Un horizonte de agujas
El tiempo detenido en el casco viejo de Tallin, capital de Estonia
Supongo que mucha gente conoci¨® Estonia en 1991, el a?o en que se desmembr¨® la extinta Uni¨®n Sovi¨¦tica; para muchos otros, la fecha clave fue 2004, el a?o en que se integr¨® en la UE. Pero me temo que fue en 2002 cuando hubo un antes y un despu¨¦s en la proyecci¨®n en Espa?a de Estonia, y sobre todo de su capital, Tallin: ¨¦se fue el a?o de la visita de nuestra triunfita Rosa al festival de Eurovisi¨®n.
Al margen de conmemoraciones m¨¢s o menos folcl¨®ricas, puedo asegurar que la ciudad depara a cualquiera que se anime a visitarla descubrimientos incesantes, que ejercen sobre el reloj un efecto lis¨¦rgico: se detiene o se acelera seg¨²n la zona de la ciudad en la que nos encontremos.
Pero vayamos por partes. La llegada en ferry desde Helsinki -curioso ver c¨®mo le dan los n¨®rdicos al alcohol y a las tragaperras durante todo el trayecto- ya es de por s¨ª una experiencia que proporciona una variante leve del s¨ªndrome de Stendhal, con el skyline medieval de las enormes torres de sus iglesias -afeado por un par de rascacielos de verdad- en medio de una paleta de colores cambiantes: gris¨¢ceos, blancos, azules, rojizos...
Como vamos con el tiempo contado y s¨®lo tengo unas horas antes de volver a Finlandia, mi cicerone y amigo, Yukka, me encamina como una flecha hacia el casco viejo. Aqu¨ª el tiempo se ralentiza, embalsamando un mundo de murallones, callejuelas empedradas -que no adoquinadas-, imponentes iglesias y torreones que le resultar¨ªa muy familiar a cualquier antiguo habitante de la Liga Hanse¨¢tica, aquella federaci¨®n de ciudades europeas instaurada en 1185 para proteger y fomentar los intereses comerciales mutuos en el norte de Alemania, y que lleg¨® a convertirse en una gran potencia pol¨ªtica.
Precios de esc¨¢ndalo y ladrones
El pasacalles de turistas es inacabable, y todos parecen saber que en la Vanalinn, ciudad antigua, se entra a trav¨¦s de una puerta flanqueada por torres que nos gu¨ªa Viru T?nav adelante, una calle donde las tiendas de ropa de marca occidentales se mezclan con restaurantes t¨ªpicos, cervecer¨ªas, casas estrechas de frontones apuntados y volutas, puestos de souvenirs...
En el trayecto hay que vigilar dos cosas: los precios, que son de esc¨¢ndalo, y los ladrones, que se aprovechan de que la pr¨®diga y excitante oferta visual atrapa la atenci¨®n del visitante para despistar alguna cartera -hay incluso se?ales que lo advierten-. En nada nos plantamos en la plaza del Ayuntamiento, Raekoja Plats, el coraz¨®n donde se anudan todas las calles, todos los visitantes, todos los nativos, todos los niveles hist¨®ricos... Impresiona la esbelta torre octogonal del edificio del Ayuntamiento, de 61 metros, que forma parte del horizonte en zigzag de agujas que caracteriza a Tallin, como si la urbe quisiera alancear el cielo. Una flecha que sigue el modelo de los minaretes musulmanes disparada desde un cuerpo g¨®tico que posee una fachada de inspiraci¨®n florentina... Nos podemos tomar una cervecita en alguna terraza para acelerar el reloj y brindar con el equivalente estonio de salud, cheers, prosit, kampai, chi-chin, na zdorovje o lechaym: Terviseks; seg¨²n la tradici¨®n, hay que hacerlo mirando a los ojos o te quedas siete a?os sin sexo; as¨ª que ojo con el brindis, valga la redundancia.
El movedizo cron¨®metro vuelve a padecer otro reajuste al cruzar un rom¨¢ntico pasadizo y entrar en la Pikk T?nav, la calle m¨¢s larga de la ciudad, donde antiguamente resid¨ªan los ricos. Una sucesi¨®n de fachadas mezcla de intervenciones entre los siglos XV y XIX, que son como un libro escrito por muchas manos, y que termina en un torre¨®n de artiller¨ªa llamado Margarita la Gorda. Entre esta calle y la que vamos a utilizar para regresar al centro, Lai T?nav, se halla la iglesia de San Olaf, en su momento el edificio m¨¢s alto de Europa, con una aguja de 124 metros, y verdadero ejemplo del saldo de belleza que disfruta la ciudad. Como curiosidad, durante la guerra fr¨ªa, el KGB utiliz¨® su aguja como antena de transmisi¨®n.
La calle de regreso es igual a un partido de tenis, un continuo mirar de izquierda a derecha, repleta de museos -de Historia Natural, de las Artes, de la Salud...-, teatros, iglesias... que nos embocan hacia la puerta de entrada a la colina de la catedral, denominada Pikk Jalg Torn (Torre de la Pierna Larga). Le pregunto a mi amigo acerca de esa obsesi¨®n de los estonios por personalizar cualquier s¨ªmbolo urbano, al igual que con Margarita la Gorda, y no sabe responderme; m¨¢s adelante investigu¨¦ por mi cuenta y llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que casaba con el esp¨ªritu comercial y pragm¨¢tico, y que esquiva de una manera sutil cualquier tentaci¨®n reverencial impl¨ªcita en sus iglesias.
Influencia rusa
La subida es un ascenso espectacular que nos planta en la explanada de la colina, Toompea, con una vista formidable y magn¨¦tica del puerto y la ciudad. En esta plaza te das cuenta de que la intervenci¨®n rusa, al igual que los edificios de la ¨¦poca sovi¨¦tica, bloques grises que parecen sacados de alguna urbe tras una hecatombe at¨®mica, no se limita a un pasado reciente, sino que ya comenz¨® hace mucho, aunque con resultados bastante mejores: la catedral ortodoxa de Alexander Nevski. Un monumento al imperio zarista que resta congruencia al conjunto medieval, pero en el que la belleza no deja de anidar en su mole roja y beis. A su alrededor, una concentraci¨®n de monumentos hist¨®ricos: otra catedral, esta luterana, Toomkirik; un antiguo palacio, R¨¹¨¹telkonna Hoone, antigua Biblioteca Nacional y que ahora es la sede del Museo de Arte Nacional; un castillo de fachada rosa y blanca donde se halla enclavado el Parlamento estonio...
Es hora de comer algo, y Yukka me habla de la gastronom¨ªa t¨ªpica, similar a la que he disfrutado en Helsinki, aconsej¨¢ndome un restaurante en particular, el Olde Hansa, en la zona antigua, donde hay platos como el reno o el oso, que en Espa?a no son habituales.
La ciudad moderna nos espera al otro lado de la muralla que rodea como un cintur¨®n la ciudad vieja, una muralla que en su d¨ªa tuvo 35 torres, de las que quedan 25, y, de entre ellas, la Kiev in de K?k (Vigilante de la Cocina) es la que nos despide finalmente. El cambio de siglo le sienta bien a la ciudad, y enseguida te das cuenta del trabajo que Estonia ha empleado en adaptarse, e incluso adelantarse, a los nuevos tiempos.
Baste saber que su DNI es una supertarjeta que les sirve a la vez como cartilla de la Seguridad Social, carn¨¦ de conducir, seguro del coche; para pagar el transporte p¨²blico, recibir informes del colegio de sus hijos o votar a trav¨¦s de Internet. Tallin ejerce entonces otro tipo de seducci¨®n, una ciudad que no est¨¢ construida para perdurar; esa belleza relativa y ef¨ªmera de los centros comerciales, los edificios acristalados de las multinacionales, las chicas de tac¨®n alto que -me cuenta Yukka- por la noche alquilan limusinas para salir de marcha en una ciudad repleta de locales nocturnos, los turistas que no dejan descansar la c¨¢mara... La biodiversidad del hoy, ese humus urbano que alimenta la vida y que dentro de 500 a?os ser¨¢ leyenda, restos que escuchar y visitar, al igual que la ciudad medieval de Tallin.
Ignacio del Valle (Oviedo, 1971) es autor de C¨®mo el amor no transform¨® el mundo (Espasa Calpe, 2005)
GU?A PR?CTICA
Datos b¨¢sicos- Poblaci¨®n: Estonia tiene una superficie de 45.226 kil¨®metros cuadrados (2.500 menos que Arag¨®n) y 1,4 millones de habitantes, de los cuales 400.000 viven en Tallin.- Prefijo telef¨®nico: 003722- Moneda: krooni (un euro equivale a unos 15 coronas de Estonia).Informaci¨®n- Oficina de Turismo de Turismo en Tallin (www.tourism.tallinn.ee; 645 77 77).- Turismo de Estonia (www.visitestonia.com).- www.estonica.org.- Embajada de Estonia en Madrid (www.estemb.es).
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