El vaiv¨¦n de los s¨ªmbolos
En entrevista concedida hace poco a un diario madrile?o, F¨¢tima Mernissi confesaba que "cada vez que oigo hablar de esta prenda el velo o hiyab, me dan ganas de re¨ªr". A su juicio, "son los europeos los que han hecho un problema de ese trozo de tela", que al parecer las mujeres usan o no con plena libertad en casi todos los pa¨ªses ¨¢rabes. En Francia o el Reino Unido, estar¨ªa en cambio "prohibido en nombre del Estado laico" (sic). En relaci¨®n al integrismo islamista, responde: "No me gustar¨ªa estar en la piel de un terrorista, porque tiene que decidir qu¨¦ hace para sobrevivir". A la escritora no se le ocurre pensar que tal vez resulta peor estar en la piel del cuerpo destrozado de su v¨ªctima. Esto tiene mucho que ver con lo dicho sobre el velo o sobre la sensibilidad amorosa del Profeta, contrapuesta a la sensaci¨®n de libertad en la mujer occidental. Advertencia: el Profeta no tuvo una, sino nueve mujeres simult¨¢neamente: con el emblema de su enamoramiento, Aisha, referencia impl¨ªcita de la Mernissi y de tantos acad¨¦micos isl¨¢micos a la hora de presentar la uni¨®n perfecta, consum¨® el matrimonio cuando la ni?a ten¨ªa nueve a?os. Normal quiz¨¢s entonces, pero dif¨ªcil de aceptar como modelo de relaci¨®n hombre-mujer, frente a los usos de nuestras sociedades. As¨ª como al valorar el velo, no cabe olvidar lo que significa en t¨¦rminos estrictos de sumisi¨®n de la mujer, de sanci¨®n contra su cuerpo, y en pa¨ªses como Ir¨¢n o Arabia, de persecuci¨®n y castigo demasiado reales.
Se trata, en definitiva, del ejercicio de un poder simb¨®lico, en este caso en el islam, que presenta frente al otro los propios s¨ªmbolos como evidencia de una indiscutible superioridad, requiriendo del destinatario una actitud reverencial. Lo confirmaba el nuevo presidente turco, Abdul¨¢ G¨¹l, con el respaldo de Erdogan, al defender la autorizaci¨®n del velo en las universidades. Para G¨¹l, se trata de que las creyentes no tengan que renunciar al estudio por cumplir la norma de la shar¨ªa: es decir, o con velo o en casa. A la hora de regular las conductas la ley del Estado ha de subordinarse a la ley de Al¨¢. La erosi¨®n del Estado secular kemalista da el primer paso.
El s¨ªmbolo refleja una situaci¨®n de poder y legitima impl¨ªcita o expl¨ªcitamente el recurso a la fuerza para imponer su reconocimiento. Esto es lo que hace particularmente grave el asunto de las banderas, una vez que el Tribunal Supremo ha dado su dictamen de forma inequ¨ªvoca. La ausencia de una o varias banderas en s¨ª carece de importancia. Lo que cuenta es que las minor¨ªas activas de los nacionalismos radicales, tanto en Euskadi como en Catalu?a, imponen por la fuerza la exclusi¨®n de un s¨ªmbolo que encarna al Estado de derecho y a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Este s¨ªmbolo podr¨¢ no gustarnos. A t¨ªtulo personal, yo prefiero so?ar con la tricolor y en la sala de mi casa luce una peque?a ikurri?a, desde los tiempos en que luchar por la libertad vasca era para muchos de mi generaci¨®n luchar por la democracia en Espa?a. Del mismo modo que siempre evit¨¦ encontrarme en un lugar donde fuera preciso levantarse ante la entrada del monarca en el mismo. Pero las opciones personales son una cosa y otra el respeto a los s¨ªmbolos de un orden democr¨¢tico. Por eso no era irrelevante la portada de El Jueves, convirtiendo a unos pr¨ªncipes anodinos, sin advertirlo los autores ni muchos de los opinantes, en la representaci¨®n de todos los ciudadanos que se ven sometidos a actos similares de destrucci¨®n anticonstitucional de la propia imagen. Y por eso mismo hay que exigir de los cargos democr¨¢ticos el estricto respeto a la ley en temas como las banderas o en la sanci¨®n contra quienes quemen los retratos de los personajes reales.
Un Gobierno y un partido de gobierno que renuncien a ese deber por simple oportunismo, y en nombre de un falso esp¨ªritu de tolerancia, no s¨®lo incumplen el papel que les asigna el Estado de derecho, sino que de modo impl¨ªcito otorgan el poder simb¨®lico, en su vertiente destructora, con el monopolio ilegal de la violencia, a unas minor¨ªas radicales que al gozar de impunidad crecer¨¢n como mancha de aceite. Dejarles que eliminen por la fuerza o por la amenaza la bandera constitucional, o todo otro signo de pertenencia a Espa?a, es tanto como invitar a la consolidaci¨®n de un catalanismo totalitario, mim¨¦tico de lo que ya impera en Euskadi.
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