Karachi, el espejo del miedo
Los 12 millones de habitantes de la ciudad pasaron el d¨ªa encerrados en sus casas
Caminar por una ciudad desierta es siempre sobrecogedor, pero si se trata de una urbe de 12 millones de habitantes en cuyas calles ni siquiera se ve un perro vagabundo es casi aterrador. Karachi, la capital financiera de Pakist¨¢n, era ayer el mismo espejo del miedo. El Gobierno local, que no ve con simpat¨ªa ni a Benazir Bhutto ni al Partido Popular de Pakist¨¢n (PPP) que dirige, no decret¨® jornada de luto por los casi 140 muertos y m¨¢s de 200 heridos, pero orden¨® el cierre de colegios, comercios y oficinas ante el temor a un nuevo estallido.
Polic¨ªas y soldados del Ej¨¦rcito apostados en muchas esquinas no contribu¨ªan a calmar el ambiente. S¨®lo en los hospitales se sent¨ªa la agitaci¨®n de familiares y amigos de las v¨ªctimas, mientras en el lugar de las dos explosiones hab¨ªa decenas de curiosos y de agentes de seguridad.
Nor Ahmed, de 35 a?os, lamenta la muerte de su primo Tahid, de 25. "Acababa de casarse. Yo le dije que no deber¨ªa de ser uno de los 5.000 militantes del PPP encargados de la seguridad de la caravana de Bhutto. Pero ¨¦l estaba muy orgulloso y no me escuch¨®", afirma. "Aqu¨ª nadie est¨¢ a salvo. Nuestra vida es un continuo riesgo. El extremismo y la violencia seguir¨¢n extendi¨¦ndose mientras no haya un gobierno democr¨¢tico", se?ala con un hilo de voz.
A diferencia de Tahid, que era de Karachi, muchos de los muertos y de los heridos son de otros lugares de Pakist¨¢n, que vinieron a participar en la caravana con la que Bhutto pretend¨ªa celebrar su vuelta al pa¨ªs tras ocho a?os de exilio. Ayer no quedaba ni rastro de esos cientos de miles de personas. Se fueron despu¨¦s del atentado en los mismos autobuses. en que llegaron.
En la morgue, envueltos en s¨¢banas blancas, como manda la religi¨®n isl¨¢mica, aguardan decenas de cad¨¢veres a que les recojan sus familias repartidas por la geograf¨ªa del pa¨ªs.
"Tengo miedo a un nuevo estallido de violencia, a nuevas muertes de inocentes. El Gobierno deber¨ªa de haber impedido esta matanza", asegura, Faruk, de 32 a?os y vecino de la zona en que ocurrieron las explosiones.
Refugiados en el interior de sus viviendas o chabolas, con las persianas y las puertas cerradas, la poblaci¨®n aguard¨® a que se cumplieran los peores augurios. Los que anunciaban enfrentamientos a la salida de la mezquita, tras el principal rezo de los viernes, el de la una de la tarde. El r¨¦gimen militar introdujo la semana occidental, con el descanso en domingo, pero el viernes sigue cargado de simbolismo en un pa¨ªs donde son musulmanes el 99% de sus 165 millones de habitantes.
Karachi, asentada sobre las costas del mar de Arabia y principal puerto de Pakist¨¢n, una urbe ruidosa y con un tr¨¢fico infernal, donde la enorme cantidad de armas que posee la poblaci¨®n hace que las disputas se diriman con mucha frecuencia a balazos, contuvo la respiraci¨®n hasta que el sol se fue ocultando, poco a poco, en el horizonte. Con las primeras sombras aparecieron en las calles los primeros coches, el hilo del que tirar¨¢ Karachi para seguir viviendo.
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