?Salud!
Me resisto a dejar de comprar en La Boqueria por el hecho de estar atiborrada de turistas que impiden desfilar gustosamente por ese extraordinario mercado, de los pocos que a¨²n existen en Europa con esas caracter¨ªsticas que le han dado fama internacional. Mire usted, uno sale muy campante con su carrito de la compra y al llegar descubre los tumultos de viajeros que le obligan a utilizar v¨ªas alternas para cada trayecto y ser muy infiel a sus marchantes predilectos, pues el criterio de compra ya no lo rige el precio y la calidad, sino el local que luzca m¨¢s vac¨ªo. Si va a horas pico como un s¨¢bado a la una de la tarde, mejor saque los restos de la nevera y conf¨®rmese con lo que tiene aunque le sepa a cad¨¢ver, porque quiz¨¢ le tome hasta dos horas comprar lo indispensable y no evitar¨¢ salir medio raspado; por ello, es recomendable usar el debido calzado para amortiguar el machuc¨®n de los carritos y el pisot¨®n del turista aplanador de juanetes.
Cuando uno llega a la secci¨®n de la pescader¨ªa en el pasillo central, debe ingeni¨¢rselas para colarse entre las se?oras robustas y el cuerpo corpulento de los vacacionistas n¨®rdicos que, al tomar las fotos, se sienten Jacques Custeau en el mar; sin ning¨²n empacho van fotografiando cada especie y encima le piden a la vendedora que sonr¨ªa, ella les pone cara de pescadilla torciendo la boca con el ojo turulato.
Uno todav¨ªa se encuentra apretujado, entonces no queda m¨¢s remedio que acercarles un cangrejo para que les pinchen sus blancuzcos brazos (se?al de que no llevan mucho tiempo en Barcelona), el turista se perturba y le fruncir¨¢ el ce?o con mirada inclemente. "?Est¨¢n vivos, aqu¨ª se vende todo muy fresco!", les explico mientras se?alo la tenaza del bicho que no deja de moverse. Ya cuando finalmente uno se lleva el trozo de at¨²n y los langostinos tan deseados, hay que salir del pasillo y volver a sortear las hordas de viajeros a los que se necesita decir con permiso en muchas lenguas, porque se hacen los que no entienden, as¨ª que haga la petici¨®n muy amablemente en el idioma universal: un codazo.
Si contin¨²an tan empotrados al suelo como las columnas j¨®nicas del mercado, levante las bolsas del pescado a nivel de sus narices y ver¨¢ que el olor lo despierta del embeleso. Ya cuando llega finalmente al siguiente local, conc¨¦ntrese en lo que va a pedir, nada de titubeos porque despertar¨¢ el gru?ido impaciente de los marchantes, cuyo asedio tur¨ªstico les ha perjudicado el buen humor, al menos eso es lo que dicen ellos. Tampoco se le ocurra tocar la verdura para comprobar si est¨¢ madura porque lo ver¨¢n como pederasta; mucho menos pedir a probar algo sin que se lo ofrezca el puestero, de lo contrario advertir¨¢ c¨®mo le sube el color del rostro hasta quedar rojizo como los chorizos del mostrador y despu¨¦s le dir¨¢: ?Hombre, lo vas a comprar o no! S¨®lo queda degustar por medio de telekinesis; dichas habilidades telep¨¢ticas le servir¨¢n tambi¨¦n para identificar en qu¨¦ locales habr¨¢ menos patatarazzis. De lucir todos igual, cambie el men¨² inmediatamente. Mejor v¨¢yase a lo seguro; el local de los insectos pasa inadvertido por los viajeros. S¨ª. No ponga cara de pescadilla tambi¨¦n usted; ah¨ª encontrar¨¢ gusanos de maguey y chapulines tan apreciados en la cocina mexicana, hormigas de Colombia, escorpiones de Chile, escarabajos de Tailandia, muy socorridos en Asia, y de postre caramelos con grillos.
A unos pasos de ese local hay otro de chiles donde tampoco habr¨¢ turistas husmeando y compre unos habaneros (que no son originarios de La Habana como se cree, sino de la isla de Java) para acompa?ar los huevos de hormiga que podr¨¢ servir con una copa de vodka con un escorpi¨®n adentro y ahora s¨ª: ?Salud!
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