Imperios y decadencias
Quien conozca la fluida y amena prosa de ese gran erudito y parlanch¨ªn rom¨¢ntico que fue Thomas de Quincey (1785-1859) no se extra?ar¨¢ de un libro -que en su origen fue una serie de siete art¨ªculos publicados en una revista, entre 1834 y 1838- que pasa revista con saber y sin pedanter¨ªa nada menos que al concepto hist¨®rico de "c¨¦sar" y a todos los c¨¦sares del Imperio Romano, desde Cayo Julio -el primer y gran C¨¦sar que deshizo la Rep¨²blica y abri¨® la empresa imperial- hasta R¨®mulo Aug¨²stulo, con quien acaba el Imperio Romano de Occidente, ya que sigui¨® Bizancio. De Quincey (que se basa en Suetonio y en los historiadores menores de la llamada "Historia Augusta") no quiere hacer historia can¨®nica. Yo dir¨ªa que pretende entretener e ilustrar, corrigiendo a veces al serio y monumental Gibbon al que tambi¨¦n tiene en cuenta, deteni¨¦ndose en las vidas, la psicolog¨ªa y el car¨¢cter (es decir, m¨¢s lo ¨ªntimo que lo externo) de los principales c¨¦sares romanos. A todos los menciona, pero s¨®lo dedica espacio a los grandes (Cayo Julio, Augusto, Adriano, Marco Aurelio), a los depravados (Cal¨ªgula, Ner¨®n) y a los decadentes.
Seg¨²n c¨¦lebre opini¨®n de Gibbon, la ca¨ªda del Imperio Romano empieza con C¨®modo, el apuesto hijo de Marco Aurelio, muy aficionado a los juegos de gladiadores, y que muri¨® asesinado como casi todos los ¨²ltimos emperadores, en esa compleja lucha entre el Senado (que seg¨²n De Quincey pens¨® en reimplantar la Rep¨²blica), los sucesores de los c¨¦sares asesinados y las facciones de un ej¨¦rcito important¨ªsimo que a la postre tuvo que luchar en el frente oriental, contra los persas, y en el frente norte contra germanos y godos -primero llamados "getae"- hasta que todo fue desmoron¨¢ndose. Para De Quincey la verdadera decadencia llega despu¨¦s de Diocleciano (todav¨ªa un gran emperador) cuando se teme la corona imperial -"corona de espinas" la llama nuestro autor- mucho m¨¢s que se desea. T¨¢cito -sucesor de Aureliano- fue obligado pr¨¢cticamente ya anciano a ser emperador, cuando ¨¦l hubiese preferido continuar en su palacio senatorial.
Los c¨¦sares es un libro de sa
bia y amen¨ªsima erudici¨®n (algo que quiz¨¢ hoy falte) y que traza un espl¨¦ndido retrato del colosal y singular Imperio de Roma, vario en hombres y etapas. Probablemente el subconsciente europeo no ha hecho otra cosa que intentar reedificar aquel imperio.
Aunque De Quincey no lo tenga en cuenta el Imperio Romano de Oriente (tambi¨¦n con una larga decadencia) subsisti¨® como Imperio Bizantino hasta la ca¨ªda de Constantinopla en 1453. La Grecia moderna -liberada de los turcos- se considera su leg¨ªtima heredera, pues sus habitantes aunque se titulaban "romanos" hablaban griego. Pero la Rusia de los zares (que hered¨® de Bizancio religi¨®n y arte) ha disputado o compartido con los griegos tal herencia. Ello se muestra en el gran vestigio bizantino que fue -y es- la pen¨ªnsula del Monte Athos, un conjunto de monasterios ortodoxos medievales, vetados a las mujeres, donde conviven monjes griegos y rusos. Para unos Athos es un puro reducto medieval arcaizante, para otros la singularidad espiritual de cenobitas y ascetas (esa espiritualidad que tanto inquiet¨® al postrer Tolst¨®i) vive en ese conjunto aislado de altos y apartados monasterios. Selma Ancira ha reunido con acierto esos dos testimonios contrapuestos y complementarios de sendos viajes a Athos a fines del XIX. Eug¨¨ne Melchior de Vog¨¹¨¦ (1848-1910) fue un diplom¨¢tico que hizo de puente cultural entre Rusia y Francia. Viaja a Athos en 1875 y relata (dentro de un m¨¢s amplio libro de viajes) sus impresiones de aquel universo atrayente y arcaico. Por el contrario, el cr¨ªtico ruso Nikol¨¢i Str¨¢jov (1828-1896), amigo de Le¨®n Tolst¨®i, y part¨ªcipe de muchos de sus dilemas, viaja a Athos en 1889 y en un texto m¨¢s breve pero de otra coloraci¨®n (m¨¢s introspectivo) nos narra su maravillada experiencia de un lugar santo donde a¨²n vive el esp¨ªritu. Monjes que pasan la jornada entera cantando y rezando y que no tienen apenas tiempo para m¨¢s -en un paisaje maravilloso- impresionan al ruso y casi escandalizan al franc¨¦s. El Imperio Romano de Oriente vive a¨²n en la iglesia ortodoxa.
Los c¨¦sares. Thomas de Quincey. Traducci¨®n de Jordi Doce. Alba. Barcelona, 2007. 269 p¨¢ginas. 18 euros. Dos viajes al Monte Athos. Eug¨¨ne Melchior de Vog¨¹¨¦ y Nikol¨¢i Str¨¢jov. Traducci¨®n de David Stacey y Selma Ancira. Acantilado. Barcelona, 2007. 145 p¨¢ginas. 13 euros.
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