Hotel de paso
Desangelado, semiclandestino y de medio pelo, el hotel de paso, o albergue por horas, se camufla a medio camino entre el burdel y el hotel tur¨ªstico y florece al margen de la moral y del control policial. Quiz¨¢ por eso suele ser escenario aventajado de ceremonias secretas y rituales privados, como los que ofician Lolita y Humbert, su viejo amante, en los 342 moteles de carretera donde los hace pernoctar Nabokov. El famoso hotel California, de la canci¨®n de los Eagles, donde el viajero encuentra espejos en el techo y champa?a rosa con hielo ("mirrors in the ceiling, pink champagne on ice"), es un lugar celestial que puede llegar a ser un infierno, o m¨¢s bien al contrario, seg¨²n se lo vea ("this could be heaven or this could be hell"). Entre los que se alinean cerca del aeropuerto de Bogot¨¢, hay uno muy concurrido, el Coconito, al que la gente llama el Gonococo, y en M¨¦xico existe otro que se llama el Muy, sin que se llegue a especificar de qu¨¦ muy se trata. Amantes tuberculosos se ponen cita en un oscuro cuarto de hotel en Los adioses, de Onetti, y tambi¨¦n en La perorata del apestado, de Gesualdo Bufalino. En el Desert Song Motel, Nicolas Cage se encierra a tomar trago hasta morir (Adi¨®s a Las Vegas); en un ba?o del Bates Motel, Alfred Hitchcock monta el asesinato brutal de una secretaria (Psicosis); depresivos amores tienen lugar en el aislado Costa Verde Motel (La noche de la iguana, de Tennessee Williams). La visita de una misteriosa dama solitaria causa estragos en el caribe?o Motel Tul¨¢n (Cualquier mi¨¦rcoles soy tuya, de Mayra Santos Febres), y en el Motel Pato Alegre, el camionero Manolo Jarales se bate a navaja por defender a su ni?a de una patota de malos (Cachito, de P¨¦rez-Reverte).
Tengo fresco en la memoria el aspecto exterior de un cierto hotel de paso que se atraves¨® en mi camino, hace ya muchos a?os. Se trataba, de eso estoy segura, de una mole de cemento indestructible y gris, como quien dice un monumento eterno al amor por un rato. Pero por m¨¢s que me esfuerzo, no logro recordar c¨®mo habr¨¢ sido su interior. Quisiera recuperar algo peque?o, espec¨ªfico, que me ayude a darle intimidad y consistencia al recuerdo, como por ejemplo esa colcha de textura viscosa y de color mareado, digamos que vinotinto, objeto deprimente en cualquier otra circunstancia que no hubiera sido aqu¨¦lla. O esa cortina pl¨¢stica de ba?o, tal vez azul. ?O verde? Verde con dise?o de burbujas. A partir de ah¨ª voy jalando los hilos de la memoria, a ver qu¨¦ m¨¢s le extraigo, pero s¨®lo aparece el par de tazas de t¨¦ mal servido que el room service nos hizo llegar por entre una discreta ventana giratoria, agua tibia apenas coloreada por bolsitas de t¨¦ mustio y az¨²car en cubos.
Voy a llamar a Felicitas Otamendi, a su casa de Buenos Aires, para consultarle. No debe tener idea, ni ella ni nadie; ando tras la pista de algo que ya ni siquiera existe. Pero antes de llamar, convendr¨ªa un golpe de Google. Chuzo las teclas: Molino Azul Buenos Aires. Y aparece. Al divino Google, que est¨¢ en todas partes, nada se le escapa, ni siquiera un telo porte?o de los a?os setenta. Telo: tel-ho, hotel, el t¨¦rmino lunfardo para hotel transitorio, porque as¨ª les dicen all¨¢, transitorios, aunque en realidad no haya hotel que no lo sea. Resulta que el Molino Azul todav¨ªa existe y la prueba es que en pantalla aparece la foto de la fachada, aunque no tan gris como en mi evocaci¨®n, m¨¢s bien color moras con leche, o sea, que la pintaron. O que aquella tarde la lluvia hac¨ªa ver todo oscuro. Porque estaba lloviendo, eso puedo jurarlo; Buenos Aires hab¨ªa desaparecido bajo el aguacero.
A Felicitas le pregunto si quiere hacerme un favor extra?o, pegarse una pasadita por un telo llamado Molino Azul, en la calle Salguero, para echarle un vistazo y contarme. Le explico que es para algo que estoy escribiendo.
Ella le entra enseguida al plan y me env¨ªa un primer e-mail que dice: "Esto est¨¢ suculento, querida; he averiguado que el Molino Azul ofrece varias categor¨ªas de habitaciones. ?Quer¨¦s la m¨¢s barata? ?La de lux? ?Ducha escocesa o ba?o romano? Pienso ir el jueves con un amigo que se ha ofrecido a acompa?arme sin compromiso. Baci, Felicitas".
Unos d¨ªas m¨¢s tarde, me manda un informe detallado. "La puerta de ingreso es discreta", dice, "no hay carteles ni signo alguno que permita identificar el lugar como albergue transitorio. Sin embargo, sobre una de las paredes exteriores hay pintado un gran molino, obviamente azul. Se ingresa a un hall chico y a la izquierda est¨¢ la caja, tras un vidrio espejado que te protege de los ojos de quien cobra".
S¨ª, de acuerdo. Ahora que ella lo dice, me parece estar viendo la mano an¨®nima que te entregaba la llave a trav¨¦s del agujero en el vidrio ahumado. ?La llave de la felicidad? A lo mejor; si no la felicidad completa, al menos dos horas de ella, porque cumplido ese lapso te sobresaltaba el estr¨¦pito de un timbre, indicaci¨®n perentoria de que deb¨ªas hacer mutis por el foro, o resignarte a pagar tarifa doble.
Me habla Felicitas de una fuente de yeso con una especie de angelito, al parecer metaf¨®rico, que sostiene un ¨¢nfora de la cual parte un chorro de espuma que cae sobre una gran concha. Su amigo paga en la caja el equivalente a diez d¨®lares y les adjudican una habitaci¨®n de lux, por una hora. "Huele a desodorante ambiental barato y dulz¨®n, mezcla de mermelada y desinfectante, el olor caracter¨ªstico de todos los telos del mundo, lo s¨¦ por experiencia", me escribe ella.
S¨ª, ¨¦se deb¨ªa ser el olor, exactamente. ?Pero el ¨¢ngel, el chorro de espuma, la gran concha? Por entonces no deb¨ªan existir, o los recordar¨ªa. "La habitaci¨®n mide alrededor de cinco metros por cinco y est¨¢ decorada en un art d¨¦co de pacotilla". Una vez dentro, Felicitas y su amigo se divierten tomando las fotos que me hacen llegar despu¨¦s. Contra el fondo de mamposter¨ªa de cart¨®n pintado aparecen ellos dos, altos y estupendos ambos, de abrigo, botas y bufanda, sobre la cama, en el ba?o, contra los espejos. En particular un espejo enorme, hexagonal, con todos sus lados desiguales, que a todas luces es la pi¨¨ce de r¨¨sistance del conjunto.
Me vuelve a la memoria una larga fila de parejas, muchachos y muchachas jovenc¨ªsimos, como deb¨ªamos serlo tambi¨¦n nosotros, que esperaban habitaci¨®n abrazados o agarrados de la mano, sin verg¨¹enza ni secreto ni recato, m¨¢s bien conversando en voz baja, como quien hace cola para entrar a un cine de estreno. Alguno habr¨ªa all¨ª transido de amor, de timidez o deseo, incluso de emoci¨®n sacramental; al fin de cuentas en aquel lugar estrafalario se oficiaban en secreto ¨ªntimos rituales. Deb¨ªa ser viernes, o s¨¢bado, porque la espera era larga. No se ve¨ªa mucho jefe con su secretaria, prostituta con su cliente o cuarent¨®n ad¨²ltero; lo que mayormente hab¨ªa era puro estudiante, de ese que a¨²n vive con sus padres y ahorra durante la semana para llevar a la novia a un refugio lo m¨¢s lejano posible del control paterno. No asomaba por all¨ª nadie que insultara, que se?alara con el dedo o armara esc¨¢ndalo; el Molino Azul, pese al angelito con ¨¢nfora y al olor a desinfectante, fue para nosotros territorio liberado en medio de la agresividad moralizante de esos tiempos de dictadura. Por gajes de la militancia clandestina, no pod¨ªa yo conocer la casa de ¨¦l ni ¨¦l deb¨ªa pisar la m¨ªa, y por eso sucedi¨®, una que otra tarde, que aquel Molino Azul supo ser nuestra casa.
Me inquietan dos apartes del informe de Felicitas, seg¨²n los cuales "la ba?adera est¨¢ discretamente oculta tras un bastidor de vidrio esmerilado" y "la colcha es de plush color durazno con cojines assortis". ?Colcha de plush durazno y vidrios esmerilados? ?O sea que van a resultar espurios hasta los m¨¢s rec¨®nditos de mis recuerdos, es decir, la colcha de raso color vino y la cortina de ba?o verde con burbujas?
Hay que reconocerlo, esta habitaci¨®n de las fotos no es la misma que conservo en la nostalgia. Pero tendr¨¦ que aceptarlo, aunque sea descorazonador que te modernicen los recuerdos: el Molino Azul opt¨® por el upgrade y le entr¨® a la remodelaci¨®n con toda la furia. Y como hasta en el m¨¢s ruin de los hoteles renuevan el ajuar de tanto en tanto, esa cortina verde sigue siendo la m¨ªa, y esa colcha de raso sigue siendo mi colcha. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.