Am¨¦rica, 'mon amour'
La raz¨®n por la que el arte y los artistas norteamericanos parecen por lo general encarnizadamente m¨¢s vehementes y atractivos que sus colegas europeos es un triste enigma. Que el MOMA o el Guggenheim representen el colmo de la satisfacci¨®n cultural de la audiencia masiva del arte tiene que ver con la actual enfermedad de engreimiento econ¨®mico y ambig¨¹edad moral de una sociedad que coloca en su escala de perfecci¨®n la hip¨¦rbole por encima de la met¨¢fora, el humor sobre la iron¨ªa. Con todo, nos conmueve o¨ªrle recordar el empuje de su juventud, su vigorosa resistencia a envejecer, su cordialidad, un tanto forzada, su glotoner¨ªa, su falta de impiedad. Pocos pa¨ªses han sido capaces de resistirse a su negativa exuberancia. Pero sus dotes, aunque formidables, no pueden redimirle. De ah¨ª que para reaccionar a su propia elocuencia, la sociedad americana necesite concluir sus historias, ponerles fecha y llevar su "justicia cultural" al canon. Que tales historias puedan ser medidas a trav¨¦s de una o varias exposiciones, como las que se anuncian ahora, ya es m¨¢s dudoso. La primera, titulada Art in USA. 300 a?os de innovaci¨®n, carece absolutamente de mediaci¨®n y posee todo el misterio de una caja de zapatos. La segunda, Bajo la bomba. El jazz de la guerra de im¨¢genes transatl¨¢ntica, 1946-1956, podr¨ªa ser su sucesora disidente, pues apunta m¨¢s all¨¢ de s¨ª misma: es la contramusa de la historia (que nos han contado).
La exposici¨®n del Guggenheim es la visi¨®n "rosa" del arte hecho en Estados Unidos. Sin depresi¨®n ni vulnerabilidad
El Gobierno estadounidense gast¨® millones en un programa "cultural" destinado a combatir la propaganda sovi¨¦tica
Para volver a situarse en la escena internacional, Francia utiliz¨® a Picasso, h¨¦roe de la Resistencia y autor de una pintura sensual
Art in USA, ahora en el Guggen
heim bilba¨ªno, representa la visi¨®n pantagru¨¦lica y "rosa" del arte hecho en Estados Unidos. Trescientos a?os de visi¨®n id¨ªlica y moralizante de un pa¨ªs en permanente estado de ¨¦xtasis y prozac. En ella no veremos los paisajes desolados, ni la depresi¨®n -existencial, econ¨®mica-, ni mucho menos la vulnerabilidad. En sus lienzos, la angustia existencial de Rothko se transforma en un campo de margaritas, el gesto en¨¦rgico de Pollock o Kline aparece como un aspaviento celebratorio del pugilato entre el entonces epicentro del mundo y Par¨ªs. La magn¨ªfica serie de telas firmada por Cy Twombly, Nueve discursos sobre C¨®modo, 1963 (recientemente adquirida por el Guggenheim bilba¨ªno), parece algo trivial, en medio de una sintaxis de especulaci¨®n con los materiales donde Rauschenberg es el rey absoluto. El De Kooning Composici¨®n (1955) es, sencillamente, sensacional. Clyfford Still (Sin t¨ªtulo, 1964) y Franz Kline (Monitor, 1962) podr¨ªan ser capaces de abandonarnos al pesar y la nostalgia; sin embargo, el espectacular entorno muse¨ªstico de Gehry no permite semejante debilidad: Art in USA es un blockbuster, como lo fueron China, El Imperio Azteca y Rusia! Despu¨¦s de su paso por Shanghai, Pek¨ªn y Mosc¨², esta gran exposici¨®n, con m¨¢s doscientas obras, forma parte de los fastos que a lo largo de dos semanas conmemorar¨¢n los 10 a?os de la inauguraci¨®n del museo. Por sus caracter¨ªsticas -arrolladora, apolog¨¦tica, sobresaliente (en el sentido m¨¢s f¨ªsico del t¨¦rmino)-, esta muestra es de una inagotable afabilidad. El gran p¨²blico agradecer¨¢ esta alegr¨ªa, tan exenta de cr¨ªtica y de problem¨¢tica. No est¨¢n los tiempos para expiar nuestra miserable falta de criterio.
Art in USA brinda al visitante una conciencia aut¨¦nticamente "nacional". No se han incluido obras de artistas nacidos fuera de Estados Unidos. S¨®lo Louise Bourgeois ha tenido ese privilegio, una autora considerada tan americana como la Coca-Cola, y banalizada a la altura de Jeff Koons, ep¨ªtome guggenhiano y retratista oficial de la basura americana. ?Y Marcel Duchamp?, ?no desarroll¨® buena parte de su carrera en Nueva York, cuando no ejerc¨ªa de Pepito Grillo para la cesta de la compra de la se?ora Guggenheim? Nam June Paik fue un nativo coreano que se hizo artista americano. Joseph Cornell, Sol LeWitt, Matta-Clark o Robert Smithson nacieron en tierras estadounidenses, sin embargo, ninguno de ellos ha entrado en la arcadia de Thomas Krens.
En Art in USA se ha incluido el todot¨®pico del arte norteamericano, desde David Smith hasta Matthew Barney, pasando por Andy Warhol y Basquiat. Los olvidos son tremendos, seguro que muchas de las obras de los refus¨¦s forman parte de la colecci¨®n del Guggenheim, o de la Terra Foundation, que ha cedido gran parte de los pr¨¦stamos. Pero estas mismas ausencias no podr¨ªan competir con los artistas presentes, los que anuncian el triunfo institucional del arte americano. Esto en cuanto al siglo XX. En el viaje trescientos a?os atr¨¢s, el visitante encontrar¨¢ el retrato del hombre completo americano a trav¨¦s de su m¨¢s exitosa pintura: John Singleton Copley, Charles W. Peale, Ralph Earl, Thomas Birch, Thomas Cole, Hermann Herzog, Winslow Homer, Albert Bierstadt, James Abott, John Singer Sargent, Maurice Prendergast, Thomas Eakins, John Sloan, George Bellows, Joseph Stella, Edward Hopper o Thomas Hart Benton. Vale la pena destacar el Sargent Mendiga parisina, 1880 (este pintor fue un americano de origen nacido en Florencia que desarroll¨® su obra en Europa); el Homer Luz de luna en el agua (1890), aunque aqu¨ª se olvida su faceta de acuarelista, un formato nada americano; el Thomas Eakins Luchadores, 1899 (de este autor, posiblemente el m¨¢s melanc¨®lico de su generaci¨®n, se muestran los trabajos menos realistas y m¨¢s idealizados). El que fue mentor de Jackson Pollock, Thomas Hart Benton, est¨¢ presente con el mural titulado Historia ?pica Americana (1924-1927). Pura propaganda. Finalmente, destacar los dos lienzos Amanecer en Pensilvania (1942) y Muchacha cosiendo a m¨¢quina (1922), de Edward Hopper, para quien el contacto con Europa signific¨® toda su pintura.
Al contrario que Art in USA, el
punto de vista de lector fascinado de Serge Gilbaut en la exposici¨®n Bajo la bomba. El jazz de la guerra de im¨¢genes transatl¨¢ntica, 19461956 -desde el pasado 4 de octubre en el Macba- se derrama sobre una d¨¦cada de inmenso contraste entre el arte producido en Nueva York y en Par¨ªs. Diez a?os, desde la euforia de la liberaci¨®n y la reconstrucci¨®n tras la II Guerra Mundial hasta las sombras y el miedo a la guerra fr¨ªa. Se trata de una revisi¨®n sin paliativos del arte producido durante el periodo en que la Nueva Am¨¦rica sustituy¨® a la Vieja Europa como centro principal del arte moderno. ?Por qu¨¦ determinados autores tuvieron ¨¦xito convirti¨¦ndose en iconos medi¨¢ticos y por qu¨¦ otros, en cambio, ni siquiera se tuvieron en cuenta? La cr¨ªtica posestructuralista modificar¨ªa la pregunta: ?cu¨¢l era la intenci¨®n del artista, del historiador, al pintar o dar valor a una obra en un momento determinado?
Tras la victoria del expresionismo abstracto, la cr¨ªtica norteamericana, en especial la muy persuasiva y agresiva de Clement Greenberg, despreci¨® la producci¨®n art¨ªstica francesa por considerarla limitada y tosca. El car¨¢cter distintivo de la llamada Escuela de Nueva York, sus cualidades de decisi¨®n y confianza, su hermoso y claro optimismo, contrastaban con la escena art¨ªstica francesa que, en su riqueza fragmentaria, parec¨ªa incapaz de proyectar una voz o direcci¨®n ¨²nica hacia el futuro como lo hab¨ªa hecho en el pasado. Ya en 1939, Greenberg escribe en una postal a su madre: "Entre las personas que he conocido se hallan Eluard, Sartre, Hugnet, Man Ray, Hans Arp y algunos m¨¢s. Est¨¢n todos majaretas, todos sin excepci¨®n". Otra cita que describe el cr¨ªtico Jean Cassou en Un punto de vista franc¨¦s (1954) dice: "Es en todo caso agradable comprobar que cerca de nosotros, al otro lado de un Atl¨¢ntico cada vez m¨¢s estrecho, existe un mundo nuevo en el que habitan personas cuyos ojos ni han visto ni han le¨ªdo demasiado, y cuyo intelecto es relativamente inocente". Son dos ejemplos que resumen aquellos diez a?os de t¨®picos y abismo entre los dos establishments. Si Francia no ten¨ªa nada que ofrecer al mundo, Norteam¨¦rica pose¨ªa una inocencia, la ingenuidad propia de quien alimenta el m¨²sculo y no est¨¢ lastrado por la materia gris.
A trav¨¦s de m¨¢s de cuatrocientas obras, Serge Gilbaut ha puesto "en situaci¨®n" la cultura de la posguerra vulnerando la intocabilidad del cubo blanco y la camisa de fuerza de la cr¨ªtica formalista. Pel¨ªculas, peri¨®dicos, moda, archivos y entrevistas aparecen confrontados con la pintura de la vanguardia cl¨¢sica, desde Picasso a Matisse, pasando por Van de Velde, Pollock, Gorky, De Stael, Soulages o Hartung, adem¨¢s de artistas poco conocidos o desterrados del canon oficial como Jean Dewasne, ?douard Pignon, Giuseppe Capogrossi, Helena Vieira Da Silva, o los afroamericanos Romare Bearden y Byron Brown.
En 1949, Jackson Pollock aparece en la revista Life como pintor vivo m¨¢s importante, un referente social que comparti¨® con De Kooning y Kline. Su arte se sustentaba en las galer¨ªas, los coleccionistas y los museos, como el MOMA, que celebraban un mercado cada vez m¨¢s dominante, apoyados por un Gobierno que no dud¨® en gastar millones de d¨®lares en un programa "cultural" destinado a combatir la propaganda sovi¨¦tica y a exponer las virtudes esenciales de Occidente. Los integrantes de la Escuela de Nueva York, que quer¨ªan un arte libre y espont¨¢neo, como correspond¨ªa a su herencia surrealista, descubrieron que estos valores hab¨ªan sido r¨¢pidamente utilizados por los pol¨ªticos norteamericanos, m¨¢s interesados en ganar la guerra cultural que en preocuparse de las angustias de sus ciudadanos cuyo ritmo cotidiano estaba marcado por el miedo al comunismo y las consecuencias de la explosi¨®n at¨®mica en el atol¨®n de Bikini. Francia no fue ajena a esa manipulaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica: tras la liberaci¨®n el nuevo Gobierno necesit¨® renacer y situarse de nuevo en la escena internacional, y lo hizo a trav¨¦s de Picasso, h¨¦roe de la resistencia y autor de una pintura sensual m¨¢s acorde con la joie de vivre. El mundo de la moda tambi¨¦n sirvi¨® como arma diplom¨¢tica. El Th¨¦?tre du Monde (1945), de Jean Cocteau, una especie de Guernica de la moda, se envi¨® como exposici¨®n itinerante a Nueva York y a San Francisco, con un ¨¦xito abrumador, incluso perverso, pues conserv¨® en la mentalidad masculina americana una idea de Francia como mujer hermosa y d¨¦bil.
La muestra barcelonesa est¨¢
plagada de intenciones, desde los elocuentes documentos encerrados en vitrinas hasta las salas vac¨ªas de contexto, donde las pinturas aparecen dialogando entre s¨ª. En algunos ¨¢mbitos se puede ver c¨®mo el llamado automatismo de Pollock o Hartung no lo era tanto, sino que era el fruto de un proceso muy pensado. Otras salas ilustran el trabajo de Michel Tapi¨¦ y Georges Mathieu en su voluntad de introducir la vanguardia norteamericana en Par¨ªs, en exposiciones de artistas norteamericanos residentes en Francia o de la llamada Escuela del Pac¨ªfico (Tobey, Francis, Flakenstein). La abstracci¨®n hecha en Espa?a, fruto de la I Bienal Hispanoamericana de 1951, tambi¨¦n fue transformada por el r¨¦gimen en agencia de ideolog¨ªa liberal. La soledad del individuo ante el futuro incierto, el silencio, lo monocromo (Klein, Manzoni y pel¨ªculas como Hiroshima mon amour) marcar¨¢n el final de la utop¨ªa de una era que parece no querer terminar nunca.
Bajo la bomba. El jazz de la guerra de im¨¢genes transatl¨¢ntica. 1946-1956. Macba. Pla?a dels ?ngels, s/n. Barcelona. Comisarios: Serge Gilbaut y Manuel Borja-Villel. Hasta el 7 de enero 2008. Art in the USA. 300 a?os de innovaci¨®n. Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra s/n. Bilbao. Hasta el 27 de abril de 2008. Coorganizaci¨®n: Solomon R. Guggenheim Foundation y Terra Foundation for American Art. Comisarios: Thomas Krens, Susan Davidson, Nancy Mowll y Elizabeth Kennedy.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.