Cocina
Visito Inglaterra una vez m¨¢s y una vez m¨¢s me sorprende la singularidad de aquel pa¨ªs, una singularidad en la que no parecen hacer mella el tiempo transcurrido desde mi primer contacto, ni la globalizaci¨®n, ni la mezcolanza ¨¦tnica, ni los profundos cambios de su historia reciente, ni siquiera el turismo masivo, que convierte en caricatura todo lo que toca. Reflexionando sobre este fen¨®meno, llego a la conclusi¨®n de que la causa no est¨¢, como suele decirse, en el convencimiento de su propia superioridad por parte de los ingleses, sino en lo contrario. A diferencia de otros pueblos de Europa, incluido el nuestro, los ingleses tienen un pobre concepto de s¨ª mismos, debido a la baja calidad de su cocina. Que hoy en d¨ªa Londres sea el centro mundial del refinamiento gastron¨®mico no cambia las cosas: por m¨¢s vueltas que uno d¨¦, la oferta es ex¨®tica o simplemente cursi, y basta con alejarse un poco del angosto per¨ªmetro de la moda para reencontrar los viejos y deprimentes condumios que forjaron el imperio. Por esta causa los ingleses son frugales, y la frugalidad es el germen de la tenacidad y la lucidez, es decir, de la capacidad de ver las cosas como son y de actuar en consecuencia, sin enga?arse ni dejarse desalentar por la envergadura de la empresa o sus obst¨¢culos.
En el otro extremo del arco est¨¢n las identidades colectivas satisfechas, cimentadas en dogmas como: el mejor chorizo es el de mi pueblo; o: el que no ha probado nuestros melones no tiene ni idea de lo que es el mel¨®n. Un grupo de viviendas alrededor de un campanario deja de ser un pueblo y se convierte en ciudad cuando no puede vanagloriarse de producir unos tomates sin igual. El cosmopolitismo es proporcional a la lejan¨ªa del chorizo. Cuando una comunidad ha de importarlo casi todo, ya est¨¢ preparada para engendrar a Shakespeare.
Por supuesto, todo tiene su contrapartida. La frugalidad puede derivar en una concepci¨®n materialista de la vida, un positivismo esc¨¦ptico y una cierta frialdad emocional en los contactos personales. Con la dieta mediterr¨¢nea ocurre lo opuesto: la vida es grata, el ¨¢nimo es risue?o y las acciones son di¨¢fanas, excepto la digesti¨®n. Lo que no sabremos nunca es si fue antes la gallina, el huevo, o la manera de guisarlos.
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