Un espect¨¢culo para los vivos
Supongo que este art¨ªculo me va a ganar reproches y antipat¨ªas sin cuento, pero qu¨¦ se le va a hacer. Esta sociedad, tras unos a?os de comprensi¨®n de la diversidad, est¨¢ volvi¨¦ndose a hacer tan intolerante ante ciertos asuntos -tradicionalmente lo fue- que cualquier voz disonante casi causa indignaci¨®n. En gran medida son culpables nuestros medios de comunicaci¨®n, dedicados a magnificarlo y exagerarlo todo y a convertirlo en esc¨¢ndalo o espect¨¢culo. Lejos de seguir el viejo precepto que a menudo le o¨ª a mi padre -"No se debe conceder importancia a lo que no la tiene"-, parecen decididos a contravenirlo, es decir, a dar enorme importancia a las nimiedades. No es raro que hoy, en los telediarios de todas las cadenas, el locutor anuncie alguna "bomba" en forma de declaraciones de alguien -sea un pol¨ªtico o un deportista-. A continuaci¨®n las emiten, y las tales declaraciones "pol¨¦micas" o "tremendas" suelen ser, a lo sumo, una leve insinuaci¨®n de alguna cr¨ªtica o queja, si no una chorrada sin trascendencia. Pero el espectador medio tiende a quedarse con el envoltorio, con el anuncio de que va a o¨ªr algo llamativo o impertinente, y por mucho que las palabras que luego salen de la boca de Luis Aragon¨¦s o de Zaplana sean una mera parida como los centenares de ellas que nos brindan desde hace a?os, se queda haci¨¦ndose cruces y exclamando: "?Hay que ver! ?Qu¨¦ fuerte!"
El grado de histrionismo aumenta con las desgracias, y el mayor ejemplo lo vimos hace mes y pico con la desdichada muerte del futbolista Puerta, del Sevilla. Sin duda es muy triste que un muchacho pierda s¨²bitamente la vida, y para su familia y sus allegados es una irreparable tragedia personal. El hecho de que se tratara de un jugador conocido -pero no era Ronaldinho ni Zidane ni Ra¨²l-, y de que adem¨¢s se desplomara en medio de un partido, y de que durante unos d¨ªas se debatiera entre la vida y la muerte, a?adi¨® dramatismo al caso. Bien, hasta ah¨ª se comprende sin esfuerzo. Lo que ya no se comprende es lo que vino despu¨¦s. Yo vi c¨®mo TVE, supuestamente la cadena m¨¢s seria, interrump¨ªa su programaci¨®n e intercalaba un avance informativo, como cuando se produce un atentado grave de ETA, para comunicar el fallecimiento del pobre muchacho. Tambi¨¦n vi c¨®mo casi todos los telediarios abr¨ªan con esa noticia y sus secuelas, durante varios d¨ªas. C¨®mo los hist¨¦ricos periodistas deportivos ped¨ªan, exig¨ªan, que no se celebraran m¨¢s partidos esa semana. C¨®mo el Presidente del Madrid, Calder¨®n ?que, para no ser menos, rivaliza en inteligencia con aquel ex-Presidente del Bar?a, Gaspart?, hac¨ªa caso y suspend¨ªa la disputa del Trofeo Bernab¨¦u, y c¨®mo sobre el Bar?a ?el ¨²nico club normal en este asunto? llov¨ªan censuras por no cancelar a su vez el Trofeo Gamper y limitarse a guardar un minuto de silencio en memoria de Puerta. C¨®mo, a lo largo de semanas, todos los futbolistas de todos los equipos alzaban su dedo al cielo cada vez que met¨ªan un gol, hubieran conocido o no al fallecido. Y c¨®mo Sevilla medio se paralizaba con sus exequias. Pero en fin, Sevilla, ya lo sabemos, tiende a ser muy festiva en las fiestas y muy desgarrada en las desdichas, y adem¨¢s el jugador era de all¨ª. Lo que resulta desproporcionado, y hace sonar una nota inevitablemente falsa y teatral, es que se sevillanice todo el pa¨ªs.
Son pocos los futbolistas que mueren en el terreno de juego, si consideramos cu¨¢ntos saltan a ellos cada semana, en el mundo entero. Y muere gente en todas partes, en las oficinas, en las carreteras, en las obras, en sus casas. Para los allegados es terrible, s¨ª, pero el mundo no se para, como nunca se ha parado por los miles de millones de muertos de la historia. Ahora hay pretensiones desmesuradas: que no se jueguen partidos, que se suspenda esto y lo otro, que asista alg¨²n Ministro al entierro, que todo el mundo participe del duelo. Es como si una parte de la sociedad hubiera tomado al pie de la letra los emotivos versos de Auden -popularizados por la pel¨ªcula Cuatro bodas y un funeral- que empiezan as¨ª: "Parad todos los relojes, cortad el tel¨¦fono, no dej¨¦is que ladre el perro ante su sabroso hueso, silenciad los pianos y con amortiguado tambor sacad el ata¨²d, que vengan las pla?ideras". Es el lamento por la p¨¦rdida del amigo, la expresi¨®n de la ¨ªntima necesidad de que nada siga al interrumpirse la vida de un ser querido. Pero despu¨¦s Auden a?ade: "?l era mi Norte, mi Sur, mi Este y Oeste, mi semana de trabajo y mi domingo de descanso, mi mediod¨ªa, mi medianoche, mi hablar, mi canto -" Pasa a lo personal, el ¨²nico ¨¢mbito al que en realidad pertenecen las muertes. No se puede obligar a guardar luto a los dem¨¢s, y eso es lo que hoy se hace en Espa?a a veces, so pena de ser tenido por un desalmado, un insensible, un duro de coraz¨®n. Es como si en algunas cosas hubiera una exigencia de unanimidad -un totalitarismo de fondo-: "Ha ocurrido esta desgracia. Que todo se pare, y nadie quede sin llorar p¨²blicamente". En ocasiones as¨ª uno se pregunta qu¨¦ se ha hecho de la vieja sobriedad espa?ola, del pudor, la entereza, la austeridad famosa, la involuntaria elegancia de las gentes de este pa¨ªs. Claro que, si recordamos el histerismo colectivo sobrevenido a la reservada y estoica Inglaterra cuando muri¨® Lady Di, habr¨¢ que concluir que el fen¨®meno es universal. Quiz¨¢ es que hoy se detesta y teme tanto la muerte que la ¨²nica forma de enfrentarse a ella sea convertirla en un espect¨¢culo y una celebraci¨®n. Aunque sea a costa del finado; y para los vivos, claro est¨¢.
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