El oro de la memoria
En Palermo existen todav¨ªa barrios enteros que conservan intactos los destrozos de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Con el paso del tiempo, esa destrucci¨®n, acrecentada por el abandono administrativo, ha creado en parte la est¨¦tica de la ciudad. Un caballero con sombrero borsalino y abrigo oscuro abotonado hasta el cuello caminaba por la acera entre estas modernas ruinas apoyado en su bast¨®n de nudos y empu?adura de plata, desde su casona destartalada de v¨ªa Butera hasta la Pasticceria del Massimo, en v¨ªa Rugero Settimo, donde desayunaba un caf¨¦ manchado y le¨ªa el peri¨®dico todas las ma?anas. Los camareros sab¨ªan que este caballero corpulento, cetrino, un tanto esquivo y desgalichado, era pr¨ªncipe. Se llamaba Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
Escrib¨ªa s¨®lo para complacer a los propios fantasmas de su memoria acerca de un mundo fenecido que ya no interesaba a nadie Era el relato profundo del paso del tiempo que se adhiere mediante insondables veladuras al alma humana y la pudre y la renueva
En su camino por el centro de Palermo este pr¨ªncipe sol¨ªa pasar por delante del antiguo palacio de su familia, que fue destruido por una bomba en 1943 durante el desembarco de las tropas norteamericanas en Sicilia. Desde entonces permanec¨ªa deshabitado. En verano las golondrinas entraban y sal¨ªan por sus ventanas rotas y en invierno los murci¨¦lagos hibernados pend¨ªan en racimos de los techos desventrados con frescos llenos de divinidades. En ese palacio, en mitad del siglo XIX, hab¨ªa vivido su bisabuelo, Giulio IV di Lampedusa, un arist¨®crata astr¨®nomo, y en sus salones hubo grandes bailes y saraos.
Un d¨ªa de 1954 el polvo dorado de la memoria se apoder¨® de este paseante devastado de 60 a?os y en el caf¨¦ Mazzara, antes de que llegaran los amigos con quienes compart¨ªa una tertulia a la hora del aperitivo, pidi¨® un negroni con aceitunas verdes, abri¨® un cuaderno y se puso a escribir una historia, que inici¨® con estas palabras: Nunc et in hora mortis nostrae. Am¨¦n. Hab¨ªa terminado ya el rezo del santo rosario. Quien durante media hora hab¨ªa recordado los misterios gloriosos y dolorosos era el pr¨ªncipe de Salina, un trasunto de la figura de su bisabuelo.
En el caf¨¦ Mazzara este escritor furtivo, sin obra apenas salvo algunos cuentos y un estudio sobre Stendhal, puso el t¨ªtulo sobre la tapa del cuaderno, El Gatopardo, y lo guard¨® en el bolsillo del gab¨¢n cuando vio entrar en el establecimiento a su primo, el poeta Lucio Piccolo de Capo d'Orlando, uno de los contertulios. Era el principio de una historia que este arist¨®crata siciliano ir¨ªa escribiendo secretamente, durante dos a?os, en sucesivos bares y hoteles, en el caf¨¦ Caflish, en la terraza de Villa Igiea, en la tartaleta de m¨¢rmol del restaurante Charlest¨®n, en la Pasticceria de Massimo, a horas muertas, como una oruga que va creando un capullo de oro.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa hab¨ªa nacido en Palermo el 23 de diciembre de 1896, hijo ¨²nico del pr¨ªncipe Giulio Mar¨ªa Fabrizio y de Beatrice Mastrogiovani Tasca Filangieri. Hasta ese momento este caballero no hab¨ªa hecho otra cosa que leer detr¨¢s de una cortina, en la vast¨ªsima biblioteca familiar, bajo el polvillo cernido en el aire por la luz del vitral y el perfume que exhalaban los muebles antiguos. Pese a que fue alistado en la Gran Guerra del 14 y huy¨® del frente campo a trav¨¦s por toda Italia hasta volver a casa, su ¨²nica haza?a verdadera desde ni?o fue la soledad compartida con la lectura de todas las novelas del siglo XIX, inglesas, francesas y rusas. En uno de sus viajes a Londres conoci¨® a la mujer con la que se casar¨ªa en 1932, Alexandra Wolf-Stomersee, arist¨®crata letona y psicoanalista. Durante la ascensi¨®n del fascismo en Italia se dej¨® tentar por su est¨¦tica, s¨®lo por el lado en que este movimiento se enfrentaba a la burgues¨ªa, esa clase social que hab¨ªa arruinado los sue?os de la aristocracia en tiempos pasados.
Mientras la literatura italiana estaba pose¨ªda por el neorrealismo, este caballero siciliano escrib¨ªa s¨®lo para complacer a los propios fantasmas de su memoria acerca de un mundo fenecido que ya no interesaba a nadie, de forma que el cuaderno se iba llenando de palacios y jardines, de amores, adulterios, bayonetas y descargas de fusiler¨ªa real, descritos con adjetivos preciosistas, llenos de la carnalidad del sur, pegados a los sentimientos como los l¨ªquenes h¨²medos se adher¨ªan al m¨¢rmol de las estatuas que adornaban la escalinata de su palacio, una literatura labrada por Stendhal. Era la historia sobre la unificaci¨®n de Italia, el desembarco de Garibaldi en Sicilia, la pasi¨®n del sobrino Tancredi por Ang¨¦lica, la decadencia de la aristocracia, el pr¨ªncipe Fabrizio de Salina exponente envejecido de aquella caballer¨ªa rusticana y la ascensi¨®n de la burgues¨ªa en la figura de don Cal¨®gero, la faz eclesi¨¢stica del padre Pirrone basculando entre los dos bandos, un mundo que se pudr¨ªa como el cad¨¢ver de aquel soldado del Quinto Batall¨®n de Cazadores cubierto de hormigas entre el untuoso perfume de las rosas bajo un limonero.
El argumento de El Gatopardo ha penetrado en la imaginaci¨®n popular a trav¨¦s de la pel¨ªcula de Visconti, un pastel¨®n decadente, que ya no resiste el tiempo, pero el verdadero protagonista de esta historia es el propio Lampedusa, quien con un solo libro ha pasado a la posteridad sin haber logrado participar del ¨¦xito, una aventura literaria y personal que no est¨¢ exenta de melanc¨®lica belleza.
El manuscrito de El Gatopardo fue humillado en las mesas de los editores de Mondadori y Einaudi, un bald¨®n que ya nunca podr¨¢n ahorrarse quienes lo rechazaron. Mientras los responsables de estas editoriales se negaron a publicarlo, Lampedusa mor¨ªa en Roma, el 23 de julio de 1957, de c¨¢ncer de pulm¨®n. Ni el escritor Vitorini, nacido en Siracusa, ni Leonardo Sciascia tambi¨¦n siciliano, formados en el marxismo y constituidos ambos en los guardianes del peaje de la cultura reinante entonces en Italia, comprendieron de qu¨¦ iba esta historia. Creyeron ver en ella un remedo estetizante del pasado aristocr¨¢tico del propio autor cuando en realidad era el relato profundo del paso del tiempo que se adhiere mediante insondables veladuras al alma humana y la pudre y la renueva continuamente siendo siempre la misma.
De este sentido se dio cuenta el escritor Giorgio Bassani, el autor de El jard¨ªn de los Finzi-Contini, quien hizo publicar a sus expensas en la editorial Feltrinelli el manuscrito de Lampedusa, en 1958, y a partir de ese momento El Gatopardo, ese felino rampante que decoraba el escudo, el sello y la vajilla del pr¨ªncipe Salina, se abati¨® sobre los escaparates de todas las librer¨ªas.
Escribir una sola novela, irse al otro mundo sin conseguir publicarla, ahorrarse la neurosis de las ventas y pasar a la posteridad juntos el libro y tu alma, en eso consiste la verdadera gloria sin aditamentos impuros. Durante un viaje a Palermo quise seguir el rastro de Lampedusa. Villa Salina era una ruina llena de hierbajos detr¨¢s de una tapia color almagra en el barrio de Mondello. El palacio, los caf¨¦s donde escrib¨ªa, los lugares que visitaba hab¨ªan desaparecido. Tambi¨¦n de eso se ha salvado Lampedusa. En Palermo s¨®lo es oro su memoria. -
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