Mi Estambul secreto
El escritor turco y premio Nobel de Literatura regresa, asomado desde su ventana, a las tiendas donde compraba chicles y c¨®mics cuando era ni?o. Aromas de la vieja ciudad y de la nueva. Del bullicio permanente, el caos de sus comercios o la transformaci¨®n de sus plazas. ?D¨®nde reside el misterio de esta megal¨®polis legendaria?
Nac¨ª en Estambul. Exceptuando los tres a?os que pas¨¦ en la ciudad de Nueva York, no he vivido en ning¨²n otro lugar. A mis 53 a?os, estoy viviendo de nuevo en los apartamentos Pamuk que mis abuelos construyeron para nuestra gran familia cuando yo era ni?o. En las tardes de verano, cuando me asomo a la ventana y miro entre el balanceo de las ramas de los viejos pl¨¢tanos que bordean la avenida Tesvikiye, puedo ver las luces de Aladdin, la tienda donde mi padre compraba sus cigarrillos y los peri¨®dicos y donde yo iba a por chocolate, chicles, pistolas de agua, relojes de pl¨¢stico y a por el ¨²ltimo ejemplar del c¨®mic Tom Mix.
Cuando era ni?o, Estambul era una tranquila ciudad de provincias con una poblaci¨®n de un mill¨®n de habitantes; medio siglo despu¨¦s es una metr¨®poli 10 veces mayor, rodeada de barrios desconocidos y distantes en los que nunca he estado y cuyos nombres s¨®lo conozco por los peri¨®dicos. Cuando me asomo a la ventana, me cuesta aceptar que estas poblaciones de la periferia son una parte de mi ciudad. Ni siquiera en mis sue?os habr¨ªa esperado que las calles de mi ni?ez fueran tan bulliciosas como lo son hoy. Pero cuando uno est¨¢ tan unido a una ciudad como yo lo estoy a Estambul, acabas por aceptar su destino como el tuyo propio; llegas a verla casi como una extensi¨®n de tu propio cuerpo, de tu propia alma. As¨ª que cuando ante mis ojos veo el cambio de las calles, de las tiendas y de las plazas -y durante las ¨²ltimas d¨¦cadas he visto los cines, las librer¨ªas y las jugueter¨ªas m¨¢s importantes de mi ni?ez cerrar sus puertas-, reacciono igual que cuando veo a mi propio cuerpo envejecer. Tras el estupor inicial, me resigno ante mi nuevo aspecto.
Cuando veo el cambio de sus calles reacciono igual que cuando veo mi propio cuerpo envejecer
?Puede una ciudad tener alma? Si la tiene, ?de qu¨¦ est¨¢ hecha?
El secreto de Estambul que incluso los que vivimos aqu¨ª no la entendemos, desaf¨ªa cualquier clasificaci¨®n
?Puede una ciudad tener alma? Si la tiene, ?de qu¨¦ est¨¢ hecha? El alma de una ciudad, ?se forma por su tama?o, su cultura y su historia, o nace de la imagen que sus calles y sus edificios imprimen en nuestras mentes? M¨¢s a¨²n, el alma de una ciudad ?depende de lo bulliciosa que es o de lo vac¨ªa que est¨¢? ?De la bruma o del calor? ?Est¨¢ en el r¨ªo que la cruza o -como en el caso de Estambul- en el mar que la divide en dos? ?D¨®nde sentimos su alma con m¨¢s intensidad? ?Cuando la vemos desde lo alto de una colina? ?Cuando pasamos por un paso subterr¨¢neo? ?Cuando nuestros o¨ªdos escuchan el alboroto de la ciudad? ?Cuando nos pica la nariz por su aire h¨²medo y sucio? Quiz¨¢ cuando todos estamos acostados oyendo c¨®mo la ciudad duerme como un viejo animal cansado y escuchamos el sonido de la sirena de niebla en el B¨®sforo. En mi opini¨®n, el alma de una ciudad cambia cuando la ciudad cambia. El Estambul nuevo y opulento de hoy no es la ciudad melanc¨®lica que conoc¨ª de ni?o.
Pero incluso hoy me habla de soledad. En las tardes de verano, el alma de la ciudad est¨¢ en sus anticuados autobuses que circulan con dificultad entre nubes de polvo, humo y contaminaci¨®n mientras llevan a los sudorosos pasajeros a sus casas; est¨¢ en la nube de niebla que cubre la ciudad y que, al atardecer, se torna entre naranja y p¨²rpura, y en la luz azul que sale de millones de ventanas cuando, casi al mismo tiempo, la ciudad enciende sus televisiones -y justo en el mismo instante en que las mujeres de toda la ciudad fr¨ªen berenjenas para la cena-. A mediod¨ªa, en los tranquilos y fr¨ªos d¨ªas de oto?o, cuando la ciudad est¨¢ en plena actividad, el alma de la ciudad reside en un solitario y ocupado hombre que pesca mientras su viejo barquito se balancea sobre la estela de los transbordadores y de los grandes cargueros que circulan por el B¨®sforo.
Todos los habitantes de Estambul son de fuera y, por tanto, todos est¨¢n solos. En 1453, cuando llegaron los turcos -o mejor dicho, los otomanos, ya que hab¨ªa cristianos en su Ej¨¦rcito-, se encontraron con una ciudad que les esperaba. Y, por definici¨®n, eran, por tanto, reci¨¦n llegados. Durante su reinado de 500 a?os, llegaron otomanos procedentes de los m¨¢s diversos pa¨ªses y culturas; por tanto, tambi¨¦n ellos eran de fuera. Cuando una ciudad pasa de una poblaci¨®n de un mill¨®n a diez millones en un periodo de 50 a?os, las nueve d¨¦cimas partes de sus habitantes tienen que contarse tambi¨¦n como for¨¢neos. Por eso, cada vez que entablo una conversaci¨®n con alguien en la calle, en un autob¨²s o en uno de los taxis compartidos, conocidos como dolmu, la primera pregunta que me hacen, despu¨¦s de quejarnos del tiempo, es de d¨®nde soy. Si admito, un tanto avergonzado, que soy de Estambul, me preguntan con cierta sospecha sobre el padre de mi padre y sobre los parientes de mi madre.
El gran secreto de Estambul es que incluso los que vivimos aqu¨ª no la entendemos, y no la entendemos porque desaf¨ªa cualquier clasificaci¨®n. Pasear por sus bulliciosas calles es sentir la historia bajo nuestros pies, pero incluso cuando recordamos que antes de nosotros estuvieron otras grandes civilizaciones, tambi¨¦n nos damos cuenta de que no nos pertenecen. Esto es lo que le da a la ciudad ese aire extranjero.
Podr¨ªa incluso decir que su alma reside en su rechazo a ser clasificada o comprendida racionalmente. En efecto, ¨¦sta es la conclusi¨®n que saqu¨¦ de la Enciclopedia de Estambul, el singular y heroico proyecto del conocido historiador Resat Ekrem Ko?u, que empez¨® a escribir en los cincuenta y que dej¨® inacabada porque no pas¨® de la letra H. Lejos de aportar datos claros sobre la ciudad, el autor a?adi¨® confusi¨®n al escribir sobre sus pasiones secretas y las "excentricidades" de Estambul, a lo que a?adi¨® un entra?able y extenso relato sobre sus compa?eros de borracheras favoritos.
Desde mi ni?ez, las tiendas antiguas de la ciudad me han parecido el ejemplo m¨¢s elocuente de este desorden. Cuando estoy en una parfumerie -si prefiere, llam¨¦mosla farmacia- y miro a mi alrededor, al surtido de botellas de colores, de cajas y de tarros, me parece que el alma de la ciudad no s¨®lo surge de su historia, sino de la suma de las pasiones y sue?os de todos los que alguna vez han vivido aqu¨ª. Igual que las tiendas de Beyoglu -aparentemente turcas, pero griegas y armenias en el fondo- a las que iba con mi madre cuando era peque?o y que me recuerdan a todas esas antiguas culturas que han ido formando la nuestra y cu¨¢n desconocida e incre¨ªblemente rica ha sido su influencia. En Estambul, cada objeto guarda su propia historia secreta.
? Traducci¨®n de Virginia Solans.
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