El lugar de las v¨ªctimas
Las consideraciones que siguen parecer¨¢n seguramente al lector un poco desalmadas. Est¨¢n escritas precisamente para eso: para pensar a las v¨ªctimas m¨¢s que para sentirlas, para reducir los excesos de alma que hemos contribuido entre todos a depositar simb¨®licamente en la condici¨®n de las v¨ªctimas. Eso s¨ª, una vez m¨¢s, y por un misterioso s¨ªndrome de estupidez colectiva, s¨®lo en las v¨ªctimas del terrorismo. Hasta hacer de ellas un actor privilegiado en nuestras reflexiones sobre el terror, y atribuirles un papel que es precisamente el que quiero en estas l¨ªneas poner en cuesti¨®n.
Una de las razones fundamentales que se han alegado siempre para justificar la implantaci¨®n del Estado moderno y su sistema de jueces imparciales han sido los inconvenientes que se seguir¨ªan de que los particulares buscaran por s¨ª mismos la reparaci¨®n de quienes les han causado alg¨²n da?o. "El Gobierno civil -escrib¨ªa Locke- ha de ser el remedio contra las inconveniencias que lleva consigo el estado de naturaleza, las cuales deben ser ciertamente muchas cuando a los hombres se les deja ser jueces de su propia causa". Lo que se trataba de excluir con ello eran los "juicios privados" de los hombres. Locke lo sab¨ªa bien: "Como los hombres son parciales para consigo mismos, la pasi¨®n y la venganza pueden llevarlos a cometer excesos cuando juzguen apasionadamente su propia causa, y a tratar con negligencia y despreocupaci¨®n las causas de los dem¨¢s".
Las v¨ªctimas deben quedar excluidas de la toma de decisiones pol¨ªticas y legales
A veces hay que recordar cosas tan sabidas para recuperar el sentido com¨²n, que es precisamente el sentido que hemos perdido respecto de las v¨ªctimas del terrorismo y su presencia en la vida p¨²blica. Hemos proyectado, real o ficticiamente, tanto calor sobre ellas que hemos olvidado su l¨®gica parcialidad. Suponemos que hacer justicia s¨®lo puede consistir en aceptar sus demandas. Las hemos invitado a que tomen parte en el proceso legislativo, en la pol¨ªtica de elaboraci¨®n de las normas penales, en la configuraci¨®n de los castigos, en la disciplina penitenciaria y en la estrategia antiterrorista. El resultado de todo ello ha sido una profunda distorsi¨®n de la actividad p¨²blica de los responsables pol¨ªticos, que cuando se alejan de aquello que desean las v¨ªctimas parecen estar haciendo dejaci¨®n de su responsabilidad objetiva y embarc¨¢ndose en una aventura de claudicaci¨®n e injusticia. Todo lo que no sea la pasi¨®n vengativa y la represi¨®n policial parecen pol¨ªticas de entreguismo.
Algunos -lamento decirlo- han perdido tambi¨¦n la decencia y se han lanzado directamente a la manipulaci¨®n. Hasta tal punto que volveremos a ver que hay v¨ªctimas, reales o presuntas, y portavoces oficiales y oficiososde v¨ªctimas, que se van a dar enseguida al noble ejercicio familiar de prestar los muertos a alg¨²n partido pol¨ªtico para que los utilice como lema de campa?a electoral. Sobre la estatura moral de este g¨¦nero de v¨ªctimas y portavoces mejor ser¨¢ callar. Hablemos, pues, de la otra parte de tan noble negocio: aquellos pol¨ªticos que se apresuran a utilizarlas para arroj¨¢rselas a la cara al adversario, esperando as¨ª que el piadoso votante vaya a inclinar su coraz¨®n, y su voto, hacia el noble tribuno que tan firme y sol¨ªcito se muestra en el consuelo y reparaci¨®n de las v¨ªctimas por estricto sentido de la justicia.
La actitud sectaria de esos dirigentes pol¨ªticos o informadores medi¨¢ticos que alientan las manifestaciones de v¨ªctimas, invocan teatralmente su dolor y las incluyen entre las ofertas de su paquete electoral se sustenta, en efecto, en una estrategia indecente. Se supone que todos nos compadecemos de ellas y de la terrible injusticia que han sufrido, y pugnan as¨ª por erigirse en portavoces de una pasi¨®n colectiva que sus adversarios ignoran. Quienes no participan de ella son, simplemente, indeseables. No deben, pues, ser votados ni escuchados. Luego viene, naturalmente, el discurso subliminal del fariseo: ?Gracias, Dios m¨ªo, por no haberme hecho como ellos!, y la conclusi¨®n impl¨ªcita: ya sab¨¦is a qui¨¦n ten¨¦is que votar. La v¨ªctima es as¨ª transformada inicuamente en un puro medio para la satisfacci¨®n de los intereses del partido o de la empresa medi¨¢tica que le apoya. Y a la indecencia de ser tratada instrumentalmente por el terror se a?ade ahora la de ser tratada instrumentalmente por el pol¨ªtico c¨ªnico o el informador mercenario.
Pero ¨¦sta es una estrategia que, adem¨¢s de inmoral, es tambi¨¦n err¨®nea. En primer lugar, porque no est¨¢ escrito en ning¨²n lugar que hayamos de compadecernos de ellos. Fue nada menos que Primo Levi quien escribi¨®: "S¨®lo a los santos les est¨¢ concedido el terrible don de la compasi¨®n hacia mucha gente... a nosotros no nos queda, en el mejor de los casos, sino la compasi¨®n intermitente dirigida a individuos singulares". Debemos aceptar que los sentimientos no se transmiten mediante leyes, proclamas electorales o informativos de encargo. Hay que admitir por ello que algunas v¨ªctimas no suscitan compasi¨®n alguna, y algunos portavoces de v¨ªctimas incluso resultan repugnantes. Parecen m¨¢s bien farsantes metidos a pol¨ªticos o pol¨ªticos metidos a farsantes. He comprobado con sorpresa que ¨¦ste es un sentimiento muy extendido. Tambi¨¦n entre algunas de las propias v¨ªctimas, a las que se ha visto haciendo ostentaci¨®n grosera de su desd¨¦n hacia las que consideran de otro bando. Es decir, practicando aquello de la pasi¨®n por la propia causa y la despreocupaci¨®n por la de los dem¨¢s.
Es hora ya, por tanto, de que tracemos l¨ªneas claras que definan el lugar de las v¨ªctimas en nuestro espacio pol¨ªtico y nuestro sistema legal. Y que sigamos la vieja sabidur¨ªa que nos sugiere que deben quedar excluidas del proceso de toma de decisiones. Las v¨ªctimas, por definici¨®n, no deben participar ni en la pol¨ªtica legislativa, ni en la pol¨ªtica criminal ni en la pol¨ªtica penitenciaria. Eso por razones elementales de imparcialidad. Tampoco en el proceso electoral. Eso por razones de decencia. Las v¨ªctimas son simplemente personas heridas por un da?o cruel que se produjo, entre otras cosas, porque el Estado con su violencia institucional no estaba all¨ª para evitarlo. Deben, por tanto, ser compensadas por ello. En la medida en que sea posible, por el autor del da?o; cuando no, por atenciones p¨²blicas de todo tipo. Seguro que tambi¨¦n ser¨ªa bueno para su consuelo que sintieran a su alrededor el calor de todos los ciudadanos. Pero para lograr eso har¨ªan bien en salirse del sucio mundo de la trifulca pol¨ªtica, la informaci¨®n ama?ada y la manifestaci¨®n tendenciosa.
Francisco J. Laporta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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