Diana, diez a?os despu¨¦s
Cinco d¨ªas de duelo cambiaron para siempre a la monarqu¨ªa brit¨¢nica
Todav¨ªa escuece en el Reino Unido el recuerdo del duelo nacional por Diana, princesa de Gales, tras su tr¨¢gica muerte a los 36 a?os de edad. La reina Isabel II y, con ella, los Windsor se han recuperado del bache de popularidad sufrido tras la crisis, pero nadie ha olvidado del todo las im¨¢genes de aquel espect¨¢culo desbordante de l¨¢grimas y lamentos provocado por el accidente que se produjo en Par¨ªs, el 31 de agosto de 1997. Mucha gente recuerda aquellos d¨ªas con un poco de verg¨¹enza. "Fue como una explosi¨®n de catolicismo latinoamericano, al estilo de lo ocurrido a la muerte de Eva Per¨®n", concede Richard Kay, especialista en asuntos de la realeza del Daily Mail, el peri¨®dico de las clases medias profundamente brit¨¢nicas. Los s¨²bditos de Diana que lloraban su p¨¦rdida eran precisamente la gente de a pie que se emociona con las peripecias de East Ender o Coronation Street, series de televisi¨®n que llevan treinta a?os en antena.
La familia real ha preparado un sobrio acto de recuerdo de Diana para el viernes pr¨®ximo
M¨¢s all¨¢ de la masa de libros y pel¨ªculas sobre la princesa, una verdad: los 'paparazzi' la a?oran
La 'princesa del pueblo'. Preocupada por las organizaciones caritativas, los enfermos de sida, las minas antipersonas, Diana construy¨® su imagen popular.
Un matrimonio poco real. La pareja empez¨® a distanciarse en 1984. Una sucesi¨®n de esc¨¢ndalos precedi¨® a la separaci¨®n, en 1992, y al divorcio, en 1996.
Rompecorazones. La joven modosa de familia noble se convirti¨® en la rompecorazones y s¨ªmbolo del estilo y del 'glamour' que le dieron fama mundial
En un pa¨ªs donde las clases populares han aportado poco a la idiosincrasia nacional -construida sobre el patr¨®n de la nobleza estirada y las clases altas, famosas por su impasibilidad emocional-, Diana representaba, con su car¨¢cter efusivo, a una masa sin voz.
Los Windsor nunca calibraron adecuadamente las dimensiones de la figura medi¨¢tica que se hab¨ªa construido, y que crec¨ªa adem¨¢s a costa de la reputaci¨®n de la familia real. Cuando el Mercedes en el que viajaba la princesa junto a Dodi al Fayed, de 42 a?os, hijo mayor del patr¨®n de Harrod's, se estrell¨® contra uno de los pilares del t¨²nel del Alma, en Par¨ªs, Diana llevaba un a?o divorciada del pr¨ªncipe Carlos, del que hab¨ªa comenzado a separarse en diciembre de 1992.
Durante el s¨®rdido litigio previo, la reina de corazones, como se defini¨® a s¨ª misma, hab¨ªa perdido el tratamiento de alteza real, aunque hab¨ªa arrancado a los Windsor una cuantiosa indemnizaci¨®n por los 11 a?os de desastroso matrimonio con Carlos, nada menos que 17 millones de libras (unos 23 millones de euros). Viv¨ªa a su aire, como un eslab¨®n suelto en la r¨ªgida cadena din¨¢stica. Sal¨ªa y entraba sin escolta oficial, porque ella misma la hab¨ªa rechazado, temerosa de que fuera una forma subrepticia de espiarla.
Brown desea evitar que la reina contin¨²e con la tradici¨®n de presentar el plan del Gobierno
Los hijos de Diana han sido cruciales para tapar el bache de popularidad de Isabel II
As¨ª que cuando la noticia de la muerte de Diana lleg¨® aquel domingo de agosto al castillo de Balmoral, los Windsor no consideraron ni siquiera la posibilidad de interrumpir las vacaciones y regresar a Londres. Mary Francis, entonces una de las asistentes de m¨¢s confianza de Isabel II, ha contado recientemente su estupor ante la respuesta que recibi¨® de sus colegas de palacio cuando llam¨® ese d¨ªa desde el extranjero para ofrecer su ayuda: "No te molestes en venir, suponemos que su familia querr¨¢ un funeral privado", le respondieron. En aquellas horas febriles, Francis sinti¨® el temor de que alguno de los diputados republicanos hiciera un llamamiento p¨²blico pidiendo el fin de la Monarqu¨ªa, en vista de la frialdad que mostraban los Windsor hacia la fallecida.
No fue la ¨²nica persona que temi¨® seriamente por el futuro de la instituci¨®n. Pero entre estos ilusos no figuraba Graham Smith, portavoz del Movimiento Republicano brit¨¢nico. "No lleg¨® a producirse una situaci¨®n de riesgo para la Monarqu¨ªa. Nuestro respaldo popular no cambi¨® demasiado. Entonces y ahora hay un 20% de ciudadanos partidarios de un jefe del Estado elegido por sufragio. Desgraciadamente, en este pa¨ªs no ha habido nunca un debate serio sobre la rep¨²blica".
La carrocer¨ªa de la gran m¨¢quina real ha sido aligerada de los aspectos que m¨¢s detesta el pueblo
La familia real se mezcla ahora con la gente y ha reducido un poco el s¨¦quito que la acompa?aba
Si la gigantesca tormenta no trajo vientos republicanos, sirvi¨® al menos para erosionar considerablemente a la Monarqu¨ªa. "Ni siquiera Isabel II se ha librado de las consecuencias de aquel episodio. Su popularidad no es la de hace veinte a?os, y cuando, quiz¨¢ dentro de diez, le suceda en el trono su hijo Carlos, las cosas empeorar¨¢n", vaticina Smith.
Cercados por las masas que les reclamaban de manera confusa y brutal m¨¢s sentimientos y menos rigidez, y espoleados por el terror, los Windsor salieron de su tradicional autismo. Con enorme esfuerzo lograron aparecer conmovidos tambi¨¦n ante la profusi¨®n de flores y mensajes de afecto a Diana. Y lo que es m¨¢s importante, tomaron buena nota de la necesidad urgente de afrontar cambios en la relaci¨®n con sus s¨²bditos. Ni siquiera en aquellos momentos de repudio generalizado la popularidad de la reina descendi¨® por debajo de un 66%. Aun as¨ª, en los despachos del Gobierno de Tony Blair se encendieron todas las alarmas.
Diez a?os despu¨¦s, la crisis parece totalmente superada y el coraz¨®n brit¨¢nico sigue latiendo con la Monarqu¨ªa. Seg¨²n el instituto de encuestas MORI, sus s¨²bditos han devuelto la confianza a Isabel II y su ¨ªndice de popularidad se sit¨²a en un confortable 85%. A esta remontada espectacular ha contribuido un importante trabajo de relaciones p¨²blicas, en el que brilla con especial luz la pel¨ªcula The Queen, de Stephen Frears, donde los acontecimientos de la muerte de Diana y el posterior duelo son vistos desde la ¨®ptica de la soberana. Pero tambi¨¦n ha sido necesario introducir peque?os cambios, modificar siquiera ligeramente la carrocer¨ªa de la gran m¨¢quina real, eliminando aquellos aspectos que, en palabras del republicano Graham Smith, "eran los m¨¢s detestados por la gente".
Hasta hace bien poco, los Windsor pod¨ªan presumir de ser la familia real m¨¢s rancia de Europa. Encerrados en sus palacios y residencias campestres como en torres de marfil, viv¨ªan rodeados por una tupida corte de servidores, asistentes civiles y militares, nobles muchos de ellos, y sin la m¨¢s m¨ªnima noci¨®n del mundo exterior. En su reciente libro Las cr¨®nicas de Diana, la periodista Tina Brown cuenta algunos detalles de los complicados rituales que rigen la vida palaciega, construida en torno a la reina. Cuando su marido, el duque de Edimburgo, quiere cenar con Su Majestad, env¨ªa una nota a trav¨¦s de uno de los pajes del palacio y espera la respuesta.
Al Fayed proclama desde hace diez a?os que el accidente fue un compl¨® de los servicios secretos
Compromiso a los 19 a?os. Nacida el 1 de julio de 1961, Diana Frances Spencer se comprometi¨® a los 19 a?os con el pr¨ªncipe Carlos. "La boda del siglo", se dijo.
Nadie sabe cu¨¢nto ha cambiado por dentro la vida de los Windsor, pero en los ¨²ltimos tiempos han hecho grandes esfuerzos por confraternizar con sus s¨²bditos. Finalmente han comprendido que mantener la corona sobre la cabeza, por m¨¢s que se posean los derechos hereditarios, exige un ejercicio de relaciones p¨²blicas permanente.
"Han aprendido la lecci¨®n de Diana", dice Richard Kay, periodista y amigo de la princesa. "Ahora se mezclan con la gente cuando hacen visitas y han reducido un poco el s¨¦quito gigantesco de militares de uniforme y de miembros de la nobleza que normalmente les acompa?aba. Aun as¨ª son incapaces de tocar a la gente, eso les horroriza".
Los cambios formales han ido acompa?ados de otros m¨¢s importantes con la llegada de Gordon Brown al n¨²mero 10 de Downing Street. El nuevo jefe del Gobierno ha preparado un paquete de medidas para modernizar la Monarqu¨ªa. Su deseo es dar carpetazo a la tradici¨®n de que sea la reina en majestuoso traje de raso, con capa forrada de armi?o, la que lea el programa de gobierno en la sesi¨®n de apertura del Parlamento. Esa tarea corresponde al primer ministro en otras monarqu¨ªas constitucionales del mundo. Y la prerrogativa real que permite a la soberana autorizar a los jefes de Gobierno a firmar tratados y declarar la guerra sin contar con el Parlamento tiene los d¨ªas contados.
La aceptaci¨®n de estos cambios por parte de la Firma (sobrenombre de la familia real brit¨¢nica) ha sido presentada por los seguidores de Diana como uno de los logros de su vida. Uno de sus principales legados. Lo cierto, sin embargo, como recordaba recientemente un editorialista de The Observer, es que la princesa, lejos de ser una modernizadora, deseaba una Monarqu¨ªa humana al estilo casi medieval. En las crudas palabras de un gran experto en el tema, Anthony Barnett, su deseo era regresar "a una Monarqu¨ªa anterior al siglo XVI; una Monarqu¨ªa querida, capaz de curar a los s¨²bditos mediante la simple imposici¨®n de las manos".
Por el contrario, s¨ª puede considerarse crucial en la superaci¨®n del bache entre la reina y sus s¨²bditos la actitud de los hijos de Diana y Carlos, los pr¨ªncipes William (25 a?os) y Harry (22). Sin dejar de aparecer ante el mundo como dos chicos amorosos, hundidos en el dolor por la p¨¦rdida de su madre, ambos se han adaptado perfectamente al ritmo de vida de los Windsor.
Y ambos han apoyado en todo momento a su padre, Carlos, en el delicado episodio de su segundo matrimonio con la amante de toda la vida, Camilla Parker Bowles -celebrado en 2005-. El papel de William y Harry ha sido clave a la hora de restaurar la imagen de unidad de la familia real, especialmente por las buenas relaciones que parecen mantener con la mujer de su padre y, al menos en el caso del mayor, con su abuelo y esposo de la reina, el duque Felipe de Edimburgo.
Como era de esperar, este entendimiento ha levantado ampollas entre los seguidores y admiradores de Diana. "Yo les veo totalmente Windsor, parece que les hubieran lavado el cerebro, no tienen nada de su madre. Est¨¢n pendientes s¨®lo de las cacer¨ªas", opina Patti Hisse, dependienta de la librer¨ªa de la cadena Waterstone's en High Street Kensington, donde Diana compraba sus libros. "Le gustaba mucho todo lo relativo a la astrolog¨ªa. Era una persona c¨¢lida, recuerdo que estuvo en la tienda un par de semanas antes del tr¨¢gico accidente. Por eso me impresion¨® tanto su muerte". Hisse niega pertenecer al c¨ªrculo de admiradores de Diana, pero reconoce que la princesa le ca¨ªa bien. "No era una estirada como su hermana, lady Jane, la que est¨¢ casada con el secretario de la reina, que viene tambi¨¦n por aqu¨ª algunas veces". A Patti le impresionaba, adem¨¢s, la dedicaci¨®n de la princesa a los m¨¢s desfavorecidos.
La Diana compasiva, que abrazaba a ni?os moribundos en Angola, acariciaba a ciegos y tocaba a leprosos, conquistaba portadas y corazones. Encumbrada por los medios de comunicaci¨®n, que establecieron con ella una perfecta simbiosis, una relaci¨®n de intercambio de favores medi¨¢ticos, la princesa lleg¨® a creerse totalmente su personaje. Aprendi¨® a dosificar a la perfecci¨®n los ingredientes que compon¨ªan su persona medi¨¢tica. Reparti¨® el ¨²ltimo verano de su vida entre cruceros de lujo en yates de 20 millones de euros, junto a Mohamed y a Dodi al Fayed, y visitas humanitarias, como la que hizo a Bosnia para denunciar el peligro de las minas antipersona.
Mucho se ha criticado la persecuci¨®n de que fue objeto, sobre todo por parte de los paparazzi de todo el mundo y de los tabloides brit¨¢nicos, pero se olvida que la propia princesa alimentaba el fuego de su mito. Diana llamaba muchas veces a los reporteros para advertirles de sus intenciones de ir a un determinado restaurante o a una tienda. Estuviera donde estuviese, manten¨ªa largas conversaciones telef¨®nicas con sus amigos y conocidos, algunos de ellos periodistas o directamente emparentados con personalidades de la prensa. La cuenta mensual de su m¨®vil (religiosamente pagada por la oficina de su ex marido) pod¨ªa situarse entre las 5.000 y las 10.000 libras (entre 8.000 y 15.000 euros). La periodista Tina Brown, que coincidi¨® con ella en una cena de gala en Estados Unidos, cuenta en su libro c¨®mo Diana le coment¨® entre plato y plato que se sent¨ªa capaz de resolver ella sola el conflicto de Irlanda del Norte. "Soy muy buena en este tipo de cuestiones", le dijo.
Sus amigos apuntan m¨¢s bien a otros logros, al referirse al legado de la princesa. "Lo m¨¢s importante fue su dedicaci¨®n a los enfermos de sida y su denuncia de las minas antipersona, algo que ahora puede parecer f¨¢cil, pero que no lo era en absoluto hace quince a?os. Desgraciadamente, todo ese legado ha quedado un tanto oscurecido por las circunstancias de su muerte y por todas las especulaciones sobre si fue o no un accidente", dice quien fuera su amigo Richard Kay. Se refiere a la infatigable campa?a de Mohamed al Fayed, multimillonario egipcio due?o, entre otras cosas, de los almacenes Harrods, y padre de Dodi, muerto junto a Diana. Al Fayed -un personaje detestado por el establishment, que no ha conseguido un pasaporte brit¨¢nico pese a haber sido condecorado por Francia con la Legi¨®n de Honor- proclama desde hace diez a?os a quien quiera o¨ªrle que el accidente del t¨²nel del Alma no fue tal, sino un asesinato urdido por los servicios secretos brit¨¢nicos a las ¨®rdenes de Felipe de Edimburgo, y con la colaboraci¨®n de agentes de Francia.
La investigaci¨®n judicial francesa determin¨® que la muerte de la princesa y de su novio fue un accidente provocado por el estado de embriaguez del ch¨®fer que conduc¨ªa el autom¨®vil en el que pretend¨ªan llegar al apartamento parisiense de Dodi. Henri Paul, jefe de seguridad del hotel Ritz (propiedad tambi¨¦n de los Al Fayed), enfil¨® el t¨²nel del Alma al doble de la velocidad permitida. La autopsia detect¨® adem¨¢s abundante alcohol en su sangre y restos de medicamentos antidepresivos. Pero nada de esto consigui¨® despejar todas las dudas.
En 2004, a las sospechas de Al Fayed se sumaron las alegaciones hechas por el mayordomo de Diana, Paul Burrell. En uno de los libros sobre la princesa que le han hecho millonario denunci¨® que ¨¦sta le hab¨ªa confesado en una carta sus temores de que intentaran asesinarla, haciendo aparecer el crimen como un accidente de tr¨¢fico. La polic¨ªa brit¨¢nica decidi¨® entonces abrir una investigaci¨®n destinada a desbaratar todas esas hip¨®tesis. Una diligencia que roz¨® aspectos ¨ªntimos de la vida de la princesa para rechazar la alegaci¨®n de Al Fayed de que su hijo y Diana iban a anunciar su compromiso matrimonial cuando se produjo el accidente, y de que ella estaba embarazada.
Las esperanzas de cerrar completamente el caso, como ¨²ltimo tributo a Diana coincidiendo con el d¨¦cimo aniversario de su muerte, han quedado, sin embargo, frustradas. Una d¨¦cada despu¨¦s de aquella madrugada de domingo, todav¨ªa est¨¢ pendiente la investigaci¨®n judicial oficial que se realiza en el Reino Unido sobre cada muerte violenta de un brit¨¢nico en el extranjero. Iniciada en 2006, esta instrucci¨®n a cargo de un coroner (el juez que se ocupa espec¨ªficamente de este tipo de casos) ha sufrido toda clase de avatares. El ¨²ltimo de ellos, la dimisi¨®n del ¨²ltimo coroner asignado, lo que ha obligado a posponer la vista hasta octubre, cuando tomar¨¢ las riendas del caso un cuarto juez.
Al Fayed, motor de todas estas especulaciones, mantiene que el establishment brit¨¢nico no pod¨ªa aceptar ni remotamente la inminente boda de su hijo, Dodi, con la madre del futuro monarca de Inglaterra. De ah¨ª que urdieran la muerte de ambos d¨¢ndole la apariencia de un accidente de autom¨®vil. Nadie est¨¢ en condiciones de afirmar si Diana y Dodi estaban decididos a casarse, tras una relaci¨®n de apenas seis semanas. Antes de conocer a Dodi, en julio de 1997, en las vacaciones organizadas por Mohamed al Fayed a las que Diana y sus hijos se sumaron felices, la princesa hab¨ªa mantenido un largo y secreto romance con un cardi¨®logo de origen paquistan¨ª llamado Hasnat Khan. Una relaci¨®n malograda por el horror de Khan a la publicidad inevitable que presagiaba una vida junto a Diana. La ruptura lleg¨® ese mismo mes de julio, antes de que Diana hiciera las maletas y abordara el jet privado de Al Fayed rumbo a su residencia francesa de Saint Tropez. Su encuentro con Dodi se produjo en un momento de vac¨ªo sentimental, y Diana encontr¨® consuelo en el multimillonario admirador junto al que terminar¨ªa abruptamente su vida.
La muerte de Diana llev¨® el silencio a los palacios de Buckingham, Saint James y Kensington. Con los tabloides en el ojo del hurac¨¢n por las circunstancias de su fallecimiento, los Windsor reclamaron respeto para los pr¨ªncipes William y Harry, y lo obtuvieron. "La prensa les ha dejado en paz. Habr¨¢ que ver qu¨¦ ocurre a partir de ahora, porque William tiene ya 25 a?os y no pueden protegerle eternamente", comenta Kay, para quien el inter¨¦s por los miembros de la familia real ha ca¨ªdo en picado. "Ninguno tiene una personalidad tan atractiva como la de Diana. Por eso se les sigue menos y se publican menos historias sobre ellos. Por un lado es bueno, todo est¨¢ m¨¢s tranquilo, menos revuelto. Pero por otro es malo, porque la Monarqu¨ªa necesita cierta visibilidad para sobrevivir".
La princesa sigue siendo una figura poderosa de la iconograf¨ªa nacional en el Reino Unido. Su vida, y sobre todo su muerte, siguen inspirando libros, algo razonable si se piensa en la abrumadora fama internacional que alcanz¨® y en la desesperaci¨®n provocada por su muerte repentina, a los 36 a?os, tanto en sus compatriotas como en admiradores de todo el planeta. Consciente del poder que encierra a¨²n la memoria de Diana, la familia real brit¨¢nica ha preparado una ceremonia religiosa para recordarla el pr¨®ximo viernes 31 de agosto, coincidiendo con el d¨¦cimo aniversario de su desaparici¨®n.
Ser¨¢ un acto sobrio, en el que el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, leer¨¢ ante unos quinientos invitados dos oraciones dedicadas a Diana. En estos momentos, el ¨²nico motivo de cr¨ªtica para la legi¨®n de adoradores de la princesa es que Camilla Parker Bowles, su gran enemiga, estar¨¢ entre los que tomar¨¢n asiento en la Guards Chapel, justo enfrente del palacio real. La mujer que se interpuso en el matrimonio de Diana con Carlos de Inglaterra se ha convertido, sin mayores problemas, en la segunda esposa del heredero del trono. Pero ni siquiera las cr¨ªticas espor¨¢dicas que publica la prensa han alterado el clima de calma y concordia que rodea este d¨¦cimo aniversario de Diana de Gales.
Una cosa parece cierta: donde m¨¢s se llora su ausencia, m¨¢s que en las calles, en las iglesias, en los palacios o en los hospitales, es en las redacciones de los tabloides. Los paparazzi son los que verdaderamente la a?oran. Los que probablemente nunca la olvidar¨¢n.
Muerte de madrugada tras una jornada fren¨¦tica
EL 30 DE AGOSTO DE 1997, ¨²ltimo d¨ªa de la vida de la princesa de Gales, fue largo y vertiginoso para ella. Comenz¨® en el yate Jonikal, fondeado en las costas de Cerde?a, en la feliz compa?¨ªa de su novio, Dodi al Fayed. Y termin¨® en el hospital parisiense de La Piti¨¦-Salp¨ºtri¨¨re, donde, a las cuatro de la madrugada del 31 de agosto, se certific¨® su muerte. ?A causa de un compl¨® o de un prosaico accidente? La clarificaci¨®n de la manoseada inc¨®gnita ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil si se supiera el motivo del fren¨¦tico ir y venir de la pareja durante las horas previas.
Exponerse, como lo hicieron, a la persecuci¨®n de los paparazzi por las calles de Par¨ªs es un detalle sorprendente, habida cuenta de que todos los relatos coinciden en se?alar la exasperaci¨®n creciente de Dodi por la agresividad de los perseguidores de la prensa rosa. Desde que aterriz¨® en el aeropuerto de Le Bourget el avi¨®n privado en el que viajaron desde Olbia (Cerde?a) a Par¨ªs, a primera hora de la tarde del s¨¢bado 30, la prensa, previamente advertida por sus colegas desde Italia, no dej¨® de perseguirles; ni ellos de moverse.
Tras una primera visita a la villa Windsor, en su d¨ªa residencia de los duques de Windsor ¡ªadquirida y restaurada por Mohamed al Fayed¡ª, Diana y Dodi (36 y 42 a?os respectivamente) se dirigieron al hotel Ritz, en la plaza Vend?me de Par¨ªs. Ocuparon los asientos traseros del Mercedes negro blindado, con cristales tintados, que utilizaba Dodi cuando estaba en Par¨ªs, conducido por su ch¨®fer habitual, Philippe Dourneau. En el hotel descansaron unas horas en la suite Imperial. Dodi hizo una breve escapada para recoger de manos del joyero Repossi un anillo que pensaba regalar a Diana.
Hacia las siete de la tarde, pese a la indeseada escolta de fot¨®grafos, la pareja abandon¨® el Ritz en el mismo coche, camino del apartamento de Dodi, en la calle Ars¨¨nne-Houssaye. En el piso reposaron un rato. Pero a las 21.45 cogieron el Mercedes para desplazarse al restaurante Chez Ben?it, elegido por Dodi. A medio camino cambi¨® de idea, irritado por los fot¨®grafos que les persegu¨ªan, y dio instrucciones al ch¨®fer para volver al Ritz. Despu¨¦s de cenar en el hotel, la pareja se prepar¨® para regresar al apartamento de Dodi. Absurdamente, en lugar de subirse en el Mercedes blindado conducido por su ch¨®fer, Philippe Dourneau, Dodi decidi¨® cambiar de coche ¡ªal menos seg¨²n el testimonio de los dos guardaespaldas de Al Fayed que le acompa?aban. Su intenci¨®n era enga?ar a los fot¨®grafos, haci¨¦ndoles creer que viajaban con Dourneau, que les esperaba en la puerta principal, mientras ellos abandonaban el Ritz por la puerta trasera, a bordo de otro Mercedes, alquilado a una agencia de limusinas que trabajaba en exclusiva para el hotel. Este autom¨®vil lo condujo Henri Paul, jefe de seguridad del Ritz, que hab¨ªa terminado su jornada, pero que regres¨® encantado, seg¨²n unas versiones, ante la llamada de su jefe; seg¨²n otras, avisado por sus empleados, de acuerdo con sus propias instrucciones. Paul no era conductor profesional ni ten¨ªa licencia para este tipo de autom¨®viles.
Henri Paul es, sin duda, la figura m¨¢s enigm¨¢tica en toda la historia del tr¨¢gico accidente que cost¨® la vida a Diana de Gales y a Dodi al Fayed. La persona en la que confluyen los datos m¨¢s contradictorios. Soltero, de 41 a?os, la polic¨ªa brit¨¢nica descubri¨® que manten¨ªa contactos con los servicios secretos franceses (algo no muy extra?o, dado el cargo que ten¨ªa en el Ritz) y que poco antes de morir hab¨ªa ingresado una fuerte suma de dinero en met¨¢lico en una de las quince cuentas bancarias que pose¨ªa. Y el detalle m¨¢s extraordinario: cuando lleg¨® aquella noche al hotel, Paul iba bebido. Y sigui¨® haci¨¦ndolo. Sus colegas del Ritz no notaron, sin embargo, algo anormal en su comportamiento; tampoco los guardaespaldas de Dodi. Pero los paparazzi que esperaban fuera, y con los que sali¨® a parlamentar varias veces, consideraron su conducta extra?a, incoherente e incomprensible.
A las 0.19 del domingo 31 de agosto, el coche de alquiler, conducido por Henri Paul, abandon¨® la Rue Cambon con sus pasajeros a bordo. Junto al ch¨®fer, el guardaespaldas de los Fayed, Trevor Rees-Jones. Detr¨¢s, Dodi y la princesa. Unos pocos minutos despu¨¦s, el veh¨ªculo enfilaba a gran velocidad el t¨²nel del Alma. Al entrar, el Mercedes intent¨® evitar un Fiat 1 blanco que circulaba mucho m¨¢s despacio. No lo logr¨® completamente y el Mercedes roz¨® al turismo, que dej¨® una huella de pintura en el lado derecho del coche. (Nunca han sido localizados aquel autom¨®vil ni su conductor, pese al lujo de medios empleados en la investigaci¨®n oficial francesa).
Para en tonces, Paul hab¨ªa perdido el control del autom¨®vil, que se estrell¨® contra el decimotercer pilar de hormig¨®n del t¨²nel. Dos de sus ocupantes murieron en el acto. El cuerpo de Diana qued¨® ca¨ªdo en el suelo del coche, en sentido contrario al de la marcha, con la cabeza encajada entre los asientos delanteros. Aunque fue atendida casi de inmediato por un m¨¦dico que circulaba en su coche, tard¨® hora y media en llegar al hospital, debido a su estado. El golpe le hab¨ªa desplazado el coraz¨®n hacia la derecha, desgarrando la vena pulmonar. Muri¨® a las cuatro de la madrugada del 31 de agosto. Dodi al Fayed fue llevado a la morgue, donde lo recogi¨® su padre, Mohamed, al amanecer. Oficialmente, fue un accidente. Los cabos sueltos siguen ah¨ª.
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