'Morituri'
Los retratos como autorretrato. Y el autorretrato como naturaleza muerta. M¨¢s o menos as¨ª, se podr¨ªa definir, de entrada, esta exposici¨®n sobre Andy Warhol, que cuenta con un par de centenares de obras de y sobre el archifamoso artista pop estadounidense. Comisariada por Estrella de Diego, que es una reputada especialista y publicista sobre el tema, esta muestra es un viaje a lo m¨¢s profundo de la intimidad de un personaje que se esmeraba en ser s¨®lo superficie, interponiendo una impenetrable muralla de m¨¢scaras. Pero antes de adentrarnos en esta ardua cuesti¨®n, creo necesario destacar la cantidad y la calidad de obras y documentos acopiados para la ocasi¨®n, haciendo de esta muestra algo excelente, no s¨®lo por lo que contiene, sino por lo que significa. Entre lo que contiene, hay que subrayar, en primer lugar, lo que es propiamente realizaci¨®n de Warhol, fotograf¨ªas y pinturas, pero tambi¨¦n, en segundo, asimismo muchas fotograf¨ªas sobre ¨¦l de autores de la categor¨ªa de, entre otros, Cecil Beaton, Ugo Mulas, Christopher Makos, Richard Rutledge o Duane Michals, y unos cuantos retratos pintados por Philip Pearlstein, Jane Wilson o Fairfield Porter, todo ello acompa?ado adem¨¢s por filmes y v¨ªdeos de diversa naturaleza.
Warhol sobre Warhol
La Casa Encendida
Ronda de Valencia, 2. Madrid
Hasta el 20 de enero de 2008
Nos enfrentamos, en suma, con una exposici¨®n que indirectamente opera como una minirretrospectiva selectiva, pero organizada no s¨®lo a trav¨¦s de un criterio, el de reconstruir la autoimagen que un artista hace de s¨ª mismo a trav¨¦s de s¨ª mismo y de otros, sino tambi¨¦n de los sentimientos que nos provoca cuando lo miramos como objeto, sentimientos forzosamente de car¨¢cter melanc¨®lico. Si Barthes asociaba la fotograf¨ªa en general con lo funerario, este aspecto elegiaco se recrudece con los retratos, que, en cierta manera, al dispararse sobre nuestra efigie, nos transforma en una especie de "muertos vivientes". Con o sin Barthes, esto era algo que Warhol intuy¨® desde siempre, y lo practic¨® hasta casi convertirlo en el espinazo de toda su amplia producci¨®n. Y esto es, desde luego, el gui¨®n que organiza la mirada, no por cr¨ªtica menos emocional, de Estrella de Diego sobre el artista americano de las mil capas o mil m¨¢scaras. Cuando se recorre la exposici¨®n es dif¨ªcil no recordar el famoso precedente de El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, si bien, en el caso de Warhol, mostrando simult¨¢neamente las cicatrices del tiempo y lo que las maquillan, pero tambi¨¦n borrando o burlando cualquier estigma de este pat¨¦tico lastre de la identidad, que es pat¨¦tico precisamente por fijarse en lo id¨¦ntico. Consigo mismo y con otros, todo lo que hace Warhol al respecto, lo hace Estrella de Diego con Warhol, con lo que nos encontramos enredados en un juego de espejos enfrentados. En este sentido, la inquisici¨®n de De Diego es inteligente y muy bien trabada, pero, a mi juicio, lo que la hace admirable es su tono romancesco, como de trama novelada al estilo de una suerte de En busca del tiempo perdido, donde el tiempo es el agujero negro de todas las p¨¦rdidas.
Warhol sobre Warhol no s¨®lo cumple con lo que anuncia, sino que nos involucra en una reflexi¨®n sobre los g¨¦neros en el arte contempor¨¢neo, que revolucionan la identidad cl¨¢sica, convirtiendo nuestro yo s¨®lo en un espejo de la muerte. En este sentido, de lo que trata es de los retratos como autorretrato, y de ¨¦ste como una naturaleza muerta. Si ¨¦sta podr¨ªa ser, desde mi punto de vista, la tesis de esta exposici¨®n, lo que en ella se exhibe ha de argumentarse de im¨¢genes cuya cualidad es que condensan una fascinaci¨®n sustanciada, encarnada. De Diego ha sabido disponer, con mucho acierto, sensibilidad y nervio dram¨¢tico, la cartograf¨ªa de esta urdimbre identificada de un ser sin fondo, pero con mil caras. Hurga en su angustia, ella misma se conmueve y logra conmovernos. Demuetra ser una sagaz bi¨®grafa con un soberbio sentido de la mise en sc¨¨ne, muy bien secundada por ?ngel Bados. -
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