Campo Santo
1 - Es evidente que en una comunidad perfecta en la que nadie sufre o pasa miedo, nadie se plantea nada. Lo asombroso y terrible llega cuando observamos que en una comunidad tan imperfecta como la Barcelona de hoy tampoco nadie parece plantearse nada. Es tan impresionante la pasividad de los martirizados por el colapso general que uno acaba sospechando que ese silencio y resignaci¨®n s¨®lo pueden responder al cl¨¢sico pre¨¢mbulo sigiloso que precede al estallido de una gran revoluci¨®n.
Pero, ?qui¨¦n quiere hacer barricadas en este largo puente festivo? Me pregunto esto en la ma?ana del D¨ªa de los Difuntos, mientras leo a W. G. Sebald y escucho, a bajo volumen, Annie, let's not wait, de los Guillemots. Casi puede percibirse el profundo silencio de los ciudadanos que se han ido masivamente de puente, olvid¨¢ndose -es el aire de los tiempos- tanto de la revoluci¨®n como de los muertos.
La desbandada general pone de manifiesto que, al igual que la revoluci¨®n, el viejo culto a los muertos est¨¢ ya de capa ca¨ªda en Occidente y que en esto Barcelona no es precisamente una excepci¨®n. Ya no se convive, como antes, con los antepasados, y nos vamos alejando peligrosamente de la cultura de la memoria. Antes conviv¨ªamos con los muertos, que mor¨ªan pero se quedaban formando parte del paisaje moral.
La gravedad de esta decadencia de la cultura de la memoria la ilustra cualquier escrito de W. G. Sebald, la encontramos en el libro Campo Santo, por ejemplo, que acaba de publicar Anagrama: una colecci¨®n de relatos y ensayos que leo desde ayer y que se inicia con cuatro magistrales fragmentos de una novela sobre la muerte y C¨®rcega que Sebald nunca acab¨®. En todos los libros de este autor encontramos una prosa meticulosa y pausada que en su morosidad sin l¨ªmites pugna por la recuperaci¨®n del dolor, el luto y la memoria.
Ayer, al mover una estanter¨ªa dedicada a la literatura alemana, una novela se despeg¨® del conjunto y fue a rodar con vivacidad por el suelo apart¨¢ndose con malos modos del resto de libros que la hab¨ªan acompa?ado durante los ¨²ltimos a?os. Al ir a recoger la novela insurrecta, vi que se trataba de El problema de Aladino, libro de Ernst J¨¹nger que hac¨ªa tiempo que hab¨ªa perdido de vista. Al hojear las primeras p¨¢ginas, ca¨ª en la cuenta de que a J¨¹nger le hab¨ªan obsesionado tambi¨¦n aspectos de la decadencia del culto a los muertos que tanto preocupan a su compatriota Sebald. Probablemente, ¨¦ste y J¨¹nger no sintieran en vida el m¨¢s m¨ªnimo inter¨¦s el uno por el otro, pero releyendo El problema de Aladino me result¨® inevitable hallar un insospechado punto en com¨²n entre estos dos escritores, a primera vista tan incompatibles y en el fondo muy pr¨®ximos en su alarma por la acelerada p¨¦rdida de la memoria en nuestra cultura.
?C¨®mo naci¨® esa cultura? Con el culto de los muertos precisamente, con la veneraci¨®n religiosa de los antepasados, con las pir¨¢mides y con los t¨²mulos que constru¨ªan los hombres prehist¨®ricos, con sus cavernas y sus grutas. Para J¨¹nger, todo eso se ha perdido, e incluso no existe ya. Es m¨¢s, ahora, cuando un hombre muere, se da por sentado que desapareci¨® para siempre. En consecuencia, tampoco puede haber arte all¨ª, pues el arte ofrece mucho m¨¢s que la pura presencia, ofrece la trascendencia. Para J¨¹nger, si el culto de los muertos reapareciera, ser¨ªa el signo esperado de que la cultura puede volver a echar ra¨ªces.
2
- En cuanto a Sebald, los cementerios le atrajeron desde ni?o, y no exactamente por morbosidad, sino por averiguar qui¨¦nes eran las personas all¨ª enterradas, conocer sus historias, saber qu¨¦ hab¨ªan pensado cuando estaban vivas. Y si J¨¹nger advert¨ªa que el problema de Aladino era el de la trascendencia, Sebald se lamentaba del declive o deterioro de ¨¦sta y del error que se cometi¨® al expulsar a la metaf¨ªsica de la filosof¨ªa. Toda la obra de W. G. Sebald parece un comentario a ese error. "Porque hay cosas", dec¨ªa en una entrevista, "que no nos podemos explicar f¨¢cilmente, y porque, m¨¢s all¨¢ de lo social, siempre form¨® parte de nuestra condici¨®n humana, sin duda m¨¢s antes que ahora, mantener cierta relaci¨®n con los que nos antecedieron. Recordar a los muertos nos distingue de los animales. Hasta hace poco, la presencia de los antepasados era real en muchas regiones de Europa. A esa gente se la conoc¨ªa". En Campo Santo brilla con energ¨ªa propia el indignado ensayo Construcciones del duelo, donde el autor habla de la sorprendente paralizaci¨®n de sentimientos con que se respondi¨® en Alemania a las monta?as de cad¨¢veres de los campos de concentraci¨®n y comenta, con pesimismo, nuestra creciente incapacidad para cualquier duelo. Como una maldici¨®n del mundo actual, la ausencia del culto a los muertos y la p¨¦rdida de trascendencia ha ido dejando desamparados nuestros camposantos y crematorios. ?Qui¨¦n no ha pensado alguna vez en una ceremonia en el crematorio, viendo que introducen el ata¨²d en el horno sobre la cure?a, que la forma de despedirnos de los difuntos se caracteriza por una mezquindad y una prisa mal disimuladas? Es nuestra incapacidad moderna para cualquier duelo. A este paso -viene a advertirnos W. G. Sebald-, la memoria entera del pasado se disipar¨¢ en una masa informe, indistinta y muda, y se perfilar¨¢ en el horizonte un mundo hostil y tan carente de memoria que seguramente las personas, al abandonarlo, no sentir¨¢n la necesidad de regresar ocasionalmente alg¨²n d¨ªa, de regresar aunque s¨®lo sea por curiosidad, por visitar a los familiares, por conocer al fin de cerca los entresijos que comporta llevar una respetable vida de almas en pena.
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