La absenta dibujada
1Fue en octubre, hace exactamente 20 a?os. Lo recuerdo como si fuera ahora. Era d¨ªa 26 y me sub¨ª al 24. Tengo la fecha anotada en el libro que me compr¨¦ aquel d¨ªa de 1987. Cre¨ªa conocer a su autor, Raymond Queneau, pero no ten¨ªa ni idea de cu¨¢l era el tema del libro. El t¨ªtulo no parec¨ªa muy alentador, Ejercicios de estilo, pero result¨® ser un conjunto de 99 fragmentos muy divertidos. Lo descubr¨ª nada m¨¢s subir al 24. De pie en la plataforma del autob¨²s, comenc¨¦ a ver, con divertido asombro, de qu¨¦ iban aquellos Ejercicios que acababa de comprarme. Y bueno, iba encontr¨¢ndolos cada vez m¨¢s geniales. Se contaba all¨ª -de 99 formas diferentes- una breve historia. Se contaba en verso, en prosa, en presente, en pasado..., y con una extensi¨®n variable, desde cuatro hasta 499 l¨ªneas. Con una ¨²nica cuerda tem¨¢tica -la an¨¦cdota nimia de un altercado en un autob¨²s y un itinerario por Par¨ªs-, el autor atrapaba completamente al lector en cada una de esas 99 historias y le seduc¨ªa con toda clase de ejercicios de estilo y de juegos de palabras.
(Por cierto, parezco hoy marcado por el n¨²mero 99, sobre todo si pienso que llevo exactamente 99 semanas escribiendo este dietario)
2Empec¨¦ aquel d¨ªa a re¨ªrme, all¨ª en la plataforma del autob¨²s, y hasta creo que por poco se me desencaja la cara de tanto re¨ªrme con las 99 versiones de la historia de Queneau (l¨¦ase que no, un buen apellido), una historia que en s¨ªntesis ven¨ªa a ser as¨ª de tonta: una ma?ana, en la plataforma trasera de un autob¨²s casi completo de la l¨ªnea S, alguien observa a un joven que acusa a otro viajero de haberle pisoteado adrede y abandona velozmente la discusi¨®n en cuanto ve que ha quedado un asiento libre. Dos horas m¨¢s tarde, volvemos a ver al joven delante de la estaci¨®n de Saint-Lazare conversando con un amigo que le aconseja disminuir el escote del abrigo haci¨¦ndose subir el bot¨®n superior por alg¨²n sastre competente.
A veces me digo que ese libro me impresion¨® m¨¢s de la cuenta y que eso pudo deberse a que fue la primera vez que le¨ªa en el 24 una historia que ocurr¨ªa en un autob¨²s.
3Raymond Queneau public¨® su ¨²ltima novela en la Francia del 68. No se si eligi¨® bien el a?o, pero el hecho es que apareci¨® El vuelo de ?caro en esos d¨ªas complicados. La novela la publica ahora Elisenda Julibert en Marbot, una nueva peque?a editorial de Barcelona. Se dir¨ªa que casi a diario nace entre nosotros una nueva casa editorial con matices -afortunadamente- literarios. Es asombroso y hay que alegrarse.
En esta ocasi¨®n la historia de Queneau arranca en Par¨ªs, hacia 1895, cuando un escritor llamado Hubert crea un personaje llamado ?caro que, cuando s¨®lo lleva unas 15 p¨¢ginas de vida y quiz¨¢s por la tendencia a volar que le otorga su nombre, se escapa, vuela literalmente del libro. Hubert saldr¨¢ en busca de su personaje y, sospechando que ¨¦ste ha sido robado por su colega Surget, contratar¨¢ al detective Morcol para que lo localice. Ajeno a esto, el infeliz de ?caro, inexperto en el mundo con sus s¨®lo 15 p¨¢ginas vividas, se ha refugiado en una taberna donde toma absenta desconociendo el poder¨ªo de la bebida. A partir de ese momento iremos de sorpresa en sorpresa.
Comenc¨¦ a leerlo ayer en la plataforma del 24 (soy un pasajero constante de esa l¨ªnea) y, aunque en esta ocasi¨®n la narraci¨®n de Queneau no arranca en un autob¨²s, he vuelto a re¨ªrme, como en los buenos tiempos. S¨®lo detuve la lectura para bajarme del autob¨²s. Descend¨ª t¨ªmidamente del 24 en el momento en el que Hubert fumaba un Partag¨¢s frente a sus hojas en blanco y beb¨ªa oporto con melancol¨ªa. En casa acab¨¦ este libro, al que si le volaran la hoja 300 y la 2 de la Nota a la edici¨®n, tendr¨ªa 299 p¨¢ginas, lo cual habr¨ªa sido perfecto porque me habr¨ªa permitido especular seriamente sobre la influencia del 99 en mi vida de pasajero constante del 24.
4
Gon?alo M. Tavares parece que se haya escapado de una novela de Queneau. "Que s¨ª. De all¨ª me he escapado", me dir¨ªa ¨¦l ahora si pudiera saber lo que estoy pensando. Seguro que estar¨ªa encantado de enterarse de que le imagino reci¨¦n salido de unas p¨¢ginas de Queneau. Le tengo a mi lado y, por muy real y buen amigo que sea, no puedo evitar que me recuerde a un hombre dibujado. Y creo que, si tuvi¨¦ramos aqu¨ª absenta, hasta esa bebida tambi¨¦n parecer¨ªa dibujada. Tavares, joven talento portugu¨¦s, est¨¢ presentando su libro El se?or Brecht a los periodistas de Barcelona. A su lado, tomo yo estas notas para mi dietario. Le escucho hablar de uno de sus personajes, de ese hombre tan bien dibujado que es el se?or Henri, que tiene una afici¨®n notable por la absenta y es uno de los habitantes de ese barrio de artistas que, libro tras libro, va Tavares creando como si estuviera siempre en permanente vuelo imaginativo: un barrio port¨¢til, una especie de Chiado literario que jam¨¢s arder¨¢ y donde compran el pan y toman el aperitivo una serie de se?ores muy curiosos, cada uno habitante de un libro breve y propio: el se?or Juarroz, el se?or Calvino, el se?or Val¨¦ry, el se?or Brecht, el se?or Kraus. No s¨¦ si ser¨¢n 99 los se?ores que acabar¨¢n viviendo en el barrio, pero s¨ª s¨¦, por ejemplo, que el se?or Henri -amigo personal de ?caro, tanto como yo soy amigo de Tavares- dijo el otro d¨ªa:
-Si un hombre mezcla absenta y realidad obtiene una realidad mejor.
Claro que el se?or Henri -como Tavares, ?caro y Queneau- ¨²ltimamente pide absenta "sin una sola gota de realidad, por favor". El se?or Henri considera que la absenta es el infinito.
-Otro infinito, por favor.
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