A vueltas con la unidad
Los mensajes reales se confeccionan siempre de acuerdo con el mismo criterio: bajo un envoltorio ret¨®rico, de palabras plagadas de buenos deseos, se deslizan un par de se?ales con sentido pol¨ªtico expl¨ªcito, que la prensa convierte inmediatamente en titulares. Cumpliendo el rito del mensaje navide?o, el Rey nos ha dejado una interpretaci¨®n de la Espa?a constitucional, construida sobre el doble t¨®pico de la unidad y la diversidad, y dos admoniciones a los pol¨ªticos para que hagan "mayores esfuerzos para alcanzar el necesario consenso en los grandes temas de Estado" y para que den el "debido apoyo" a instituciones y poderes. Todo ello ali?ado con la necesidad de encontrar cuanto antes "una cultura de la unidad".
La Constituci¨®n ha sido el punto de partida de la democracia, pero no es ning¨²n punto de llegada
La coincidencia del discurso del Rey con el ¨²ltimo atentado de ETA en el Pa¨ªs Vasco y con las palabras del lehendakari Ibarretxe comparando los atentados terroristas con las actuaciones judiciales contra el entorno de ETA juega a favor de una aceptaci¨®n acr¨ªtica de las palabras del Rey. De modo que lo m¨¢s probable es que los ecos del discurso tomen forma de disputa sobre cu¨¢l de los dos partidos -PP y PSOE- tiene mayor responsabilidad en la p¨¦rdida de la unidad que don Juan Carlos considera imprescindible. El problema de la presunta neutralidad del jefe del Estado es que ¨¦sta se convierte en una injusticia cuando se utiliza para acusar a todos por igual, sin diferenciar las responsabilidades de cada uno en la evoluci¨®n de la lucha pol¨ªtica hacia la imposibilidad del consenso. Y, sin embargo, la pel¨ªcula de la legislatura que acaba de terminar deja bastantes pocas dudas sobre qui¨¦n ha boicoteado el consenso antiterrorista y sobre qui¨¦n ha puesto en riesgo instituciones como el Tribunal Constitucional para conseguir en los tribunales lo que perdi¨® en las urnas. El PP debe algo m¨¢s que una explicaci¨®n a los espa?oles.
Sin embargo, el discurso del Rey podr¨ªa ser una ocasi¨®n de reflexionar sobre lo que ¨¦l llama la cultura de la unidad. ?Falta cultura de la unidad en este pa¨ªs o cuando el Rey habla de unidad lo hace en unos t¨¦rminos que responden a otra fase de la historia reciente? Para dar cuenta de una transici¨®n, en l¨ªneas generales exitosa, que se fue tejiendo d¨ªa a d¨ªa, sin hoja de ruta alguna, evaluando fuerzas en cada momento, y buscando compromisos para ir saltando obst¨¢culos, se construy¨® el mito del consenso. Ahora el consenso se utiliza como arma arrojadiza para descalificar al adversario cuando no se quiere pactar con ¨¦l. Cuando el Rey apela al consenso urgente en la lucha antiterrorista podemos entenderle, porque es dif¨ªcil aceptar que en este tema haya el nivel de confrontaci¨®n que se ha dado en esta legislatura. Cuando el Rey apela a un mayor apoyo a las instituciones y poderes del Estado, ser¨ªa exigible que diera una mayor precisi¨®n, pero se puede asumir que todo lo que ha ocurrido en esta legislatura en torno al poder judicial, debilita efectivamente al sistema.
Pero cuando apela a la cultura de la unidad hay materia para el debate.
En el ¨¢mbito pol¨ªtico, ni el consenso ni la unidad pueden ser lo mismo en una democracia consolidada que en la transici¨®n. El consenso en la transici¨®n era necesario para sentar las bases del nuevo Estado. La confrontaci¨®n es elemento esencial de la democracia. Y los momentos de unidad s¨®lo pueden salir de ella. Lo que es exigible a los dirigentes pol¨ªticos es claridad en la presentaci¨®n de sus propuestas y en la definici¨®n de sus objetivos. Y consecuencia en la confrontaci¨®n pol¨ªtica. Esto es lo que se echa de menos. Y esto es lo que desprestigia a los pol¨ªticos. Y si hay algunos terrenos en los que se puedan llegar a acuerdos de consenso tiene que ser como fruto del debate y la deliberaci¨®n democr¨¢tica, no por una especie de imperativo a priori. Esta es la ¨²nica cultura democr¨¢tica de la unidad. Tal como ha ido la ¨²ltima legislatura, a d¨ªa de hoy, la unidad no es posible en Espa?a. Y si ahora precipitadamente los dos grandes partidos empezaran a ponerse de acuerdo en todo lo que les ha separado sonar¨ªa a estafa.
El Rey habla de unidad en un a?o en que los engranajes de la Corona han dado algunos s¨ªntomas de fatiga. Y lo hace apelando a la Constituci¨®n como horizonte insuperable. Tambi¨¦n aqu¨ª el t¨®pico es ya insuficiente. La Constituci¨®n ha sido el punto de partida de la democracia, pero no es ning¨²n punto de llegada. Tengo la sensaci¨®n que m¨¢s que insistir en un discurso voluntarista sobre la unidad hay que seguir aprendiendo a convivir con las diferencias. S¨®lo a partir de ellas pueden tejerse los m¨ªnimos denominadores comunes a compartir. As¨ª fue en los mejores momentos de la transici¨®n. La apolog¨ªa de la unidad suena a unificaci¨®n forzosa.
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