"Soy inteligente para saber cu¨¢ndo soy un est¨²pido"
En el principio de todo estuvieron las bombas. Los aviones enemigos. La posguerra. Antes de la fortuna conjugada con m de multimillonario, antes de las cacer¨ªas con la familia Franco y del tenis, estuvo la muerte. El primer invierno tras la II Guerra Mundial. El amor a la patria.
El empresario y ex tenista tiene una fortuna de 770 millones de euros
Y la infancia de Ion Tiriac (Rumania, 1939), banquero, ex tenista y due?o de un holding que incluye una aerol¨ªnea, una aseguradora y la promoci¨®n del Sony Ericsson Championships, que re¨²ne desde ma?ana a las ocho mejores tenistas del mundo en Madrid. "No lo digo con tristeza: yo soy de la generaci¨®n de la guerra. Nac¨ª en 1939. Vi las bombas, los aviones alemanes, los rusos, los americanos..., todo. Despu¨¦s, la vida fue muy dura. Crec¨ª en un ambiente muy competitivo, con la mala suerte de que mi padre muriera cuando yo ten¨ªa 11 a?os. La vida me ense?¨® mucho, y el deporte m¨¢s. Aprend¨ª a aceptar la derrota. Lo m¨¢ximo a lo que se puede aspirar es a ser ma?ana mejor que hoy".
Tiriac habla en su luminosa habitaci¨®n del hotel Palace de Madrid. Tantea un caf¨¦ solo y fuma cigarrillos Parliament extrafinos. Ya se ha comido un yogur. No toca las pastas. Viste con desencanto bigote a lo Pancho Villa y camisas de sastre con sus iniciales. Son las se?ales del lujo. El sello de un hombre al que la revista Forbes atribuye una fortuna equivalente a 770 millones de euros.
"De un lado digo que me insultaron", se queja. "?Tan poco! Del otro, que est¨¢n locos. El valor de una cosa se sabe el d¨ªa que quieres venderla. Mi hijo me pregunta: '?Por qu¨¦ sigues con los negocios?", a?ade. "No es por la plata. Es por el Tiriac, Tiriac, Tiriac. Quieren cerrar el negocio conmigo. Despu¨¦s, que lo maneje otro. Yo soy muy inteligente para darme cuenta de cu¨¢ndo soy un est¨²pido. Entonces agarro a alguien m¨¢s inteligente que yo. Es lo malo del negocio. Si puedo encontrar ma?ana a alguien que lo lleve, me largo a cazar a ?frica".
Cuando las adolescentes marcaban tipo con camisetas en honor de Ilie Nastase, sex symbol y tenista genial, Tiriac estaba all¨ª. Su figura de guardaespaldas nudoso gui¨® la carrera de Boris Becker. Y su sombra se proyect¨® sobre la econom¨ªa y la pol¨ªtica rumana tras la ca¨ªda del comunismo y la ejecuci¨®n del dictador Nicolae Ceausescu, en 1989.
"No hubiera sido un problema conseguir el cargo", admite; "pero no tengo el coraje de responder ante 22 millones de personas. Me asusta. Ya pago cada mes a unas 14.000. Ya tengo una responsabilidad enorme". Tiriac tiene su propia Terminal en el aeropuerto de Bucarest. Pilota sus aviones. Es, adem¨¢s, un negociador perseguido por un retrato a vuelapluma. "Parece un hombre a punto de cerrar un trato en la habitaci¨®n trasera de una habitaci¨®n trasera", escribieron de ¨¦l. No se siente reflejado. "Cuando jugaba al hockey con mi club", recuerda, "me silbaban 10.000 personas y dejaba el campo con sangre en la cara, la nariz rota, un agujero aqu¨ª y otra cosa all¨¢. Al d¨ªa siguiente era un h¨¦roe con la selecci¨®n. La gente cambia de un d¨ªa a otro. No busco la notoriedad. Soy lo que soy. Nada m¨¢s y nada menos".
Ion Tiriac se despide con el mismo gesto serio con el que se explic¨® ante el fot¨®grafo hace una hora, cuando se neg¨® a sonre¨ªr. "No soy actor", dijo. Y se quit¨® la americana para empezar a hablar.
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