?Arde Pakist¨¢n?
D¨¦cadas de apoyo de EE UU a las dictaduras militares de Pakist¨¢n han comprometido no s¨®lo la democratizaci¨®n del pa¨ªs, sino tambi¨¦n su propia unidad. Hoy se considera posible hasta un 'Pastunist¨¢n' islamista
La crisis que convulsiona Pakist¨¢n se gest¨® en Estados Unidos. Es la consecuencia directa e inevitable de las enormes inyecciones de material militar y de las gigantescas subvenciones econ¨®micas norteamericanas en el Ej¨¦rcito paquistan¨ª durante los ¨²ltimos cincuenta a?os. Estas inyecciones y subvenciones le han convertido en un coloso abotargado pero con un arsenal y una capacidad financiera tan abrumadores como ajenos al control civil.
Al margen de lo que termine ocurri¨¦ndole al general Pervez Musharraf, ser¨¢ dif¨ªcil que Islamabad se libre de la tenaza que los generales suponen para la vida econ¨®mica y pol¨ªtica de Pakist¨¢n. Vamos a asistir a un creciente enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas y unas masas pol¨ªticamente muy estimuladas, de explosivas connotaciones en un Estado que, en un peligroso entorno geogr¨¢fico, posee armas nucleares.
Bush debe presionar a Musharraf para que entregue el poder a un Gobierno provisional independiente
"Espero que los nacionalismos talib¨¢n y past¨²n no confluyan", dice el embajador en Washington
Si nos situamos en el escenario m¨¢s optimista para las semanas venideras, Musharraf cumplir¨¢ su promesa de poner fin a la ley marcial, abandonar¨¢ el puesto de jefe del Estado Mayor y permitir¨¢ elecciones a la Asamblea Nacional. Sin embargo, aunque esos comicios terminaran celebr¨¢ndose, la campa?a estar¨¢ muy controlada y es probable que sus resultados sean ama?ados para que Benazir Bhutto no logre los esca?os necesarios para tener una cuota suficiente de poder propio y termine siendo una "tapadera" del propio r¨¦gimen militar.
As¨ª que si Musharraf cambia su uniforme por un traje a la medida de Savile Row, es probable que se convierta en un presidente decorativo que estar¨ªa en deuda con Ashfaq Kiyani, el general que ¨¦l mismo ha elegido como su sucesor en la jefatura del Estado Mayor. Y si Bhutto llega a ser de nuevo primera ministra, es probable que utilice su limitado poder para reconstruir su diezmado Partido Popular de Pakist¨¢n y tender la mano a las minor¨ªas ¨¦tnicas desafectas. El pa¨ªs no dejar¨ªa de ser inestable, pero, al menos, se mantendr¨ªa unido.
?ste es el escenario optimista. Por el contrario, un r¨¦gimen militar puro y duro, sin elementos civiles, agudizar¨ªa las tensiones entre las Fuerzas Armadas, dominadas por los punjab¨ªes, y los separatistas pastunes, baluchistan¨ªes y del Sind, que, siguiendo criterios ¨¦tnicos, tratan de dividir el pa¨ªs en cuatro Estados independientes.
Estados Unidos ha venido fortaleciendo al Ej¨¦rcito paquistan¨ª de manera casi continua desde la fundaci¨®n de ese pa¨ªs asi¨¢tico. Durante la Guerra Fr¨ªa y la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n, la asistencia militar estadounidense ascendi¨® a un total de 15.000 millones de d¨®lares. Y no era ning¨²n secreto que Pakist¨¢n quer¨ªa sus F-16 y sus tanques pesados para reforzar su poder frente a India, contra la que los utiliz¨® en dos guerras. Despu¨¦s llegaron los atentados contra las Torres Gemelas y, con ellos, 10.000 millones de d¨®lares m¨¢s en concepto de ayuda para labores "antiterroristas".
Envalentonadas por la generosidad estadounidense, las sucesivas dictaduras militares de Ayub Khan, Zia Ul Haq y Musharraf han montado un imperio econ¨®mico cuyo modelo son los conglomerados de corte castrense de Indonesia y Tailandia. La analista paquistan¨ª Ayesha Siddiqa, en Military Inc., un estudio que acaba de publicar, calcula que las empresas dirigidas por las Fuerzas Armadas de su pa¨ªs tienen activos valorados en un total de 36.190 millones de d¨®lares. El imperio incluye desde acciones, bonos, seguros y bancos, hasta cereales para el desayuno y panificadoras, pasando por aerol¨ªneas. La principal inmobiliaria del pa¨ªs y la m¨¢s extensa red de transportes por carretera est¨¢n controladas por el Ej¨¦rcito. En los puestos de ¨ªndole econ¨®mica, los funcionarios han sido sustituidos por oficiales, unos en activo, otros en la reserva.
Enfrentados a los tent¨¢culos econ¨®micos de Ej¨¦rcito, SA y a su represiva maquinaria, declarada o encubierta, Benazir Bhutto y otros dirigentes de la oposici¨®n paquistan¨ª no tienen nada que hacer.
Los separatistas suponen, en cambio, un grave desaf¨ªo al poder pol¨ªtico, econ¨®mico y militar de las Fuerzas Armadas paquistan¨ªes. En el suroeste del pa¨ªs, el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n de Baluchist¨¢n dispone de una guerrilla bien organizada, que mantiene v¨ªnculos estrechos con los disidentes del Sind radicados en Karachi, el cercano centro comercial costero. Pero a¨²n m¨¢s importante es el hecho de que el movimiento secesionista past¨²n, en plena fermentaci¨®n, podr¨ªa conducir a la unificaci¨®n de los 41 millones de pastunes que viven a ambos lados de la frontera afgano-paquistan¨ª, y, con el tiempo, a la aparici¨®n de una nueva entidad nacional, Pastunist¨¢n, de cu?o islamista radical. Sin embargo, en sus operaciones contra los talibanes y otras fuerzas yihadistas de la regi¨®n, EE UU no tiene en cuenta los factores ¨¦tnicos: por ejemplo, que los pastunes llevan siglos resisti¨¦ndose al dominio del Punjab. As¨ª que los responsables norteamericanos se preguntan por qu¨¦ los soldados punjab¨ªes tienen tan poco ¨¦xito en sus operaciones en las zonas pastunes fronterizas entre Afganist¨¢n y Pakist¨¢n.
Los talibanes se componen en su mayor¨ªa de miembros de esta ¨²ltima etnia. De modo que cuando sus incursiones a¨¦reas producen un gran n¨²mero de v¨ªctimas entre la poblaci¨®n civil de las zonas pastunes de Afganist¨¢n y Pakist¨¢n, EE UU, sin darse cuenta, est¨¢ ayudando a los talibanes a hacerse con el liderazgo del nacionalismo past¨²n.
Seg¨²n una estimaci¨®n, las bajas civiles registradas en Afganist¨¢n desde 2001 son pr¨¢cticamente 5.000. A comienzos de 2004, cuando las fuerzas paquistan¨ªes, presionadas por Washington, realizaron ataques con helic¨®pteros artillados, causando el desplazamiento de unas 50.000 personas en zonas fronterizas pastunes, el International Crisis Group inform¨® de que "el uso indiscriminado y excesivo de la fuerza enajen¨® el apoyo de la poblaci¨®n local". Recientemente, muchos de los 300 alumnos de escuelas cor¨¢nicas que murieron durante el asalto a la Mezquita Roja de Islamabad realizado por las fuerzas de Musharraf eran muchachas pastunes.
Durante un seminario celebrado hace poco en la legaci¨®n paquistan¨ª en Washington, el embajador Mahmud Ali Durrani, un past¨²n, apunt¨®: "Espero que los nacionalismos talib¨¢n y past¨²n no confluyan. Si eso ocurre, y est¨¢ a punto de ocurrir, estaremos apa?ados".
Por otra parte, desconcierta que Bush siga haciendo declaraciones en las que califica a Musharraf de "socio indispensable" en la "guerra contra el terror". En las memorias del general, tituladas In the line of fire [En la l¨ªnea de fuego], ¨¦ste dejaba claro que se aline¨® con EE UU tras el 11-S no por convicci¨®n, sino ¨²nicamente porque Washington le amenaz¨® con "bombardearnos hasta hacernos retroceder a la edad de piedra" si no lo hac¨ªa.
El 19 de septiembre de 2001, para tranquilizar a los paquistan¨ªes protalibanes indignados por su apoyo a Bush, Musharraf hizo una reveladora alocuci¨®n televisiva en urdu, no dirigida, pues, a los o¨ªdos estadounidenses. Afirm¨®: "Lo di todo por los talibanes cuando el mundo entero estaba en su contra, y ahora estamos haciendo todo lo posible para salir de esta situaci¨®n cr¨ªtica sin causarles ning¨²n da?o".
Hay pruebas abrumadoras de que Pakist¨¢n, desde 2001, viene permitiendo a los talibanes operar a sus anchas desde santuarios situados en zonas fronterizas paquistan¨ªes colindantes con Afganist¨¢n, y de que, en la mayor¨ªa de los casos, s¨®lo ha cooperado en la captura de miembros de Al Qaeda cuando se le pon¨ªan delante datos sobre su paradero obtenidos por agentes del FBI y la CIA en Pakist¨¢n.
Hasta el momento, la "presi¨®n" ejercida por Bush en Islamabad en pro de la democratizaci¨®n ha sido una farsa. Cuando pidi¨® a Musharraf que pusiera fin a la ley marcial y celebrara elecciones, a ¨¦ste le fue f¨¢cil ceder, porque con la primera medida ya hab¨ªa logrado apartar a su principal enemigo, Iftikhar Muhammad Chaudhry, de la presidencia del Tribunal Supremo. Ahora Bush debe someter la influencia estadounidense a una prueba m¨¢s importante, presionando a Musharraf para que entregue el poder a un Gobierno provisional neutral y dirigido por una figura independiente como el propio Chaudhry, para que las elecciones prometidas no se conviertan en otra farsa.
?Es esto una quimera? No si Estados Unidos, con firmeza y credibilidad, sit¨²a a los generales paquistan¨ªes ante una disyuntiva clara: o eligen una aut¨¦ntica transici¨®n democr¨¢tica o se quedan sin el ingente flujo de armas y dinero que las fuerzas armadas han venido recibiendo durante cinco d¨¦cadas.
Selig S. Harrison es director del Programa Asia del Centro de Pol¨ªtica Internacional (Washington); se ha ocupado como periodista y acad¨¦mico de Pakist¨¢n desde 1951. ? Selig S. Harrison, 2007. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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