Los ladrones de cuerpos madrile?os
Se ha exagerado la fealdad de los chirimbolos. Tengo uno colocado relativamente cerca de casa, aunque no tanto como para taparme las vistas, y suelo pararme a contemplarlo. Al principio, cuando s¨®lo consist¨ªan en dos rabos o antenas soportando la gran pantalla muda, ten¨ªan algo misterioso, esot¨¦rico, y de hecho, antes de saber yo a qu¨¦ estaban destinados, cre¨ª que se trataba de la invasi¨®n de unos ultracuerpos met¨¢licos no muy distintos a los de la estupenda pel¨ªcula de Don Siegel (Invasion of the body snatchers) que ahora hemos visto remade con Nicole Kidman (Invasi¨®n). Pasar junto a ellos me daba una difusa sensaci¨®n de peligro. Hasta que se dijo cu¨¢l era su funci¨®n, y su n¨²mero, casi mil, bastantes m¨¢s que aquellas cris¨¢lidas o vainas gigantes de las que sal¨ªan los alien¨ªgenas que quer¨ªan robar y clonar las figuras humanas de pac¨ªficos ciudadanos norteamericanos.
Estos chirimbolos de ahora se pretenden hijos de su tiempo en el dise?o aerodin¨¢mico de sus patas
No son ni feos ni bonitos, aunque preferibles en todo caso a esas pissoti¨¨res de tama?o reducido que implant¨® la anterior alcald¨ªa, conocida en la historia de la ciudad como la era del manzanato; redondos y con una rid¨ªcula marquesina afrancesada (todo en pl¨¢stico), a¨²n se les ve por la calle, a veces con un expositor interior de moda que recuerda las vitrinas del museo de Madame Tussaud (uno de los m¨¢s terror¨ªficos se halla en la esquina de Princesa y Serrano Jover). Estos chirimbolos de ahora se pretenden hijos de su tiempo en el dise?o aerodin¨¢mico de sus patas y, por supuesto, en los contenidos que ofrecen sus pantallas. La publicidad. Nuestro alcalde est¨¢ comerciando con el suelo y el cielo que no le pertenecen, y nos est¨¢ vendiendo a nosotros, que muchos ni siquiera le hemos votado, en medio de una apat¨ªa general. Alberto Ruiz-Gallard¨®n, con todas sus ¨ªnfulas de liberal cultivado, hace suya a diario la siniestra frase de su mentor Fraga Iribarne: "La calle es m¨ªa". Suyas parecen las de Madrid, no nuestras, que las pateamos y las pagamos.
Por eso, lo de menos es la est¨¦tica del neochirimbolo (que no da ni fr¨ªo ni calor), su tama?o, que superar¨¢ en la mayor¨ªa de los casos lo prescrito por la propia Ordenanza General sobre Mobiliario Urbano, o su ubicaci¨®n, que el alcalde se muestra dispuesto a negociar con los vecinos a quienes les arruina el m¨®dico gesto de asomarse al balc¨®n o la ventana. ?Negociar¨¢ con el general Espartero, cuya famosa estatua de equino bien dotado, sita en la calle de Alcal¨¢, desaparece por uno de estos pantallazos si el paseante la observa desde la plaza de la Independencia? O el se?ero marqu¨¦s de Salamanca, que ser¨ªa todo lo rico que se quiera, pero el pobre queda capitidisminuido en su estatua de la plaza que lleva su nombre por obra y gracia de los chirimbolos. Mucho m¨¢s grave que la fealdad del artilugio o el desastre visual es el abuso infligido a los ciudadanos, a los que forzosamente se nos incluye -como usuarios y propietarios que somos del suelo p¨²blico mantenido con nuestros impuestos- en un paquete econ¨®mico cuya concesi¨®n, adem¨¢s, ha creado dudas y descontento. La instalaci¨®n y explotaci¨®n de estos soportes se dio a dos empresas de nombre alarmante (Uni¨®n Temporal de Empresas Cemusa y Clear Channel Espa?a; subrayo los t¨¦rminos que m¨¢s inquietan), las cuales les sacar¨¢n partido durante 10 a?os a cambio de desembolsar al Ayuntamiento 160 millones de euros. ?Ad¨®nde ir¨¢ ese dinero? ?A la Nueva Babilonia municipal de Cibeles?
Claro que el alcalde no es el ¨²nico en recaudar para las arcas del Consistorio usando indebidamente el espacio p¨²blico. La Comunidad de Madrid, al frente de la cual est¨¢, ella con menos disimulo y menos violonchelo que Gallard¨®n, la gran ap¨®stola de la privatizaci¨®n Esperanza Aguirre, abre nuevas estaciones de metro por doquier, lo cual es bueno, los trenes no siempre llegan al and¨¦n, lo cual es malo, y el sufrido viajero es sometido en las largas esperas a un bombardeo de anuncios comerciales directos e indirectos en esos paneles colocados junto a las catenarias.
En la pel¨ªcula de Siegel de 1956, la mejor de las cuatro versiones de La invasi¨®n de los ladrones de cuerpos, se vio una alegor¨ªa de la caza de brujas del senador McCarthy. No s¨¦ si Gallard¨®n quiere lavarnos el cerebro e invadir nuestros cuerpos de paseantes con propaganda. Quiz¨¢ sea mucho sospechar. A lo mejor s¨®lo busca vendernos el alma al mejor postor, haciendo caja con los lugares comunes de la ciudad.
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