Gaddafi acamp¨® aqu¨ª
La gira europea del dictador libio desprestigia la causa de la democracia en ?frica
Despu¨¦s de asistir los pasados 8 y 9 de diciembre a la Cumbre entre la Uni¨®n Europea y los pa¨ªses africanos celebrada en Lisboa, Muammar el Gaddafi ha prolongado su periplo por Francia y Espa?a. El trato que la Uni¨®n dispens¨® al l¨ªder libio contrast¨® con la reservada al dictador de Zimbabue, Robert Mugabe, sin que se comprendan las razones de esta diferencia. Cada reproche dirigido contra Mugabe ser¨ªa de estricta aplicaci¨®n a Gaddafi, lo mismo que a otros dirigentes presentes en la Cumbre. La impresi¨®n de que se ha impuesto entre los Gobiernos europeos un pragmatismo elemental, aunque de cifras astron¨®micas, no favorece ninguna causa, incluida la del aut¨¦ntico realismo en pol¨ªtica exterior.
Siempre acompa?ado por la aparatosa parafernalia de la jaima y la guardia femenina compuesta por 30 v¨ªrgenes, Gaddafi acamp¨® la semana pasada en Par¨ªs y cerr¨® con el presidente Sarkozy contratos por valor de 10.000 millones de euros a favor de empresas francesas, importe similar al que puede haber acordado en Espa?a. Sarkozy se ha mostrado como un pol¨ªtico dispuesto a hablar claro y actuar en consecuencia. Eso es lo que le ha llevado, entre otras cosas, a adoptar una posici¨®n firme e inequ¨ªvoca en relaci¨®n con el terrorismo etarra, ante la que s¨®lo cabe reconocimiento.
Pero la pol¨ªtica de hablar claro y actuar en consecuencia no deber¨ªa detenerse en las fronteras de Europa. Por el propio inter¨¦s de los franceses y de los europeos, convendr¨ªa que se extendiese tambi¨¦n a pa¨ªses que llevan d¨¦cadas soportando interminables dictaduras, como la Libia de Gaddafi.
Su jaima y su guardia femenina se instalaron ayer en el palacio de El Pardo, procedentes de Sevilla y M¨¢laga, donde se desarroll¨® una parte privada de su visita, no menos extravagante que la oficial. Gaddafi tuvo tiempo, sin embargo, para recibir a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y compartir con ¨¦l una cena. Es dudoso que una personalidad como la de Gaddafi merezca esta deferencia. Una cosa es atender los compromisos oficiales que exige el desempe?o de una funci¨®n y otra distinta aceptar la invitaci¨®n privada de un dictador.
Aunque Aznar haya cerrado la posibilidad de cualquier cr¨ªtica por parte de la oposici¨®n, esta visita de Gaddafi a Espa?a contradice los principios declarados por el Gobierno de Zapatero en materia de pol¨ªtica exterior, por m¨¢s que haya supuesto un suculento negocio. El efecto de estas contradicciones sobre la causa de la democracia en ?frica resulta demoledor. Los dem¨®cratas libios deben de estar pasando aut¨¦nticas jornadas de calvario con estas acampadas de Gaddafi en diversas capitales europeas, viendo que la propia Europa democr¨¢tica les priva de argumentos frente a quienes reclaman una oposici¨®n m¨¢s radicalizada.
Gaddafi renunci¨® a construir armas de destrucci¨®n masiva. Eso le convierte en un dictador que carece de tales armas, pero no redime su condici¨®n de dictador.
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