Camus, nuestro contempor¨¢neo
Se cumplen 50 a?os de la entrega del Premio Nobel de Literatura al autor de 'El extranjero'. Su discurso de Estocolmo se ha convertido en un modelo del compromiso del escritor con su tiempo
Cuando, en 1957, a la edad de 44 a?os, Camus recibe el Premio Nobel, su primera reacci¨®n p¨²blica ser¨¢ proclamar: "Hubieran debido d¨¢rselo a Malraux". Una elegancia de gran se?or, y tambi¨¦n una forma de anticiparse a las reacciones maliciosas de los intelectuales parisinos, incapaces de privarse de ellas. Camus asume sin dificultad la jerarqu¨ªa que le sit¨²a por debajo de Malraux. ?l mismo se considera demasiado joven, estima que est¨¢ lejos de tener una obra acabada (seg¨²n ¨¦l, a¨²n no ser¨ªa posible hacerse una idea de su mensaje), se cree presa de la esterilidad, sufre a causa de la tragedia argelina, y unos problemas muy personales le obligan a debatirse entre un abandono culpable y una rabia secreta que anulan ese deseo obsesivo de permanecer siempre disponible para la felicidad.
He aqu¨ª reci¨¦n entrado en el Olimpo a un joven plebeyo de los arrabales obreros de Argelia
El intelectual deb¨ªa preconizar la conciliaci¨®n entre justicia y fraternidad
La consagraci¨®n internacional le colma y le aterroriza. Sartre le da el golpe de gracia afirmando sobre la circunstancia de que le hayan concedido el Nobel: "?Bien hecho!". La sociedad parisina de la denigraci¨®n, como ¨¦l la bautiza, ignorando el hecho de que este Premio Nobel entusiasma a toda Europa y a la juventud, se entrega al escarnio a costa de un escritor declarado menor cuando en esa ¨¦poca, a¨²n estalinista, todos los disidentes del Este desbordan de alegr¨ªa. En la prensa clandestina, sus samizdats celebran el libro que fue y sigue siendo el de su proyectada liberaci¨®n: El hombre rebelde.
Despu¨¦s de Roger Martin du Gard, Andr¨¦ Gide y Fran?ois Mauriac, y en plena posguerra, he aqu¨ª pues reci¨¦n entrado en el Olimpo a un joven plebeyo procedente de los arrabales obreros de Argel y cuya madre se ha dedicado a la limpieza durante mucho tiempo. Todos los que le precedieron en el viaje a Estocolmo eran grandes burgueses, a veces lo bastante acaudalados como para permitirse esperar el reconocimiento sin impaciencia.
Entonces, ?por qu¨¦ Camus? ?Acaso los jurados del Premio Nobel tuvieron la presciencia de que su joven laureado morir¨ªa tres a?os m¨¢s tarde? Ten¨ªa 44 a?os, el m¨¢s joven laureado despu¨¦s de Kipling, cuando un accidente de coche en una carretera desierta, recta y ¨¢rida puso t¨¦rmino a una vida luminosa y trunc¨® un destino.
El discurso que Camus pronunci¨® en Estocolmo durante la ceremonia de entrega del premio es de tal importancia que suele recomendarse su lectura (inmediatamente despu¨¦s de El primer hombre, su novela p¨®stuma) a aquellos que quieren iniciarse en su obra. En ese discurso, Camus subrayaba antes de nada que, al conced¨¦rselo a ¨¦l, era un franc¨¦s de Argelia quien recib¨ªa aquella distinci¨®n mundial. Quer¨ªa recordar que entre esa poblaci¨®n designada con el apelativo de pied-noir, de la que entonces se dec¨ªa que estaba constituida por colonos acomodados y sin escr¨²pulos, hab¨ªa tambi¨¦n seres surgidos de los medios m¨¢s pobres y capaces de hacer honor a su pa¨ªs y a la humanidad.
El Camus argelino est¨¢ enteramente en ese recordatorio (o desaf¨ªo), m¨¢s aun que en la famosa r¨¦plica, que siempre se cita mutilada, que dirigi¨® a unos estudiantes argelinos residentes en Estocolmo: "Entre mi madre y la justicia, siempre preferir¨¦ a mi madre". Esta cita, recortada y alterada, escandalizar¨¢ a los menos parciales, a veces incluso en el propio entorno de Camus, pero habr¨¢ que esperar hasta mayo de 2006 para escuchar a un presidente de la Rep¨²blica argelina, Abdelaziz Bouteflika, declarar que la preferencia de Camus por la madre expresa un sentimiento real y profundamente argelino.
En la maldita cuesti¨®n argelina, Camus, siempre "solidario y solitario", y tan cercano en esto a Germaine Tillion, rechaza que un escritor pueda vivir de espaldas a la historia de su tiempo. Eso le conducir¨¢ a pensar, a partir de la aparici¨®n del terrorismo y la represi¨®n, que se impone cierta forma de compromiso. Toda denuncia de la barbarie del uno alienta la del otro. Ahora bien, ¨¦l rechazar¨¢ siempre que la revancha pueda hacer las veces de justicia, que la violencia sea engendradora de historia e incluso que Auschwitz pueda jam¨¢s justificar Hiroshima.
Hay que tomar partido. Es lo que Camus hab¨ªa hecho en la Resistencia durante la Ocupaci¨®n, y lo que har¨¢ a partir del descubrimiento de los campos de concentraci¨®n y los gulags de los pa¨ªses del Este. Pero ante la guerra de Argelia, todo manique¨ªsmo le parece a la vez c¨®modo y criminal. Sin hacerse ilusiones sobre la pr¨¢ctica de la no violencia, preconiza un pacifismo que milita por la suspensi¨®n y la limitaci¨®n de la violencia. El sue?o de Camus habr¨ªa sido que hubiese sido posible hacer justicia a los argelinos sin privar a los pied-noir de su patria. Camus era partidario de una federaci¨®n francoargelina, posible, seg¨²n ¨¦l, de no ser por una guerra interminable. El intelectual deb¨ªa preconizar, contra la fatalidad del sentido de la Historia, la conciliaci¨®n entre justicia y fraternidad.
En el discurso del Nobel hay otra idea sobre esa violencia que ensombrece la raz¨®n y enluta la justicia. Han transcurrido dos tercios del siglo XX, precisamente caracterizado por la barbarie. El totalitarismo sovi¨¦tico no se ha derrumbado a¨²n y el recuerdo del nazismo est¨¢ m¨¢s atrozmente vivo que nunca. Ya no se puede hablar de "violencia revolucionaria", a menos que se haga de la violencia misma la esencia y finalidad de la revoluci¨®n. Un mundo empieza a desaparecer; una moral, a imponerse. Camus dice en Estocolmo que ¨¦l, que form¨® parte de la generaci¨®n de los j¨®venes que quer¨ªan cambiar el mundo, se siente ahora inclinado a conservarlo.
La obra de Camus no ha conocido entre el gran p¨²blico ni entre los medios literarios ese "infierno" que los autores y los creadores conocen tras su muerte durante un tiempo m¨¢s o menos largo. De hecho, nunca se ha dejado de leer El extranjero, una de las obras francesas contempor¨¢neas m¨¢s traducidas en el mundo. Pero esta obra ha conocido algo m¨¢s que un "purgatorio" entre los universitarios franceses. De hecho, hubo que esperar hasta nuestros d¨ªas para que se reconociese que este escritor que, lo mismo que Gide, Malraux, Aragon y Giono, ni era alumno de la ?cole Normale, ni catedr¨¢tico de Filosof¨ªa ni ense?ante, se inscribe en la tradici¨®n de Montaigne, Pascal y Diderot. De Pascal, dir¨ªa: "Me perturba, pero no me convence". Por otro lado, no se puede conocer a Camus sin referirse a Nietzsche y a Dostoievski. Camus siempre girar¨¢ alrededor de la paradoja: "Si nada existe, todo est¨¢ permitido", a la que responde que, precisamente porque la vida carece de sentido, hay que darle uno.
El extranjero y La ca¨ªda son fen¨®menos literarios inaugurales. El primero es un relato escrito en primera persona, fruto de las influencias cruzadas de Kafka y Hemingway, sobre un personaje, Mersault, cuya indiferencia es insondable y sus observaciones tan neutras como llanas. Hoy se relaciona la muerte del Mersault de El extranjero con la del Kaliaev de Los justos, y tambi¨¦n con la del Julien Sorel de Rojo y Negro. Todos ellos aceptan la muerte como si deseasen confirmar el absurdo del mundo al que pertenecen los jueces.
En El extranjero, en Cal¨ªgula y en El mito de S¨ªsifo, un concepto simple e ins¨®lito, el del absurdo, resume la insoportable concomitancia de la b¨²squeda de la felicidad y la certeza de la muerte, y disuelve en la burla todas las justificaciones, cualquiera que sea su trascendencia. "La ¨²nica excusa de Dios es que no existe".
Camus ten¨ªa un plan preciso y programado de la obra que quer¨ªa llevar a cabo. Primero el absurdo, con El extranjero, El mito de S¨ªsifo y Cal¨ªgula. Despu¨¦s, la rebeli¨®n, con Los justos, La peste y El hombre rebelde. La muerte le impidi¨® describir el ciclo que hubiera debido cerrar su proyecto y cuyo tema era el amor. En cierta medida, El primer hombre culmina la obra interrumpida.
Camus no previ¨® ninguno de los cambios del mundo que quer¨ªa esforzarse en conservar. Ni el retorno del fanatismo religioso, ni la mundializaci¨®n del terrorismo, ni las transformaciones de la expresi¨®n del pensamiento bajo los efectos de las tecnolog¨ªas de la inform¨¢tica, ni la ambici¨®n humanitaria que puede conducir a una guerra en nombre del bien (?qu¨¦ habr¨ªa hecho su doctor Rieux, que, en La peste, cuidaba a los incurables, ante la guerra de Irak?). Eso no impide que la influencia de Camus haya sido considerable, aunque, no obstante, sus huellas se perciban s¨®lo ahora. El combate contra el absoluto, la rebeli¨®n a escala humana, la aceptaci¨®n de que el hombre debe acometer su oficio de hombre sin la certeza del ¨¦xito ni promesas de salvaci¨®n, son ideas que alimentan m¨¢s o menos directamente la obra de numerosos pensadores y ensayistas de todos los pa¨ªses.
Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur. Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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