Imaginaci¨®n errante
Una invitaci¨®n a conocer Colombia a trav¨¦s de sus novelas. Un recorrido literario que empieza en los 2.600 metros de altura de Bogot¨¢, pasa por las zonas cafeteras y se interna en la selva.
El altiplano
Gonzalo Jim¨¦nez de Quesada, un abogado granadino, fundar¨ªa Bogot¨¢ en 1538, al llegar a una gran meseta de los Andes en el centro del pa¨ªs, luego de una expedici¨®n de once meses por el R¨ªo Grande de la Magdalena, por donde entr¨® r¨ªo arriba todo el antiguo mundo al nuevo mundo. Su ¨²nica distracci¨®n, entre los caimanes y las flechas envenenadas, era discutir sobre la primicia del octos¨ªlabo castellano en contra del extranjerizante endecas¨ªlabo italiano. Esa tradici¨®n no se perdi¨®.
La m¨¢s deleitosa novela, El Carnero (1638), de Juan Rodr¨ªguez Freyle, est¨¢ llena de gui?os c¨®mplices y salaces e imaginaci¨®n desatada: se ven desde Bogot¨¢, y en una palangana de adivina, escenas que transcurren en una isla del Caribe.
Un poeta suicida, Jos¨¦ Asunci¨®n Silva, y cuatro presidentes del siglo XIX escribieron gram¨¢ticas, Caro, Su¨¢rez, Marroqu¨ªn y P¨¦rez Manosalva, confirman el aserto. Una realidad que intenta regir las palabras y a la vez un ansia de evasi¨®n. Mentiras sobre una Rep¨²blica letrada, la Atenas suramericana, y el rojo estallido de los incendios de la ira popular del 9 de abril de 1948, cuando el asesinato del pol¨ªtico liberal Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n y candidato a la presidencia puso de nuevo la capital colombiana en el centro de todas las miradas.
Las crudas p¨¢ginas realistas de Osorio Lizarazo registran la pobreza que llev¨® a ese Bogotazo. Pero la ciudad burocr¨¢tica, de existencias apagadas, subsiste en Los parientes de Esther, de Luis Fayad.
S¨®lo quiz¨¢s novelas como Satan¨¢s, de Mario Mendoza, y Delirio, de Laura Restrepo, arrojan las m¨¢scaras: un asesino en serie, marcado por Vietnam, y una mujer fracturada por la mara?a de prejuicios sociales. En las p¨¢ginas de Delirio, hipocres¨ªa, enga?o y manipulaci¨®n hist¨®rica, social y familiar son diseccionados, personaje tras personaje.
Finalmente, cuando Midas Macallister, muy bogotano en eso de lavar dinero y fingir una clase que nunca tuvo, conversa con Pablo Escobar, ¨¦ste lo pondr¨¢ en su sitio: "Qu¨¦ pobres son los ricos de este pa¨ªs, amigo Midas": Ten¨ªa raz¨®n. Los pobres son muchos y la riqueza mal repartida.
Monta?a y selva
Cuando ?lvaro Mutis, ya exiliado en M¨¦xico, public¨® all¨¢ Los trabajos perdidos (1965), contrasta el exilio de los republicanos espa?oles (Teruel, Jarama, Ir¨²n) con su propio exilio: "y un olor h¨²medo y cierto / me regresa a las grandes noches del Tolima / en donde un vasto desorden de aguas / grita hasta el alba su vocer¨ªo vegetal". Vendr¨¢n a su memoria los cafetales, "las ceremoniosas hojas de banano", y las "densas flores de los c¨¢mbulos". Toda su poes¨ªa se nutrir¨¢ de ese para¨ªso perdido y tanto las aguas de los r¨ªos como el coraz¨®n insomne del mar acompa?an a Maqroll el Gaviero en sus errantes traves¨ªas. Pero el ciclo de sus novelas que lo tienen como personaje emblem¨¢tico y que se iniciara en 1986 con La nieve del almirante har¨¢ honor a una vieja tradici¨®n colombiana: la que llev¨® a Arturo Cova a internarse en los llanos orientales colombianos y a perderse en la vor¨¢gine de la selva y la explotaci¨®n del caucho como hizo desde su natal Huila Jos¨¦ Eustasio Rivera en su famosa La vor¨¢gine.
Mutis habla de aserraderos perdidos en un recodo del r¨ªo pero la peripecia resulta similar y el fracaso af¨ªn. S¨®lo que para Mutis hay algo irrisorio en toda empresa, algo f¨²til en la ambici¨®n, donde la palabra no alcanza a precisar lo esencial ni a esclarecer la misteriosa sinraz¨®n de la existencia misma del hombre, clara s¨®lo con el rostro final de la muerte. Memoria que nos enga?a con las perplejidades del recuerdo torna a¨²n m¨¢s fantasmal y espejeante el acto de la escritura. Sombra que acompa?a fantasmas.
Como sucede, por otra parte, con las obras de Alfredo Molano y Germ¨¢n Castro Caycedo dedicadas a explorar no s¨®lo la Amazonia y la Orinoquia sino la porosa frontera de M¨¦xico y Estados Unidos. El para¨ªso en el Norte bien puede ser la c¨¢rcel o los huesos que devora de nuevo la selva, en ese af¨¢n de los colombianos por un mejor pasar, talando bosque o sembrando amapola.
Pero volviendo a Mutis, como lo razona en mis Lecturas Convergentes: Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-?lvaro Mutis sus dudas y preocupaciones, en el ¨¢mbito de la historia, lo han constituido en el interlocutor privilegiado dentro de la obra misma de Garc¨ªa M¨¢rquez. Su compartido exilio en M¨¦xico les permiti¨® ver mejor y m¨¢s hondo la com¨²n Colombia de sus recuerdos. -
Juan Gustavo Cobo Borda es poeta y narrador.
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