El reino de Gr¨¤cia
La pla?a del Diamant, el cl¨¢sico de Merc¨¦ Rodoreda, est¨¢ llamado a ser (ya est¨¢ siendo) uno de los exitazos del TNC. Un espect¨¢culo con nobil¨ªsima vocaci¨®n popular, ambicioso, de alto vuelo emotivo. Un gran empe?o del Nacional catal¨¢n; de su adaptador, Benet i Jornet, que firma casi un epic de 200 p¨¢ginas; de su ampl¨ªsimo elenco (30 actores), y de su joven director, Toni Casares, que levanta y mueve todo el tinglado. El montaje tiene serios problemas en su primera parte, una hora y media que se hace cansina, aburrida. Curiosamente, se trata de escenas muy cortas, casi minimalistas, pero devoradas por el trasiego escenogr¨¢fico. Requer¨ªan espacios ¨ªntimos y una mirada m¨¢s cercana, m¨¢s acotada, y se pierden en los enormes decorados de Jordi Roig: magn¨ªficos edificios, calles enteras, interiores cuidados hasta el ¨²ltimo detalle, sometidos a demasiados giros, con carras que entran y salen y ralentizan la acci¨®n. Tan pronto acaban un parlamento, los actores han de ir zumbando hacia el siguiente espacio. Sobran tambi¨¦n, a mi entender, moner¨ªas redundantes, como esas siluetas animadas de palomas que una y otra vez se proyectan en el ciclorama. Hay exceso de informaci¨®n (o de fidelidad a la autora), y de voz en off (se dir¨ªa que colocada para cubrir los cambios, porque la protagonista se dirige al p¨²blico cuando le peta).
Se romper¨¢n las manos con Silvia Bel, esa jabata que sostiene la funci¨®n (?cuatro horas en escena!) sobre los hombros
Hay escenas suprimibles (la muerte de la madre, con secundarios de mal teatro de aficionados; algunos encuentros de Quimet y sus amigos), escenas fallidas (la desgalichada proclamaci¨®n de la Rep¨²blica, que se queda un poco en fiesta de la banderita) o dilatadas como un chicle (la boda de los protagonistas) junto a grandes momentos: el elegiaco baile inicial, la madre (?qu¨¦ bien est¨¢ ah¨ª Imma Colomer!) pidiendo que no le pongan zapatos en el ata¨²d ("si vuelvo no quiero hacer ruido"), la progresiva enajenaci¨®n de Natalia, la formidable Silvia Bel. Y la bell¨ªsima escena en que su amiga Julieta narra su noche con un miliciano en la mansi¨®n requisada: es el aria de Anna Sah¨²n, perfecta de emoci¨®n, de intensidad y delicadeza. A partir de ah¨ª, el montaje despega como un cohete, y los dos actos siguientes funcionan de maravilla.
En el segundo, estupendamente escrito, medido y puesto, todo se centra y se expande. La guerra es una larga noche desolada, cubierta por una bruma de irrealidad, que recuerda la atm¨®sfera de El reino de N¨¢poles, de Werner Schroeter. Se siente el fr¨ªo, omnipresente en los cuerpos y las almas. Y la autoridad rotunda de Merc¨¦ Ar¨¤nega (la se?ora Enriqueta), entre Emma Penella y Mim¨ª Mu?oz y aquella criada fuerte y humilde que sosten¨ªa a las hermanas de Gritos y susurros. Y los desgarradores retornos: Quimet (impecable Marc Mart¨ªnez), vencido por la tuberculosis pero dispuesto a seguir luchando; Cinto (conmovedor David Bages, hasta entonces un tanto pastoret), con su saquito de naranjas para los ni?os; Mateu (Ernest Villegas, sobrio, convincente), y su amor callado, y su compromiso clavado en una sola frase ("si perdemos, todo esto desaparecer¨¢"). Y el desgarrador mutis de Julieta, servido con un eficac¨ªsimo recurso dram¨¢tico.
El tercer acto narra la dif¨ªcil vuelta a la vida, a las claudicaciones para seguir adelante, a las peque?as alegr¨ªas: ecos de Eduardo de Filippo y de La se?ora Miniver, con el empe?o de Natalia en casar a su hija (Paula Blanco, un tanto vitonga). Aqu¨ª Rodoreda dibuja y Benet perfila un quiebro de notable percepci¨®n psicol¨®gica, de gran verdad humana: la protagonista acepta al bondadoso y castrado Antoni (Carles Mart¨ªnez, con el ang¨¦lico encanto de un joven Raimu), que va a convertirse en el padre de sus hijos y le va a ofrecer una existencia sin sobresaltos, pero siente una atroz nostalgia del pasado, cuando no fue feliz pero fue joven. Quimet era un marido desastroso, golferas, infantil, ego¨ªsta; ella se deslomaba llevando la casa, cuidando a los cr¨ªos y ocup¨¢ndose del hediondo e in¨²til palomar, pero ¨¦l fue su hombre y aqu¨¦l fue su tiempo, un tiempo en el que, por un momento, las cosas pudieron ser de otra manera, como las so?aba la republicana y apasionada Julieta.
La pla?a del Diamant acaba tan bien y tan mal como una comedia de Shakespeare. "My dear, these things are life", como dice la cita de Meredith que abre la novela. Pura vida, destilada por Benet en los detalles significativos, de gran dramaturgo: el baile de Natalia con su yerno, reminiscente de Mateu, su otro amor perdido (y encarnado por el mismo actor); la visita casi on¨ªrica a la antigua casa habitada por los fantasmas de preguerra, a los que suplica que la liberen, que la dejen vivir de una vez; el mon¨®logo final de la sabia se?ora Enriqueta; el agridulce retorno al in¨²til lecho nupcial.
La pla?a del Diamant girar¨¢ por toda Catalu?a y recalar¨¢ en el Valle-Incl¨¢n de Madrid en abril, con subt¨ªtulos (ol¨¦ esa iniciativa, y que no quede ah¨ª). La gira va a venirle de perlas al espect¨¢culo: por la obligada reducci¨®n escenogr¨¢fica y porque permitir¨¢ podar y ajustar escenas de la primera parte. Pero que las pegas expuestas no les disuadan: aqu¨ª hay mucho que disfrutar y que aplaudir. Se romper¨¢n las manos (la dejaba para el final: el ¨²ltimo saludo) con Silvia Bel, esa jabata que sostiene la funci¨®n (?cuatro horas en escena!) sobre los hombros. Se ha lanzado sobre el personaje de Natalia a dentelladas, y lo ofrece con una complet¨ªsima panoplia de sentimientos. Salvajemente contradictoria, tal como la quiso su autora. Enjaulada y llena de ilusi¨®n (fr¨¢gil, pero nunca ingenua) en el primer acto; resistente y enloquecida en el segundo, besando a su hijo antes de enviarle al exilio interior, sacudiendo los huevos de las palomas para que los monstruitos se rompan la cabeza contra la c¨¢scara, comprando un litro de salfum¨¢n para acabar con todo; salfum¨¢n para los ni?os, salfum¨¢n para ella. Y al fin renacida, resignada, amarga, calmada a ratos, ir¨®nica y superviviente a ultranza, como tantas de nuestras abuelas, apoyada en una transformaci¨®n f¨ªsica sin pelucas ni maquillaje, "con la madurez y el dolor instalados para siempre en su rostro", como bien se?alaba mi colega Bego?a Barrena.
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