El poder del Rey
Tras el 23-F, Juan Carlos I se convirti¨® en un rey taumaturgo y al abrigo de toda cr¨ªtica. Los ¨²ltimos actos han hecho que el aura m¨ªtica se desvanezca, quiz¨¢ porque ya ha dado de s¨ª todo lo que pod¨ªa
El 22 de noviembre de 1975 -pronto har¨¢ 32 a?os-, Juan Carlos de Borb¨®n se presentaba, en el primer mensaje de la Corona, "como Rey de Espa?a, t¨ªtulo que me confieren la tradici¨®n hist¨®rica, las Leyes Fundamentales del Reino y el mandato leg¨ªtimo de los espa?oles". D¨¦biles t¨ªtulos, a pesar de su aparente fortaleza y rotundidad: la tradici¨®n hist¨®rica hab¨ªa quedado, m¨¢s que interrumpida, quebrada por la abdicaci¨®n de Alfonso XIII; las Leyes Fundamentales franquistas ten¨ªan los d¨ªas contados, aunque no faltaban reformistas dispuestos a modificarlas para que todo siguiera igual o parecido; y los espa?oles se hab¨ªan visto privados desde febrero de 1936 de la libertad de conferir ning¨²n mandato leg¨ªtimo. En realidad, Juan Carlos de Borb¨®n se pod¨ªa presentar como Rey de Espa?a porque su antecesor en la Jefatura del Estado, en virtud de su "suprema potestad", as¨ª lo hab¨ªa dispuesto.
Ning¨²n monarca ha vivido tan a resguardo de la cr¨ªtica como hasta ahora Juan Carlos I
En la cumbre de Chile el Rey actu¨® como un Borb¨®n, digno heredero de su abuelo
De modo que el Rey comenz¨® a reinar no s¨®lo gobernando sino acumulando toda la cantidad de poder posible; nada que ver con un monarca que debe a la tradici¨®n su acceso al trono. Su mandato proced¨ªa en exclusiva de las Leyes Fundamentales y por eso su primer empe?o consisti¨® en abrir el juego pol¨ªtico a nuevos participantes con el prop¨®sito de ampliar las bases heredadas de la dictadura, sin romper con ella, reformando aquellas leyes hasta el l¨ªmite de lo posible. En este punto, en el primer semestre de 1976, m¨¢s que de transici¨®n se hablaba de reforma, y nadie hab¨ªa visto todav¨ªa en el Rey ning¨²n motor, ning¨²n piloto de ning¨²n cambio. Por su parte, el Rey hab¨ªa recordado, ante el Consejo del Reino, que s¨®lo a ¨¦l correspond¨ªa "la decisi¨®n ¨²ltima en los asuntos m¨¢s trascendentales y en los casos de decisi¨®n excepcional, grave, o de emergencia".
As¨ª estaban las cosas cuando el proyecto Arias-Fraga de reformar las Leyes Fundamentales entr¨® en barrena, en medio de una movilizaci¨®n popular y obrera de una magnitud sin precedente y de los obst¨¢culos surgidos en las mismas instituciones del r¨¦gimen. Fue entonces cuando el Rey, haciendo uso de sus poderes, afirm¨® ante el Congreso de Estados Unidos: "La Monarqu¨ªa har¨¢ que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en Espa?a la paz social y la estabilidad pol¨ªtica, a la vez que se asegure el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de Gobierno, seg¨²n los deseos del pueblo libremente expresados". Era una nueva concepci¨®n del papel de la Corona, ansiosa por alejarse de las fuentes de su supuesta legitimidad para presentarse como "¨¢rbitro, defensor del sistema constitucional y promotor de la justicia".
Poder arbitral en el ejercicio de una funci¨®n integradora: as¨ª percib¨ªa el Rey su posici¨®n como "monarca constitucional" en el primer mensaje a las Cortes elegidas en junio de 1977, una autodefinici¨®n algo precipitada pues a¨²n no hab¨ªa Constituci¨®n y ya se hab¨ªa disuelto la pretensi¨®n de reformar la inexistente. Monarca constitucional lo ser¨ªa al t¨¦rmino de un proceso constituyente que se consumara con un recorte sustancial de su poder. Fue la representaci¨®n del Partido Comunista, muy h¨¢bil y eficaz en el debate sobre la Monarqu¨ªa, la que consigui¨® "que la Monarqu¨ªa inevitable fuera una Rep¨²blica coronada", como recordar¨ªa luego Jordi Sol¨¦ Tura, desbaratando la pretensi¨®n de atribuir a la Corona "efectivas competencias moderadoras y arbitrales", de modo que se convirtiera en una "poderosa magistratura arbitral", como so?aba el representante de UCD, Miguel Herrero de Mi?¨®n.
Ins¨®lita por su origen, la Monarqu¨ªa espa?ola lo fue tambi¨¦n por el r¨¢pido tr¨¢nsito desde la acumulaci¨®n de todo el poder a su limitaci¨®n a un poder simb¨®lico. ?S¨®lo simb¨®lico? Naturalmente, los constitucionalistas disputan, pero lo que no tiene discusi¨®n es que todos "los actos del Rey" necesitan para ser eficaces el refrendo del presidente del Gobierno o del ministro competente en la materia. Ocurri¨®, sin embargo, que cuando esta exigencia qued¨® clara, se produjo una nueva y extraordinaria circunstancia: la legitimidad constitucional alcanzada por esta v¨ªa se vio reforzada en el ba?o de adhesi¨®n popular tras un "acto del Rey" situado por necesidad al margen de la Constituci¨®n, sin posible refrendo del Gobierno: su actuaci¨®n en la tarde del 23 y en la madrugada del 24 de febrero de 1981.
Lo extraordinario del caso consisti¨® en que, a los cinco a?os del inicio de su reinado, Juan Carlos I, rey constitucional, que s¨®lo pod¨ªa presidir una sesi¨®n del Consejo de Ministros si se lo ped¨ªa el presidente del Gobierno, actu¨® como si dispusiera de una "reserva ¨²ltima de poder" -por decirlo con Garc¨ªa de Enterr¨ªa- suficiente para frustrar una intentona militar. Dicho m¨¢s a la llana: despojado de poder hab¨ªa ejercido el m¨¢ximo poder posible. Esta singular y contradictoria circunstancia lo catapult¨® a una tierra donde s¨®lo habitan los reyes taumaturgos, en la que, hiciera en adelante lo que hiciera, se sab¨ªa al abrigo de cualquier mirada indiscreta y protegido de cualquier cr¨ªtica por una nebulosa cortina, mezcla de sentimientos de gratitud y de temor, de admiraci¨®n y de respeto, en los que vino a condensarse la pregunta que hab¨ªa quedado en el aire: ?qu¨¦ habr¨ªa pasado en aquellos d¨ªas de febrero si el Rey no hubiera estado all¨ª? Y a¨²n estando all¨ª, ?qu¨¦ habr¨ªa pasado si no hubiera dispuesto -como habr¨ªa sido el caso si de un presidente de la Rep¨²blica se hubiera tratado- de esa "reserva ¨²ltima de poder"?
Las preguntas sin respuesta dan lugar a relatos m¨ªticos, que llevan aparejados una suspensi¨®n de juicio que se resuelve finalmente en la pr¨¢ctica ritual de mirar sin tocar. La Corona, desde entonces, se mira pero no se toca. A condici¨®n, naturalmente, de que, retirada al ¨¢mbito de lo simb¨®lico, conserve el aura de su primigenia legitimidad constitucional ba?ada dos a?os despu¨¦s en el calor popular. Tal vez ninguna monarqu¨ªa europea ni, desde luego, ning¨²n rey constitucional espa?ol hayan vivido m¨¢s a resguardo de la cr¨ªtica que el rey Juan Carlos I, un privilegio que para s¨ª hubiera querido el ¨²ltimo monarca de la dinast¨ªa Borb¨®n, Alfonso XIII, expuesto desde ni?o a los bandazos de la opini¨®n, que un d¨ªa le mostraba su amor -aquel amor del pueblo que tanto ech¨® en falta en abril de 1931- y al d¨ªa siguiente su desprecio. Si el rey Alfonso pudiera levantar la cabeza, seguro que preguntar¨ªa a su nieto: ?pero qu¨¦ has hecho, muchacho, para merecer el sublime privilegio de m¨ªrame y no me toques en un pa¨ªs como ¨¦ste?
Y de pronto, tras una acumulaci¨®n de actos del Rey y de conductas de la familia real excesivamente expuestos a la mirada del p¨²blico, ese aura m¨ªtica que rodea a la Corona se desvanece en el aire, quiz¨¢ porque ya ha dado de s¨ª todo lo que pod¨ªa dar, que ya era bastante. El ¨²ltimo acto del Rey, un acto pol¨ªtico, en presencia, pero de nuevo sin refrendo posible del presidente del Gobierno, ha desencadenado un alud de comentarios que, no por casualidad, son m¨¢s laudatorios cuanto m¨¢s partidario sea quien los emite de una Corona fuerte, que act¨²e, que arbitre, que intervenga. Alabanzas que se mudar¨¢n en denuestos si el s¨ªndrome de la escalera que afecta al presidente de Venezuela -incapaz de reaccionar sobre la marcha- resulta tan potente como su vulgar e insolente desfachatez y acaba provocando consecuencias pol¨ªticas y econ¨®micas indeseadas.
En todo caso, el ¨²ltimo "acto del Rey" tendr¨¢ al menos una virtud. Ante la provocaci¨®n de un jefe de Estado que, muy probablemente, pretend¨ªa socavar los fundamentos de esta especie de Commonwealth de pa¨ªses iberoamericanos reunidos una vez al a?o, Juan Carlos I se conduce, en todos los posibles sentidos de la expresi¨®n, como un Borb¨®n, digno heredero de su abuelo. En esta recuperaci¨®n de la tradici¨®n se esfuma o se desvela el aura m¨ªtica que escond¨ªa la m¨¢s preciada reserva de su poder: la de actuar, y vivir, m¨¢s all¨¢ de la cr¨ªtica. A partir de ahora, tendr¨¢ que estar, como su abuelo, a las duras y a las maduras, lo cual, visto lo visto con la Corona brit¨¢nica, tampoco es para desesperar, aunque aqu¨ª hablamos otra lengua, el espa?ol, en la que se empieza con el tuteo pero nunca se sabe d¨®nde se acaba.
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