Elogio del individualismo
Los t¨®picos son palabras muertas y pensamientos dormidos. Son trivialidades coreadas mec¨¢nicamente hasta la saciedad. A veces son perogrulladas, y a veces, falsedades que la gente repite como si fueran verdad. Hay t¨®picos muy persistentes que me ponen especialmente nerviosa. Como, por ejemplo, ese lugar com¨²n que asegura que hoy se lee menos que antes, cosa que, por fortuna, no es cierta: la lectura siempre fue una actividad minoritaria, y hoy esa minor¨ªa, los datos lo demuestran, es mayor que nunca en todo el mundo.
Otro t¨®pico equ¨ªvoco es la mala fama que tiene el individualismo. Cuando hablamos del individualismo de la sociedad moderna utilizamos siempre la palabra como un compendio de todo lo negativo, como sin¨®nimo de la destrucci¨®n del tejido afectivo y de la solidaridad social. Se han escrito extensos trabajos sobre el tema, anatemizando el individualismo como base esencial del capitalismo m¨¢s can¨ªbal. A veces, en la furia de algunos de estos ataques me parece o¨ªr cierto eco de mis a?os adolescentes, en la ¨¦poca confusa y siniestra del franquismo, cuando el hecho de que te gustara la ¨®pera, o ponerte perfume, o cualquier nader¨ªa semejante, pod¨ªa hacer caer r¨¢pidamente sobre ti el sambenito de ser una peque?oburguesa, una individualista sin suficiente conciencia ante las urgentes, heroicas, trascendentales demandas de la sagrada masa proletaria.
El caso es que la sociedad occidental ha ido siendo m¨¢s y m¨¢s individualista con el paso de los siglos; y, si estudiamos el pasado, se ve claramente que todas las conquistas de justicia social han sido impulsadas por el individualismo. Es la conciencia individual, al reaparecer en el siglo XII tras los a?os oscuros, la que impulsa la creaci¨®n de organizaciones protodemocr¨¢ticas, y las leyes contra el abuso de los nobles, y la orgullosa ambici¨®n de ser feliz frente al oscuro despotismo de los dioses. El individualismo es el motor de la Revoluci¨®n Francesa, y del sufragio universal, y del concepto mismo de derechos humanos. Y del respeto a las minor¨ªas y a la diferencia. Por el contrario, las mayores tropel¨ªas sociales de la Historia han sido cometidas por reg¨ªmenes que negaban la individualidad. Por tiranos que contemplaban a sus s¨²bditos como meros esclavos, o por reg¨ªmenes totalitarios que consideraban al individuo como algo sospechoso.
Y as¨ª, parad¨®jicamente, resulta que aquellos sistemas de pensamiento que enaltecen al pueblo y que dicen defender por encima de todo a la colectividad, acaban siendo verdaderos mataderos colectivos y creando sociedades mucho m¨¢s injustas que aquellas en las que impera el individualismo. Como sucedi¨® con la pesadilla del nazismo, con las decenas de millones de v¨ªctimas de los sovi¨¦ticos, con los jemeres rojos asesinando a la tercera parte de la poblaci¨®n de su pa¨ªs. A m¨ª lo que me da verdadero miedo no es el individualismo, sino esas grandes Ideas intocables que dicen hablar por el bien de todos y con las que se enardecen las masas ciegamente. Como dec¨ªa Bioy Casares, "las ideas nacen inocentes y se vuelven feroces". Creo que la conciencia individual es una buena herramienta para evitar los abusos; y que es desde el individualismo desde donde se puede uno preocupar por los dem¨¢s. De hecho, a lo largo de la Historia ha sido siempre as¨ª.
Claro que las sociedades individualistas nos asustan, porque, como contrapartida, uno cada vez est¨¢ m¨¢s solo ante la muerte. Y ante la vida. Y eso exige madurez y valor. Pero incluso ese aspecto tambi¨¦n es relativo, porque nos vamos acostumbrando. Ya he contado alguna vez ese pasaje de la famosa biograf¨ªa de Samuel Johnson hecha por Boswell. Johnson fue uno de los intelectuales m¨¢s importantes del siglo XVIII ingl¨¦s. Un hombre cult¨ªsimo, l¨²cido, moderno para su ¨¦poca. Pues bien, en el libro, Johnson y Boswell se lamentan amargamente de la aparici¨®n en Londres, en torno a 1770, de los primeros restaurantes con mesas individuales; hasta entonces se com¨ªa en grandes mesas corridas. A Johnson esa novedad le parece atroz, el s¨ªntoma de una disgregaci¨®n social fatal, de un individualismo infame que acabar¨¢ con la convivencia. Hoy, sin embargo, creemos que comer con intimidad con los amigos mejora la convivencia, y lo que nos parecer¨ªa b¨¢rbaro y fatal es tener que compartir la mesa con quince extra?os; y a¨²n nos horrorizar¨ªa m¨¢s ir a un hotel y dormir en la misma cama con dos desconocidos, como era lo habitual en las posadas del promiscuo Medievo. Ya ven hasta qu¨¦ punto el desarrollo de nuestra civilizaci¨®n va emparejado con el individualismo.
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