Piloto por un d¨ªa
Correr en Montju?c al volante de un coche de carreras no es algo que uno pueda hacer muy a menudo; y claro, lo de andar cerca de donde se cuece el meollito tiene su miga: a veces -dicho a lo bruto- pillas cacho. Cuando me brindaron un coche de la Col¡¤lecci¨® Terramar para esta jornada no me lo pens¨¦ dos veces. Bueno, s¨ª. Inicialmente, iba a ser un tentador Pegaso Z-102 que, sin embargo, declin¨¦, primero porque me gusta catar cosas nuevas -gracias a mi anterior empleo ya tuve oportunidad de conducir otros Pegaso- y dado que nunca hab¨ªa pilotado un monoplaza, ¨¦sta iba a ser la ocasi¨®n. As¨ª, en vez de sufrir al volante del Selex F-1800, era mi amigo Horacio Garc¨ªa, hombre de gustos m¨¢s cl¨¢sicos, quien tomaba la berlineta Touring mientras yo embut¨ªa 80 kilos de cronista en un s¨¢ndwich de aluminio y fibra con fieros alerones a proa y popa.
Al grano. La cosa no es tan f¨¢cil: hay que sacar el volante, hacer unas cuantas contorsiones para meterse en el cockpit, volver a colocarlo y pensar qu¨¦ hacemos con tantas manos y pies (no caben). Veamos: primera, embrague duro, de corto recorrido. Cambio a¨²n m¨¢s duro. Direcci¨®n superdirecta. Visibilidad trasera m¨ªnima. Confort inexistente. Si fuera Mart¨ªnez ahora escribir¨ªa glups!, pero soy Garriga y justamente me toca salir en esta manga -ya tardo- llamada Esp¨ªritu de Montju?c, elegante eufemismo que evita la siempre tan vulgar caj¨®n de sastre, donde rodaremos en deportiva promiscuidad turismos y deportivos de distintas ¨¦pocas y condiciones, y un par de monoplazas: el Hispakart FIV de Ram¨®n L¨®pez y mi Selex F-1800.
Todo va tan r¨¢pido -claro, es un coche de carreras- que casi sin darme cuenta me veo enfilando la subida del Poble Espanyol en tercera a fondo para no perder de vista el coche que me precede. Todo se mueve mucho. Cualquier bache -y los hay gordos en este trazado- se transmite con violencia apreciable al eje delantero en forma de vibraci¨®n. Pero hay que correr, a eso venimos ?no? El patri¨®tico Saab de H¨¦ctor Ribas al que persigo casi se me escapa, y por detr¨¢s tengo al Porsche 356 de Tito Ankli comi¨¦ndome el aler¨®n ?Y toda esa gente a los lados de la pista? ?De d¨®nde sale? ?Por qu¨¦ nos saluda como si esto fuera una carrera de verdad y nosotros aut¨¦nticos pilotos?
Gas y m¨¢s gas. Enfilamos la recta del estadio ol¨ªmpico -que de recta tiene poco- hasta la frenada del ¨¢ngulo donde se concentra una multitud. A pesar del penetrante ruido del escape puedo o¨ªr sus gritos con toda claridad. Empieza la bajada hacia las eses del Teatre Grec. Sudo a mares pero ahora mismo no me cambiar¨ªa por nadie (bueno s¨ª, tal vez por Fittipaldi en el Lotus negro). Una vuelta, dos vueltas, todo va a mucha velocidad. El coche. El circuito. Mi cabeza. Tengo que tomar notas -mentalmente, claro- porque luego querr¨¦ contarlo y no me acordar¨¦ de nada. Va a ser como ir a ver una pel¨ªcula y, tan pronto como salga de la sala, olvidarlo todo. As¨ª que mejor lo escribo ya, no sea que cuando el lunes alguien me pregunte qu¨¦ tal el fin de semana le suelte "nada, viendo carreras, como de costumbre...".
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