Palestinos detr¨¢s de las murallas
El 'centro' de Ramala, en la Cisjordania ocupada por Israel, es como el m¨¢s humilde de los pueblos espa?oles. Pero no existe "afuera" en Palestina y la muerte extiende su reinado a ambos lados de la valla
1. Ocurri¨® no hace mucho, durante mi ¨²ltima noche en Ramala. Mi amigo Pasqual G¨®rriz me hab¨ªa invitado a comer en Jerusal¨¦n, pero salimos tarde. Eran m¨¢s de las diez, los checkpoints -los controles militares israel¨ªes- estaban abarrotados de gente que ya regresaba a casa. Transcurr¨ªa el Ramad¨¢n, que conmemora el tiempo en que Mahoma sinti¨® la presencia de Dios y recibi¨® Sus palabras como transistor. Durante ese lapso los musulmanes ayunan el d¨ªa entero. Mejor no encontr¨¢rselos a pleno sol, porque los lleva un humor de mil demonios. Pero de noche, una vez ah¨ªtos, pueden ser almas caritativas. De otro modo el camarero de Pronto, el restaurante de Ramala que frecuent¨¢bamos, nos habr¨ªa rechazado cuando volvimos derrotados. Imagino que las tristes figuras del sudamericano y el catal¨¢n le habr¨¢n inspirado piedad. Si existe un sonido que sensibiliza a los palestinos durante el Ramad¨¢n, es el rugir de un est¨®mago vac¨ªo.
Las divisiones de los pueblos hacen infernal la vida palestina y seccionan el alma de los israel¨ªes
Regres¨¢bamos a casa cuando nos topamos con unos chicos en pleno centro. (El centro de Ramala es m¨¢s humilde que el m¨¢s humilde de los pueblos espa?oles. Y aun as¨ª parece Las Vegas al lado de Gaza.) Nos preguntaron si hab¨ªamos visto a los soldados. No hab¨ªamos visto nada. M¨¢s temprano hab¨ªamos bromeado, diciendo que el lugar estaba tranquilo al punto de tornarse irreconocible. Ahora la broma volv¨ªa vestida de monstruo y dando tarascones.
A eso de las dos decid¨ª acostarme. Todav¨ªa no me hab¨ªa dormido cuando escuch¨¦ el ruido a roto de la metralla.
Segu¨ªa despierto a las cinco. La voz del muezzin sobrevolaba el pueblo llamando a la oraci¨®n, nunca m¨¢s oportuna.
2. ?Por qu¨¦ regres¨¦ a Israel y Palestina? Quer¨ªa ultimar los detalles de un gui¨®n que pienso dirigir. Viaj¨¦ all¨ª por primera vez en septiembre del a?o 2000, a poco del estallido de la Intifada que deton¨® Ariel Sharon al exhibirse en la Explanada de las Mezquitas. Hoy Sharon est¨¢ en coma, conectado a m¨¢quinas que respiran por ¨¦l: un fantasma que sobrevuela el escenario de la tragedia.
Me hab¨ªan pedido un art¨ªculo para una revista. Lo escrib¨ª al precio de la temporada m¨¢s intensa de mi vida, tambi¨¦n en compa?¨ªa de Pasqual, a quien me asignaron como fot¨®grafo. Aquella vez nos corrieron a golpes, nos gasearon (conservo una de las c¨¢psulas y el jir¨®n de tela avinagrada con que una mujer salv¨® mis ojos) y nos usaron como blanco en dos ocasiones.
En la primera quedamos atrapados contra una casa derruida. Mi espalda recuerda la vibraci¨®n de los disparos sobre el muro. As¨ª dicho suena melodram¨¢tico, pero cuando empieza el sonar el m¨®vil del palestino sobre el que te zambulliste y el hombre responde como si nada, uno asume que esos percances son cosa diaria y flota con la corriente.
La segunda ocurri¨® cuando viaj¨¢bamos rumbo a la entrevista con una abogada israel¨ª, defensora de parejas mixtas. De un lado de la ruta hab¨ªa palestinos arrojando piedras. Del otro lado, soldados israel¨ªes disparando M16. Los autos cruzaban igual.
Cuando nos convertimos en cabeza del convoy, me sent¨ª en la monta?a rusa. Gritamos como chicos y pasamos entre las balas como patos de feria.
3. Todo se ve m¨¢s calmo hoy. Las murallas levantadas por Israel para acotar a los palestinos hacen del lugar un laberinto. Cu?as de cemento con aspecto de dientes, jalonadas por torres de control que contribuyen al aspecto at¨¢vico. A excepci¨®n de los monumentos europeos, nunca vi nada que me remitiese m¨¢s a una experiencia medieval.
El muro est¨¢ cruzado por pintadas: Stop the racist wall. Born free. Ghetto stop... Un artista decor¨® tramos con retratos de gente que hace morisquetas. Esta subversi¨®n resulta menos memorable que cierta pintura. Se trata de una Muerte con corona, esto es reinante, que alza una copa en brindis... y sonr¨ªe.
El redise?o arquitect¨®nico como arma data de los tiempos del emperador Adriano. Los poderes dominantes derriban edificios para cambiarle el rostro al paisaje y, de paso, negarle al otro entidad y existencia. (Recuerdo la declaraci¨®n de Golda Meir: "Los palestinos no existen". Me remite a aquella del dictador Videla, cuando dijo que los desaparecidos eran "simplemente eso: desaparecidos, no est¨¢n, no son nada".)
Desde las terrazas de la Ciudad Vieja de Jerusal¨¦n, a las que se sube por Habad Road, se acced¨ªa a una visi¨®n panor¨¢mica: la yeshiva, el Domo de la Roca y Al-Aqsa, el Monte de los Olivos en el fondo. Ahora esa visi¨®n est¨¢ arruinada por una construcci¨®n casera. El due?o del lugar levant¨® una choza para vivir durante el mes de Sukkoth, conmemorando el tiempo que el pueblo jud¨ªo pas¨® a la intemperie. Tiene su iron¨ªa: la devoci¨®n que bloquea la vista del resto impidi¨¦ndole el plano general, rompiendo su perspectiva.
4. Una tarde Pasqual me lleva a Lifta. Es un pueblo fantasma, colgado de un barranco como el de Serrat. Qued¨® desierto desde la invasi¨®n de 1948. S¨®lo lo frecuentan los moradores de los asentamientos, esas poblaciones que crecen a velocidad viral y son feas como el c¨¢ncer. Esta gente se refresca en la piscina que subsiste al pie del valle. El pozo est¨¢ lleno de peces de colores. Me fascina el milagro de su supervivencia. Se habituaron a vivir encerrados y con poco, como los palestinos.
Nos quedamos viendo las ramas de un ¨¢rbol que creci¨® dentro de una casa. Asoman por las ventanas.
5. Esa noche cenamos con Muna. (Que no se llama as¨ª, como tampoco Nimrod, que est¨¢ por aparecer. Los rebautic¨¦ porque hablaron como amigos de mi amigo, sin imaginar que acabar¨ªan en este diario.) Muna consulta a Pasqual sobre unas clases de fotograf¨ªa que dicta en la prisi¨®n: quiere saber qu¨¦ tareas encargar a sus estudiantes, busca proyectos que los entusiasmen. Se me ocurre sugerirle que retraten su vida cotidiana, para que la gente de afuera comprenda c¨®mo transcurre su existencia. Por suerte me callo. La gente de afuera no comprender¨ªa nunca lo que los presos contar¨ªan de hacerme caso. No existe afuera en Palestina.
6. Nimrod nos gu¨ªa al desierto del Negev. Nacido en Be'er Sheva, donde Abraham abrev¨® despu¨¦s de una traves¨ªa a garganta seca, es hijo de un polaco que escap¨® del Holocausto y termin¨® guerreando en Israel. As¨ª como nuestros padres nos muestran los parques de su infancia, el padre de Nimrod lo llevaba al desierto y le dec¨ªa: "All¨ª luchamos".
Tambi¨¦n Nimrod prest¨® servicio militar. La cicatriz que le cruza la cara presta testimonio. Cumpl¨ªa misi¨®n entre los palestinos cuando lo descubrieron. La sac¨® barata: apenas lo rajaron con un cuchillo.
Cansado de matar, se neg¨® a seguir luchando. Fue preso. Al fin le dieron la baja, con la excusa de su inestabilidad mental. El hombre que ya no quiere matar est¨¢ oficialmente loco para el Estado israel¨ª.
Hoy siente miedo por su pa¨ªs. Discute con Pasqual, cree que cualquier cuestionamiento pone a Israel en peligro de muerte. Cuando se re¨²ne con su familia la batalla se reanuda, porque entonces asume como propia la posici¨®n de Pasqual: sus hermanos -que alguna vez fueron de izquierdas- esgrimen hoy un discurso duro, dispuestos a aceptar cualquier cosa (y por cualquier cosa enti¨¦ndase soluciones finales) con tal de zanjar el problema.
Nimrod no obtiene paz ni en su casa de Par¨ªs. Su mujer es ¨¢rabe. Les gustar¨ªa tener hijos pero el futuro los perturba: ?qu¨¦ ser¨¢ de esos ni?os descastados, tironeados de aqu¨ª y de all¨¢?
Las murallas dividen los pueblos palestinos, pero tambi¨¦n seccionan el alma de los israel¨ªes.
7. Viaj¨¦ all¨ª para cotejar mi historia con la realidad. Trata del amor entre un argentino que busca a sus hijos y una israel¨ª que perdi¨® a su marido. El sentimiento es inoportuno y la relaci¨®n insensata: ¨¦l no habla hebreo, ella no habla espa?ol. ?Qu¨¦ mejor escenario para una relaci¨®n que apuesta por el entendimiento a pesar de las diferencias?
Ya estoy de regreso en Buenos Aires cuando recibo mail de Pasqual. "?Recuerdas la noche de los cr¨ªos en Ramala? Mataron a uno de un disparo, una hora despu¨¦s de que pasamos".
La Muerte brinda otra vez. Su reinado se extiende a ambos lados del muro.
Marcelo Figueras es periodista, escritor y guionista argentino.
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