Lo que el buitre se comi¨®
Ayer, con un nuevo amigo, un joven hispanista de la Universidad de Francfort, tomamos el caf¨¦ en el ¨¢tico de un hotel de la Rambla de Catalunya. A ras de suelo no se pod¨ªa hablar. En cambio, desde la terraza, el ruido de la ciudad suena lejano y armonioso como el rumor de las olas, y las mesas con parasol y la piscina, apenas m¨¢s grande que un jacuzzi, donde chapotean unos p¨¢lidos ingleses, contribuyen a esa ilusi¨®n. La camarera era inmigrante. Seguro que tiene detr¨¢s una historia dura. Su expresi¨®n acorralada le da al lugar la nota grave, tr¨¢gica, el "hommes, ici il n'y a de mocquerie" de Villon. Los ba?istas se lo estaban pasando fen¨®meno con sus chapuzones. El mundo es como La flagelaci¨®n de Cristo, la enigm¨¢tica pintura de Piero Della Francesca, donde los verdugos azotan a Cristo atado a una columna, y en el mismo espacio conversan unos elegantes caballeros, ajenos al drama y completamente absortos en sus asuntos. (?Y qu¨¦ asuntos son ¨¦sos? ?De qu¨¦ hablar¨¢n? Carlo Ginzburg avanz¨® una interpretaci¨®n en Indagini su Piero, pero luego la retir¨®; y por cierto, que si la tesis era fascinante, m¨¢s lo era la retractaci¨®n, pues en estos negocios, como es sabido, tanto importa la meta como el camino, el proceso). Los cr¨ªos gritaban y los adultos, relucientes de agua, iban y ven¨ªan entre la piscina y la mesa para dar un sorbo de sus refrescos, dejando regueros de agua y charquitos sobre el c¨¦sped de goma, deste?ido por el sol.
Previendo el desprecio del joven hispanista, le recomend¨¦ que pensase en ellos como en focas, simp¨¢ticas focas del zoo de Barcelona. Pero David Freudenthal (as¨ª se llama el joven hispanista de la Universidad de Francfort) ni siquiera se hab¨ªa fijado en las focas, estaba viendo m¨¢s all¨¢ del Oc¨¦ano Atl¨¢ntico con los ojos interiores, y dijo: "En La Habana hay sitios as¨ª". David conoce, que yo sepa, Alemania y Suiza, Barcelona y parte del litoral espa?ol, desde el Cap de Creus hasta Valencia; conoce La Habana y conoce Buenos Aires; en todos esos sitios ha pasado temporadas, y lo que es mejor: ahora vivir¨¢ unos meses en Montevideo.
Est¨¢ escribiendo su tesis doctoral sobre El astillero y Juntacad¨¢veres, y la viuda de Juan Carlos Onetti ha cedido a la Universidad de Montevideo la correspondencia y dem¨¢s documentos del escritor, de manera que all¨¢ que se va David. Siendo un joven de brillante porvenir, una inteligencia rigurosa y una promesa de la universidad alemana, me parece tambi¨¦n muy l¨²cido. Por regla general, me dijo, los ensayos de los profesores universitarios sobre autores literarios son libros malos que nadie lee. Se escriben miles y miles, y en la mayor¨ªa de los casos quiz¨¢ los lean tres o cuatro personas: la mujer del autor y un par de colegas abnegados.
Onetti vivi¨® muchos a?os en Buenos Aires, y actualmente es imposible encontrar ning¨²n libro suyo en las librer¨ªas de la ciudad, aunque en cambio s¨ª se encuentran todos los de Susanna Tamaro y Paulo Coelho. As¨ª pues, si nadie lee Juntacad¨¢veres, ?qui¨¦n puede querer leer un estudio sobre Juntacad¨¢veres?...
Los libros nos llevaron a hablar de Francfort. Estuve en la feria un par de a?os, le cont¨¦,trabajando para mi peri¨®dico, y eran abrumadores aquellos hangares interminables, con sus millones de libros. David me dijo que cada d¨ªa se imprimen en Alemania 20 metros de nuevos libros. Eso hace siete kil¨®metros al a?o. Una vida humana no alcanza ni para hacer una selecci¨®n razonable entre todo eso. Tales magnitudes invitan al relativismo, al escepticismo y a la pereza, desde luego. Sabiendo todo eso, no s¨¦ c¨®mo ser¨¦ capaz siquiera de acabar este art¨ªculo.
Para cambiar de ideas, fuimos a la galer¨ªa Toni T¨¤pies, que quedaba muy cerca, y donde se exhibe, entre otros, un dibujo de Jo?o Onofre, el ¨²nico artista portugu¨¦s de proyecci¨®n internacional. Hace unos meses expuso en la Tach¨¦ (?o era tambi¨¦n en la Toni T¨¤pies?) sus retratos corales de Todos los enterradores de Lisboa, unos profesionales sonrientes, pulcros. El dibujo que David y yo vimos se titula Core degradation (profunda degradaci¨®n), y no tiene mayor inter¨¦s, pero Onofre tiene tambi¨¦n un v¨ªdeo asombroso, su obra m¨¢s famosa: Vulture in the Studio: por la puerta del fondo de su estudio -el cl¨¢sico taller de artista con mesas junto a las paredes, llenas de papeles y libros- hizo entrar a un buitre. Una c¨¢mara fija, como las de los cajeros autom¨¢ticos de los bancos, registr¨® lo que hac¨ªa all¨ª dentro el animal. Se sub¨ªa a la mesa, picoteaba un papel, se le ca¨ªan los libros, perd¨ªa el equilibrio y aleteaba con fragor para recuperarlo; luego se echaba a volar y enseguida aterrizaba en la mesa, y vuelta a luchar con los papeles. Es pavoroso. Pero lo m¨¢s conmovedor quiz¨¢ son los lapsos en que el buitre se queda quieto, tratando de acostumbrarse a ese espacio extra?o, tratando de comprender, o suponiendo que si no hace nada las paredes se abatir¨¢n y podr¨¢ salir volando.
No me extra?a que cuando un museo organiza una de esas exposiciones colectivas sobre el videoarte de los ¨²ltimos a?os, no falte nunca el Vulture in the studio. David me pregunt¨® si el buitre del v¨ªdeo se comi¨® alguno de los papeles de Onofre. Le dije que los picoteaba y a lo mejor alguno se comi¨®; desde luego, aquellos papelotes le interesaban. Y entonces ¨¦l se puso a divagar sobre qu¨¦ dir¨ªa el papel que se comi¨® el buitre... y si asimil¨® lo que all¨ª estuviera escrito... y si luego lo ir¨ªa repitiendo...
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