La fiesta de los m¨¢rtires
Hoy, 6 de noviembre, tendr¨¢ la Iglesia cat¨®lica espa?ola la primera y jubilosa oportunidad de celebrar la festividad de sus casi 500 nuevos beatos, de entre los cuales tres son madrile?os y 232 est¨¢n ahora en los altares porque el arzobispo de Madrid les arregl¨® los papeles. No es lo de menos en el camino a la gloria que alguien repare en tu martirio o en tu virtud y reclame con el celo que lo ha hecho su eminencia Rouco Varela tu beatitud o tu santidad, que es la suerte que han corrido los m¨¢rtires ahora glorificados, como demuestra la respuesta del reverendo Mart¨ªnez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, quien preguntado por la distinta suerte que han corrido los cat¨®licos de probada virtud que fueron sacrificados, no por las hordas marxistas, sino por el llamado bando nacional, respondi¨® con una beat¨ªfica unci¨®n, susceptible de ser confundida con cinismo, que nadie los hab¨ªa propuesto para el divino ascenso y el derecho a aureola.
Tampoco los beatos llegan a la gloria en las mejores circunstancias
Se desprende de esta explicaci¨®n que no basta con cumplir con el requisito de que acaben con tu vida por motivos religiosos, aunque a veces los motivos religiosos se mezclen inevitablemente con los pol¨ªticos, sino que hace falta para estas cosas del cielo lo que tantas veces para las cosas de la tierra: que alguien te eche una manita. Y acaso porque los admiradores de los martirizados por el bando republicano tienen en mayor estima la palma del martirio que los que, desde posiciones m¨¢s ajenas a la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, pudieran admirar a los sacrificados por el franquismo, estos otros m¨¢rtires no franquistas tienen ahora que campar por el cielo como unos sin papeles de la gloria eterna, sin un carnet de santo que los acredite. Que no vengan a quejarse, pues, aquellos que por no frecuentar los altares no presentaron los papeles de sus venerados a tiempo, vino a decir Mart¨ªnez Camino. Y bien es verdad que estando la Iglesia en el bando que estaba no cabr¨ªa pedirle mayor esmero en reconocer otros martirios para hacerle a Dios el casting de su gloria. Ni se entiende que se lo tomen en serio, como si de verdaderas oposiciones a plazas en la vida eterna se tratara, quienes o no creen en Dios o de creer en ¨¦l tienen del Para¨ªso muy distinta idea que el muy terrenal Estado vaticano. En consecuencia, hoy, los que han conseguido la beatitud tienen su lugar no s¨®lo en el santoral, sino en el calendario, y en cambio los que se quedaron sin plaza oficial en el cielo tendr¨¢n que contentarse con esa otra fecha del 1 de noviembre que la Iglesia reserva a todos los santos desconocidos.
Pero tampoco los nuevos beatos llegan a la gloria en las mejores circunstancias. El santoral queda enriquecido, en efecto, al menos con 498 nuevas p¨¢ginas, pero m¨¢s bien breves, sobre todo cuando afecta a aquellos beatificados de los que se omiten sus enfurecidos ardores patri¨®ticos para que no ensombrezcan su inocencia, y, en todo caso, si se tiene en cuenta el cat¨¢logo de prodigios que encierra la literatura del santoral, no son estas p¨¢ginas nuevas de lo m¨¢s brillante. Llegan adem¨¢s en mogoll¨®n, en una beatificaci¨®n masificada, con lo cual la ejemplaridad que se persigue exhibir con estas glorificaciones se reparte a centenares y el bosque evita la contemplaci¨®n del ¨¢rbol singular. Y en cuanto a la veneraci¨®n, con una fiesta para todos, queda mucho m¨¢s deslucida que si los hubieran ido beatificando, aunque fuera por parejas, de domingo a domingo. Y menos mal que los tres madrile?os de cuna -sor Rosaura, fray Pl¨¢cido y fray Arturo- puede que tengan cabida en la catedral de la Almudena, donde debe haber altares vacantes y hueco para muchos m¨¢s; en cualquier iglesia moderna, de las que el Vaticano II expuls¨® las im¨¢genes de santos con solera, con sus velas y sus cepillos, les hubiera sido m¨¢s dif¨ªcil encontrar plaza.
Pero a lo que parece que ahora le toca turno de expulsi¨®n de los templos, antiguos y modernos, es m¨¢s bien al Concilio Vaticano II y a su esp¨ªritu. No as¨ª a los s¨ªmbolos del franquismo que figuren en las iglesias, gracias a que la Ley de Memoria Hist¨®rica ha evitado a ¨²ltima hora su desaparici¨®n. Y es un acierto que as¨ª sea. Constituye un verdadero ejercicio de memoria para las generaciones venideras todo testimonio perpetuo de la complicidad de la Iglesia espa?ola con la dictadura del general Franco.
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