El pose¨ªdo y su demonio
Semanas atr¨¢s, obituarios de todo el mundo detallaban los problemas de salud que acabaron con un hombre de 84 a?os llamado Norman Malech Mailer. Y a continuaci¨®n, casi todas las necrol¨®gicas -con mayor o menor gracia, sin ponerse nunca de acuerdo- discut¨ªan acerca de la importancia de Mailer dentro de las letras norteamericanas. ?Genio o ingenioso? ?Payaso o domador de leones o, mejor a¨²n, indomable Rey Le¨®n? En algo s¨ª coincid¨ªan todas: Mailer hab¨ªa sido importante, vital, producto de su tiempo y testigo de su ¨¦poca.
Autor de un pu?ado de novelas necesarias (su triunfal debut en 1948 con Los desnudos y los muertos, la audaz fantasmagor¨ªa egipcia Noches de la antig¨¹edad de 1983 y esa balzaciana historia de la CIA que es El fantasma de Harlot de 1991) pero acaso mucho m¨¢s interesante como innovador de la cr¨®nica y la no-ficci¨®n (la recopilaci¨®n de diatribas y relatos de 1959, Advertisements for myself, donde se daba el lujo de condenar a buena parte de sus pares; Los ej¨¦rcitos de la noche, de 1968 y ganadora del Pulitzer y del National Book Award, atestiguando la hist¨®rica y contracultural marcha sobre el Pent¨¢gono, y La canci¨®n del verdugo, por la que gan¨® otro Pulitzer en 1979, recreando los asesinatos y ejecuci¨®n de Gary Gilmore), Mailer tambi¨¦n destac¨® en lo cuasi-experimental con lo que ¨¦l mismo defin¨ªa como "mi voz loca" en Barbary Shore (1951), Un sue?o americano (1965) y ?Por qu¨¦ estamos en Vietnam?
El castillo en el bosque
Norman Mailer
Traducci¨®n de Jaime Zulaika
Anagrama. Barcelona, 2007
528 p¨¢ginas. 25 euros
Pero por encima de la obra, los elegiacos profesionales pon¨ªan la polimorfa y perversa intensidad de su ocurrente vida. Porque basta un somero repaso a sus idas y vueltas para comprender, enseguida, que Mailer -adorador de Ernest Hemingway, acaso el paciente original- fue uno de los mejores contagiados de esa enfermedad de los escritores de Estados Unidos: la que de tanto en tanto ataca y tienta al incauto con la posibilidad de convertirse en un personaje de su propia imaginaci¨®n. As¨ª, puede leerse buena parte de la trayectoria de Mailer como la de un artista pose¨ªdo por s¨ª mismo; sin que esto signifique que el modo en que Mailer se ve¨ªa frente al espejo fuera el mismo modo en que lo ve¨ªa el resto de la humanidad o, al menos, el establishment cultural.
Si hay que ser justos y sinceros, a la hora de los res¨²menes forenses, el Personaje Mailer, mal que le pese a su abnegado creador, est¨¢ (con sus catastr¨®ficos matrimonios que incluyeron apu?alamiento de cuello de esposa con lapicera, sus absurdas pol¨¦micas, su patol¨®gica propensi¨®n a solucionarlo todo a pu?etazos, sus variadas adicciones, la menci¨®n de su nombre en el Give peace a chance de John Lennon y el haber aparecido como responsable de la novelizaci¨®n de la pel¨ªcula de los ultraviolentos Itchy y Scratchty en un episodio de Los Simpson) lejos de la ¨¦pica masculina y tronante que ¨¦l pretend¨ªa y muy cerca de los antih¨¦roes de esas geniales farsas cerebrales de Saul Bellow. Lo que no est¨¢ nada mal, s¨ª; pero a Mailer no le hubiera causado la menor gracia.
De ah¨ª la parad¨®jica broma final de que la ¨²ltima novela publicada en vida por este satisfecho autopose¨ªdo trate de la g¨¦nesis de un mes¨ªas monstruoso recapitulada por un tal D. T. o Dieter: demonio de primera clase respondiendo directamente a Sat¨¢n y velando por la seguridad y buen desarrollo de un ni?o llamado Adolf Hitler.
El castillo en el bosque -primera parte de un d¨ªptico que ya no ser¨¢- es, tambi¨¦n, un libro donde se puede apreciar lo peor y lo mejor de Mailer.
En el lado de los contras, vuelve a estar aqu¨ª esa tendencia megal¨®mana e infantilmente ingenua de sentir que un gran tema hace necesariamente a un gran libro. De ah¨ª que, aqu¨ª, Hitler -como ya lo fueron Picasso, Kennedy, Cassius Clay, Marilyn Monroe, Neil Armstrong, Oswald y hasta Jesucristo- sea una nueva excusa para acercarse, comprender, a un hist¨®rico que, por cercan¨ªa, lo vuelva autom¨¢ticamente a Mailer un poco m¨¢s hist¨®rico, indispensable y, de paso, comprensible. Porque no importa la m¨¢scara del h¨¦roe o del villano, Mailer siempre escribi¨® sobre s¨ª mismo y as¨ª lo explic¨® en una entrevista: "Se me ha acusado de haber despilfarrado talentos, de haberme entregado a un exceso de actividades, de haberme empe?ado con demasiada conciencia en convertirme en famoso, de haber actuado teatralmente en los l¨ªmites y, en realidad, en el centro de mi propia leyenda p¨²blica. Y, por supuesto, como cualquier criminal, soy mi mejor abogado; el d¨ªa que deje de serlo ser¨¢ un d¨ªa triste... Siempre me ha parecido que la gente no reacciona ante m¨ª como si estuviera realmente ante m¨ª, sino como si estuviera frente a una fotograf¨ªa m¨ªa. De modo que puedo cambiar la fotograf¨ªa y divertirme observando las reacciones. El demonio que hay en m¨ª se regocija con esta capacidad camale¨®nica. La gente cree que ha encontrado el modo de prescindir de m¨ª, pero, como el mayordomo loco, regreso a servir la comida".
En el lado de los pros, El castillo en el bosque -con su delirio freudiano y sus esperp¨¦nticas interpretaciones sobre las ra¨ªces del hombre m¨¢s monstruoso del siglo XX- es exactamente eso: un sabroso y demencial banquete servido por alguien feliz de mailerizar todo lo que toca o golpea con pasi¨®n pugil¨ªstica. Un libro muy divertido -"una comedia" pero "dif¨ªcil de clasificar", como apunta el diab¨®lico narrador- con partes de una intensidad pasmosa y otras que provocan la m¨¢s boba de las risas. Algo que acaba resultando en una curiosa combinaci¨®n de pel¨ªcula de Ed Wood, novela de Chuck Palahniuk, aquel musical kitsch-nazi en Los productores de Mel Brooks y enciclopedia editada en la Twiligth Zone. Y, claro, el resultado de todo esto es Mailer al ciento por ciento. Es decir: la obsesi¨®n por el Mal Absoluto, el sexo anal, las parrafadas metaf¨ªsicas, el incesto, las digresiones absurdas que van de la ca¨ªda de los zares a la cr¨ªa de abejas, la misoginia como estandarte y una apreciaci¨®n casi nerd del sexo renovando la intenci¨®n de que "mis libros siempre sean provocadores. Lo dije una vez y lo vuelvo a decir ahora: ?qu¨¦ sentido tiene el ser escritor si no irritas a mucha gente?".
Podr¨ªa entonces decirse que El castillo en el bosque no es un gran libro pero s¨ª que es un -otro- libro del gran Norman Mailer. Alguien que nunca tuvo el tama?o colosal que ¨¦l sent¨ªa tener pero que, tal vez, s¨ª acab¨® cumpliendo su deseo m¨¢s ¨ªntimo. Deseo que confes¨® en un momento de rara emoci¨®n en la inevitable entrevista con The Paris Review. "Yo quiero ser Tom Sawyer", sonr¨ªo all¨ª Mailer. Es decir: Mailer no quer¨ªa ser el Ishmael de Melville o el Gatsby de Fitzgerald. Ni siquiera quer¨ªa ser Huckleberry Finn, versi¨®n m¨¢s oscura del h¨¦roe de Twain. No, Mailer quer¨ªa ser el irresponsable, p¨ªcaro y luminoso Tom: un muchacho que siempre se sale con la suya. Leer -y disfrutar- entonces El castillo en el bosque como lo que en realidad es: el sue?o de un adolescente de ochenta y cuatro a?os que se divirti¨® escribiendo hasta el ¨²ltimo aliento persiguiendo a "esa novela que Dostoievski, Marx, Joyce, Freud, Stendhal, Tolst¨®i, Proust, Spengler, Faulkner y Hemingway querr¨ªan leer". No la alcanz¨®, pero nadie puede negarle que lo intent¨®. Una y otra vez. Como poseso. -
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