El conjunto vac¨ªo
Espa?a no ha conseguido tener una fiesta nacional realmente compartida y celebrada por todos. Desde que se reinstaur¨® la democracia, la Fiesta Nacional ha ido dando tumbos sin conseguir interesar a nadie. Actualmente, es el 12 de octubre, fecha de resonancias franquistas, porque era en aquella ¨¦poca el d¨ªa de la Hispanidad, seg¨²n la ret¨®rica de Espa?a como madre patria de Latinoam¨¦rica. El 6 de diciembre es el d¨ªa de la Constituci¨®n. Pero tampoco ha cuajado como Fiesta Nacional. Dice Yuri Andrujovich que "las comunidades m¨¢s felices son aquellas que no tienen necesidad de una referencia hist¨®rica". Espa?a, desde luego, no parece haberlo encontrado. Pero tampoco sabe hacer de ello un factor de felicidad. La complejidad del demos espa?ol hace dif¨ªcil habilitar un territorio simb¨®lico com¨²n. El ¨²ltimo punto de acuerdo ha sido la Constituci¨®n, pero es demasiado reciente para alimentar una narrativa sobrecargada de sentido que es lo que parecen exigir las Fiesta Nacionales. Y, al mismo tiempo, como toda Constituci¨®n es un hito, marca una etapa, pero es, por definici¨®n transitoria. Para m¨ª s¨®lo hay una figura hist¨®rica sobre la que asentar un futuro compartido: el recuerdo de la Guerra Civil como aquello que no se puede repetir jam¨¢s. Este deber¨ªa ser el objetivo principal de una ley de memoria hist¨®rica. Ya que no nos ponemos de acuerdo sobre lo que debe ser Espa?a, compartamos por lo menos lo que de ning¨²n modo puede volver a ser.
Toda conmemoraci¨®n es un ejercicio de memoria. Pero con una peculiaridad: tiene pretensiones fundacionales. Es decir, pol¨ªticas. En la modernidad, la promesa de un futuro ha sido el valor a?adido que la pol¨ªtica aportaba a la identidad. La pol¨ªtica como proyecto. Albert Camus ironizaba sobre "los que han colocado un sill¨®n con el sentido de la historia". Las conmemoraciones eran jalones en un trayecto que promet¨ªa un futuro mejor. Desde luego no es el caso de la Fiesta Nacional espa?ola. "Cu¨¢nto m¨¢s se habla de patria menos existe ¨¦sta", escrib¨ªa Sebald. Y en esta tesitura estamos, felizmente. En tiempos en que los Estados-naci¨®n est¨¢n en crisis por su incapacidad de dar respuesta pol¨ªtica a los problemas que genera la globalizaci¨®n de la econom¨ªa, en tiempos en que la patria "deja de ser un sitio", los esfuerzos para restaurar el juego simb¨®lico de las conmemoraciones y las continuidades est¨¢n condenados a la inutilidad. Ciudadan¨ªa, narraci¨®n compartida y territorio van separ¨¢ndose poco a poco. Y los nuevos imaginarios traspasan las fronteras. El estado de desamparo en que la nueva relaci¨®n espacio-tiempo, a la que llamamos globalizaci¨®n, deja a la ciudadan¨ªa es un territorio propicio para colocar la identidad colectiva bajo el signo del miedo. Y el miedo facilita la tarea de los poderosos, porque paraliza a los ciudadanos y los hace m¨¢s propensos a la servidumbre voluntaria, pero debilita a la sociedad abierta y empobrece sus valores. El PP sabe mucho de ello. Por algo particip¨® en la revoluci¨®n del miedo, la revoluci¨®n conservadora de la Administraci¨®n de Bush, de la que, de no haber perdido las elecciones, el PP habr¨ªa sido uno de sus representantes comerciales en Europa.
Paul Ricoeur aconsejaba "no permanecer prisioneros de la noci¨®n de identidad colectiva que se refuerza actualmente bajo el efecto de la intimidaci¨®n de la inseguridad". Pero el PP ha decidido aferrarse a ella, como ¨²ltima trinchera desde la que combatir a un zapaterismo lastrado por sus querencias ca¨®ticas. La celebraci¨®n de la Fiesta Nacional coincide con un momento de tensi¨®n entre el nacionalismo espa?ol y los nacionalismos perif¨¦ricos. Ante lo cual, PP y PSOE han optado por pugnar por los s¨ªmbolos nacionales. El PP ha hecho sonar las campanas del m¨¢s rancio espa?olismo mandando a sus juventudes como fuerza de choque. Una in¨²til voluntad de restauraci¨®n de las esencias nacionales, contra la evidencia de una realidad plurinacional, por parte de un PP que hace caso omiso a las advertencias de Ralph Dahrendorf sobre el negro destino de aquellas sociedades en que las ataduras pueden m¨¢s que las opciones. Frente a tal griter¨ªo todo lo que haga Zapatero parece descafeinado. Y, sin embargo, est¨¢ m¨¢s cerca de la realidad de un pa¨ªs que, no por casualidad, tiene un himno sin letra. Es la mejor expresi¨®n de una realidad nacional como conjunto que se ha quedado vac¨ªo de tanto sobrecargarlo. Y la mejor promesa de felicidad colectiva seg¨²n la tesis de Andrujovich.
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