Jesuitas. Los 'marines' del Papa
Desde su despacho, mucho antes de que amanezca, el papa negro de los jesuitas divisa cada ma?ana los dominios del papa blanco en Roma. Las ventanas de ambos son las primeras en iluminarse en el Vaticano. Las separan unos centenares de metros. Luego ofician misa en soledad. Son los dos hombres m¨¢s poderosos de la cristiandad. Unidos a trav¨¦s de la historia por un s¨®lido v¨ªnculo de complicidad y tambi¨¦n de sospecha. A lo largo de cinco siglos, sus relaciones han sido tormentosas. De amor y odio. Un papa disolvi¨® la Compa?¨ªa de Jes¨²s en 1773, y otro, Juan Pablo II, la someti¨® con mano de hierro en 1981 y a punto estuvo de disolver su caballer¨ªa ligera. Sus monjes soldado universales, inquietos y disciplinados. Universitarios y pol¨ªglotas. Humildes y soberbios al tiempo. Entrenados f¨ªsica y mentalmente como marines por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Siempre a disposici¨®n del pont¨ªfice en los cinco continentes; en vanguardia; en el filo de la navaja.
Los soldados papales descubrieron a los pobres. Se pusieron de su lado. La Iglesia no estaba preparada para esa revoluci¨®n
El sector m¨¢s avanzado anhela el regreso de los jesuitas al liderazgo de la Iglesia; que marquen de nuevo el camino
Arrupe no dominaba el untuoso y sibilino lenguaje de la curia. Era un vasco directo y cabezota. No se entend¨ªa con Wojtyla
Tras la sangr¨ªa de vocaciones, s¨®lo hay en Espa?a un noviciado con 19 internos. El m¨¢s joven, de 20 a?os; el mayor, de 42
Se saben distintos. Definen su trabajo como "estar en la frontera". Lo explica el padre H¨¦ctor de Vall, de 72 a?os, rector del Pontificio Instituto Oriental, situado en un elegante palacio semioculto tras la bas¨ªlica de Santa Mar¨ªa la Mayor, de Roma, que busca servir de puente entre las iglesias de Oriente y Occidente: "Nuestro voto de obediencia al Papa es para la misi¨®n; el Santo Padre te puede enviar a la frontera intelectual o geogr¨¢fica que considere oportuna. En un principio, dispon¨ªa de los jesuitas, un grupo de gente muy especializada, que sab¨ªa lat¨ªn y ten¨ªa una carrera civil, para que fueran a los confines del planeta. Hace un siglo, la frontera supon¨ªa estar en el mundo de la ciencia, porque los cient¨ªficos eran ateos. Y los jesuitas, como cient¨ªficos, deb¨ªamos demostrar que la fe no era contraria a la raz¨®n; hoy, nuestra frontera es la lucha por la justicia, la paz, la ecolog¨ªa, los derechos humanos".
Esa b¨²squeda febril que tantos problemas les ha proporcionado en el Vaticano. Desde aquel 1974 en que la Congregaci¨®n General de la Compa?¨ªa decidiera que, para los jesuitas, el servicio a la fe deb¨ªa ser inseparable de la promoci¨®n de la justicia en el mundo. Un terremoto. Su Mayo del 68. Los soldados papales, martillo de protestantes, confesores de papas, aliados de reyes, educadores de ricos, descubr¨ªan a los pobres. Y se pon¨ªan de su lado. Contra las dictaduras, denunciando el racismo en Estados Unidos, con los m¨¢s desfavorecidos en Nicaragua y El Salvador. En los barrios marginales. Entre los refugiados. Una refundaci¨®n r¨¢pida y profunda.
M¨¢s all¨¢ del cr¨ªptico lenguaje eclesi¨¢stico, ?qu¨¦ significa en la actualidad "la promoci¨®n de la justicia"? Contesta Jon Sobrino, de 68 a?os, forjador de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n en Centroam¨¦rica y uno de los miembros m¨¢s queridos en la Compa?¨ªa: "?Qu¨¦ es justicia para esas mayor¨ªas a las que se les niega una vida digna? ?Qu¨¦ es justicia para las mujeres maltratadas y oprimidas? ?Qu¨¦ es justicia donde hay apartheid? ?Qu¨¦ es justicia si Estados Unidos consume el 28% del ox¨ªgeno de la Tierra? La promoci¨®n de la justicia no se puede definir. Es vida y dignidad para todos. Algo que clama al cielo. Nuestra misi¨®n".
La Iglesia no estaba preparada para esa revoluci¨®n. Para ese atrac¨®n de libertad. Pasar del traje talar al mono de obrero sin escalas. Ya en la Nochebuena de 1955, el jesuita Jos¨¦ Mar¨ªa Llanos hab¨ªa dado un portazo al r¨¦gimen del general Franco y se hab¨ªa instalado en una chabola de El Pozo del T¨ªo Raimundo, en Madrid, junto a un grupo de compa?eros de la Compa?¨ªa. Una experiencia similar a la que hab¨ªan protagonizado los curas obreros en Francia y que iba a transformar la mentalidad de muchos jesuitas j¨®venes en Espa?a. Llanos y sus hermanos no hab¨ªan aterrizado en ese suburbio para convertir a nadie; organizaron una escuela profesional, una guarder¨ªa, una escuela de educaci¨®n nocturna, y dinamizaron el clandestino movimiento sindical. Marcharon codo con codo con los vecinos. Construyeron una capilla en una chabola. Hoy es una iglesia en la que a¨²n se trabaja por el barrio.
"Aquel esp¨ªritu sigue entre nosotros", comenta Higinio Pi, de 41 a?os, que medio siglo despu¨¦s representa una nueva generaci¨®n de jesuitas en El Pozo. "En aquel momento, los jesuitas quer¨ªan saber qu¨¦ pasaba en la calle, vivir como la gente normal, padecer lo mismo. Y salieron del centro de las ciudades y las parroquias. Hoy, las necesidades de la sociedad son distintas; trabajamos para ver c¨®mo acoger a los inmigrantes que acaban de llegar. Estamos a pie de obra; investigamos de d¨®nde vienen y la incidencia social que provocan. Nuestro fin no es ense?arles el catecismo; expresamos nuestra fe al luchar contra la injusticia. Nuestro trabajo con la inmigraci¨®n no es asistencial; consiste en saber qui¨¦n viene y por qu¨¦. Hay una parte muy interesante de los jesuitas como think tank para conocer mejor la inmigraci¨®n. Y tambi¨¦n en la cooperaci¨®n al desarrollo y la cultura por la paz. Nuestro fin no es dirigir; no queremos figurar, sino iniciar proyectos, dejar paso a otros y seguir adelante". "Es la manera de ser de la Compa?¨ªa", explica un veterano jesuita. "Analizamos la realidad del lugar donde estamos y respondemos en consecuencia. Vamos por libre. Somos los free-lancers de la Iglesia. Llegamos a un sitio y ponemos en pr¨¢ctica lo que nadie antes ha hecho. Como Llanos en El Pozo: no sab¨ªa qu¨¦ iba a hacer, no ten¨ªa instrucciones de uso, se encontr¨® una realidad y le dio una respuesta".
A este mismo territorio llegar¨ªa en 1974 otro jesuita proscrito. Hoy, a sus 96 a?os, Jos¨¦ Mar¨ªa D¨ªez Alegr¨ªa conserva una lucidez, memoria y sentido del humor envidiables. Doctor en Derecho y Filosof¨ªa, licenciado en Teolog¨ªa, profesor de ?tica en la Universidad Gregoriana de Roma, hermano de dos generales de Franco, es considerado un precursor de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n en la Compa?¨ªa. "Tengo dos doctorados universitarios, pero el doctorado de mi vida ha sido El Pozo", explica sentado en un decr¨¦pito sill¨®n de la residencia de ancianos de la Compa?¨ªa en Alcal¨¢ de Henares (Madrid), donde transcurren los ¨²ltimos compases de su vida. D¨ªez Alegr¨ªa nunca ha perdido la sonrisa. Ni en los tiempos m¨¢s dif¨ªciles. "Hay que tomarse menos en serio; los obispos pod¨ªan tomar nota".
Represaliado por el Vaticano en 1973 por su libro Yo creo en la esperanza, una desnuda autobiograf¨ªa en la que reflejaba su visi¨®n cr¨ªtica de la Iglesia y el sacerdocio y que neg¨® a pasar por el tr¨¢mite de la censura vaticana, el padre D¨ªez Alegr¨ªa hab¨ªa comprendido ya una d¨¦cada antes que "Cristo denunci¨® la riqueza injusta; estuvo con los pobres y criticaba el capitalismo salvaje. Y, en ese sentido, yo estaba a favor del di¨¢logo con los comunistas, y lo dec¨ªa en mis clases en Roma. No soy un comunista dictatorial, pero creo en un socialismo democr¨¢tico. Llevaba mucho tiempo fichado. Tras el l¨ªo del libro, me obligaron a abandonar la c¨¢tedra y dejar la Compa?¨ªa, pero el padre Arrupe, nuestro general, se port¨® muy bien; dijo que, aunque yo ya no fuera jesuita, podr¨ªa vivir siempre en casas de la Compa?¨ªa. ?No, nunca pens¨¦ en dejar el sacerdocio! Me fui a El Pozo. Era un jesuita sin papeles. Aquello sent¨® muy mal en el Vaticano. Los conservadores nunca se lo perdonaron a Arrupe".
Los jesuitas eran los primeros que se hab¨ªan quitado la sotana y marchado a vivir en pisos. Le¨ªan a Marx (la biblioteca de la Gregoriana guarda 47.000 libros sobre el tema). Profundizaban en las religiones orientales. Se mezclaban con gentes de todas las razas y creencias. Vest¨ªan taparrabos en la selva de Brasil y t¨²nicas en la India. Rezaban al estilo zen en Jap¨®n. Y avanzaban m¨¢s r¨¢pido que ninguna otra orden en su visi¨®n de Dios. Sin embargo, fue su compromiso con la teolog¨ªa de la liberaci¨®n en Centroam¨¦rica el detonante de su ruptura con el Papa.
Jon Sobrino sit¨²a el inicio la teolog¨ªa de la liberaci¨®n entre los jesuitas en 1969: "Ese a?o, el padre Ignacio Ellacur¨ªa convoc¨® unos ejercicios espirituales en El Salvador, donde se reunieron 200 jesuitas que hicieron una profunda autocr¨ªtica ante Dios. Arrodillados ante los pueblos crucificados del mundo, se preguntaron cu¨¢l era su parte de culpa para que estuvieran as¨ª y qu¨¦ pod¨ªan hacer para bajar de la cruz a los oprimidos de la Tierra. En la vida hay un camino que va a los honores y otro que va a la pobreza y los oprobios. Ellacur¨ªa escogi¨® este ¨²ltimo. Y detr¨¢s, muchos jesuitas en Am¨¦rica, y luego, en ?frica y en Estados Unidos. Esa aspiraci¨®n se concret¨® en la Congregaci¨®n General de la Compa?¨ªa en 1974: all¨ª cambi¨® nuestra forma de ver a Dios, a los hombres y a nosotros mismos. El padre Arrupe, nuestro general, era muy reacio al experimento. Nos ped¨ªa prudencia. Dec¨ªa que est¨¢bamos demasiado en el cambio social, en lo pol¨ªtico, y nos olvid¨¢bamos de lo espiritual. En 1976 me llam¨® a Roma; hablamos durante una semana, nos conoci¨® y cambi¨® de idea. Nos anim¨® a seguir adelante. No era un camino de rosas. Muchos jesuitas dieron su vida. Diecis¨¦is en Centroam¨¦rica. El primero, Rutilio Grande, en 1977". El mismo Ellacur¨ªa ser¨ªa asesinado por los militares salvadore?os en 1989 junto a otros cinco compa?eros y dos trabajadoras de la Universidad Centroamericana. "Yo estaba fuera de El Salvador y me salv¨¦ por los pelos. Con la muerte de Ignacio Ellacur¨ªa perdimos un gran referente. Ya nada ser¨ªa lo mismo".
Casualmente, el mismo d¨ªa que Ignacio Ellacur¨ªa ca¨ªa bajo las balas del Ej¨¦rcito, su hermano, el tambi¨¦n jesuita Jos¨¦ Ellacur¨ªa, era expulsado de Taiwan por la dictadura del pa¨ªs acusado de actividades ilegales y de comunista. "Frente a la explotaci¨®n y la pobreza, la respuesta de los jesuitas en Taiwan no fue la caridad, sino la creaci¨®n de una estructura obrera organizada. Decidimos luchar por los derechos de los trabajadores. Yo cre¨¦ el primer sindicato independiente del pa¨ªs. El Gobierno me ten¨ªa pinchado el tel¨¦fono y la polic¨ªa registraba mi oficina. Hubo encierros y huelgas de hambre. Pero seguimos adelante. Si te metes en el camino de la justicia, es como si coges un cable de alta tensi¨®n". Jos¨¦ Ellacur¨ªa, de 78 a?os, sonrisa perenne, cabellera blanca e iron¨ªa jesu¨ªtica, sigue trabajando por los olvidados y por la paz en Euskadi. Hoy, desde la comunidad de Loyolaetxea, en Guip¨²zcoa, donde junto a otros tres jesuitas, Pedro, Manu y Txema, dan techo, amor y esperanza a hombres y mujeres que acaban de salir de la c¨¢rcel. "Esto es una comunidad de vida". Est¨¢ dispuesto a morir con las botas puestas. "Los Ellacur¨ªa somos muy guerreros".
A mediados de los setenta, el sector m¨¢s conservador de la Iglesia comenzaba a rebelarse contra los excesos de la Compa?¨ªa. Se avecinaba la contraofensiva integrista en Argentina, Italia y, especialmente, la Espa?a del nacionalcatolicismo. La Conferencia Episcopal hizo llegar sus agravios a Pablo VI y m¨¢s tarde a Juan Pablo II. La mayor¨ªa de los jesuitas que trabajaban en Centroam¨¦rica eran espa?oles. Muchos de ellos vascos. Los nuncios de todo el mundo enviaban a diario mensajes alarmantes al Vaticano sobre las actividades de los jesuitas. El dossier secreto de quejas (que a¨²n sigue sin conocerse) aumentaba en Roma. S¨®lo el cardenal Taranc¨®n dio la cara por ellos, como confirma el que fuera su mano derecha, el jesuita Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn Patino. Se olfateaba la tormenta. En 1981, los jesuitas ca¨ªan en desgracia en Roma.
Un papa polaco que jam¨¢s pis¨® las selectas aulas de su Universidad Gregoriana en Roma: su particular f¨¢brica de cardenales -"Juan Pablo II, de teolog¨ªa, cero", dice un jesuita navarro- les iba a humillar a conciencia. Desconfiaba del liderazgo del papa negro, el espa?ol Pedro Arrupe, que, con sus portadas en Time o Stern y sus apariciones televisivas, eclipsaba su estrellato medi¨¢tico. Wojtyla, un sacerdote producto de la guerra fr¨ªa, nunca comprendi¨® los devaneos de los jesuitas con los marxistas. La creciente democracia interna en el seno de la Compa?¨ªa. Sus posiciones a favor de la contracepci¨®n. Su forma individualista de actuar. Esa "fidelidad creativa" de la que presumen. Les quer¨ªa m¨¢s monjes y menos hombres. "M¨¢s que desconfiar, Juan Pablo II nos desconoc¨ªa; la imagen que ten¨ªa de la vida religiosa era muy distinta de la que llevamos los jesuitas", afirma Ignacio Echarte, de 56 a?os, una de las figuras importantes en la direcci¨®n de la Compa?¨ªa en Roma. "No somos de vida contemplativa, no cantamos en el coro, no estamos aislados del mundo. Estamos a la intemperie, donde hay barro y ah¨ª te manchas". "Pero es que si no fu¨¦ramos flexibles, no ser¨ªamos jesuitas", a?ade el padre Jos¨¦ Mar¨ªa de Vera, tambi¨¦n destinado en la curia de Roma. "Si no estuvi¨¦ramos en el mundo ni cambi¨¢ramos seg¨²n las circunstancias de tiempo y lugar, no ser¨ªamos jesuitas: ser¨ªamos monjes. Y estar¨ªamos en un convento. ?Le cuento un chiste para que vea c¨®mo somos?
-Adelante.
-Un dominico, un franciscano y un jesuita est¨¢n un d¨ªa en la bas¨ªlica de San Pedro, cuando se produce un apag¨®n y se quedan a oscuras. El dominico aprovecha para reflexionar profundamente entre el contraste entre la luz y las tinieblas, el franciscano se postra humildemente y comienza a rezar "a la hermana luz y la hermana tiniebla", y el jesuita...
-?Y el jesuita?
-Sale del Vaticano y arregla los plomos.
En 1981, el momento de debilidad de la Compa?¨ªa fue aprovechado por el Opus Dei y otros movimientos neocons para arrebatarles los puestos clave en la curia vaticana. El poder. El favor del Papa. El Opus consigui¨® en tiempo r¨¦cord la beatificaci¨®n de su fundador. Y una posici¨®n de privilegio en el catolicismo. Mientras, la Compa?¨ªa de Jes¨²s dejaba de ser noticia. Muda y prudente durante m¨¢s de dos d¨¦cadas. Mirada larga y pies de plomo. Resistencia pasiva. Hacer lo de siempre, pero sin ser noticia. Sin hacer ruido. Esperando su momento. Sin desgastarse en enfrentamientos con la jerarqu¨ªa. Ni siquiera por la beatificaci¨®n del padre Arrupe, aplazada sine die por el Vaticano. O la de Ellacur¨ªa. Dos personajes inc¨®modos para el Vaticano. Aguantar. Pura astucia jesu¨ªtica. Una vez m¨¢s.
Porque en el vaticano, muchos jerarcas hab¨ªan olvidado que la Compa?¨ªa ha sobrevivido durante 467 a?os a decenas de pont¨ªfices. A guerras, disoluciones y expulsiones. Juan Pablo II falleci¨® en 2005. Y hoy, el sector m¨¢s avanzado del catolicismo anhela el regreso de los jesuitas al liderazgo de la Iglesia. Que den un paso al frente. Y marquen de nuevo el camino. Su relaci¨®n con el nuevo papa, Benedicto XVI (¨¦ste, s¨ª, un te¨®logo de prestigio), se ha suavizado. Incluso ha nombrado a un jesuita, Federico Lombardi, de 65 a?os, como su jefe de prensa, en lugar del opusde¨ªsta Joaqu¨ªn Navarro Valls. Y fulminado al l¨ªder del grupo neoconservador Legionarios de Cristo Rey, el sacerdote mexicano Marcial Maciel, por sospechas de pederastia. "Algo que Juan Pablo II nunca hubiera hecho. Tal como est¨¢n las cosas en la Iglesia, el Papa no puede prescindir de nadie, y menos a¨²n de la Compa?¨ªa", afirma un jesuita espa?ol, "y Ratzinger nos est¨¢ dando coba. Bueno, en realidad, una de cal y otra de arena, porque tambi¨¦n ha sancionado a Jon Sobrino por sus escritos y nos ha dolido mucho a todos. Cada jesuita es todos los jesuitas".
El pr¨®ximo mes de enero, 200 de ellos llegados de todo el mundo elegir¨¢n en Roma un nuevo general en su Congregaci¨®n General n¨²mero 35 que sustituir¨¢ a Peter-Hans Kolvenbach, papa negro desde 1983. Puede haber llegado el momento de los jesuitas, aunque nadie en la Compa?¨ªa de Jes¨²s m¨¢s extendida y universal de todos los tiempos se aventure a pronosticar el resultado del c¨®nclave negro. Puede pasar de todo.
La Curia General de la Compa?¨ªa de Jes¨²s, en el n¨²mero 4 del Borgo Santo Spirito de Roma, es un enorme y fr¨ªo palazzo en cuyo sombr¨ªo interior, el sacerdote holand¨¦s Peter-Hans Kolvenbach, de 78 a?os, dirige a 20.000 religiosos (sacerdotes y hermanos), 200 universidades, 700 colegios y miles de obras sociales, culturales y religiosas en 127 pa¨ªses. No hay que equivocarse, esto no es el Vaticano. Aunque estemos a un tiro de piedra de San Pedro. Aqu¨ª no hay pompa ni ceremonia. Ni monse?ores de ¨¢urea cruz pectoral. Todo es sobrio y austero. Una mezcla de monasterio y ministerio. El portaaviones al que llegan y del que despegan a diario jesuitas de todo el mundo con encargos pol¨ªticos y religiosos. Delicadas misiones en cualquier lugar del planeta. Desde Afganist¨¢n o Kenia hasta Bruselas o Washington.
En el Borgo Spirito Santo no hay obras de arte ni muebles de estilo. El silencio es absoluto. La madera oscura de los interminables pasillos brilla como un espejo. Huele a sacrist¨ªa. No hay un alma por el laberinto de corredores y despachos. En algunos rincones, bellos aguamaniles de m¨¢rmol con toallas de lino. Grandes estancias fantasmales con decenas de albas, las vestiduras blancas de las que se pertrechan los sacerdotes para decir misa, silentes en colgadores de bronce. Capillas insospechadas en los rincones. Y en cualquiera de ellas, alg¨²n jesuita de paso oficiando en soledad. Retratos dolorosos de san Ignacio de Loyola, el fundador de la Compa?¨ªa: "Ignacio" a secas para sus hijos. El mismo despacho del general, en la cuarta planta, no tiene m¨¢s ornamento que un peque?o lienzo de Ignacio obra de S¨¢nchez Coello que se transmite de general a general. En esta cuarta planta viven 70 jesuitas en comunidad. En ¨¢ridas estancias amuebladas con cuarteleras camas met¨¢licas.
Son los hombres que gobiernan la Compa?¨ªa junto a Kolvenbach. El estado mayor del hombre prudente (el m¨¢s jesuita de los jesuitas) que salv¨® a la Compa?¨ªa de las iras del anterior papa. El consejo de administraci¨®n de esta singular multinacional se re¨²ne a las ocho de la ma?ana de lunes a s¨¢bado en una biblioteca de la tercera planta del palacio. Sobre baratas sillas de oficina, el general, sus 12 asistentes por zonas geogr¨¢ficas del mundo, el consejero de formaci¨®n, el delegado de las Casas Romanas y el director de comunicaci¨®n repasan la actualidad del mundo y de la Compa?¨ªa. Se habla de nombramientos. S¨®lo Kolvenbach viste sotana, una anticuada, de estilo oriental, recuerdo de sus 20 a?os en L¨ªbano; el resto, ni alzacuellos, un gesto poco habitual en la curia vaticana, donde el clergyman es de rigor. El estilo es relajado y fraternal. Se habla en ingl¨¦s, espa?ol y un curioso italiano curial entreverado de lat¨ªn. El general relata su reciente viaje a Cuba y su encuentro con Fidel Castro, antiguo alumno de la Compa?¨ªa. Kolvenbach, adicto al consenso, poco amigo de entrevistas y siempre temeroso del efecto de sus palabras en el Vaticano, maneja en privado un ¨¢cido sentido del humor. Una iron¨ªa muy jesu¨ªtica. Hoy, los asistentes r¨ªen con ganas al escuchar sus desventuras en el avi¨®n con un papagayo disecado que le regalaron en una de sus escalas centroamericanas: "En cuanto pude, se lo largu¨¦ a un padre y me lo quit¨¦ de encima".
Cuentan los jesuitas de Roma que durante su pontificado, Juan Pablo II sal¨ªa muy de ma?ana los domingos para visitar todas y cada una de las parroquias de la Ciudad Eterna. Y a esa hora siempre estaba arrodillado en el portal¨®n del Borgo el padre Arrupe, predecesor de Kolvenbach, en se?al de sumisi¨®n al Papa. Y que Juan Pablo II nunca hizo frenar su Mercedes para saludar al papa negro. Los lazos entre los dos hombres estaban rotos. Arrupe nunca entendi¨® el untuoso y sibilino lenguaje de la curia. Que cuando dice s¨ª quiere decir no. Era un vasco directo y cabezota. No se entend¨ªa con Wojtyla, que incluso dej¨® de recibirle. Por fin, en 1981, Juan Pablo II, aprovechando una trombosis cerebral del general de los jesuitas, daba un golpe de Estado en la Compa?¨ªa, apartaba del poder al sector progresista heredero de Arrupe y nombraba un delegado personal, Paolo Dezza, l¨ªder de los conservadores. "El Papa ten¨ªa una lista de los jesuitas izquierdistas que no quer¨ªa que fueran generales; no quer¨ªa que la Compa?¨ªa siguiera la l¨ªnea de Arrupe y contagiara al resto de ¨®rdenes religiosas, y por eso intervino la Compa?¨ªa y puso a Dezza para que preparase la sucesi¨®n hacia alguien m¨¢s de su gusto. Fue un escarmiento para la Compa?¨ªa y para el resto de ¨®rdenes religiosas", explica un jesuita de la curia romana. Para Juan Masi¨¢, un jesuita significado como progresista por sus an¨¢lisis de la bio¨¦tica contrarias a las esgrimidas por la Conferencia Episcopal Espa?ola: "La intervenci¨®n supon¨ªa un paso m¨¢s en la marcha atr¨¢s que dio Juan Pablo II frente a la Iglesia del Concilio Vaticano II, con la represi¨®n de los te¨®logos progresistas, el control de las revistas, libros y universidades cat¨®licas, y el nombramiento de obispos afines. Juan Pablo II ten¨ªa alergia a Arrupe".
Pudo haber sido peor. Diversas fuentes confirman que el Papa pens¨® en disolver la Compa?¨ªa o, incluso, poner al frente de la misma a un religioso no jesuita que pod¨ªa haber sido el obispo espa?ol Eduardo Mart¨ªnez Somalo, un profesional de la diplomacia vaticana cercano al Opus. El protectorado del Papa en la Compa?¨ªa durar¨ªa dos largos a?os, hasta la congregaci¨®n general de 1983, en la que ser¨ªa elegido Kolvenbach en primera votaci¨®n. Una sorpresa para todos. Los jesuitas hab¨ªan optado por un papa gris, de perfil bajo; un sacerdote ajeno a Roma y sus intrigas y a la teolog¨ªa de la liberaci¨®n para no provocar a Juan Pablo II. Ten¨ªa la dif¨ªcil misi¨®n de restaurar la comunicaci¨®n con el Papa. Y evitar una desbandada de los jesuitas. Para conseguir ese cometido contaba con una larga experiencia como mediador en Oriente Pr¨®ximo y mucha mano izquierda. Y como ¨¦l mismo ha asegurado: "Aprend¨ª vatican¨¦s; cuando se visita un pa¨ªs extranjero, tienes que hablar el idioma de ese pa¨ªs".
"Al padre Kolvenbach no le conoc¨ªa nadie en la Compa?¨ªa; de hecho, d¨ªas antes de la congregaci¨®n nos mandaron preparar las 10 biograf¨ªas de los candidatos con m¨¢s posibilidades y no estaba la suya. El ¨²ltimo d¨ªa, alguien nos dijo que hab¨ªa que hacer una n¨²mero 11; era la de Kolvenbach, el provincial de Oriente Pr¨®ximo. La Compa?¨ªa eligi¨® a alguien que tuviera posibilidad de resta?ar las heridas con el Papa", explica el padre Jos¨¦ Mar¨ªa de Vera.
Desde la enorme terraza que cubre el cuartel general de los jesuitas se domina el Estado vaticano, la majestuosa c¨²pula de la bas¨ªlica San Pedro y, del otro lado, un cuidado jard¨ªn oculto tras los muros del Borgo Santo Spirito, por cuyo empedrado ruedan las naranjas. Paseamos por este cuidado tri¨¢ngulo verde junto al padre Jos¨¦ Mar¨ªa de Vera, de 78 a?os, director de comunicaci¨®n de la Compa?¨ªa. Cumple a la perfecci¨®n el perfil del jesuita: educado, culto y astuto. Madrile?o, licenciado en Derecho, Filosof¨ªa y Teolog¨ªa, toda su carrera transcurri¨® en Jap¨®n hasta que, en 1994, Kolvenbach le llam¨® a su lado. "Lo primero que hizo el padre Kolvenbach, al ser elegido general en 1983, fue cargarse la oficina de prensa de la Compa?¨ªa que tanto hab¨ªa sobrexpuesto a los medios al pobre padre Arrupe y tanto hab¨ªa irritado a Juan Pablo II. Kolvenbach pensaba que la informaci¨®n hab¨ªa sido una de las bases de los problemas de los jesuitas con la Santa Sede. En 11 a?os no dimos una sola noticia".
El Padre De Vera recuerda sus primeros pasos en la Compa?¨ªa. Cuando en la Espa?a de la posguerra hab¨ªa siete noviciados. Y en el suyo de Aranjuez, 72 novicios. Tiempos en que nuestro pa¨ªs era la cantera de una Compa?¨ªa con 36.000 miembros. A?os de r¨ªgida disciplina militar, de timbres y estrictos horarios. De distancia absoluta entre los propios jesuitas. La Compa?¨ªa, al mando de un g¨¦lido canonista flamenco, John Janssens, les impon¨ªa hablarse de usted, no tocarse, no mirarse a los ojos, manifestar una indiferencia total incluso hacia los padres. Eran jesuitas. Los elegidos. Esa parafernalia fundamentalista saltar¨ªa en pedazos tras el Concilio Vaticano II (1962-1965) y el rompedor generalato de Pedro Arrupe (1965-1981), el hombre que hab¨ªa sobrevivido a la bomba at¨®mica sobre Hiroshima.
Tras la sangr¨ªa de vocaciones de los setenta-noventa, hoy s¨®lo subsiste en Espa?a un peque?o noviciado con 19 internos. El m¨¢s joven, de 20 a?os; el mayor, de 42. Los aspirantes a soldados del Papa viven en un chal¨¦ an¨®nimo a las afueras de San Sebasti¨¢n. Las habitaciones son m¨ªnimas, desnudas y sin ba?o. No hay televisi¨®n, sus salidas est¨¢n limitadas y la cerveza es un lujo. Los aspirantes a jesuitas son educados y angelicales. Atildados en su ropa deportiva. Hablan a media voz mientras almuerzan pur¨¦ de verduras y macarrones con chorizo. Se ocupan de las tareas dom¨¦sticas. El maestro de novicios es el padre Juan Antonio Guerrero, de 48 a?os, un tipo sensato y con aire de m¨ªstico. Aqu¨ª pasar¨¢n los novicios dos a?os a su cargo en un ambiente de silencio, trabajo y oraci¨®n. "Un tiempo de desconexi¨®n para empezar de nuevo", explica el maestro; "la cuesti¨®n es que ajusten su vida a la de Cristo en amor, sufrimiento y pobreza. Mi trabajo es configurar su disco duro a nuestro sistema operativo". En esos dos a?os, sin vacaciones, los novicios realizan tareas en psiqui¨¢tricos, asilos y hospitales; llevan a cabo un mes de ejercicios espirituales en completo silencio, rezan dos horas al d¨ªa, estudian ingl¨¦s, aprenden a escribir y expresarse en p¨²blico, y ayudan en parroquias marginales. La ¨²ltima prueba antes de terminar este primer periodo de formaci¨®n es la llamada peregrinaci¨®n: los novicios son abandonados en alg¨²n lugar de nuestra geograf¨ªa sin dinero y deben subsistir durante tres semanas, mezclarse con los pobres e inmigrantes, trabajar en la construcci¨®n o los invernaderos, hasta llegar a un destino convenido.
Para ser jesuitas a¨²n les quedar¨¢n 10 a?os m¨¢s en los que estudiar¨¢n Filosof¨ªa, Teolog¨ªa y otra carrera civil. Y viajar¨¢n por el mundo. Y entonces s¨ª, tras un a?o m¨¢s en el noviciado, realizar¨¢n la tercera probaci¨®n, que culminar¨¢ con el voto de obediencia al Papa "exclusivamente para las misiones", aclaran. Y comenzar¨¢n a usar de por vida las iniciales S. J. (Societas Jesu) detr¨¢s de su nombre.
A 1 de enero de 2007, 13.491 personas cumpl¨ªan esa condici¨®n en todo el mundo, 10.000 menos que en 1965. Y, lo que es peor, con una media de edad de 65 a?os. Las residencias de jesuitas ancianos est¨¢n a rebosar. Y las vocaciones se dan con cuentagotas, a excepci¨®n de en la India, la ¨²ltima gran cantera de los jesuitas. En Navarra, una de las tradicionales factor¨ªas de jesuitas, el m¨¢s joven tiene 70 a?os. Ya no es raro encontrar colegios de la Compa?¨ªa sin m¨¢s jesuitas que el director. Por ejemplo, el colegio madrile?o de Santa Mar¨ªa del Recuerdo, el m¨¢s prestigioso de la Compa?¨ªa en Espa?a, con 2.500 alumnos, s¨®lo tiene 20 jesuitas en n¨®mina. "Y la mayor¨ªa no est¨¢ a tiempo completo", explica su director, el padre Isidoro Gonz¨¢lez Madro?o, de 59 a?os. "Y me parece bien que no haya un exceso de clericalismo en el colegio. Lo que hoy es imprescindible es la colaboraci¨®n con los laicos: poner nuestra marca y que sigan otros". La misma Universidad de Deusto, el campus de los jesuitas m¨¢s grande de Europa, cuenta con una veintena de profesores jesuitas para 11.000 alumnos.
Una sequ¨ªa de vocaciones que est¨¢ provocando un intenso debate en la Compa?¨ªa. Los jesuitas comienzan a plantearse qu¨¦ misiones, instituciones, colegios, universidades, publicaciones, radios, parroquias deber¨¢n abandonar en un futuro inminente y en cu¨¢les deber¨¢n centrarse. Ya es imposible que atiendan a todo. El general que salga de la Congregaci¨®n del pr¨®ximo mes de enero deber¨¢ hacer luz al respecto. Y concretar el papel de los laicos y las mujeres en una Compa?¨ªa de Jes¨²s sin jesuitas.
Una nube de polvo cubre el aula magna donde se celebrar¨¢ el c¨®nclave negro, en el Borgo Spirito Santo de Roma, a partir del pr¨®ximo 6 de enero. Un grupo de alba?iles y pintores trabaja contrarreloj para adecentar la curia de cara a la Congregaci¨®n General. A finales de diciembre comenzar¨¢n a aterrizar en Roma los 200 jesuitas que elegir¨¢n al nuevo general. Un tercio llegar¨¢ de Asia y ?frica; otro tercio, de Am¨¦rica, y el resto, de Europa. Previamente se est¨¢n celebrando reuniones de jesuitas en todo el mundo para dibujar el perfil del candidato. El padre Pep Buades, de 41 a?os, delegado de migraciones y uno de los valores emergentes en la Compa?¨ªa, esboza un retrato robot: "Un hombre abierto, con sentido de libertad, pero que no vaya de h¨¦roe; que sane heridas y tienda puentes; dispuesto a llevarse un cap¨®n pero que no provoque. Que conozca el mundo y la compa?¨ªa universal, pol¨ªglota, con un sentido social fuerte, que haya estado en los servicios centrales de Roma y mantenga una buena relaci¨®n con la Santa Sede".
Sobre todo, eso, que se lleve bien con el sumo pont¨ªfice. No hay que olvidar que, ante todo, son los marines del Papa. Siempre dispuestos a todo. Siempre en vanguardia. Como reza su credo: "A mayor gloria de Dios".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.