaba previsto. El turista, paciente, espera ahora regresar a casa y explicar a los suyos qui¨¦n fue Dean: un hurac¨¢n que pintaba terrible, pero que al final s¨®lo estornud¨® en las cabezas de los asustados visitantes.
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