El Tratado de Lisboa como punto de partida
La aprobaci¨®n del Tratado Reformador, llamado ahora Tratado de Lisboa, ha supuesto un ¨¦xito para el Gobierno portugu¨¦s. A falta de que sea firmado y de que los 27 Estados lo refrenden luego, en sus Parlamentos nacionales o en refer¨¦ndum popular, lo importante es que el acuerdo haya sido alcanzado y anunciado solemnemente. Es una ocasi¨®n, pues, para que los europe¨ªstas respiren hondo y digan: ?por fin!
?Por qu¨¦? Porque despu¨¦s del rechazo del Tratado Constitucional por los electorados franc¨¦s y holand¨¦s -m¨¢s por razones de pol¨ªtica interna que por razones europeas-, la Uni¨®n Europea viv¨ªa en un impasse institucional, que alimentaba el escepticismo y pod¨ªa llevar, de prolongarse, a la disgregaci¨®n del propio proyecto europeo.
Resulta ins¨®lito e insensato proponer a Tony Blair como presidente de Europa
El Tratado de Lisboa no me satisface -tengo que decirlo, como europe¨ªsta convencido- ni en su letra, por ser confuso, ni en su esp¨ªritu, por ser equ¨ªvoco en cuanto a la propia identidad europea. No ha acabado siendo sencillo y sucinto, como pretend¨ªa Sarkozy, y ni siquiera resulta claro en sus prop¨®sitos. Representa el compromiso posible en estos momentos entre europe¨ªstas y librecambistas.
Sin embargo, el Tratado de Lisboa supone un paso adelante en la institucionalizaci¨®n de una Europa unida -con un presidente y una voz en pol¨ªtica exterior- y dotada de una Declaraci¨®n de los Derechos Fundamentales con efectos vinculantes para los 27 Estados miembros de la Uni¨®n, excepto el Reino Unido, seg¨²n parece. No es a¨²n la Europa de los ciudadanos, pero hacia ella nos encaminamos. As¨ª lo espero.
En cualquier caso, el Tratado de Lisboa no debe ser visto como un punto de llegada en la construcci¨®n europea. Es m¨¢s bien un punto de partida, un nuevo arranque, como desea Jacques Delors, hacia una Europa pol¨ªtica, social y ambiental, con una econom¨ªa sostenida y unas estructuras institucionales coherentes que puedan hacer de la Uni¨®n, tal y como resulta necesario, un socio global con peso y coherencia, en este mundo globalizado, multipolar, incierto e inseguro en el que vivimos.
?C¨®mo pueden superarse las contradicciones entre los 27 Estados miembros, entre los europeos que aspiran a una Europa supranacional -porque ning¨²n Estado europeo posee por s¨ª mismo la fuerza y las dimensiones suficientes para contar en el mundo de hoy, ni siquiera Alemania- y los que se quedar¨ªan satisfechos, al tener otros proyectos nacionales, como el Reino Unido, con una Uni¨®n que se limite a ser una amplia zona de libre comercio?
A mi modo de ver, s¨®lo hay una manera y ya lo he escrito en este peri¨®dico: insistiendo en la f¨®rmula de las cooperaciones reforzadas. Los ejemplos de Schengen y del euro resultan claros y concluyentes.
Quien se niegue a concebir Europa como una uni¨®n pol¨ªtica, social y ambiental, pues que se quede como est¨¢. Pero que no impida a los otros Estados miembros, que suponen una abrumadora mayor¨ªa, el avanzar en tal sentido. Una Europa que posea un proyecto coherente de paz, de solidaridad en relaci¨®n con las zonas m¨¢s pobres del mundo y que sea una referencia y un faro para el resto del planeta, por el modelo social que representa, por el bienestar del que gozan sus conciudadanos, por su respeto a la naturaleza y los derechos humanos, por su aceptaci¨®n del otro, por la justicia que promueve, por su laicidad dentro del respeto a todas las religiones y a los no creyentes, por la integraci¨®n como ciudadanos y por la dignidad de los inmigrantes que en ella se esfuerzan y para la que trabajan.
No se trata de una utop¨ªa. Otras etapas en el camino com¨²n parec¨ªan irrealizables y, sin embargo, se han podido alcanzar.
A Europa le hacen falta responsables pol¨ªticos dotados de valent¨ªa, de sentido de los grandes valores y las causas nobles y de audacia. Que sean capaces de innovar, que consideren que un mundo en proceso de acelerado cambio no resulta compatible con una Uni¨®n Europea que no contemple m¨¢s que su propio ombligo o se empecine tan s¨®lo en comportamientos burocr¨¢ticos y rutinarios. Es preciso ser osados. Saber escuchar la voz de otros continentes. Y abandonar lo que ya est¨¦ viejo y gastado.
Por esta raz¨®n me ha parecido tan ins¨®lita e insensata la idea de proponer a Tony Blair como presidente de Europa. No a causa de su inteligencia o de su capacidad, sino por su pasado de fiel aliado de Bush, cuando empuj¨® a Occidente, en la vergonzosa Cumbre de las Azores, al profundo descr¨¦dito que supuso la invasi¨®n de Irak y lo que se vino a llamar "guerra contra el terrorismo". Un fracaso total. Y eso sin mencionar que de ello se derivaron unas consecuencias que est¨¢n a punto de situar al mundo, en palabras de Bush cuando amenaza a Ir¨¢n, en "v¨ªsperas de una tercera guerra mundial". Qu¨¦ terrible insensatez.
Blair, en la presidencia de la Uni¨®n Europea, dado lo muy reticente que ha sido en cuanto al proyecto europeo -y sigue si¨¦ndolo-, supondr¨ªa un nuevo descr¨¦dito para los pol¨ªticos europeos que lo propusieran. Pero eso ser¨ªa lo de menos. Lo peor ser¨ªa el aut¨¦ntico retroceso hist¨®rico que de ello se derivar¨ªa para la construcci¨®n europea.
M¨¢rio Soares es ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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