G¨¹nter Grass y sus jueces
Hace aproximadamente un a?o, la tan tra¨ªda y llevada entrevista con G¨¹nter Grass en el Frankfurter Allgemeine Zeitung con motivo de la publicaci¨®n de su libro de memorias, Pelando la cebolla, provoc¨® un aut¨¦ntico linchamiento medi¨¢tico en Alemania y fuera de ella. Autoproclamados fiscales y jueces, limpios, claro est¨¢, de toda culpa y mancha, arremetieron contra el novelista por haber reconocido su breve alistamiento en la Waffen-SS en los meses que precedieron al derrumbe del Tercer Reich.
El abultado n¨²mero de justicieros venidos de ¨¢mbitos muy diversos -algunos de ellos merecedores de todo mi respeto- me sorprendi¨®. Aunque habituado a las maneras de los aleccionadores profesionales -prefiero la expresi¨®n francesa donneurs de le?ons-, los argumentos empleados para descalificar a Grass, fustigando la ceguera e irreflexi¨®n de un muchacho de 17 o 18 a?os y la ocultaci¨®n del episodio durante seis d¨¦cadas, me parecieron injustos, marcados unos por una autosuficiencia de d¨®mine y otros por una avidez carro?era. ?La ocasi¨®n de derribar del pedestal a un escritor de su talla y talento art¨ªstico no se presenta todos los d¨ªas!
Por referirse a un libro que, dado mi lamentable desconocimiento del alem¨¢n, no pod¨ªa consultar, prefer¨ª callar y esperar. La reciente traducci¨®n de Pelando la cebolla me ha facilitado el acceso a sus p¨¢ginas y, gracias a ello, me permito meter baza, aun tard¨ªamente, en una pol¨¦mica no extinta del todo.
El libro de memorias de Grass no tiene la ambici¨®n y maestr¨ªa literaria de las grandes novelas suyas que he le¨ªdo y rele¨ªdo -El tambor de hojalata, El rodaballo y, sobre todo, Es cuento largo, a la que dediqu¨¦ un largo ensayo-, pero su lectura es incitativa y a ratos apasionante. Conozco por experiencia las trampas de la memoria y la manipulaci¨®n literaria inherente a toda biograf¨ªa en la medida en que dota de una posterior coherencia a recuerdos dispersos, y los integra en la estructura de un relato que se rige conforme a leyes distintas. En otras palabras, la labor del arque¨®logo se transmuta en obra de ingenier¨ªa. G¨¹nter Grass lo sabe tan bien como yo, y a lo largo del libro subraya el lapso que separa el yo adolescente y juvenil del yo que compone el texto. ?Se trata de un mismo yo, o el yo es otro? ?Qu¨¦ instancia intermedia los separa? El recuerdo del recuerdo del recuerdo ?es todav¨ªa un recuerdo? Pisamos arenas movedizas y debemos caminar con tiento si no queremos enviscarnos en ellas.
La tentaci¨®n de condenar sin apelaci¨®n al muchacho que un d¨ªa fue no nos conceder¨ªa la facultad de entenderlo. Las consignas patri¨®ticas del entorno nazi, el seductor proyecto de la Gran Alemania y la guerra a muerte contra la horda bolchevique cautivaron a una multitud de j¨®venes que creyeron a pies juntillas en el discurso delirante de Hitler. Como tantos compatriotas mayores que yo que militaron en las filas de la Falange hasta el d¨ªa en que se quitaron las telara?as de los ojos, el Grass temperamental e inmaduro sigui¨® ciegamente un esquema irracional y patri¨®tico que no era suyo. El escritor de hoy podr¨ªa alegar con raz¨®n la habitual insensatez juvenil y el silencio de todos, pero no cede a este acomodo f¨¢cil. No busca evasivas ni disculpas. Al evocar la trayectoria de su yo de entonces, sigue los pasos incautos de aquel doble remoto desde su ingreso voluntario en el Ej¨¦rcito con el sue?o de ser submarinista -ilusi¨®n frustrada por su minor¨ªa de edad-, a la posterior adscripci¨®n al llamado Servicio de Trabajo y, por fin, mientras el poder nazi se desmorona en todos los frentes, a la Waffen-SS, la fan¨¢tica organizaci¨®n hitleriana a la que el f¨¹hrer encomendaba la creaci¨®n del Orden Nuevo.
Creyente hasta el fin, el joven Grass ignoraba la cruda realidad de la Shoa y del universo concentracionario. Su inexperiencia le salv¨® de mancharse las manos de sangre en el frente ruso, y no fue sino un pelele sacudido por el vendaval de los acontecimientos. Como otros colegas suyos, el autor podr¨ªa haber puesto entre par¨¦ntesis el desvar¨ªo juvenil, pero al pelar la cebolla del recuerdo, hoja tras hoja y capa tras capa, reh¨²sa escudarse en el "no sab¨ªa" y en una neblinosa culpabilidad colectiva. Adelant¨¢ndose a las cr¨ªticas que llover¨ªan sobre ¨¦l, expone con nitidez sus sentimientos en unos p¨¢rrafos que me permitir¨¦ citar por extenso:
"Lo que hab¨ªa aceptado con el tonto orgullo de mis a?os j¨®venes quise ocult¨¢rmelo a m¨ª mismo despu¨¦s de la guerra, por una verg¨¹enza que surgi¨® despu¨¦s. No obstante, la carga subsist¨ªa y nadie pod¨ªa aligerarla.
Es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteci¨® durante el oto?o y el invierno, no se sab¨ªa nada de los cr¨ªmenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmaci¨®n de mi ignorancia no pod¨ªa disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planific¨®, organiz¨® y llev¨® a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Vivir¨¦ con ella los a?os que me queden, eso es seguro".
La exposici¨®n cabal de los hechos y de los sentimientos que a posteriori le embargan no puede ser m¨¢s expl¨ªcita y clara. Grass no escamotea el pasado: muy al rev¨¦s, asume su carga con las consecuencias que ello acarrea. Queda el punto controvertido de su revelaci¨®n tard¨ªa. ?Por qu¨¦ tanto tiempo antes de sincerarse? La cuesti¨®n es compleja y no admite respuestas simplistas. Todos administramos mejor o peor los propios recuerdos y las situaciones dif¨ªciles a las que nos enfrenta la vida: procuramos velar los episodios poco gloriosos de ¨¦sta hasta que el peso acumulado se vuelve insoportable. Por poner un ejemplo que me concierne, yo mismo llev¨¦ durante unos a?os una carga semejante, cuando ced¨ª a un impulso sexual considerado aberrante no s¨®lo en el entorno social y cat¨®lico de la Espa?a franquista, sino tambi¨¦n en los medios de la izquierda marxista que frecuentaba en Par¨ªs, y trat¨¦ de esconderlo a los dem¨¢s y, sobre todo, a la mujer que quer¨ªa. El disimulo me obligaba a asumir una sucesi¨®n de mentiras cuyo n¨²mero aumentaba de d¨ªa en d¨ªa hasta el extremo de asfixiarme. Y acab¨¦ as¨ª por ser sincero porque era un ocultador desesperado. Hoy pienso que toda verdad confesa no es ni m¨¢s ni menos que una ocultaci¨®n derrotada.
Contrariamente a quienes viven de exhibir su biograf¨ªa impoluta o un victimismo rentable, Grass ha tenido el valor de exponer llanamente la nesciencia del joven que fue y debemos por ello darle las gracias.
Juan Goytisolo es escritor.
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