Cervantina
Perd¨®nenme pero en este mi Osco particular donde me encuentro disfrutando del dormir bien y del m¨¢s llover no tengo a mano una edici¨®n de El Quijote, as¨ª que ya me corregir¨¢n si no es en el cap¨ªtulo IX de la primera parte donde don Quijote emite la famosa frase de "Con la iglesia hemos dado, Sancho", aunque, se lo advierto, ya me he asegurado por Internet. Pues bien, la frase de marras es m¨¢s famosa por su tergiversaci¨®n, que desliza un amigo y una tendenciosa may¨²scula donde nunca la hubo -"Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho"- para indicar que hay que andarse con cuidado y no pasar adelante en temas donde ande la Iglesia -o cualquier iglesia por extensi¨®n-, sentido que no est¨¢ en la frase original y mucho menos si se atiende al contexto. Les refresco la memoria, espoleado por la mentira de Sancho que dice haber visto a la sin par Dulcinea, don Quijote, mentira que da realidad a su enso?aci¨®n, pone rumbo al Toboso confiando que Sancho le gu¨ªe hasta el palacio de tan alt¨ªsima princesa.
Llegados al pueblo bien entrada la noche, tienen dificultades para orientarse y tampoco encuentran a nadie a quien preguntar (un truco genial del narrador para evitar que don Quijote se desenga?e ante la profusi¨®n de testimonios contra la existencia de su amada que a buen seguro hubiera recolectado; o no, o no se hubiera desenga?ado como no lo hace cuando le llueven multitud de ment¨ªs en distintas andanzas), por lo que se dirigen hacia lo que parece un palacio o alc¨¢zar con su gran torre del homenaje y que resulta ser la iglesia m¨¢s grande del lugar, lo que impulsa al campe¨®n de La Mancha a reconocer que han dado con la iglesia y no con el palacio, seguramente para evitar que sus aventuras le llevaran por una senda un tanto comprometida de haber seguido porfiando en que aquello era castillo, como porfi¨® con los molinos de viento y con la venta.
?A qu¨¦ viene esta evocaci¨®n cervantina? Pues no s¨¦ si a nada o si a poco pero siempre es grato perderse en ellas, en las p¨¢ginas del de la Triste Figura, digo. Aunque reconozco que s¨ª hay un prop¨®sito mal¨¦volo en esta mi incursi¨®n. Lo que sucede en el episodio citado es pura y llanamente que, por las razones que sean (psicol¨®gicas -es decir, inherentes a la l¨®gica del personaje- o narrativas, es decir en orden a la econom¨ªa del relato), don Quijote se topa con la dura realidad cuando lo que iba persiguiendo era un sue?o. ?Y esta situaci¨®n no les recuerda a lo que est¨¢ sucediendo en Catalu?a? Pues lo siento, a m¨ª s¨ª. Despu¨¦s de haber estado reivindicando durante a?os y m¨¢s a?os el sue?o de ser naci¨®n -y haberlo conseguido por lo menos provisionalmente (habr¨¢ que ver qu¨¦ resuelve el Constitucional) con el Estatuto- los catalanes se han dado cuenta de que existen cosas llamadas carreteras, apagones, cancelaciones de trenes, atascos en su aeropuerto, etc. Es lo que pasa cuando se piensa en nacionalista, que la persecuci¨®n de la identidad so?ada hace que uno se olvide de los baches, de los baches literales, no de los figurados, y se van las legislaturas en despachar agravios comparativos, ver qui¨¦n la suelta m¨¢s grande -¨¦l tama?o s¨ª importa-, victimizarse en el alma (no por un vulgar colapso tras otro en las autopistas) y gastarse los cuartos en las se?as de identidad ya sea con pol¨ªticas ling¨¹¨ªsticas ya con mostrar al mundo una fachada progre de fant¨¢sticos edificios y urbanizaciones ejemplares que ocultan un patio trasero de carreteruchas y muchas m¨¢s carencias a las que nadie quer¨ªa descender porque para eso est¨¢n los olimpos de la sustancia nacional.
Pero resulta que esta sustancia no era ni el man¨¢ ni el elixir de la eterna juventud de las comunicaciones ni siquiera la p¨®cima de Asterix contra los romanos, como han descubierto para su horror los catalanes, no para su sorpresa porque ten¨ªan los pies en el suelo tanto que s¨®lo sus pol¨ªticos y sus correspondientes clientelas m¨¢s alg¨²n despistado creyeron necesaria una revisi¨®n del Estatuto. Pero no creo que les consuele, amigo Sancho.
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