Patrias
Hay una patria que nos concede la condici¨®n de ciudadanos. Hay una patria que nos facilita el pasaporte, que nos permite viajar siendo extranjeros documentados; hay una patria a la que damos parte del sueldo, a la que reclamamos algo en correspondencia, cosas concretas que ayuden m¨ªnimamente a la inalcanzable felicidad, una escuela, un hospital, un futuro no demasiado incierto. Hay una patria que est¨¢ escrita en un pliego de derechos y deberes. La patria en la que los ciudadanos de nacimiento podemos disfrutar de la posibilidad de nacer y morir en el mismo sitio, la patria de aquel que, aun con todo, detesta su patria o la del que la disfruta porque deja atr¨¢s otra patria imposible. Es esa patria que se lleva en el pasaporte, ese salvoconducto al que nos aferramos en las fronteras donde m¨¢s de una vez hemos visto c¨®mo alguien lloraba desconsolado por haberlo perdido y convertirse de repente en nadie.
Hay otra patria. Aunque los neur¨®logos ya han dejado claro que los sentimientos est¨¢n dirigidos por la cabeza, pervivir¨¢ en nosotros el gesto de llevarnos la mano al coraz¨®n. Hay otra patria, pues, que est¨¢ en el coraz¨®n. Est¨¢ compuesta de cosas ¨ªntimas, dif¨ªciles de explicar, aunque la literatura y la m¨²sica se hayan deshecho en explicaciones. La calle en la que nacimos, la lluvia del pasado, los antiguos olores, la mano de tus padres, los juegos, las canciones tontas de la infancia, las palabras que te proporcionaban seguridad y las que te dieron miedo. Todo eso ya est¨¢ contado, aunque nos encante repetir y escuchar la misma historia. Hay veces que los pol¨ªticos confunden la patria c¨ªvica con la patria del coraz¨®n. Y hay ciudadanos que, lejos de desconfiar en quien se mete tan intrusivamente en las emociones, entienden que los partidos hacen bien en exaltarlas. Pero hay otros (entre los cuales me encuentro) que, cuando un pol¨ªtico anima a salir a las calles para mostrar orgullo en el d¨ªa de la patria, agitar banderitas, sentir alegr¨ªa por la azarosa nacionalidad o aplaudirle a un carro de combate, optan por celebrar la fiesta a la manera de Brassens, levant¨¢ndose tarde y disfrutando de la anhelada pereza. Placeres de la patria ¨ªntima en la que detesto que nadie se inmiscuya.
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