La ruptura subversiva de la derecha
La actitud del PP en esta legislatura es estrat¨¦gica: desarrolla una temeraria operaci¨®n para ponerse al frente de un movimiento populista y antipol¨ªtico y desprestigiar al Estado y sus instituciones
En contraste con el aspecto de registrador de la propiedad que le caracteriza, Mariano Rajoy adopta un tono desenfadado para excitar la risotada de su p¨²blico. Consciente de la impaciencia que padecen sus seguidores, se propone alimentar su despecho y ridiculiza el consenso cient¨ªfico internacional sobre las nefastas consecuencias del cambio clim¨¢tico.
Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ya no es el dignatario abrumado de otro tiempo y con alegr¨ªa ofrece a los suyos ingeniosos motivos de entusiasmo. Agasajado en Valladolid con la distinci¨®n de Bodeguero de Honor de la Academia del Vino, Aznar levanta su copa para consolar a los que est¨¢n hartos del control gubernamental. Vamos a fumar, beber y conducir como nos plazca, dice en un alarde de campechano orgullo popular.
La influencia de los 'neocons' le ha dado arrojo para sostener que el Estado estorba
La alianza con el poder religioso es clave para reiventar el odio a la raz¨®n ilustrada
El diputado Vicente Mart¨ªnez Pujalte, repantigado en su asiento, soporta con desgana la amonestaci¨®n del presidente del Parlamento y levanta las cejas con asombro entre la hilaridad de sus compa?eros de partido. Antes de abandonar el hemiciclo hace una ¨²ltima reverencia no sin advertir que volver¨¢ a deleitar a los suyos con esa figura tan arraigada en la tradici¨®n popular espa?ola: el gamberro vociferante y maleducado, ajeno al rid¨ªculo y la verg¨¹enza que su presencia impone.
Con su apacible h¨¢bito cardenalicio, Jaime Mayor Oreja interviene en medio del barullo para recordarnos la sobremesa que en pleno franquismo un¨ªa a la familia alrededor del parch¨ªs.
Aunque estos episodios nacionales puedan parecer an¨¦cdotas chusqueras, rasgos de un car¨¢cter estent¨®reo, la irreflexiva concesi¨®n a un p¨²blico nervioso o la nostalgia que desfigura la vulgar tiran¨ªa del r¨¦gimen franquista, lo cierto es que pertenecen a una temeraria operaci¨®n pol¨ªtica.
El grave deterioro ocasionado al Tribunal Constitucional, mediante maniobras inconcebibles entre magistrados supuestamente investidos para interpretar el esp¨ªritu de la ley; los ataques que la radio de los obispos emite contra el rey Juan Carlos, exigiendo la abdicaci¨®n del Monarca, y la marabunta de embusteros lanzada como una jaur¨ªa contra los polic¨ªas, fiscales y jueces que han investigado y juzgado los atentados del 11-M, son acciones orquestadas con la misma osad¨ªa.
Al principio pod¨ªa parecer que la derecha, enojada por la derrota electoral del 2004, no hac¨ªa m¨¢s que ejercer, con sus insidias, el derecho al pataleo y que al final se mostrar¨ªa dispuesta a purgar su amargo disgusto. Pero pasado el tiempo, las embestidas de la derecha contra la Corona, el Poder Judicial, el Parlamento, las normas de la Direcci¨®n General de Tr¨¢fico, los estudios cient¨ªficos sobre el cambio clim¨¢tico, las evidencias del sentido com¨²n y los requisitos dial¨¦cticos de la raz¨®n democr¨¢tica, nos van descubriendo el alcance de la intr¨¦pida estrategia desplegada por el Partido Popular. No es que pretenda aprovechar los fallos del Gobierno socialista, ni dar forma al desagrado que la poblaci¨®n espa?ola siente por el dislate auton¨®mico, ni propiciar la corriente de simpat¨ªa ciudadana que haga factible una futura mayor¨ªa parlamentaria, tampoco intentar¨¢ convencer a la opini¨®n p¨²blica de las supuestas bondades de su programa. Pues a la derecha espa?ola ya no le interesa el arte de la pol¨ªtica. Aunque eventualmente se vea obligada a manejar discursos en los que ya no cree, dedica sus energ¨ªas a consolidar el fundamento ideol¨®gico que ha elegido como promesa y horizonte.
Entre otras urgencias, la instrucci¨®n doctrinal de la derecha define un doble plan. Por un lado, capitanear un movimiento antipol¨ªtico con las m¨¢s tenaces presunciones de la ignorancia popular. Un estado de ¨¢nimo colectivo ensalzado por los brutos que celebran denostar lo que no entienden. Ya sea el cambio clim¨¢tico, cuya complejidad les asusta, o la sofisticaci¨®n jur¨ªdica del derecho de gentes, cuya demora les irrita. El h¨¢bito de la sospecha difundido por los publicistas de la derecha a tal efecto ha sido una ejemplar manifestaci¨®n de astucia. Pues el recelo que proponen como m¨¦todo de pensamiento ser¨¢ siempre irrefutable, inaccesible a la deliberaci¨®n e impermeable al sentido moral de la duda razonable.
La segunda parte del plan de la derecha espa?ola es hacer cada d¨ªa m¨¢s agudo el desprestigio de las instituciones, contribuir como sea al deterioro de su imagen entre la ciudadan¨ªa y echar por tierra el arduo trabajo de restauraci¨®n llevado a cabo en los tiempos de la Transici¨®n. En resumen, el objetivo de esta agitaci¨®n populista es arrebatar a las instituciones del Estado su carisma y hacer irreconocible el pacto social impl¨ªcito en su funcionamiento. Una liquidaci¨®n simb¨®lica que a su vez impulsar¨¢ la corriente de opini¨®n hostil al uso reflexivo de la raz¨®n ilustrada.
No es extra?o que la pretensi¨®n irresponsable y belicosa de la derecha genere una corriente de estupor como no se hab¨ªa visto desde el estreno de la democracia. Hasta ahora lo sustancial del pacto constitucional ha consistido en compartir de buen grado las deficiencias del sistema y subsanarlas con la categor¨ªa pol¨ªtica y profesional de los responsables de su buen gobierno. Una alianza de estabilidad que obligaba a las fuerzas pol¨ªticas a disimular las insuficiencias del Estado -la escasa "independencia" de sus tres poderes, por ejemplo- mediante un acuerdo inteligente sellado para proteger el desarrollo democr¨¢tico de la sociedad.
Que una de las fuerzas constitucionales haya decidido aprovecharse de las deficiencias a cuya custodia se hab¨ªa comprometido supone una ruptura en el paradigma elegido para gobernar Espa?a. Un quiebro que modifica la relaci¨®n entre las fuerzas pol¨ªticas y sociales de un pa¨ªs sorprendido e intrigado por la temeridad, la osad¨ªa y la intrepidez del principal partido de la oposici¨®n: el partido que deja en evidencia, con estr¨¦pito burlesco, las fallas del sistema constitucional, renuncia a la respetabilidad y adopta una impetuosa estrategia subversiva.
Esta actitud, sin embargo, no es fruto del capricho ni del oportunismo resentido. No influye en su origen la furia ofendida de los derrotados por las urnas ni la personalidad recalcitrante de su l¨ªder. La transformaci¨®n de la derecha espa?ola procede de una reflexi¨®n ideol¨®gica sobre su dubitativa evoluci¨®n, de una sincera meditaci¨®n sobre el futuro de su acci¨®n pol¨ªtica en el seno de unas instituciones reguladas por los artificios de la raz¨®n y de un profundo desenga?o.
La primera gran decepci¨®n ha sido comprobar la caducidad de su creencia decimon¨®nica, pues el Estado ya no es la c¨¢mara acorazada de los intereses que la derecha gestiona. En la segunda gran decepci¨®n se hunde despu¨¦s de contemplar el descomunal aparato legislativo y judicial que el Estado en Europa garantiza a sus ciudadanos y que la derecha debe administrar cuando gobierna.
Para la derecha m¨¢s reaccionaria estas contrariedades s¨®lo pueden significar una cosa: el progresivo aumento del control estatal sobre los negocios que afecten a los derechos de los ciudadanos. El rechazo escandalizado a la deriva "intervencionista" del Estado ha madurado gradualmente hasta convertirse en la m¨¢s firme convicci¨®n de los actuales l¨ªderes del Partido Popular. Fue intuitiva y err¨¢tica mientras careci¨® de referencias tangibles, pero su trascendental encuentro con la poderosa corriente de los neocons anglosajones ha sido tan revelador como renovador. Orientada por esta decisiva influencia, la derecha espa?ola posee al fin el arrojo necesario para reconocer el estorbo de un Estado que argumenta las restricciones, consens¨²a los l¨ªmites y aplica las leyes aprobadas mediante el uso de la raz¨®n.
La derecha reaccionaria globaliza este repudio y no por casualidad se ve secundada en su labor de agitaci¨®n y propaganda por sus respectivos aliados religiosos: los predicadores televisivos en la Am¨¦rica de Bush y los predicadores episcopales y radiof¨®nicos en la Espa?a del PP.
Para sabotear al molesto Estado legislador no basta reventar sesiones parlamentarias con sonoras broncas o aprovechar maliciosamente el reglamento institucional. Para debilitar la autoridad de la raz¨®n hay que reinventar el odio a la Ilustraci¨®n, propiciar a cualquier precio el retorno de los brujos, divulgar sus oscuras creencias y restaurar el caudal de supersticiones que enturbian el discernimiento.
Esta alianza de la derecha espa?ola con el poder religioso no es nueva, ciertamente, pero vuelve a ser imprescindible para escenificar la ruptura subversiva que su movimiento antipol¨ªtico proclama a los cuatro vientos.
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