?Le importa a alguien nuestro nivel educativo?
Sabemos, gracias a los informes PISA y otros estudios similares, que el nivel educativo de nuestros j¨®venes en el tramo de educaci¨®n secundaria se sit¨²a entre los ¨²ltimos de los pa¨ªses de la OCDE en materias que se consideran b¨¢sicas para su maduraci¨®n intelectual, en particular matem¨¢ticas y lengua. En el mismo sentido cabe entender otros indicadores como el n¨²mero de repetidores en ESO y Bachillerato. Enti¨¦ndase, el nivel medio de nuestros j¨®venes ha mejorado considerablemente respecto del de ¨¦pocas en las que los alumnos con el t¨ªtulo de bachillerato eran una minor¨ªa; y las diferencias entre los que tienen mejores calificaciones y los que las tienen peores no son elevadas, si las comparamos con el resto de los pa¨ªses analizados. El sistema educativo espa?ol ha sido eficaz en dotar de un nivel m¨ªnimo a todos los estudiantes de secundaria, con independencia de su procedencia social o territorial, pero muy poco eficaz en estimular a los mejores de ellos, en proporcionarles medios para que avancen en la medida de sus posibilidades y no se sientan sumergidos y arrastrados por la mediocridad general. Y no olvidemos que los resultados de los estudios del tipo PISA dependen de las prestaciones de estos ¨²ltimos (del mismo modo que los premios Nobel, la innovaci¨®n tecnol¨®gica o los descubrimientos que abren nuevos campos del conocimiento).
Los estudiantes con capacidad y ganas de estudiar no tienen el menor incentivo
Nuestra sociedad prefiere la astucia a la inteligencia o al esfuerzo
Ante esta situaci¨®n de median¨ªa generalizada se hacen diagn¨®sticos sobre lo que ocurre en nuestras escuelas y se intenta buscar remedios. Normalmente, se piensa en modificaciones en la estructura de los centros de ense?anza, desde los planes de estudios a las pautas de actividad docente, el encuadre de los alumnos en grupos siguiendo tal o cual criterio, o nuevas t¨¦cnicas y actitudes del profesorado que incorporen una atenci¨®n m¨¢s personalizada seg¨²n gustos y aptitudes. Sin embargo, pienso que todos estos esfuerzos, meritorios como son, e imprescindibles, tendr¨¢n poco ¨¦xito porque hay fuerzas profundas en la sociedad espa?ola que militan en direcci¨®n contraria.
En nuestra sociedad, los estudiantes con capacidad, motivaci¨®n y ganas de estudiar no tienen el menor incentivo. Todo les induce a ocultar esas cualidades y no desarrollarlas, mientras que gozan de un ambiente m¨¢s receptivo los que son ingeniosos a la hora de evitar el esfuerzo en la escuela y consiguen esquivar o ignorar las tareas que proponen los profesores. No es infrecuente que los padres de un muchacho estudioso se preocupen por los posibles inconvenientes que ¨¦ste pueda sufrir si se conocen sus buenas notas, mientras que es m¨¢s infrecuente que se preocupen por lo contrario. Todos los mensajes que los j¨®venes reciben del entorno social, y especialmente de quienes m¨¢s influencia tienen sobre ellos, van en el sentido de jalear las actitudes que se asocian tradicionalmente al pillo, al que se "fuma" las clases, al que hace "chuletas" o consigue puntuaciones que no merece. Cuando un cantante con gran predicamento sobre los j¨®venes cuenta en televisi¨®n que este tipo de conductas es lo propio de esa edad y que ¨¦l (o ella) as¨ª lo hac¨ªan en sus tiempos, y que les ha ido divinamente en la vida sin dar golpe en la escuela o el instituto, est¨¢n reduciendo a escombros los esfuerzos de miles de profesores. Y quien dice cantantes, dice tambi¨¦n deportistas, actores, presentadores u otros personajes con presencia p¨²blica (cada cual puede hacer su lista particular) que se muestran solidarios y hasta entusiastas con conductas poco recomendables en t¨¦rminos de aprovechamiento escolar. En resumen, personas que ejercen una enorme fascinaci¨®n sobre las mentes m¨¢s j¨®venes, y con frecuencia se convierten en ejemplos a imitar, proponen justamente el modelo de comportamiento en la escuela que garantiza el fracaso en cualquier evaluaci¨®n de nivel acad¨¦mico.
Yo he escuchado a un locutor de radio, no especialmente insensato, re¨ªrle las gracias a un chico que contaba c¨®mo evitar el aburrimiento de estudiar algo tan absurdo como matem¨¢ticas y otras materias, "pues claro, chaval, eso es lo que hemos hecho todos a tu edad", dec¨ªa, mientras un coro de risas cari?osas de otras personas presentes en el estudio, igualmente sensatas, acompa?aba estas palabras. As¨ª, el chico en cuesti¨®n se sent¨ªa importante y justificado en su conducta, y recib¨ªa la complicidad nada menos que de personas admirables que hab¨ªan triunfado en la vida. Por cierto, la palabra "chaval" se suele utilizar siempre en contextos de comprensi¨®n y justificaci¨®n de conductas supuestamente t¨ªpicas de la adolescencia o juventud, nunca en contextos negativos o reprobables (como quemar mendigos o apalear inmigrantes, en cuyo caso se habla de "menores" o "adolescentes") as¨ª que cuando esa palabra aparece ya puede saberse que, sea cual sea la acci¨®n que se comente, contiene una indicaci¨®n para justificarla o incluso aplaudirla. Lo frecuente es que los "chavales" se ufanen de sus trucos y habilidades para no estudiar, y sean "comprendidos" por los adultos en una actitud de halago que en realidad oculta la falta de confianza en las capacidades y en la responsabilidad de los m¨¢s j¨®venes. Por el contrario, resulta un poquito embarazoso, incluso cargante, el chico o la chica (normalmente no "chaval") estudioso, trabajador e intelectualmente inquieto. Nuestra sociedad, sobre todo en los ¨¢mbitos con m¨¢s glamour juvenil o en los que se quiere dar una imagen desenfadada que se asocia a lo juvenil, prefiere la astucia del aprovechado a la inteligencia o al esfuerzo del buen estudiante.
En estas circunstancias, ?c¨®mo extra?arse de que nuestros alumnos obtengan calificaciones mediocres en los estudios comparativos de ¨¢mbito internacional? Es m¨¢s popular, y no s¨®lo entre los amigos del barrio, el estudiante que hace gala de ignorar los m¨¢s elementales conceptos del c¨¢lculo o un l¨¦xico que vaya m¨¢s all¨¢ de media docena de t¨¦rminos de jerga supuestamente juvenil, que aquel que ha conseguido cierta destreza en matem¨¢ticas o en lenguaje. ?Qu¨¦ pueden hacer miles de profesores que se esfuerzan en inculcar a sus alumnos el gusto por el saber, o legiones de sesudos expertos ministeriales que debaten c¨®mo mejorar la situaci¨®n, ante unos minutos de convincente y desenfadada disuasi¨®n por parte de personajes p¨²blicos admirados por los j¨®venes? Se puede y se debe estudiar la organizaci¨®n de la escuela en Finlandia o Jap¨®n, que son casos de pa¨ªses con un envidiable nivel educativo, pero quiz¨¢ las mayores diferencias est¨¦n fuera de la escuela y no dentro. En esos pa¨ªses, por poner un ejemplo, es sencillamente inimaginable la sola idea de copiar en un examen, mientras que sabemos que esa actividad ha generado entre nosotros una pujante industria que suscita la admiraci¨®n de la sociedad adulta.
Quiz¨¢ muchas de las personas que contribuyen, en muchos casos sin propon¨¦rselo, a la buena conciencia de los aprovechados, se les llame "chavales" o de otro modo, confrontadas a los resultados no del todo admirables de nuestro sistema educativo, se muestren preocupadas y comprendan su trascendencia, pero no acierten a establecer relaci¨®n alguna con lo que dicen cuando hablan de "otras" cosas, como por ejemplo lo muy divertido que es ser joven y no dar golpe.
Cayetano L¨®pez es catedr¨¢tico de la UAM y director adjunto del CIEMAT.
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