La leyenda negra de los Alba
Cruel y guerrero o un hombre de paz. Las falsas cr¨®nicas sobre el tercer duque de Alba han alimentado durante siglos una leyenda negra te?ida de sangre y tiran¨ªa del que fue general y consejero de Carlos V y Felipe II. Cuando se cumplen 500 a?os de su nacimiento, uno de sus descendientes escribe en estas p¨¢ginas acerca de la verdadera historia del personaje, culto y leal a su rey, a quien atribuyeron horrendos cr¨ªmenes.
A finales de los a?os ochenta, el maestro Menotti me invit¨® al Festival de Espoleto para asistir a la representaci¨®n de una ¨®pera poco conocida de Donizetti titulada Il Duca d'Alba. Donizetti hab¨ªa compuesto su libreto en 1839, inflamado por los aires rom¨¢nticos que soplaban en el ambiente art¨ªstico parisiense de aquellos a?os, y el papel de viejo s¨¢trapa que asigna en esta obra al duque es muy parecido al de Felipe II en Don Carlo, de Verdi. Recuerdo que, en el entreacto, un imprevisible periodista que cubr¨ªa el evento me hizo la previsible pregunta de cu¨¢l era mi opini¨®n acerca del truculento perfil que mostraba mi antepasado en esta ¨®pera. Contest¨¦ evasivamente, sin dejar de mostrar mi asombro ante la peregrina posibilidad de que se pudieran tomar en serio unos estereotipos rom¨¢nticos tan anticuados. Fue entonces cuando not¨¦ que la gente a mi alrededor me miraba con cierta curiosidad morbosa, y debo confesar que por unos momentos me sent¨ª como un lejano y pintoresco v¨¢stago de algo as¨ª como el conde Dr¨¢cula o el marqu¨¦s de Sade?
Poco importa que la obra de Donizetti estuviera saturada de ese aire sobreactuado y algo c¨®mico que tienen bajo su piel m¨¢s art¨ªstica todas las ¨®peras; lo cierto es que un mito popular siempre pervive en el p¨²blico; incluso en los envoltorios m¨¢s melodram¨¢ticos y artificiales. As¨ª ha ocurrido con la leyenda negra espa?ola, que, urdida por los enemigos del imperio justo cuando Espa?a ocupaba el lugar m¨¢s destacado en el mapa pol¨ªtico del siglo XVI, encontr¨® su perfecto caldo de cultivo para extenderse por toda Europa.
Felipe II fue un rey inmensamente pol¨¦mico. La mayor¨ªa de sus contempor¨¢neos no le vieron con buenos ojos, y los historiadores que se ocuparon de ¨¦l posteriormente tampoco tuvieron un juicio ben¨¦volo respecto a su forma de gobierno. La leyenda negra concentra en ¨¦l toda la visi¨®n negativa que ha reca¨ªdo sobre Espa?a, y no se puede olvidar que el tercer duque de Alba fue el estratega m¨¢s poderoso de su complicada y minuciosa pol¨ªtica. En 1581, Guillermo de Orange, condenado al exilio y privado de sus rentas debido a la confiscaci¨®n de sus bienes, publica su c¨¦lebre Apolog¨ªa. Esta obra acusa al rey de incesto por su matrimonio con su sobrina Ana de Austria, de la muerte de su tercera esposa, Isabel de Valois, y del asesinato de su hijo, el pr¨ªncipe Carlos, adem¨¢s de hacerle responsable de los cientos de miles de muertes perpetradas en las Indias. En este tortuoso contexto fabricado con fines exclusivamente propagand¨ªsticos, el duque es acusado de ser su "perro de presa", que ejecuta y expolia sin descanso. A este libro hay que a?adir la publicaci¨®n de Relaciones, obra sufragada en 1594 por Isabel I, escrita por el intrigante y maligno secretario Antonio P¨¦rez. Ambos vol¨²menes encienden en Europa un sentimiento colectivo de rechazo hacia Espa?a, que, obediente a los intereses de Inglaterra y Francia, se extender¨¢ por todo el mundo protestante. La publicaci¨®n de nuevos libelos ir¨¢ afianzando un fuerte antihispanismo en todo el norte de Europa.
La iconograf¨ªa de la ¨¦poca es una muestra inapelable de este efectivo manique¨ªsmo can¨®nico. Ah¨ª tenemos, por ejemplo, el famoso cuadro La matanza de los inocentes de Bel¨¦n, de Pieter Bruegel II, en donde una siniestra figura enlutada de larga barba blanca, muy parecida al duque en el momento de su mandato en Flandes, contempla la ejecuci¨®n de unos ni?os traspasados por las lanzas de unos soldados. En otra estampa simb¨®lica se ve al duque sentado en un trono, y a sus pies, los cad¨¢veres decapitados de Egmont y Hornes. Un s¨¢tiro con alas y pezu?as le introduce en la cabeza el mal. El duque se encuentra a punto de devorar a un ni?o, lo cual simboliza un derramamiento de sangre inocente. A su derecha se lamenta un campesino, mientras que a su izquierda, un funcionario espa?ol se frota las manos bajo una bolsa de oro que Alba sostiene con ostentaci¨®n. En otro grabado, el Diablo en persona es quien corona al duque; frente a ¨¦l hay una apretada masa de encadenados s¨²bditos que le miran de rodillas, y al fondo, una dantesca perspectiva saturada de escenas con torturas y ejecuciones. El recuerdo que ha dejado Alba en los Pa¨ªses Bajos es de temor, y este miedo secular ser¨¢ transmitido a los ni?os. (De hecho, hasta hace poco se les asustaba con llamar al duque de Alba si no se tomaban la sopa).
No es de extra?ar, por tanto, que tantas pruebas enfatizadas de odio, miedo y escarnio tornasen el recuerdo de su mandato en Flandes en algo legendariamente sombr¨ªo. As¨ª, bajo el peso de esta imagen te?ida de sangre y tiran¨ªa, el duque de Alba se convertir¨¢ en el chivo expiatorio de toda una ¨¦poca de guerras, revueltas y represi¨®n, y se le culpar¨¢ de todos los males ocurridos durante aquellos a?os. M¨¢s tarde, en las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XVII, arrancar¨¢ una nueva corriente cr¨ªtica hacia Felipe II con la reactivaci¨®n del lobby de historiadores protestantes, que cristalizar¨¢ en el siglo siguiente con la visi¨®n ilustrada que identifica a Felipe II con la Inquisici¨®n y el absolutismo m¨¢s oscuro; terreno perfectamente abonado para que, a?os despu¨¦s, el frenes¨ª rom¨¢ntico rescate este viejo estereotipo pol¨ªtico de la leyenda negra y entone un nuevo y plet¨®rico canto a la libertad. De este modo, en 1778 se publica la Historia de la insurrecci¨®n de los Pa¨ªses Bajos, de Friedrich Schiller, en donde los flamencos encarnan los ideales de la lucha por la libertad pol¨ªtica y religiosa. Posteriormente, en su obra de teatro sobre el pr¨ªncipe Don Carlos, Schiller sugiere la fant¨¢stica hip¨®tesis de que el pr¨ªncipe fue asesinado por orden de Felipe II a causa del amor que sent¨ªa hacia su madrastra, Isabel de Valois. Aunque desde el punto de vista hist¨®rico sea una pura fantas¨ªa dram¨¢tica, esta obra dejar¨¢ una honda huella en su tiempo. As¨ª, unos a?os despu¨¦s, Beethoven compondr¨¢ una obertura dedicada al conde de Egmont, muerto en el pat¨ªbulo. Luego vendr¨¢ la ¨®pera de Donizetti, el gran do de pecho de 1839, y enseguida, la que ser¨¢ la gran apoteosis literaria del estereotipo rom¨¢ntico: The Rise of the Dutch Republic (1855), del norteamericano John Lothrop Motley; un libro que ha ejercido una pasmosa influencia de m¨¢s de un siglo en el mundo anglosaj¨®n. Y, en efecto, se trata de una vibrante descripci¨®n literaria, de tintes ¨¦picos, casi de novela g¨®tica, de la heroica lucha del pueblo de los Pa¨ªses Bajos, que para Motley encarna la m¨¢s perfecta representaci¨®n de la tolerancia, la democracia y la racionalidad modernas, en oposici¨®n al absolutismo cat¨®lico espa?ol, encabezado por un duque y un rey que son el perfecto retrato de la iniquidad humana.
En cualquier caso, es evidente que la tradici¨®n iconogr¨¢fica, biogr¨¢fica y literaria del tercer duque de Alba ha obedecido a una persistente tendencia a dejarse llevar por ciertos modelos demasiado expl¨ªcitos y partidistas: una particular simbiosis entre la fuerza legendaria del personaje y la permanente deformaci¨®n ideol¨®gica ha mantenido durante siglos los ojos apartados del verdadero protagonista de la guerra de Flandes. Por suerte, el sentido hist¨®rico siempre prevalece y evoluciona ??o es el tiempo lo que acaba por poner todo en su sitio?? , y, a mediados del siglo XX, varios historiadores flamencos empezaron a contemplar la dominaci¨®n espa?ola en Flandes de una manera distinta. A medida que los historiadores vieron las cosas con m¨¢s distancia y pudieron acceder a m¨¢s documentos, el modelo nacionalista tradicional comenz¨® a resquebrajarse, y ese periodo hist¨®rico pas¨® a ser estudiado con m¨¢s objetividad. Los tumultos religiosos y pol¨ªticos de los Pa¨ªses Bajos ya no se contemplaron como un levantamiento popular contra la opresi¨®n religiosa y pol¨ªtica espa?ola, sino m¨¢s bien como una guerra civil encubierta, como sostiene el historiador neerland¨¦s Gustaaf Janssens. Por otra parte, hoy se sabe que el levantamiento no se produjo por motivos religiosos, como se ha venido sosteniendo durante siglos, sino por razones puramente tributarias y econ¨®micas. Los comerciantes flamencos pod¨ªan encajar que se ajusticiase a unos rebeldes ?incluso formaba parte de las convenciones de la ¨¦poca?, pero intentar recabar un 10% sobre cualquier transacci¨®n, en un lugar tan diligente en el comercio, no s¨®lo era, desde su punto de vista, una medida que inculpaba a todos por igual, sino que adem¨¢s quebrantaba los usos tradicionales del pa¨ªs que el rey de Espa?a hab¨ªa jurado respetar.
S¨®lo la historia contempor¨¢nea ha podido tomar el verdadero pulso de los hechos que ocurrieron en Flandes. A partir del momento en que los historiadores tuvieron acceso a m¨¢s documentaci¨®n, pudieron acercarse al verdadero perfil del tercer duque. Las casi 3.000 cartas que se conservan de su pu?o y letra contribuyeron en gran medida a ello. Y, en este sentido, hay que decir que fue mi abuelo materno, Jacobo Fitz James Stuart, uno de los m¨¢s destacados impulsores de la reconstituci¨®n de la verdadera imagen hist¨®rica del Gran Duque (como siempre se le llama en Espa?a en todas sus biograf¨ªas y, por supuesto, en familia). Por tanto, el XVII duque de Alba, adem¨¢s de realizar varios trabajos acad¨¦micos ?hay que aclarar que fue director de la Academia de la Historia?, edit¨® a sus expensas una serie de publicaciones que aportar¨ªan una valiosa documentaci¨®n a los investigadores. Durante a?os, mi abuelo hab¨ªa ido preparando este copioso material para publicarlo, cuando el tr¨¢gico incendio del palacio de Liria, en 1936, malogr¨® todos sus planes. Providencialmente, las cartas originales no se quemaron ?como tampoco la mesa de campa?a del duque, en la cual bien pudo haber escrito algunas de ellas?, pero pasto de las llamas perecieron la mayor parte de los libros dedicados a su figura que se encontraban atesorados en la biblioteca del palacio de Liria durante casi dos siglos. Entre ellos, mi abuelo quiso rescatar la biograf¨ªa de Antonio Ossorio, y en 1945 encarg¨® traducir del lat¨ªn su obra escrita en 1669. Pero, sin duda, su publicaci¨®n principal son los tres gruesos vol¨²menes del Epistolario del III duque de Alba (1952), con nada menos que 2.714 cartas, escritas entre 1536 y 1581. Esta obra re¨²ne toda la documentaci¨®n epistolar que se guarda en el archivo familiar, a la cual mi abuelo a?adi¨® todas las cartas in¨¦ditas del Archivo General de Simancas, junto a otras m¨¢s que obtuvo de la Biblioteca Brit¨¢nica de Londres, la Biblioteca Nacional de Par¨ªs y el Archivo Vaticano de Roma.
Para William S. Maltby, este libro ha de ser el punto de partida para cualquier estudio sobre Alba. Maltby se interes¨® por ¨¦l mientras escrib¨ªa The Black Legend in England (1971). Como muchos otros norteamericanos, durante a?os se hab¨ªa impregnado del antihispanismo que a¨²n prevalec¨ªa en pel¨ªculas y novelas de g¨¦nero, hasta que, con gran sorpresa, pudo contrastar este extendido prejuicio con el punto de vista de algunos historiadores serios, que atribu¨ªan esta tergiversaci¨®n hist¨®rica a los enemigos de Espa?a. Maltby dedujo que hab¨ªa mucho por descubrir sobre el estereotipo que presentaban sus enemigos, y esta idea le fascin¨®. Pero adem¨¢s hab¨ªa otra cosa: Alba era una importante figura olvidada que urg¨ªa rescatar del poderoso influjo de su aura legendaria. As¨ª que dedic¨® 12 a?os a la investigaci¨®n y redacci¨®n de este libro, que sigue siendo, sin lugar a dudas, el m¨¢s completo y profundo estudio hist¨®rico sobre el tercer duque de Alba.
Existen en el palacio de Liria tres retratos del duque de Alba muy significativos que me gustar¨ªa comentar porque forman una especie de secuencia que resume toda su vida pol¨ªtica. El primero de ellos, aunque pintado por el pr¨®spero taller de Rubens, es una copia de un cuadro, hoy perdido, de Tiziano. El duque ten¨ªa entonces 43 a?os. Vestido de negro y con el Tois¨®n de Oro en el pecho, esta pintura sabe transmitir todo el car¨¢cter de su modelo: altivo, de mirada penetrante, car¨¢cter sombr¨ªo y enormemente en¨¦rgico, y una determinaci¨®n sin concesiones. En el momento de ser retratado, Alba ya hab¨ªa luchado y dirigido sus ej¨¦rcitos en las batallas m¨¢s importantes del siglo. Bajo el mando de Carlos V ha combatido contra los franceses en la batalla de Pav¨ªa, contra los turcos en T¨²nez y contra los protestantes alemanes en M¨¹hlberg. Estas operaciones militares le han reportado un gran prestigio militar en toda Europa; incluso Motley no se atreve a discutirlo. Sin embargo, su genio militar es consecuencia de una inteligencia eminentemente pr¨¢ctica y poco proclive a los grandes gestos: m¨¢s que tomar parte en batallas espectaculares, volc¨® todo su talento en la organizaci¨®n de sus ej¨¦rcitos y en el escrupuloso cuidado de que estuvieran bien pagados, aprovisionados y, sobre todo, bajo una f¨¦rrea disciplina.
Si alg¨²n soldado robaba a un campesino, no vacilaba en ahorcarlo, pues de sobra sab¨ªa que con ello estaba evitando la posibilidad de futuros saqueos indiscriminados de las ciudades enemigas, que en ese tiempo eran frecuentemente perpetrados por las tropas indisciplinadas y faltas de sueldo. Para Alba, las campa?as deb¨ªan ser r¨¢pidas y efectivas, y tener el menor n¨²mero de bajas posible. Por eso sus hombres ?con los que manten¨ªa una cercana relaci¨®n y a los que llamaba "nobles se?ores" cuando se dirig¨ªa a ellos? le quer¨ªan tanto y confiaban plenamente en su mando. Jam¨¢s condujo a sus soldados a ning¨²n sacrificio in¨²til o mal calculado.
Pero Alba era tambi¨¦n un hombre culto. Dominaba el franc¨¦s, el italiano y, en menor grado, el alem¨¢n, lo que le permit¨ªa hablar tranquilamente con cualquier dirigente extranjero. Tuvo una estrecha relaci¨®n en Flandes con Arias Montano y con el aristot¨¦lico Juan Vives, gran amigo de Erasmo. Le¨ªa a T¨¢cito en lat¨ªn. Gracias a su abuelo, que reclut¨® a artistas, m¨²sicos y humanistas en torno a su casa, recibi¨® una educaci¨®n renacentista. Su tutor en letras fue el poeta catal¨¢n Juan Bosc¨¢n, traductor de El cortesano, de Castiglione, y su gran amigo de juventud, con el que cruzar¨ªa a caballo toda Europa, fue nada menos que Garcilaso. Como ¨¦ste, comparti¨® la educaci¨®n de las letras y de las armas. Aunque su abuelo Fadrique, primo carnal de Fernando el Cat¨®lico, m¨¢s que el amor a las letras, que no abandonar¨¢ en toda su vida, sabr¨¢ inculcarle, sobre todo, los antiguos ideales de su sangre, inseparables de la guerra y la fidelidad a la Corona. Este culto caballeresco medieval a la noblesse oblige dejar¨¢ una profunda impresi¨®n en el alma infantil de Fernando, y ser¨¢ su abuelo Fadrique quien le transmita ese terrible sentido de inquebrantable firmeza de todas las actuaciones de su vida.
En el segundo retrato, esta vez ejecutado directamente por Tiziano, el duque tiene ya 56 a?os. Adem¨¢s de haber sido virrey de N¨¢poles y gobernador de Mil¨¢n, es miembro permanente del Consejo de Estado de un imperio en expansi¨®n. El modelo tuvo un largo y amistoso trato con el artista. En cualquier caso, la pintura muestra el rostro de un hombre introspectivo, se?orial y poderoso, en cuya expresi¨®n se insin¨²a una cierta causticidad, que a veces aflora en su correspondencia. El duque se hace retratar con su armadura de gala, su tois¨®n y su bast¨®n de mando. El lienzo fue pintado tres a?os antes de su marcha a Flandes. Por tanto, era ¨¦ste, m¨¢s o menos, su rostro durante los a?os m¨¢s amargos de su vida. Alba hab¨ªa aceptado, de mala gana, el cargo de gobernador de los Pa¨ªses Bajos. Sab¨ªa que la situaci¨®n a la que deb¨ªa enfrentarse no era f¨¢cil, y que el viaje afectar¨ªa tanto a su salud como a su hacienda ?durante su mandato en Mil¨¢n y en N¨¢poles, la falta de fondos le oblig¨® a vender todas las joyas de su mujer para costear sus gastos?. A pesar de todo, el duque acepta, como siempre, el reto que le impone su rey. Las ¨®rdenes que recibe son tajantes: se le otorga el mando militar sobre un pa¨ªs en rebeli¨®n, y se le requiere, para poner orden en las ciudades sublevadas, investigar las causas y los autores de esos des¨®rdenes y castigar a los responsables de las revueltas.
Adem¨¢s, se le entrega la jurisdicci¨®n civil, con lo cual la regente Margarita de Parma quedaba destituida de su cargo. El duque deb¨ªa restaurar la unidad religiosa, quebrada por los calvinistas, y, una vez logrado este objetivo, el rey ordenar¨ªa el perd¨®n general y entonces podr¨ªa volver a la corte: nada m¨¢s alejado de la realidad. En aquella ¨¦poca, la gota le obliga a permanecer tumbado en su lecho durante horas, pero marcha a Flandes dispuesto a cumplir las ¨®rdenes del rey, como si se tratara de un voto religioso. Era un hombre antiguo: su mente conservaba una idea ancestral del papel que deb¨ªa cumplir la aristocracia en el mundo; Dios y el Rey eran sus dos convicciones m¨¢s hondas. La fe absoluta en el primero le otorg¨® esa ilimitada resoluci¨®n que caracteriz¨® todos sus actos. Su fidelidad al segundo ser¨¢ la ra¨ªz de toda su tragedia. Atrapado en la ret¨®rica de sus ideales, tuvo que defender a ultranza los valores religiosos y morales del hombre antiguo (en los cuales cre¨ªa hasta la m¨¦dula) frente a unos nuevos valores religiosos y pol¨ªticos que nunca pudo comprender. Lo malo de todo ello es que le toc¨® ser el perdedor. Por eso su severa justicia se recuerda como uno de los primeros holocaustos modernos, y en cambio se han olvidado por completo las terribles represiones llevadas a cabo por los duques de Borgo?a o por Isabel I. Como dice Maltby, la raz¨®n de ello estriba en que los reos que conden¨® en su Tribunal de Tumultos se convirtieron en m¨¢rtires de una nueva naci¨®n, "y es sabido que la historia la escriben los vencedores". A pesar de todas las cosas que se han escrito sobre ¨¦l, no fue un hombre cruel. Ninguno de sus actos violentos fue arbitrario, sino necesario desde su punto de vista. Seg¨²n un testigo presencial, cuando tuvo que mandar al pat¨ªbulo al conde de Egmont, a quien apreciaba sinceramente, derram¨® l¨¢grimas "grandes como guisantes" mientras contemplaba desde la ventana su ejecuci¨®n. Adem¨¢s, seg¨²n sabemos por una de sus cartas, rog¨® al rey que concediera a su viuda una pensi¨®n vitalicia. Lo cual no quiere decir, de ning¨²n modo, que sintiera alg¨²n remordimiento por haberle ajusticiado; al contrario, siempre estuvo firmemente convencido de su pol¨ªtica, y nunca vacil¨® en llevar adelante la misi¨®n que le hab¨ªan encomendado. Su error fue presidir en persona la mayor¨ªa de los juicios, por no fiarse de los jueces flamencos, y esto hizo que recayese sobre ¨¦l todo el peso de la represi¨®n.
El tercer retrato que quer¨ªa comentar es an¨®nimo. Los especialistas siguen discutiendo su autor¨ªa. En la parte superior del lienzo est¨¢ escrito el siguiente lema: "Fernandus A. Toledo dux Alva Gubernator Generalis in / Belgio. Aetatis sua 74". En la parte inferior del cuadro aparece la fecha de 1574. El duque muri¨® en 1582 en Lisboa, a los 74 a?os, as¨ª que, una de dos, o bien la fecha es err¨®nea, o bien lo es la edad del lema. En cualquier caso, me inclino a pensar que el duque nunca pos¨® para el pintor y que el cuadro fue hecho de memoria, porque sus rasgos se apartan notablemente de sus otros retratos. Su cara y nariz son m¨¢s anchas, carnosas y vulgares; su cabeza, bastante m¨¢s abombada y gruesa, y, adem¨¢s, no aparece como le gustaba ser retratado: luciendo siempre su armadura de soldado, su tois¨®n y su bast¨®n de mando, como sucede en todos sus dem¨¢s retratos, incluso en los de Key, Moro y S¨¢nchez Coello. Quiz¨¢ el autor del an¨®nimo pint¨® al duque un a?o antes de su muerte, o acaso el lienzo es anterior, y fue ejecutado durante su ¨²ltimo a?o en Flandes por un pintor flamenco, como muestra el estilo del cuadro.
De todos modos, tras su derrota, el duque vuelve a Espa?a. Su prestigio ha ca¨ªdo, alimentado por las intrigas de Antonio P¨¦rez y de su bella y malvada enemiga, la princesa de ?boli. Poco despu¨¦s, Felipe II manda encarcelarlo por haber quebrado el estricto protocolo de la corte. Pasa un a?o en el castillo de Uceda, pero el rey volver¨¢ a llamarle para que conduzca de nuevo sus tercios a la conquista de Portugal. Tiene 73 a?os. Bajo un sol de verano abrasador, se dirige a Lisboa con un ej¨¦rcito de 40.000 hombres. Cada d¨ªa cabalga ocho horas sin descanso. Al principio, una epidemia de gripe desbarata sus tropas, pero al final del verano ha conquistado todo el pa¨ªs, en s¨®lo 53 d¨ªas. El duque env¨ªa al rey un despacho anunci¨¢ndole el triunfo: "Dios ha querido conceder la victoria a vuestras armas, por lo cual le doy las gracias y felicito a Vuestra Majestad". Ni una sola palabra sobre s¨ª mismo. S¨®lo pide una cosa: que le permita volver a sus tierras; pero el Rey Prudente no se lo concede. Viejo y enfermo, otra vez se siente atrapado: es virrey sin t¨ªtulo del inmenso Imperio Portugu¨¦s, pero su situaci¨®n no puede ser m¨¢s absurda e ingrata. Su esposa, que por entonces mantiene una estrecha relaci¨®n con Teresa de ?vila, cae enferma. No obstante, ello no es raz¨®n suficiente para permitirle salir de Lisboa. "Los reyes", escribe a un amigo, "no tienen los sentimientos y la ternura en el lugar en donde nosotros los tenemos". Finalmente, en 1582, tendr¨¢ la muerte que deseaba: casi en olor de santidad, si hemos de creer los testimonios dejados por fray Luis de Granada.
En contra de lo que dicen los cruentos estereotipos, el tercer duque de Alba es una figura compleja. Por un lado, asume la aureola del h¨¦roe al recoger la secreta admiraci¨®n que siempre se profesa al invicto guerrero. Todo su talante respira el antiguo c¨®digo moral de la aristocracia guerrera y parece comportarse al dictado de los cinco viejos preceptos de la caballer¨ªa, que le fueron transmitidos por su abuelo: prouesse, loyaut¨¦, largesse, courtoisie y franchise. Pero, al mismo tiempo, cuanta m¨¢s luz, mayor es la sombra; y finamente entretejidas a sus propios ideales se encuentran las oscuridades m¨¢s propias del ejercicio del poder: su abuso y, consecuentemente, el in¨²til derramamiento de sangre. De forma que todos los claroscuros que reverberan a lo largo de su extraordinaria y turbulenta vida est¨¢n presentes en el magn¨ªfico relato que traza Maltby en este libro.
Como dice el estudioso, en la imagen que ha quedado del tercer duque de Alba, el hombre se ha perdido bajo el s¨ªmbolo. ?Cu¨¢ntas veces ocurre esto! Cu¨¢ntas veces la historia parece ser inequ¨ªvoca, cuando lo cierto es que la bondad y la maldad, la raz¨®n y la sinraz¨®n humanas siempre est¨¢n inc¨®modamente repartidas. ?sta es su eterna encrucijada; por eso la historia avanza siempre tejida a sus mitos, a sus fantas¨ªas ideol¨®gicas.
Y por eso, libros como el de Maltby, trabajados sin precipitaci¨®n y con rigor, nos acercan al verdadero rostro de lo hist¨®rico: aquel que muestra el curso de unos acontecimientos que, si bien nunca acabaremos de abarcar del todo, la historia se encarga de escribir y reescribir sin cesar, para iluminar de vez en cuando aquellas zonas que permanec¨ªan en penumbra o estaban distorsionadas por los partidismos pol¨ªticos, que son su maldici¨®n.
'El Gran Duque de Alba', de William S. Maltby, se presenta en los pr¨®ximos d¨ªas. Inicia la colecci¨®n Alba de la editorial Atalanta.
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