La izquierda sin crisis
Inventado por los conservadores, el mito de la crisis de la izquierda democr¨¢tica ha sido asumido por muchos progresistas. No hay tal crisis, sino una victoria: Estado de bienestar con Estado de derecho
La supuesta crisis de la izquierda democr¨¢tica se ha convertido en una de las letan¨ªas m¨¢s persistentes del discurso pol¨ªtico actual. Como toda f¨®rmula que pretende borrar la frontera entre el an¨¢lisis y la consigna, la idea de que la izquierda democr¨¢tica est¨¢ en crisis se ha venido construyendo durante los ¨²ltimos a?os a partir de datos heterog¨¦neos a los que, no obstante, se les impone un sentido ¨²nico, de manera que corroboren la conclusi¨®n de la que ya se dispone de antemano: si un partido conservador gana las elecciones en alg¨²n pa¨ªs europeo se confirma la crisis de la izquierda democr¨¢tica, pero si las gana un partido socialdem¨®crata, esa victoria ni cuenta ni se procesa. Primero fueron los medios pol¨ªticos e intelectuales del bando conservador los que proclamaron que la izquierda democr¨¢tica estaba en crisis, poniendo arbitrariamente en su cuenta actitudes y fen¨®menos que, como los populismos de Am¨¦rica Latina, permiten desacreditar las posiciones democr¨¢ticas mediante una estrategia similar a la que, en la Espa?a del siglo XVIII, los ilustrados perseguidos por la Inquisici¨®n denominaban falacia de accidente: no se combate lo que la izquierda democr¨¢tica dice, se combate lo que convendr¨ªa que dijera para que sirvan en su contra unos argumentos prefabricados y que, de contestar a alguien, contestan a quienes rechazan la democracia, no a quienes defienden a la izquierda.
La batalla es para proteger el Estado de bienestar y corregir las desigualdades que persisten
Para la izquierda en el poder, por ejemplo en Espa?a, s¨®lo es de izquierdas quien la aplaude siempre
Pero es que ahora, adem¨¢s, son algunos medios pol¨ªticos e intelectuales de la izquierda democr¨¢tica los que han asumido que, en efecto, est¨¢n en crisis, reconociendo como una evidencia lo que no es m¨¢s que una consigna de los conservadores, a los que se les ha concedido, as¨ª, una victoria decisiva, una victoria cargada de indeseables consecuencias. La principal, la de no dejar a la izquierda democr¨¢tica otras salidas que las que hoy proliferan y que, en efecto, conducen a la crisis y a la irrelevancia: o bien la izquierda democr¨¢tica se refugia en mitos que no son m¨¢s que la nost¨¢lgica canonizaci¨®n de viejos disparates autoritarios, o bien se lanza a una carrera de especulaciones acerca del futuro del mundo.
Entretanto, y aprovech¨¢ndose de esta desatenci¨®n hacia el sistema democr¨¢tico tal y como es, tal y como hoy existe, con sus derechos pol¨ªticos y tambi¨¦n con sus derechos sociales, los conservadores encuentran el camino despejado para presentarse como sus defensores m¨¢s realistas y, por tanto, para hacer con ¨¦l lo que m¨¢s convenga a sus proyectos y sus intereses. Resulta desconcertante comprobar cu¨¢ntas conquistas de la igualdad ante la ley o de la protecci¨®n p¨²blica de los m¨¢s d¨¦biles han sido cuestionadas durante estos a?os, mientras la izquierda democr¨¢tica se ensimismaba en f¨®rmulas como no se sabe qu¨¦ republicanismos o democracias deliberativas, no se sabe qu¨¦ improbables Gobiernos mundiales de la globalizaci¨®n, convencida de que su supuesta crisis exig¨ªa no tanto defender un sistema que es en gran parte obra suya como consagrarse a imaginar sistemas s¨®lo mejores sobre el papel, pero decididamente inconcretos y, por eso mismo, irrealizables. La izquierda democr¨¢tica est¨¢ siendo v¨ªctima de la paradoja de que si se quiere ser pragm¨¢tico y eficaz en las pol¨ªticas hay que ser radical e implacable en los an¨¢lisis. Porque si se es pragm¨¢tico, si se es complaciente en los an¨¢lisis, las pol¨ªticas no s¨®lo se condenan a ser radicales, sino tambi¨¦n, y sobre todo, ineficaces.
Lo que los medios pol¨ªticos e intelectuales del bando conservador llaman la crisis de la izquierda democr¨¢tica, una idea ahora asumida por los propios afectados, no es m¨¢s que un sutil pero trascendental cambio de papeles en el que unos, los conservadores, ocultan su nueva funci¨®n de revisar un sistema que ha integrado como algo propio el principio de igualdad y la protecci¨®n p¨²blica de los m¨¢s d¨¦biles, y otros, los partidarios de la izquierda democr¨¢tica, se niegan por inercia a asumir que su tarea inexcusable es defenderlo. A diferencia de lo que ocurr¨ªa tras la II Guerra Mundial, cuando el Estado de bienestar deb¨ªa ir consolid¨¢ndose como un modelo inseparable del Estado de derecho, de la noci¨®n de ciudadan¨ªa, la izquierda democr¨¢tica no gestiona hoy en Europa una aspiraci¨®n, sino una victoria.
Parcial y limitada como todas las victorias, pero una victoria que ha transformado la sociedad y de la que se han beneficiado millones de individuos que, en otras circunstancias, estaban condenados a la exclusi¨®n y la miseria. Y, sobre todo, una victoria conseguida por medios pac¨ªficos, humanos e institucionales, erigida sobre el apoyo libre y mayoritario de los ciudadanos y no en tenebrosas invocaciones al pueblo y al poder redentor de las armas, bajo las que se han amparado atrocidades de las que ese mismo pueblo ha sido la primera v¨ªctima. La crisis de la izquierda democr¨¢tica no es m¨¢s que la constataci¨®n tautol¨®gica de que, en efecto, la izquierda democr¨¢tica no deber¨ªa estar hoy al asalto pol¨ªtico de ninguna fortaleza, sino defendiendo esa fortaleza del asalto pol¨ªtico de los conservadores.
S¨®lo los m¨¢s obtusos pueden imaginar que sugerir a la izquierda democr¨¢tica que lo que hoy le corresponde es gestionar una victoria, no una aspiraci¨®n, equivale a defender el inmovilismo o, en otras palabras, una variante timorata del fin de la historia, una variante para conformistas que no se atreven a llevar la transformaci¨®n de la sociedad hasta sus ¨²ltimas consecuencias y prefieren plantarse a mitad de recorrido. Este reproche parte de un equ¨ªvoco propio de quienes viven en la nostalgia permanente del absoluto y, por ello, s¨®lo son capaces de formularse el qu¨¦ pero nunca el c¨®mo. El Estado de bienestar como modelo inseparable del Estado de derecho, de la noci¨®n de ciudadan¨ªa, no es el punto de llegada de ning¨²n camino. Pero no porque se trate tampoco de ninguna estaci¨®n intermedia, sino porque es otra cosa: un instrumento. Es decir, no se trata de una respuesta al qu¨¦, sino de una respuesta al c¨®mo, a la que la izquierda democr¨¢tica, la izquierda desentendida de cualquier nostalgia del absoluto, realiz¨® una contribuci¨®n insustituible en el siglo XX. Las insoportables desigualdades que ese instrumento ha conseguido corregir en el pasado ya est¨¢n corregidas, y nada m¨¢s cabe decir salvo consolidar el ¨¦xito. Pero a la vista est¨¢ que existen otras desigualdades, y la controversia pol¨ªtica que hoy enfrenta a los conservadores y la izquierda democr¨¢tica, la batalla que dirimen en torno a la fortaleza que unos asaltan y otros deber¨ªan defender, es la de identificar con rigor cu¨¢les son las desigualdades que persisten y, a continuaci¨®n, adecuar a ellas el instrumento.
Por esta raz¨®n, la izquierda comete un doble error cuando adopta medidas que intentan esconder el simple electoralismo bajo la apariencia de orientar el Estado de bienestar hacia las desigualdades que persisten; un doble error, porque, primero, corre el riesgo de comprometer la viabilidad de un instrumento que sigue siendo imprescindible para alcanzar el objetivo de la igualdad y de la protecci¨®n p¨²blica de los m¨¢s d¨¦biles y, segundo, porque legitima a los conservadores para que, tambi¨¦n por razones electorales, pueda llevar a cabo una severa contrarreforma, argumentando que la inviabilidad del instrumento es consecuencia de la inviabilidad de los fines que persigue.
Una de las pruebas de que algunas de las medidas propuestas desde la izquierda en el poder, por ejemplo, en Espa?a, tienen que ver con el inter¨¦s electoral y no con la reforma rigurosa del Estado de bienestar es que, ante cualquier cr¨ªtica, ante cualquier discrepancia, ha reaccionado como reaccionan los conservadores cuando la idea de naci¨®n se utiliza para reclamar el voto. Para los conservadores, s¨®lo es espa?ol quien asume sin rechistar sus pol¨ªticas. Para la izquierda en el poder, s¨®lo se pueden considerar en la izquierda quienes aplaudan disciplinadamente las suyas. Tantas palabras sonoras, tantos compromisos solemnes para terminar echando mano del marketing pol¨ªtico que, lo mismo en un campo que en el otro, exige hacer de cada ciudadano un maniqueo. Un maniqueo, es decir, alguien que valora menos su libertad que su pertenencia a una facci¨®n.
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