Soledad, la plaga del siglo XXI
Las grandes ciudades est¨¢n llenas de solitarios. Crece el n¨²mero de viviendas ocupadas por una sola persona y el trato f¨ªsico se sustituye por las relaciones a distancia, por Internet. Es una epidemia que va en aumento.
La soledad de las grandes ciudades, el hiperindividualismo, la muchedumbre solitaria, las m¨®nadas sociales, fueron temas relevantes en la segunda mitad del siglo XX, pero apenas se habla ya de ello. Los individuos no se han entra?ado ni abrazado m¨¢s entre s¨ª, pero electr¨®nicamente se han comunicado de tal modo que el fen¨®meno de la interconexi¨®n parece haber acallado las inquietudes o las voces del aislamiento.
Se trata, sin embargo, de dos realidades paralelas. Mientras la relaci¨®n en el cuerpo a cuerpo sigue debilit¨¢ndose, la relaci¨®n a distancia, m¨¢scara a m¨¢scara, aumenta y prolifera. La aventura de ser un individuo diferente o, mejor, siempre dependiente de la imagen proyectada en los dem¨¢s, se ha provisto ahora de un artilugio mediante el cual la apariencia de nuestra identidad se enreda con nuestras artes de enga?o. Nuestro dise?o, en fin, se encuentra m¨¢s en nuestras manos a trav¨¦s del atrezzo, el nickname, el avatar, los juegos del sexo y la edad u otros recursos para hacer personajes de la persona y versiones de lo real.
El pr¨®jimo es siempre insustituible para poder ser algo, pero la proporci¨®n que de su efectiva sustancia se necesita para esbozar nuestro perfil social puede sustituirse, en parte, por nuestra habilidad para fingir en la pantalla, travestirse en la Red y recrearse en el nuevo espacio virtual, inconcebible hasta ahora.
Indudablemente, la satisfacci¨®n no ser¨¢ comparable a la que proporciona un amor encarnado o una consideraci¨®n tangible, pero, poco a poco, este mundo electr¨®nico ser¨¢ casi todo lo que hay, y la vida en su seno decidir¨¢ una porci¨®n variable de nuestra composici¨®n general. Lo transparente procura abrigo, lo remoto segrega afectividad, lo virtual se materializa, y el suced¨¢neo, como en las gulas, ser¨¢ progresivamente el ¨²nico gusto atribuible a la angula.
Incluso, con el uso y el consumo de compa?¨ªas y sentimientos en la Red, lo que hoy parece suced¨¢neo borrar¨¢ su estigma subsidiario y ascender¨¢ de pleno derecho al mundo que alivia los surtidos de la soledad.
Las 'webs' sociales. Tras el boom de las compa?¨ªas puntocom de hace seis a?os ha estallado el ¨¦xito de las empresas que gestionan los puntos de encuentro entre millones de usuarios. Al ¨¦xito de la tecnolog¨ªa aplicada a los negocios sucede la multiplicaci¨®n de los negocios que tienen su base primordial en las personas.
El conocimiento cient¨ªfico, las informaciones de consumo, las opiniones pol¨ªticas se cruzan en una trama que ha facilitado y estimulado la Red. Y este universo de contactos innumerables posee una importante condici¨®n in¨¦dita: conectamos con m¨¢s gentes sin tener que sufrir la penalidad de su aliento. El contacto "personista" se define as¨ª por una relaci¨®n entre personas distantes y distintas, pero sin su extra?o o atosigante tufo.
Crece la conexi¨®n y hasta la implicaci¨®n, pero no los compromisos fuertes ni los entra?amientos hondos. De la misma manera que el saber actual es m¨¢s superficial que profundo, la relaci¨®n con las personas a trav¨¦s de la Red conforma un modelo a su imagen y semejanza. Tratamos con una multiplicidad de individuos para degustarlos fragmentariamente en aquellos aspectos que nos complacen, nos divierten o nos interesan.
El mundo avanza de esta manera como en un frente de infinitas relaciones ligeras. Vivimos o navegamos, y en lugar de llegar hasta el fondo del otro sustituimos la cavidad por el surf y el coraz¨®n por el botox. La interrelaci¨®n resulta as¨ª menos personalista al modo cat¨®lico de Mounier y, por el contrario, cada vez m¨¢s "personista".
En Corea del Sur, las relaciones sociales y afectivas a trav¨¦s de los medios electr¨®nicos superan ya en frecuencia y n¨²mero a las que se mantienen cara a cara. El rostro de Corea del Sur nunca se nos revel¨® con nitidez en Occidente, pero ?no ir¨¢ sucediendo lo mismo con la vasta y difusa trama que domina Internet y la derivaci¨®n de su influjo? ?En qu¨¦ punto, por ejemplo, se encuentra hoy aquella amistad que amortiguaba la desaz¨®n de estar solo? De un lado crecen los telecontactos, aumentan las sectas, se multiplican los clubes, las pandas y las tribus urbanas, y de otro se incrementan los hogares ocupados por una sola persona hasta alcanzar m¨¢s de la tercera parte de las viviendas en las grandes capitales de Occidente. En este contradictorio contexto, ?d¨®nde se halla el gozne de la compa?¨ªa y el apoyo contra la soledad?
La mirada del otro. Muchos nexos y pocos v¨ªnculos, mucha conversaci¨®n en horizontal y escasa en vertical. No es tanto ya la desconfianza en el otro lo que reduce el peso de la amistad, sino la dificultad laboral y residencial para cultivarla y enriquecerla. Poco a poco, sin pensarlo ni ponderarlo, vamos reduciendo la compa?¨ªa eficaz al recinto de la pareja y sobre ella van concentr¨¢ndose tantas demandas y exigencias, tanto socorro, que acaba cediendo en sus cimientos o ardiendo por exceso de exigencia.
El otro puede ser un verdugo o un lujo, aunque siempre posee part¨ªculas de ambos y siempre parece mejor que estar solo hallarse acompa?ado porque de la misma manera que no hay mejor especialista en la tortura que el autorturador ni tampoco peor enemigo de la lucidez que nuestra propia ofuscaci¨®n, el otro cumple como elemento necesario para despejarnos. Aquel que nos observa desde fuera, liberado de nuestra fijaci¨®n, puede actuar como la llave de nuestra cura. Todo problema tiene su soluci¨®n, pero a menudo no se halla en nuestro reino y alguien amado, venido desde fuera, abre el encierro. Los t¨¦rminos se vuelven m¨¢s claros como por ensalmo y saltamos desde su precipicio a la calma gracias a la cirug¨ªa de la ajenidad.
No significa, sin embargo, que el otro represente al m¨¢gico b¨¢lsamo de fierabr¨¢s. La especie humana prefiere, en general, no convivir demasiado junta. Precisamente, lo peor de la cotidianidad de las abejas procede de su obligatoria, eterna y hacinada colaboraci¨®n. Nada parecido al orden de los seres humanos, que encuentran en la soledad una ocasi¨®n de lavado y salud precisas.
No ser¨¢ lo mismo la soledad que la independencia, pero la soledad elegida y la independencia conquistada se acercan mucho entre s¨ª. Complementariamente, la calidad del lazo aumenta si ambos asumen su independencia y est¨¢n juntos pudiendo estar distantes despu¨¦s. La relaci¨®n florece cuando nadie acarrea su desolaci¨®n y la soledad posterior a un desacuerdo no se traduce en devaluaci¨®n o suicidio.
Somos con los dem¨¢s y los dem¨¢s son con nosotros, pero sin apelmazamientos. El amor, la amistad, nos construyen mutuamente si los pilares no descansan desequilibradamente. La interdependencia no es, por tanto, suma de dependencias, sino juego de independencias de manera que la met¨¢fora del panal nos endulza tanto como nos encarcela.
Somos, en suma, seres comunitarios y solitarios, ciudadanos e individuos. El inconveniente de la soledad en relaci¨®n a la visi¨®n del mundo reside en que una idea o una opini¨®n mantenida en solitario es pr¨¢cticamente igual a una creencia, mientras la idea compartida se vuelve convicci¨®n y ayuda a trazar itinerarios comunes y a formar un mapa inici¨¢tico del que ir¨¢ hilvan¨¢ndose una m¨¢s alegre concepci¨®n del mundo.
Pero no revueltos. Contra la exaltaci¨®n de la compa?¨ªa, sin embargo, hay que decir que la demasiada presencia del otro es opuesta al progreso. Si los medios de comunicaci¨®n moderna han triunfado y se han popularizado tanto es debido a su f¨®rmula de permitir hallarse presentes sin presentarse. La p¨¦rdida de presencialidad ha ensanchado la lucidez del intervalo en no pocas relaciones ahumadas.
El espect¨¢culo del otro sustituye as¨ª, muchas veces en nuestros d¨ªas, a la realidad efectiva. Las pantallas omnipresentes operan como un c¨¢mara de transmutaci¨®n de lo real para crear el mundo de una irrealidad liviana compatible con la idea de la ausencia. De otra parte, lo espec¨ªfico de nuestra especie no es el contacto con los dem¨¢s, sino la distancia. Son especies de contacto aquellas que se api?an por placer y permanecen piel con piel durante horas, como el hipop¨®tamo, el cerdo o el erizo.
Pero hay especies de "no contacto", entre las que se encuentra el caballo, el perro, el gato, la rata y tambi¨¦n los seres humanos. No nos aguantamos demasiado cerca. Puede ser que este rechazo no predomine siendo cachorros o siendo beb¨¦s, pero en cuanto se alcanza el estado adulto, toda confortabilidad requiere holgura. Y no ya un hueco para pensar o atacar mejor, sino como h¨¢bitat primordial de la supervivencia.
El hacinamiento nos mata, y bastar¨ªa la excesiva proximidad para enfermarnos. El individuo (indivisible) requiere para su definici¨®n una esfera en la que reine el olor y el amor propio. El abrazo amistoso, la asociaci¨®n religiosa, el equipo, el vecindario, son elecciones desde la soledad primigenia en que nos fundamos y nos reconocemos. Nada que ver con el pantanoso cosmos del cerdo, la aglomeraci¨®n de erizos o el apegamiento de los hipop¨®tamos.
En el fondo, adem¨¢s, siempre estamos solos. M¨¢s solos que la una y a casi cualquier hora, pobres o ricos, sanos o con hernias. Proust escrib¨ªa: "Nos comunica alguien su enfermedad o su rev¨¦s econ¨®mico, lo escuchamos, lo compadecemos, tratamos de reconfortarle y volvemos a nuestros asuntos. ?Qu¨¦ solas estamos las personas!".
Y qu¨¦ bello disfrute hallamos en esa oquedad cuando a ratos, voluptuosamente, la escogemos.
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