Pedal libre
Recordar la infancia va siendo para los viejos no s¨®lo una referencia, sino una especie de pret¨¦rito imperfecto, tan nebuloso e incierto como el destino reservado a cada cual. Vivimos mezclados, revueltos con los j¨®venes y son escasas las posibilidades de recibir algo de ellos, ni de poder imitarlos. En contrapartida, la propia experiencia ofrecida la encuentran carente de inter¨¦s. Ya no est¨¢ bien visto entre los ancianos andar ense?ando las fotos de los nietos o bisnietos, porque una pizca de sabidur¨ªa vital informa que la confecci¨®n de los ni?os tiene poco de esfuerzo o premeditaci¨®n art¨ªstica. El director del peri¨®dico donde aprend¨ª lo que haya podido saber de este perro oficio fue don Juan Pujol -?l¨¦ase la jota, por favor, era de La Uni¨®n, Murcia!- y nunca olvidar¨¦ el rel¨¢mpago de furia que le acometi¨®, en la platina, cuando preguntaba qui¨¦nes eran los contrayentes de cuyo enlace matrimonial se daba cuenta en un suelto. Al ser informado de que se trataba del matrimonio de la hija de uno de los obreros, un cajista que llevaba mucho tiempo en la casa, exclam¨®: "Pero es que la gente cree que los hijos se hacen a escoplo. Tiren esa gacetilla, que no le interesa a nadie". Hace bien poco hemos conocido el sorprendente embarazo de una criatura de 11 a?os, pre?ada por un primo poco mayor, cuya notoriedad se debe al hecho de que suceda de tarde en tarde.
La bicicleta parece renacer bien distinta de lo que ha sido
?Qu¨¦ es lo que interesa hoy, aparte de los personajes pat¨¦ticos y vergonzantes que cobran por ser humillados en algunos programas de televisi¨®n? Me vino aquel recuerdo pensando en la divisi¨®n, partici¨®n, carioquinesis de las c¨¦lulas y lo mucho que separa a unos seres de otros, incluso de la misma especie y g¨¦nero. M¨¢s a¨²n, seg¨²n las edades, porque, a mi torpe entender, muy poco tenemos que ver con nuestros descendientes ?C¨®mo van a identificar a un a?ejo campe¨®n de tenis, de largo pantal¨®n blanco, zapatos de suela y quiz¨¢s un albo jersey ribeteado de rojo, con el aspecto de los fant¨¢sticos reyes de la raqueta actuales? Ni siquiera comparar aquellas raquetas de madera con las actuales, de fibra de carbono y sabe Dios qu¨¦ materiales. O reconocer a un portero de f¨²tbol, cuando a¨²n se les llamaba goalkeepers o guardametas, con los presentes atletas. Y no vayamos a los nuevos deportes, al surf, al monopat¨ªn, a la motocicleta de trial o de acrobacia, que no tiene antecedentes. Dicen que la tabla de surf es como las que usan los nativos de las playas ant¨ªpodas y desde la terraza de mi m¨¢s reciente residencia cant¨¢brica, incluso en estas fechas preinvernales, veo a los j¨®venes, como tertulia de focas, esperando la ola sobre la que cabalgar hasta la arena.
La bicicleta parece renacer, bien distinta de como ha sido. Me veo a m¨ª mismo como uno de los raros ni?os de mi entorno que no la ten¨ªa propia, lo que no supuso trauma alguno. Viv¨ª parte de la infancia en la calle Antonio Maura y al final de la acera de los pares, junto al Retiro, se encontraba un peque?o hueco comercial bajo la denominaci¨®n El Caballo de Acero, o de Hierro. Hoy, quiz¨¢s en manos de los descendientes, hay, o hab¨ªa, uno del mismo nombre en la calle de Alcal¨¢, a la altura de las Escuelas Aguirre. Alquilaban bicicletas y pienso que sin la debida vigilancia de quienes deber¨ªan velar por la integridad f¨ªsica de la infancia. Desde el indeciso triciclo del beb¨¦ hasta la mountain bike de no s¨¦ cu¨¢ntos pi?ones, aquellos artefactos eran como los diplodocus de la especie, unos envejecidos y maltratados veloc¨ªpedos, de milagro manejados por nuestra escasa fortaleza pueril. Calculo que pesar¨ªan entre los 30 y los 40 kilos y las m¨¢s baratas eran las m¨¢s peligrosas, las de pedal y pi?¨®n fijo, o sea, cuyo mecanismo tractor no se deten¨ªa cuando estaba en movimiento. Era cuesti¨®n de suerte, de baraka, que funcionasen las zapatas de los frenos, lo que confer¨ªa cierto matiz heroico al hecho de subirse a tan peligroso y pesado artificio. Es posible que funcionara el sentido de la supervivencia, especialmente en el problem¨¢tico momento de concluir la cabalgada, y la toma de tierra, expresi¨®n literalmente ajustada, porque habiendo servido para el desplazamiento de adultos -quiz¨¢s carteros rurales- deb¨ªamos dejarlas en el suelo y saltar para no ser por ellas aplastados. Creo que Indur¨¢in -y otros campeones- les dan nombre a sus bicis y a la m¨¢s famosa la llama Espada, como si fuera, en dos ruedas, una Excalibur, Tizona o Colada. Los ni?os que las mont¨¢bamos hac¨ªamos del nombre un ep¨ªteto para adjudic¨¢rselo al negociante sin entra?as que nos las alquilaba. Esto era a finales de los a?os veinte y reflexionando no me sorprende que aquello terminara en una guerra civil, con lo que aporto mi granito de memoria hist¨®rica personal. En nuestros d¨ªas, referidos al deporte de la pol¨ªtica, da la impresi¨®n de que los profesionales se encuentran subidos en mamotretos de pi?¨®n fijo, del que resulta m¨¢s dif¨ªcil bajar que subir.
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