N¨¢ufragos
Las turbinas del Europa se detuvieron con un sonido ronco. Sus 1.100 camarotes de lujo se escoraron levemente hacia estribor, donde se acumulaba el pasaje, movido por la curiosidad. Abajo, el oleaje amenazaba con hundir los restos de una embarcaci¨®n harapienta, con 30 africanos a bordo. Alcanzaron la cubierta Windsor del crucero en buen estado f¨ªsico, entre los aplausos y la emoci¨®n l¨®gica de los pasajeros. El capit¨¢n les dio formalmente la bienvenida al Europa antes de hacer que se retiraran a descansar. "La ley del mar", pens¨® para sus adentros, "se escribe hoy con la caligraf¨ªa limpia de la solidaridad".
Pero pronto comenzaron los problemas. Un delegado de la compa?¨ªa traslad¨® su preocupaci¨®n al capit¨¢n de la nave. S¨®lo quedan libres cabinas de primera clase y cinco suites en la cubierta Neptuno. El capit¨¢n no alcanzaba a ver el problema, as¨ª que tuvieron que explic¨¢rselo. Puede que al pasaje no le parezca bien que, sin haber pagado, los africanos se alojen en camarotes de categor¨ªa superior a la de los suyos. Tal vez deber¨ªan trasladar a algunos de los pasajeros de clase turista a las de lujo y alojar a los n¨¢ufragos en los camarotes que queden vac¨ªos. El capit¨¢n trat¨® de recordar qu¨¦ dec¨ªa la ley del mar al respecto, pero no consigui¨® recordarlo.
"Una cosa es que les salvemos la vida, y otra, que se queden con nuestros 'jacuzzis' y con nuestras hijas..."
Los problemas empezaron cuando comenzaron a comerse el pat¨¦ con mermelada
El departamento de relaciones p¨²blicas de la compa?¨ªa se reuni¨® con car¨¢cter de emergencia en su sede de Ginebra. No pod¨ªan permitir que los inmigrantes caminaran en harapos por el crucero, por lo que miembros de la tripulaci¨®n les acompa?aron a las boutiques de la cubierta Milano, donde cada uno de ellos podr¨ªa elegir una camisa, un pantal¨®n y algo de calzado. Elegantemente vestidos de Armani y Ralph Laurent, paseaban por las cubiertas del Europa, ya recuperados. En los ojos del pasaje reconocieron el respeto, la conmiseraci¨®n y el miedo. Les hicieron muchas fotograf¨ªas, y en todas sonrieron.
Los n¨¢ufragos fueron repartidos esa noche entre las mesas de los invitados, en las que fueron recibidos con diversos grados de entusiasmo. Un experto en materia de inmigraci¨®n, que disfrutaba de unas merecidas vacaciones con su esposa e hijos, explicaba a Khaled, mientras serv¨ªan los entrantes, la necesidad de las leyes de extranjer¨ªa y los cupos de entrada, los efectos de los planes de regulaci¨®n a medio y largo plazo y las perniciosas consecuencias del efecto llamada, pero Khaled no parec¨ªa comprenderle y se disculpaba por ello; a fin de cuentas, nunca recibi¨® educaci¨®n, una guerra parti¨® en dos su adolescencia, y la miseria en su pa¨ªs hizo que nunca antes pudiera salir al extranjero.
En todo caso, en la mayor parte de las mesas se estuvo de acuerdo en que era la necesidad la que les hac¨ªa arriesgarlo todo en el mar, y hubo consenso en cuanto a lo necesaria que era su presencia en nuestros pa¨ªses. A fin de cuentas, se dijo tambi¨¦n, alguien tiene que hacer el trabajo de mierda que nadie quiere hacer ya en Europa. Y adem¨¢s elevan nuestro ¨ªndice de natalidad, a?adi¨® alguien en otra mesa, comentario ¨¦ste que obtuvo la aprobaci¨®n de todos.
Los problemas empezaron cuando comenzaron a comerse el pat¨¦ con mermelada que el servicio del barco reparti¨® por las mesas. Y no hicieron m¨¢s que agudizarse cuando la hija adolescente de un empresario franc¨¦s comenz¨® a mostrarse m¨¢s atra¨ªda de lo que la ley del mar recomienda por la ingenua voracidad de Adewale, un subsahariano musculoso de piel negra, casi azul, al que la camisa Ralph Laurent le sentaba, y en eso hubo tambi¨¦n consenso, m¨¢s que bien. "Me parece bien que eleven nuestro ¨ªndice de natalidad, pero no a costa de mi hija", debi¨® de pensar la madre de la atractiva joven antes de cambiarla de asiento, alej¨¢ndola de las aguas territoriales del africano y su poderosa influencia.
Para los postres, mientras el capit¨¢n daba la bienvenida a los reci¨¦n llegados al Europa con un micr¨®fono, el equipo de relaciones p¨²blicas reorganizaba las mesas agrupando a todos los n¨¢ufragos en una, con el ¨²nico fin de evitar problemas de orden intercultural.
Los africanos disfrutaron as¨ª del postre en su particular gueto de hilo blanco. Luego fueron conducidos a la discoteca Rumor Latino. All¨ª, Adewale busc¨® los ojos de la hija del empresario franc¨¦s y encontr¨® sus manos. Se besaron en la cubierta Tudor, bajo una luna que impresion¨® al n¨¢ufrago por lo mucho que se parec¨ªa a la que hab¨ªa dejado atr¨¢s, en el cielo de su pa¨ªs.
Mientras tanto, una delegaci¨®n de pasajeros se reun¨ªa con el responsable de la compa?¨ªa. "Una cosa es que les salvemos la vida, y otra, que se queden con nuestros jacuzzis y con nuestras hijas", vinieron a decirle, aunque utilizaron otras palabras. "La ley del mar est¨¢ muy bien, pero interfiere con las leyes del mercado", resumi¨® el comercial cuando plante¨® al capit¨¢n el nuevo escenario, as¨ª lo llam¨® ¨¦l. Poco despu¨¦s, los inmigrantes eran trasladados a uno de los almacenes de carga del barco, donde pasar¨ªan su primera noche en el Primer Mundo.
Y a la ley del mar pronto le sucedi¨® la ley de la tierra.
Todos en la cubierta Mare Nostrum aplaudieron a los inmigrantes mientras descend¨ªan, vestidos a¨²n de Armani, por la pasarela del barco. Khaled sonre¨ªa agradecido, mientras sus grandes ojos oscuros ve¨ªan frente a ¨¦l a las autoridades locales que aguardaban en el muelle, y que pronto habr¨ªan de devolverles a su pa¨ªs en guerra.
Cuando all¨ª le preguntan hoy c¨®mo es Europa, Khaled nunca contesta: piensa que no le van a creer. Pero recuerda a menudo la tarde que les llevaron al puente de mando del Europa y pregunt¨® al capit¨¢n hacia d¨®nde iban cuando les encontraron. "A ninguna parte", respondi¨® ¨¦ste desconcertado. "El Europa es un crucero de placer", a?adi¨®, y aunque trat¨® de evitarlo, son¨® a disculpa. Khaled acept¨® educadamente la explicaci¨®n, pero no la comprendi¨®. "A ninguna parte", pens¨® inquieto para s¨ª: "los n¨¢ufragos son ellos".
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