Dinero, armas y mujeres. Los excesos de un depredador
S¨®lo soy libre en el agua", dijo. Y en verdad lo era. Lo han dicho quienes le contemplaron en acci¨®n. Adolph Bunker Spreckels III (ABS III), californiano, rubio, espigado, bronceado, chico de mucha playa? La imagen t¨®pica se esfumaba en cuanto se le ve¨ªa enderezarse sobre la tabla de surf, girarse, crecer, arrodillarse, flotar, usar a su antojo crestas y llanuras, volar "a la velocidad del tigre", sobrevivir airoso como un acr¨®bata a las olas verticales de las playas de Hawai, esas islas S¨¢ndwich en las que el capit¨¢n Cook, all¨¢ por 1778, vio "algo sobrenatural": a hombres deslizarse sobre las olas, fundirse en ellas.
Una masa de agua nacida de corrientes profundas; movida, dicen, por los frecuentes terremotos de la zona; columnas de roca l¨ªquida que barren el North Shore de la isla de Oahu, en Sunset Beach, o el Pipeline (una meca del surf, el centro de la muerte) u otras? Aquellos lugares que am¨® ABS III por encima de todas las cosas. Todo en su estilo era animal. El superman del surf chic proclamaban las revistas. La tabla, su sost¨¦n; la que te mueve, te empuja, te rescata? Mientras la tuvo (durante 18 a?os), todo fue bien. Cuando la abandon¨®, Bunker se descentr¨®, engord¨®, se perdi¨®. Una sobredosis de hero¨ªna lo hundi¨® para siempre. A los 27 (1949-1977).
"Si miro en mis notas sobre mi familia, veo la palabra corrupci¨®n. Sobornos con opio. Regalos al rey"
"Sol¨ªa follar mucho. A¨²n lo hago. Me benefici¨¦ a 64 chicas en una sola semana. Fue cuesti¨®n de ego"
"Cabalgar las olas limpia el cuerpo, y si se hace entregado, tambi¨¦n el esp¨ªritu", le dijo al periodista, amigo y surfista C. R. Stecyk en su ¨²ltima entrevista. ?sta se recoge ahora en el libro de Taschen Bunker Spreckels surfing's divine prince of decadence, con fotograf¨ªas de Art Brewer, tambi¨¦n colega deportivo de Bunker y editor del Surfer Magazine. Hay en ¨¦l una imagen de Brewer que marca el inicio? y el fin. La primera que le tom¨® al conocerle. Un adolescente delgado, posando de perfil, mirando hacia el mar, estirado cual soldado mientras el sol se derrumba en el horizonte y lo convierte todo en un mundo dorado, esplendoroso, con su tabla corta como un tesoro reluciente a sus pies?
-?Lo m¨¢s destacado de su carrera surfista?
-Una vez en Jeffreys Bay (en Sur¨¢frica), cuando una marsopa empujaba una ola ante m¨ª.
Hubo una ¨¦poca, cuenta ABS III, en que estaba convencido de que ser bueno en el agua exig¨ªa ser mejor persona. Luego no: "Luego supe que cualquier surfista puede ser un gilipollas".
"Goza del presente y no conf¨ªes lo m¨¢s m¨ªnimo en el ma?ana". Carpe diem, que dec¨ªa el poeta Horacio all¨¢ por el siglo I antes de Cristo. En ning¨²n sitio consta que Bunker estudiara lat¨ªn (su futuro se proyect¨® como corredor de Bolsa), pero el significado de la frase lo aprendi¨® bien desde chico. Con Clark Gable, el famoso actor, su padrastro.
Siguiendo tal consejo, Bunker consumi¨® cada d¨ªa de su vida como ola gigante que todo lo arrastra. No conoc¨ªa el miedo. Ni en l¨ªquido ni en s¨®lido; entre tanta subida, tanta adrenalina, tanta bajada, no parec¨ªa sentir ni fr¨ªo ni calor... Muri¨® Gable, al que quer¨ªa, el que le ense?¨® las cosas de la vida que no le cont¨® su padre verdadero; le habl¨® de la banalidad de Hollywood, de secretos de mujeres; le inculc¨® el gusto por la lectura, la t¨¦cnica del l¨¢tigo, los cuchillos y el lazo. Muri¨® Gable, y su hijastro dice: "S¨ª, estuve triste un rato por su muerte; un d¨ªa o as¨ª".
Bunker, el ni?o pijo, se hizo hippy en los sesenta, se alej¨® del dinero y la comodidad familiar, se gan¨® el sustento fabricando sus propias tablas de surf, cortas y gruesas (que llegar¨ªan a valer hasta 10.000 d¨®lares en subasta), con maderas de wiliwili, hau, guava, koa, ulu...: "Me gusta llevarlas al oc¨¦ano o al r¨ªo y observar c¨®mo flotan, c¨®mo se mueven sin nada encima", contaba. Llen¨® con su nombre, su historia, su pericia, su cuerpo sumergible y bien dotado, las playas de Hawai, en un tiempo en que el surf (He e'nalu, llamaban los polinesios a "este deporte de reyes") era ya cosa de mortales que sorb¨ªan las olas y las persegu¨ªan por el mundo: camionetas, vestidos y mentalidad flowerpower, mucha fiesta, mucho coche, mucho rock and roll, mucha marihuana, muchas drogas y el LSD que completa la emoci¨®n de la subida, la bajada, el giro, el grito, el desenlace. "Todo el mundo era un rebelde con causa o sin ella", dice Bunker.
El surf era para ¨¦l la vida; la provocaci¨®n, el reto, el riesgo... el poder del agua, del sol, del viento, y el tir¨®n milenario de una tradici¨®n que se recoge incluso en leyendas orales. Una t¨¦cnica que ¨¦l, al que los nativos de Hawai consideraban un pr¨ªncipe reencarnado, aprendi¨® de los grandes Beach Boys de Waikiki y que sus ancestros, los Spreckels, conoc¨ªan bien. Su padre, vividor y representante perfecto del esp¨ªritu aloha del cine de Elvis, se fundi¨® 50 millones de d¨®lares de la ¨¦poca en un pisp¨¢s. Y antes de ¨¦l, el creador de tal fortuna: su abuelo. El bar¨®n Klaus von Spreckelsen, nacido en Hannover, de ra¨ªces vikingas; emigr¨® a Am¨¦rica en 1846, se dedic¨® a negocios de ultramarinos en Nueva York y luego a la cerveza en la costa Oeste. Klaus acab¨® siendo Claus, convertido en magnate de la industria azucarera e intimando con David Kalakaua, ¨²ltimo rey de Hawai. "Si miro en mis notas sobre mi familia, veo la palabra corrupci¨®n. Corrupci¨®n. Sobornos con opio. Regalos al rey", dice el nieto.
Cuando ya era medianamente conocido, Bunker lo intent¨®: hacerse invisible, pasar inadvertido; se escondi¨® en el bosque en pos de una existencia natural, para huir de su condici¨®n de hijastro de Gable, de los pedig¨¹e?os de aut¨®grafos, de los que le cre¨ªan ya carne de paparazzi, de las chicas que se le pegaban por su digno arte de cabalgar olas y la fortuna que se le supon¨ªa.
-En casa quer¨ªan que fuera a la academia militar de Saint John. Y fui. Una pesadilla. Quer¨ªan que fuera banquero, embajador o diplom¨¢tico... Yo deseaba ir a Vietnam, volar en misiones all¨ª, pero me apart¨¦ del prop¨®sito.
-?C¨®mo?
-Por el tipo de vida que comenc¨¦ a tener en Hollywood. Actividades de la juventud americana, el surfing y follar. Qued¨¦ cautivado por la cultura de los sesenta, sal¨ªa con Miss Teen California, nos divert¨ªamos con peque?os viajes... Yo ten¨ªa una filosof¨ªa anarquista de la vida.
La familia lo intent¨® todo para sacarle del charco, le enviaron psiquiatras a la playa, a las casas que compart¨ªa. Pero no hubo modo. Sin que nadie pudiera evitarlo, hered¨® Bunker la fortuna azucarera de su abuela materna a los 21; ese d¨ªa se fue al banco en coche, lo sac¨® todo en efectivo, lo guard¨® en su "cueva" y se dedic¨® a gastarlo sin m¨¢s: "Unos 500 d¨®lares por d¨ªa". La ¨²nica diferencia en sus h¨¢bitos, dice: "que com¨ªa mejor". Y que le sal¨ªan amigos a miles. Su paisaje playero mut¨® en otro repleto de coches y guardaespaldas, de mujeres sin nombre, de escenarios y hoteles para desparramar por el mundo: Par¨ªs, Sur¨¢frica, Honolul¨², Kahuku, Hollywood.
-Sol¨ªa follar mucho. A¨²n lo hago. Me benefici¨¦ a 64 chicas en una semana. Fue cuesti¨®n de ego.
Tuvo muchas, y s¨®lo una, Ellie, tan del estilo de aquellas chicas Warhol de The Factory, se mantuvo a su lado tres a?os. Se la ve en las fotos de Brewer, rubia, dulce, espl¨¦ndida, provocativa, botas altas y abrigos largos de piel, o en biquini, acompa?¨¢ndole hasta que ya no pudo ser: cuando ya Bunker era m¨¢s que Bunker, cuando mut¨® de hippy surfista a playboy hortera; cuando se hizo int¨¦rprete de s¨ª mismo, cre¨® su ¨¢lter ego, hombre extravagante y excesivo que montaba esc¨¢ndalo all¨¢ donde estuviera. Se llamaba a s¨ª mismo "The Player", e hizo de su propia vida una representaci¨®n, con camar¨®grafos y fot¨®grafos que le segu¨ªan por el mundo y daban testimonio de sus locuras, una suerte de pionero del Gran Hermano. "Se comportaba como rey de la escena, como estrella de rock. Era una fiesta ambulante y continua", contaban.
En la entrevista, tras hablar de la familia, de Hawai, de surf y tablas, del dinero que le dio poder y libertad, de excesos de drogas, de su amor por las artes marciales, las armas y las mujeres, de su viaje a Sur¨¢frica, de la gente que encontr¨® en su peregrinar, confiesa que quiere cambiar de vida. "Es el momento", dice. Va a rodar pel¨ªculas con Warhol, Kubrick o Nicolas Roeg, y a dedicarse al negocio musical: "Formar¨¦ una banda, porque yo soy muy showman". Un mes despu¨¦s muri¨® de sobredosis. La vida del pobre ni?o rico fundida como el az¨²car.
'Bunker Spreckels surfing's divine prince of decadence' est¨¢ editado por Taschen.
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