No toquen el incunable
La digitalizaci¨®n de fondos podr¨ªa prevenir los robos en la Biblioteca Nacional
En varios meses, s¨®lo una persona pidi¨® consultar la Cosmograf¨ªa de Claudio Ptolomeo, impresa en 1482, que custodia la Biblioteca Nacional. Para la mayor¨ªa, la noticia de su existencia coincidi¨® con la de su robo. Mejor dicho, con el descubrimiento de que, de sendos ejemplares id¨¦nticos, faltaban dos grabados que describen la geograf¨ªa del mundo, seg¨²n Ptolomeo, astr¨®nomo y ge¨®grafo, que vivi¨® en Alejandr¨ªa en el siglo II y pasa por ser el padre de la
geograf¨ªa.
Un golpe tremendo para una instituci¨®n de tanta solera, que acumula un vasto patrimonio. La Nacional es una de las grandes bibliotecas del mundo, comparable s¨®lo a la British Library, a la Biblioteca Nacional Francesa, a la Municipal de Nueva York o a la del Congreso de Washington, por poner algunos ejemplos. Fundada por Felipe V en el siglo XVIII, re¨²ne los fondos bibliogr¨¢ficos de los Austrias, los que aport¨® el primer monarca Borb¨®n y los que se han ido sumando despu¨¦s, especialmente en el siglo XX. En el reinado de Isabel II dej¨® de ser Biblioteca Real para abrirse al p¨²blico. Una gran noticia que representaba tambi¨¦n un gran reto: ?c¨®mo gestionar la instituci¨®n?, ?con una pol¨ªtica de puertas abiertas, ausencia de controles, con todos los riesgos que eso representa, o con una pol¨ªtica de rigor, primando la seguridad?
Las desapariciones eran frecuentes hasta 1986, cuando se implant¨® el control de seguridad
Reg¨¤s alega que digitalizar los fondos -"la soluci¨®n por la que apostamos"- es demasiado caro
Su ¨²ltima directora, la escritora Rosa Reg¨¤s, pareci¨® apostar por lo primero, obsesionada con abrir la instituci¨®n a la gente, y quiz¨¢ habr¨ªa triunfado en su empe?o de no ser por el robo de los dos grabados, incluidos en dos valiosos incunables (libros impresos en los primeros a?os de existencia de la imprenta, hasta 1500).
Son joyas que se encuentran a disposici¨®n de cualquiera en posesi¨®n de un carn¨¦ de investigador de los que otorga la biblioteca con cierta facilidad. Y es que, mientras el esc¨¢ndalo pol¨ªtico crec¨ªa, por la cabeza de muchos expertos rondaba una pregunta: ?es sensato prestar estas reliquias a la gente, por muy investigadora que sea, cuando est¨¢ demostrado que no es posible velar por su seguridad al cien por cien? En la sala Cervantes, de donde fueron sustra¨ªdos los mapas, no se custodian s¨®lo incunables o libros antiguos, sino tambi¨¦n textos raros, como un gui¨®n de cine redactado por Federico Garc¨ªa Lorca en el papel de un hotel de Cuba. ?No ser¨ªa m¨¢s sensato concentrar las energ¨ªas en digitalizarlo todo y permitir las consultas s¨®lo en este soporte?
Hay quien piensa que el contacto con el libro es imprescindible para el investigador verdadero. Pero ese argumento no choca tampoco con la digitalizaci¨®n de fondos, que es ya una realidad en algunas de las bibliotecas m¨¢s importantes del mundo.
"Es la soluci¨®n a la que apuntamos desde un principio", dice Reg¨¤s, que acaba de abandonar la direcci¨®n. "Llev¨¢bamos dos a?os trabajando en la digitalizaci¨®n de incunables, pero no es f¨¢cil. Adem¨¢s, ?de d¨®nde ¨ªbamos a sacar el dinero, los miles de millones de pesetas que cuesta un trabajo as¨ª? Se puede recurrir a Google, pero no me parece que se deba contar con una empresa privada para algo as¨ª". En la biblioteca hay quien le reprocha, sin embargo, haber gastado fuertes sumas en organizar eventos tan discutibles como El Quijote hip
hop, una versi¨®n rapera que se escenific¨® en la escalinata de entrada coincidiendo con el cuarto centenario de la publicaci¨®n de la obra inmortal de Cervantes, en 2005.
Aun as¨ª, la ex directora considera que los riesgos de sufrir un robo son similares en todas las grandes instituciones de este tipo. De hecho, la Nacional ha sido v¨ªctima de sistem¨¢ticos saqueos a lo largo de su vida. "Hasta hace unas pocas d¨¦cadas era frecuente que los historiadores de fama se llevaran legajos a su casa", dice ?ngel Alloza, historiador e investigador del CSIC, que conoce a fondo el mundillo.
Las cosas cambiaron con la llegada a la direcci¨®n del historiador Juan Pablo Fusi, en 1986. Fusi hizo instalar controles electr¨®nicos en entradas y salidas, contrat¨® un equipo de guardias de seguridad, hizo unificar los carn¨¦s y endureci¨® las condiciones para otorgarlos. El ex director recuerda la sorpresa general cuando se pusieron en marcha todas aquellas medidas. "Los primeros d¨ªas se detect¨® una cifra asombrosa, una media de cinco o seis personas diarias que se llevaban libros de la biblioteca".
Dos a?os despu¨¦s recibi¨® una llamada de la polic¨ªa, que le inform¨® de que se hab¨ªa identificado a un asiduo visitante de la instituci¨®n como el autor de numerosos robos de libros. El sujeto en cuesti¨®n, un hombre conocido y estimado por ujieres y funcionarios, se hab¨ªa llevado m¨¢s de 250 libros antiguos de las salas a lo largo de unos pocos a?os. Un bot¨ªn valorado en 1.000 millones de pesetas de las de entonces (seis millones de euros). Temerosos de la investigaci¨®n policial, algunos ladrones ocasionales abandonaron bolsas con libros sustra¨ªdos en los jardines de la biblioteca.
Despu¨¦s de lo que ha vivido, Fusi es totalmente partidario de digitalizar los fondos. "Es algo prioritario", dice, aunque reconoce que los presupuestos de Cultura suelen ser cicateros. El historiador Alloza apunta a otro factor clave para explicar los problemas de la instituci¨®n. "A los espa?oles nos falta inter¨¦s y respeto por nuestro propio patrimonio". Por eso no le extra?a que los incunables robados llevaran meses sin ser consultados cuando se produjo el robo. "Hace a?os, cuando preparaba mi tesis doctoral sobre la criminalidad en la Espa?a del siglo XVIII, encontr¨¦ en uno de los libros de la ¨¦poca el pu?al que hab¨ªa sido el arma de un crimen". Pero el desinter¨¦s general no es incompatible con la codicia de los bibli¨®filos caprichosos. Por eso, las bibliotecas apuestan por perpetuarse en el soporte digital.
Si Col¨®n no hubiera consultado los mapas de Ptolomeo...
LA PASI?N POR LOS MAPAS ANTIGUOS, quiz¨¢ espoleada por las sagas literarias que explotan historias de tesoros secretos o de verdades ocultas, se ha disparado en todo el mundo occidental. La casa de subastas Sotheby's lo ha constatado en el aumento creciente de los precios de la cartograf¨ªa. En octubre de 2006 vendi¨® un ejemplar de la Cosmograf¨ªa de Ptolomeo, impreso en 1477 y dotado de varias p¨¢ginas con mapas, por m¨¢s de tres millones de euros. "Hay que hablar con propiedad. Los mapas no son de Ptolomeo. Vaya usted a saber qui¨¦n los dibuj¨®", precisa Fernando Aranaz, vicepresidente de la Sociedad Espa?ola de Cartograf¨ªa y profesor de esta materia en la Universidad de Alcal¨¢ de Henares. Es cierto que la geograf¨ªa de Ptolomeo ha llegado a nuestras manos a trav¨¦s de traducciones al ¨¢rabe primero, y al lat¨ªn despu¨¦s, en la Italia renacentista. Tambi¨¦n lo es que algunas de las copias que se imprimieron, nada m¨¢s inventarse la imprenta, a mediados del siglo XV, eran ejemplares sin mapa alguno, y que fueron autores de ese siglo los que realizaron el trabajo cartogr¨¢fico a partir de las indicaciones del texto ptolomeico. Pero aun as¨ª, Aranaz es el primero en reconocer el valor de la p¨¦rdida. "Son mapas con un valor hist¨®rico-art¨ªstico enorme. Por eso me parece una canallada total arrancarlos de un libro que est¨¢ en una biblioteca que es de todos". La realidad, dice Aranaz, es que con la invasi¨®n de los b¨¢rbaros desaparece la cartograf¨ªa de Ptolomeo. "A partir del siglo X comienzan a aparecer mapas que llamamos de T en O". Son mapas que configuran el mundo a partir de Jerusal¨¦n, y en los que la ciencia geogr¨¢fica est¨¢ totalmente sometida a la religi¨®n.
Tambi¨¦n la Cosmograf¨ªa de Ptolomeo conten¨ªa algunos errores. Hay quien piensa que su fallo colosal al situar Asia demasiado cerca de la costa oriental espa?ola estimul¨® el descubrimiento de Am¨¦rica. De haber sabido Col¨®n la distancia real, quiz¨¢ no habr¨ªa emprendido nunca la aventura que hab¨ªa de aportar a la cartograf¨ªa las verdaderas dimensiones del mundo real. "Los mapas sustra¨ªdos son piezas de mucho valor. Piezas de museo, de biblioteca importante. Est¨¢n en el Vaticano, en la Biblioteca de Par¨ªs, en un par de bibliotecas italianas", a?ade Aranaz. Pero el primer mapamundi completo, por as¨ª decir, tardar¨ªa en llegar. "Cuando Col¨®n descubre Am¨¦rica, Martin Behaim realiza el primer globo terrestre. Un mapamundi de 50 cent¨ªmetros de di¨¢metro que se conserva en la Biblioteca Germ¨¢nica de Nuremberg". Eso no impide que Ptolomeo siga vendiendo.n varios meses, s¨®lo una persona pidi¨® consultar la Cosmograf¨ªa de Claudio Ptolomeo, impresa en 1482, que custodia la Biblioteca Nacional. Para la mayor¨ªa, la noticia de su existencia coincidi¨® con la de su robo. Mejor dicho, con el descubrimiento de que, de sendos ejemplares id¨¦nticos, faltaban dos grabados que describen la geograf¨ªa del mundo, seg¨²n Ptolomeo, astr¨®nomo y ge¨®grafo, que vivi¨® en Alejandr¨ªa en el siglo II y pasa por ser el padre de la geograf¨ªa.
Un golpe tremendo para una instituci¨®n de tanta solera, que acumula un vasto patrimonio. La Nacional es una de las grandes bibliotecas del mundo, comparable s¨®lo a la British Library, a la Biblioteca Nacional Francesa, a la Municipal de Nueva York o a la del Congreso de Washington, por poner algunos ejemplos. Fundada por Felipe V en el siglo XVIII, re¨²ne los fondos bibliogr¨¢ficos de los Austrias, los que aport¨® el primer monarca Borb¨®n y los que se han ido sumando despu¨¦s, especialmente en el siglo XX. En el reinado de Isabel II dej¨® de ser Biblioteca Real para abrirse al p¨²blico. Una gran noticia que representaba tambi¨¦n un gran reto: ?c¨®mo gestionar la instituci¨®n?, ?con una pol¨ªtica de puertas abiertas, ausencia de controles, con todos los riesgos que eso representa, o con una pol¨ªtica de rigor, primando la seguridad?
Su ¨²ltima directora, la escritora Rosa Reg¨¤s, pareci¨® apostar por lo primero, obsesionada con abrir la instituci¨®n a la gente, y quiz¨¢ habr¨ªa triunfado en su empe?o de no ser por el robo de los dos grabados, incluidos en dos valiosos incunables (libros impresos en los primeros a?os de existencia de la imprenta, hasta 1500).
Son joyas que se encuentran a disposici¨®n de cualquiera en posesi¨®n de un carn¨¦ de investigador de los que otorga la biblioteca con cierta facilidad. Y es que, mientras el esc¨¢ndalo pol¨ªtico crec¨ªa, por la cabeza de muchos expertos rondaba una pregunta: ?es sensato prestar estas reliquias a la gente, por muy investigadora que sea, cuando est¨¢ demostrado que no es posible velar por su seguridad al cien por cien? En la sala Cervantes, de donde fueron sustra¨ªdos los mapas, no se custodian s¨®lo incunables o libros antiguos, sino tambi¨¦n textos raros, como un gui¨®n de cine redactado por Federico Garc¨ªa Lorca en el papel de un hotel de Cuba. ?No ser¨ªa m¨¢s sensato concentrar las energ¨ªas en digitalizarlo todo y permitir las consultas s¨®lo en este soporte?
Hay quien piensa que el contacto con el libro es imprescindible para el investigador verdadero. Pero ese argumento no choca tampoco con la digitalizaci¨®n de fondos, que es ya una realidad en algunas de las bibliotecas m¨¢s importantes del mundo.
"Es la soluci¨®n a la que apuntamos desde un principio", dice Reg¨¤s, que acaba de abandonar la direcci¨®n. "Llev¨¢bamos dos a?os trabajando en la digitalizaci¨®n de incunables, pero no es f¨¢cil. Adem¨¢s, ?de d¨®nde ¨ªbamos a sacar el dinero, los miles de millones de pesetas que cuesta un trabajo as¨ª? Se puede recurrir a Google, pero no me parece que se deba contar con una empresa privada para algo as¨ª". En la biblioteca hay quien le reprocha, sin embargo, haber gastado fuertes sumas en organizar eventos tan discutibles como El Quijote hip hop, una versi¨®n rapera que se escenific¨® en la escalinata de entrada coincidiendo con el cuarto centenario de la publicaci¨®n de la obra inmortal de Cervantes, en 2005.
Aun as¨ª, la ex directora considera que los riesgos de sufrir un robo son similares en todas las grandes instituciones de este tipo. De hecho, la Nacional ha sido v¨ªctima de sistem¨¢ticos saqueos a lo largo de su vida. "Hasta hace unas pocas d¨¦cadas era frecuente que los historiadores de fama se llevaran legajos a su casa", dice ?ngel Alloza, historiador e investigador del CSIC, que conoce a fondo el mundillo.
Las cosas cambiaron con la llegada a la direcci¨®n del historiador Juan Pablo Fusi, en 1986. Fusi hizo instalar controles electr¨®nicos en entradas y salidas, contrat¨® un equipo de guardias de seguridad, hizo unificar los carn¨¦s y endureci¨® las condiciones para otorgarlos. El ex director recuerda la sorpresa general cuando se pusieron en marcha todas aquellas medidas. "Los primeros d¨ªas se detect¨® una cifra asombrosa, una media de cinco o seis personas diarias que se llevaban libros de la biblioteca".
Dos a?os despu¨¦s recibi¨® una llamada de la polic¨ªa, que le inform¨® de que se hab¨ªa identificado a un asiduo visitante de la instituci¨®n como el autor de numerosos robos de libros. El sujeto en cuesti¨®n, un hombre conocido y estimado por ujieres y funcionarios, se hab¨ªa llevado m¨¢s de 250 libros antiguos de las salas a lo largo de unos pocos a?os. Un bot¨ªn valorado en 1.000 millones de pesetas de las de entonces (seis millones de euros). Temerosos de la investigaci¨®n policial, algunos ladrones ocasionales abandonaron bolsas con libros sustra¨ªdos en los jardines de la biblioteca.
Despu¨¦s de lo que ha vivido, Fusi es totalmente partidario de digitalizar los fondos. "Es algo prioritario", dice, aunque reconoce que los presupuestos de Cultura suelen ser cicateros. El historiador Alloza apunta a otro factor clave para explicar los problemas de la instituci¨®n. "A los espa?oles nos falta inter¨¦s y respeto por nuestro propio patrimonio". Por eso no le extra?a que los incunables robados llevaran meses sin ser consultados cuando se produjo el robo. "Hace a?os, cuando preparaba mi tesis doctoral sobre la criminalidad en la Espa?a del siglo XVIII, encontr¨¦ en uno de los libros de la ¨¦poca el pu?al que hab¨ªa sido el arma de un crimen". Pero el desinter¨¦s general no es incompatible con la codicia de los bibli¨®filos caprichosos. Por eso, las bibliotecas apuestan por perpetuarse en el soporte digital.
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